William Dalrymple

"Dos colinas de granito oscuramente brillante, liso como el vidrio, en medio de un paisaje densamente arbolado de plátanos y palmeras. Es el amanecer.
Seguidamente se encuentra la ciudad de Sravanabelagola, una ciudad de peregrinaje donde las paredes de los monasterios y templos se desmoronan, siendo testigos los racimos de dharamsalas en torno a una red de caminos de tierra roja, caminos que convergen en un enorme tanque rectangular. El tanque está salpicado de hojas y brotes aún cerrados de flores de loto flotantes. A pesar de la temprana hora, ya están reunidos los primeros peregrinos.
Desde hace más de 2.000 años, esta ciudad ha sido sagrada para los jainistas. Fue aquí, en el siglo III A.C. donde el primer emperador de la India, Chandragupta Maurya, abrazó la religión y murió a causa de un ayuno autoimpuesto hasta la muerte, con el propósito de expiar todos los asesinatos de los que había sido responsable en su vida de conquistas. Mil doscientos años más tarde, en el año 981, un general encargó que se erigiera la estatua más grande de monolítico en la India, a sesenta metros de altura, en la cima de la mayor de las colinas, Vindhyagiri.
Se trataba de una imagen de otro héroe jainista, el príncipe Bahubali, el cual se había batido en duelo con su hermano Bharata por el control del reino de su padre. Pero en el mismo momento de su victoria, Bahubali se dio cuenta de lo absurda y fugaz que era la gloria mundana. Renunció a su reino y abrazó el camino de la ascética. Se retiró a la selva, meditó durante un año, por lo que las vides de la selva se anudaron alrededor de sus pies y lo ataron a aquel lugar. En este estado, venció a los que consideraba sus verdaderos enemigos -sus pasiones, ambiciones, deseos y su orgullo- y se convirtió así, según los jainistas, en el primer ser humano en alcanzar la liberación espiritual o moksha."

William Dalrymple
Nueve vidas


"El hombre que más posibilidades tenía de tomar las riendas del gobierno tras la marcha de Macnaghten era Alexander Burnes. Durante meses, el enviado le había ido dejado cada vez más de lado, por lo que dedicaba su tiempo a estudiar a sus autores favoritos. «Esta es, sin duda, una de las etapas más ociosas de mi vida», escribió a su familia en el mes de agosto. «No hago nada por mi país, excepto dar consejos, y mi único deber es cobrar 3500 rupias al mes. [...] (Mientras tanto), estudiar a Tácito es tan agradable como redactar informes». Cuando se enteró del nuevo nombramiento del enviado, Burnes
afirmó que «tenía grandes esperanzas» de suceder a Macnaghten; no obstante, ahora que tenía al alcance de la mano el premio que tanto había deseado, comenzó a sopesar si en realidad lo quería. «Tengo la impresión de que, cada hora que transcurre, pierdo más y más interés por el poder y por el puesto», le decía a su hermano James en su última carta. «Me pregunto si, después de todo, estaré a la altura para asumir el control supremo de Afganistán. A veces pienso que no, pero es verdad que nunca he fracasado cuando he podido ejercer mi autoridad con plena libertad. [...] Espero que se despeje pronto la incógnita, puesto que la incertidumbre es muy dolorosa. Uno de los rasgos de mi carácter es la absoluta seriedad con la que asumo todos mis compromisos; de hecho, si contraigo una obligación, nunca pierdo el interés». 
En verdad, muchos de los talentos de Burnes habían sido en gran medida desaprovechados durante la ocupación. Conocía Afganistán mejor que cualquier otro oficial o viajero británico, con la única excepción de Masson, que amaba y comprendía el país a partes iguales, y cuyo instinto político era tan incisivo como su criterio, por lo general, impecable. Su talón de Aquiles era la ambición, que le había llevado a involucrarse en una invasión del todo innecesaria y en una ocupación mal gestionada, ambas dirigidas por un tirano ignorante que ni escuchaba ni respetaba sus ideas. Como su rival Vitkevitch, Burnes era un joven valiente y capaz, un intruso que, a fuerza de trabajo, terminó desempeñando un papel clave en la mayor lucha geopolítica de su época; pero ambos, cada uno a su manera, acabaron descubriendo que habían sido meros peones en un escenario imperial mucho más amplio."

William Dalrymple
El retorno de un Rey


"La sociedad afgana está hecha a la medida de la guerra."

William Dalrymple












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