Daniele Del Giudice

"Aquí estoy, frente a la hoja en blanco. ¿Cuántas veces he estado así desde la primera vez? ¿Cuántas veces más lo estaré hasta que llegue la última? No son invenciones, escribir es difícil. Para todos. Después de las charlas, las discusiones, las reuniones, las presentaciones de libros, te quedas solo. Te quedas solo y es difícil. Siempre ha sido mi orgullo: sí, está bien, con gran disposición los demás te siguen para conversar, para reunirse, para perder el tiempo, Sin embargo, ¿cuántos de ellos pueden sentarse frente al teclado y expresarse? Es decir, reconstruir, sistematizar, intuir, analizar, sintetizar, encontrar una imagen que vuelva corpóreo el razonamiento, etcétera, etcétera. Te quedas solo. Es difícil y sientes miedo. Toma tiempo. A veces, de noche, me ponía a escribir hasta tarde un texto, una reseña o un artículo para la sección de cultura del periódico. Hacia las dos de la mañana, pensaba que ya tenía que irme a dormir y me iba a la cama. Subía y encontraba a mi esposa dormida. Quería abrazarla y protegerme. Entre más importante era el artículo más tenso me sentía. No lograba más que un angustioso duermevela, con el pensamiento fijo en que tenía que levantarme en un rato más, a las cinco o a las seis para terminar el artículo. Y cada tanto me despertaba, perdido e indefenso. Y mientras rumiaba frases que recién había escrito me preguntaba: pero soy yo aquel que mañana en la mañana… No, no soy capaz. No soy yo. Era en verdad un momento de desestructuración y de miedo. Luego al amanecer: al abandonar la cama tibia, una última mirada a mi esposa todavía dormida. Un poco de envidia. La tentación de mandar todo a la mierda y abrazarme a ella. Al final, bajar al estudio. Retomar la fase suspendida pocas horas antes. Un instante de incertidumbre, como cuando el avión se despega de la tierra, una suspensión de nubes… y allá vamos, la escritura empuja hacia arriba, dentro del tren de aterrizaje. Una vez más se logró realizar."

Daniele Del Giudice



“El oficio de escribir no es un trabajo para mí; Básicamente, nunca he tomado la escritura como profesión. Incluso si, en realidad, mis ingresos provienen de eso. No lo veo como una profesión no porque haya, por el amor de Dios, una inspiración o algo más abstracto, solo que para mí escribir es una forma de vida incluso antes de un trabajo. Es una pasión: leer antes de escribir. He leído mucho desde que era niño. Cuando tenía once años, hice mi propio mundo, que ciertamente no imaginé usar como trabajo. Era un mundo paralelo de imágenes e historias. Antes de morir, mi padre me dio dos regalos: uno era una máquina de escribir, un enorme Underwood americano con un teclado italiano; el otro era un Bianchi 28, una bicicleta. En lugar de ir a la escuela Fui con mi bicicleta por la carretera estatal de Appia y recorrí las colinas alrededor de Roma. Llegaba a casa y por la tarde me ponía el casco Underwood debajo del culo y escribía con dos dedos (como todavía lo hago). No pensé que fuera un escritor, para mí era la máquina de escribir la que hacía las historias. Cuando ve una hoja impresa a máquina, ya siente que hay algo.”

Daniele Del Giudice



"Fue dando tumbos sobre las piedras sin prestarme el menor atisbo de atención, con ese aire presuroso "Llego tarde, llego tarde", hasta que debió haberse convencido de que sus padres se habían ido a la mar. Sólo entonces se dio vuelta hacia el agua y, abatido y presa de la angustia, comprendió de qué se trataba. La escena familiar que había presenciado era un momento crítico de su formación personal, el instante en que un pingüino joven se ve obligado a adquirir-por sí mismo, en el mar- el krill y el plancton del que se alimenta, que apenas una hora antes hallaba en el pico de sus padres, como pulpa regurgitada. Me di cuenta de que estaba concediendo dotes antropomórficas a los pingüinos, algo que me había prometido no hacer, y de hecho hablé con Jeremy sobre el particular; mejor atenerse a las numerosas explicaciones sobre la pauta de comportamiento de los pingüinos de diferentes especies que los biólogos habían observado y catalogado convenientemente tras sus arduas expediciones. El problema de los cuentos, cuando se trata de pingüinos, es que vienen determinados por un único punto de vista, el humano. Se superpone todo aquello que tiene que ver con nosotros sobre su inagotable imaginación y curiosidad, cambiando por tanto su significado."

Daniele Del Giudice
Horizonte móvil



"He buscado una barbería; he tratado de mojarme lo menos posible, pero cuando he entrado estaba empapado. El peluquero, un meridional oscuro, al poco de haber iniciado su faena ha dicho: «Tiene usted una barba del tercer tipo.» He preguntado cuál era la diferencia, y él ha cesado de afeitarme para hablar hacia el espejo: «El tercer tipo es el de las barbas secas y duras. El segundo tipo es el de las barbas compactas, extendidas, de piel grasa. Al primer tipo pertenecen las barbas delicadas y ralas.» Le he preguntado si era él quien las había clasificado así, o si la cosa tenía un carácter científico, pero no me importaba su respuesta; pensaba más bien en su afán por repetir esta historia a todo cliente al que no conoce y con el que no tiene temas de conversación; pensaba en el acto de hablar como profesión, hablar para agradar. Ha añadido: «Cada uno tiene su barba.» Sólo para mi tipo, sin embargo, parece ser «verdaderamente indicada» la navaja de barbero, como esta que ahora deja, sobre el papel sanitario con que él la limpia, una estela de jabón y astillitas negras.
Luego, en ese momento del afeitado en que se está en perfecto silencio y se presta atención incluso al acto de tragar saliva, he vuelto a pensar en Angelo y he recordado por fin quién es el que dice «su vida es su obra». Se lo dice Katharine Hepburn a Montgomery Clift en De repente, el último verano. Repitiéndolo como un trabalenguas, en un jardín monstruoso: la vida es la obra del poeta, la obra del poeta es su vida. Pero Sebastian no tenía escrito en su cuaderno siquiera un poema.
El barbero ha dicho: «Tiene que estarse quieto.»
Desde el taxi me fijo en el camino, para entender cómo es posible que en la casa a la que me dirijo se vea la ciudad desde el mar; nada más entrar me acerco a la vidriera para verificar el trayecto desde aquí. Ella sonríe: «He hecho preparar un par de cosas rápidas.» Ha habido unos cuantos cumplidos, he dicho que me parecía muy bien de todas formas.
Durante la comida he hablado de mi jornada matinal, o de otros encuentros, o de ciertas caras o frases que me habían sorprendido. Hablo sin pedir que me explique o me confirme; pero ella ofrece de cada persona algún detalle esmerado, transversal. De cuando en cuando me mira a través de las gafas cuadradas de concha, con las varillas talladas. Ha dicho: «¿No ha pensado en hablar con Gerti?» He contestado que lo había pensado, pero que no sabía cómo encontrarla."

Daniele Del Giudice
El estadio de Wimbledon


"Las historias, los sentimientos, los personajes, la descripción: lograr que se tornen totalmente provisorios; quitarle a cada frase la tierra que pisa, quitarle el fundamento, con el mismo gesto con el que nos esforzamos en proporcionarle una estabilidad. Hoy, cada narración nos parece, a un tiempo, fundada e infundada. Este siglo nos ha educado en la memoria de estas dos condiciones. Este continuo y doble carácter de fundamento e invalidez de la narración es una dimensión de probabilidad, de pura probabilidad. Es lo que resuena hoy en el límite extremo de la escritura: un movimiento subterráneo y esencial de probabilidad e improbabilidad continuas. Tiene que ver, acaso, precisamente con la sombra, con la cantidad de sombra que el lenguaje lleva consigo, que cada palabra lleva consigo en su propia luz; de la sombra que cada uno de nosotros es capaz de contener, guardar y hacer hablar en el interior de la continua y probable, puramente probable, luz de las palabras."

Daniele Del Giudice
In questa luce


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