George Egerton

"Cinco años después, una tarde de otoño, mientras la lluvia salpica sobre los raíles como lágrimas que caen, mientras el olor de la tierra mojada llena de frescor la atmósfera templada y los crisantemos blancos pugnan por levantar la cabeza del camino de gravilla contra el que los ha aplastado el chaparrón, la misma mujer, pues a los veintidós años no queda rastro de la muchacha, baja de un vagón de primera; lleva en la mano un neceser.
Anda con la cabeza gacha y los hombros caídos; la rapidez del paso se debe más a la prisa nerviosa que a la agilidad de la figura. Cuando alcanza la curva de la carretera, se para y contempla la casita de campo de cortinas blancas y alegres maceteros de azulejo. Ve la ventana de la que fuera su habitación, distingue hasta el último tono de las hojas cambiantes de la trepadora que tapiza la pared del mediodía, oye el canto agudo del canario desde donde se ha detenido.
Ni una sola vez ha puesto el pie en ese remanso de paz que es la casita, con su aire de distinguido decoro, desde aquella mañana fértil en acontecimientos en que de ella salió con él; siempre ha ingeniado alguna excusa.
Ahora, al verla, el remordimiento le colma el corazón, y piensa en la madre que en ella ve pasar con placidez los últimos años de su vida, cada día idéntico al anterior, y su determinación flaquea; siente el impulso de regresar, pero el sol poniente relumbra en los cristales del cuarto que ocupaba de niña. Recuerda cómo en las mañanas de verano corría a la ventana abierta y se asomaba para respirar el frescor del rocío y dar la bienvenida al día, cómo se quedaba en vela las noches de luna para bailar, los blancos pies descalzos, sobre la franja de luz de luna mientras dejaba volar hacia el cielo plateado sus fantasías, las ensoñaciones de una jovencita que imaginaba el mundo maravilloso y hermoso que esperaba al otro lado del cristal.
Un sollozo sordo y trabajoso le sube a la garganta al recordarlo, y la expresión de dulzura que durante un fugaz instante se ha mostrado en su rostro se transforma en desilusión amarga."

Mary Chavelita Dunne Bright más conocida por su seudónimo George Egerton
Tierra virgen



"El dinero compra casi todo; pero no el amor de una mujer. Tenemos que conformarnos con una buena imitación."

George Egerton


"Este nombre se pronuncia de esta manera, hasta donde yo se por todos los que tienen este apellido en Inglaterra."

George Egerton
Cuando le preguntaron cómo se pronunciaba su seudónimo, dijo en The Literary Digest que se pronunciaba edg'er-ton











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