Holger Drachmann

"¡Hey, Ole!
¿Tal vez ha llamado el Señor?
Sí. ¿No crees que pronto refrescará?
Por la mañana, si Dios quiere, refrescará lo suficiente.
¡Espero que pronto, Ole! El tiempo es realmente duro y el sol me está abrasando.
Es mejor que ser desollado, pero se equivoca, dijo Aalen. Cuando el Señor esté en la mar será capaz de soportar todas estas cosas.
¿Cuando no tenga piel, Ole?
A fe mía que no será así, Señor.
Dime, Ole, ¿alguna vez has sentido tu piel despellejada?
Sí, Señor, en cierto modo.
¿Cómo fue eso?
En un accidente, en el interior de la costa de China. Permanecí sentado no menos de tres horas y los vestigios de los dioses antiguos y presentes se cebaron sin cesar sobre mí, que enrojecí tanto como un cangrejo. Aquí, si gusta, puede ver el señor las señales.
Sí, Ole. Se ve feo. Quizás sea hora de pensar en freír una chuleta y beber una cerveza.
Estábamos en un barco que Ole y yo habíamos encontrado, un barco de vela, cerca de Søndenstrøm, aunque la marejada lo llevaba hacia Villingebaek, de donde probablemente había partido. Ole era el dueño del barco. Los últimos días habían sido tormentosos e inconstantes, y yo había estado practicando mi paciencia a la hora de renunciar tres veces en veinticuatro horas a las propuestas de Ole. Me sentía oprimido en aquellas cuatro paredes oscilantes en el momento justo en que las nubes de destacaban, portadoras de lluvia, en azarosas condiciones para emprender un viaje a Kullen y llegar por fin a lo largo de la mañana a Stand.
Pudimos ser localizados aproximadamente a medio camino entre la costa de Zelanda y Escania. La brisa ligera, refrescante, que nos había guiado hasta el momento, se disipó totalmente. El aire seguía sin limpiar la tormenta del día anterior. El cielo, de costa a ambos lados y el agua sobre la que nos deslizábamos parecía una gran masa coherente que temblaba positivamente bajo los ardientes rayos del sol. Había algo, no sé muy bien qué, algo infinitamente distribuido en la naturaleza. No era posible determinar cómo todo dormía o penetraba en los elementos, era como si la naturaleza, de eternidad a eternidad, tuviera un aspecto diferente. La hermosa composición de colores que había estado observando desde la playa se había reducido al cubículo de un cuadrado de predominante tonalidad amarillo pálido. Las velas del barco se deslizaban en contra de la imagen del horizonte de nubes pequeñas, púrpuras y brillantes con bordes blancos. Este mundo, infinito e incoloro, como ya he dicho, conducía al barco fuera del agua, de vez en cuando el mar se tambaleaba como un hombre dormido a lo largo de un sendero montañoso."

Holger Henrik Herholdt Drachmann
El ataúd flotante


Oigo en la noche

Oigo en la noche
Desde el bosque dormido
Un grito: ¡Ay,
Dios mío!
Escucho temblor,
no puedo dormir,
me llaman, me apresuro
afuera.

Me despierto en la noche
El bosque dormido
Con voz susurrante:
¿Quién está ahí?
En la oscuridad, donde todo
está quieto y silencioso, de
pie, arbustos
y árboles.

Estoy asustada como si
me hubiera atrevido demasiado
Y vuelve a llamar:
¿Quién está ahí?
Escucho. De los
bosques dormidos que dormían pesadamente,
vuelve el eco:
¿quién está ahí?

Me apresuro por la noche
Desde el bosque tranquilo,
ansiosamente pienso
¡Dios mío!
Me quedo quieto, escucho, no
puedo dormir más.
¿Quién soy? Y donde
estoy atado?

Holger Drachmann




"Su nombre era Hans, pero con gran equidad se había ganado el nombre de "Perro Celestial", a causa de usar artículos de segunda mano.
Vivía en casa de su padre, comiendo pan de varios días y llevando ropa ajada. Su mejor amigo era un mestizo rabón llamado Munter.
El perro es más inteligente que dos personas juntas, decía Hans. Es tan inteligente que no habla, tan salvaje que sólo balbucea estupideces, y siempre es mejor guardar silencio.
Oh-dijo el anciano-, porque al mismo tiempo se sentía triste y orgulloso de su vástago. Estos días escucharemos a Troth farfullar acerca de los días en los que navegó alrededor del Cabo de Hornos-¡tres veces!-
Y el anciano le guiñó un ojo a su hijo y el hijo le devolvió el guiño.
Lo primero que tengo que decir es provenía de Hamburgo, de una casa vieja que todos habían abandonado, excepto yo, por lo cual se burlaban de mí, y así juré que no me verían hasta que hubiera recorrido el Cabo de Hornos no menos de tres veces.
En el esquife de Hamburgo había un barco añejo y su capitán era un hombre de edad.
Le pregunté si podía enrolarme con el resto de la tripulación. Tenía a Munter conmigo.
¿Es tu perro?, me preguntó el capitán Rhederen en alemán.
Sí, le respondí en danés. Es un muy buen perro para el servicio.
Entonces no se habló más del asunto. Pero cuando me disponía a subir a bordo, el capitán me preguntó:
¿Éste es tu perro?
Ya se lo dije. Le llamo Munter.
Deja a ese perro en tierra.
¡En absoluto! Apenas había tiempo para discutir las cuestiones del alquiler en Beetle Bailey, de modo que Munter y yo subimos a bordo.
La disciplina de nuestro viejo capitán y del primer oficial era impecable. Era todo lo que pedía.
Munter todavía estaba en frente del trinquete. Era muy inteligente. Nunca llegó hasta la popa del palo mayor.
Tan pronto como nos hicimos a la mar, se nos dijo que nuestro destino era la isla de Jamaica.
¿Está muy al sur el Cabo de Hornos?, le pregunté al segundo de a bordo.
Tenía el labio leporino y me mostró sus colmillos con osadía.
Con un aspecto un tanto blanquecino, respondió: ¡No en este momento, Hans!
Entonces dejaré el barco para llegar hasta el Cabo de Hornos.
Aquí estás muy bien.
Llegamos finalmente a Jamaica.
Yo cumplía con mi oficio y Munter se adaptaba perfectamente, de modo que no había la más mínima razón para que el viejo desechara al perro. Así lo hizo de todos modos de una manera muy desagradable. Cogió un cubo y lo llevó sobre el hombro derecho hasta el perro, que yacía en la cubierta.
¡Pagadle!-gritó.
Ven, y vamos a abonarte la factura inmediatamente.
Mira hacia fuera-me susurró el segundo de a bordo- y vi un pequeño bote con tres policías a bordo: había sido arrestado y llevado a tierra."

Holger Drachmann
Alrededor del Cabo de Hornos



"Todavía es invierno. Ayer por la tarde, se revirtió el curso del hielo congelado. La lluvia que cayó, mezclada con grandes copos de nieve, como si se tratara de un paño, abrigaron el recinto. Consulté mi barómetro, antes de disponer mi tiempo para tratar de reemplazar las pérdidas de mis añoranzas despedazadas.
¡Otra vez llegó el invierno! Recordé con una sonrisa en los labios que había consultado aquella misma mañana el oráculo meteorológico, que entreveía débiles vientos del sur y la bonanza de un clima templado. El viento soplaba del oeste, inclinándose hacia el norte. En mi sala de trabajo el fuego ardía alegremente, los copos de nieve se aferraban al dintel de los ventanales, las vivificantes gotas de lluvia caían a regañadientes, y yo... pensaba.
Vivía en la parte superior de Strandbakken. Una residencia de verano muy agradable. Éste era el estribillo constante que nos consolaba del inhóspito invierno.
Miré por encima del ruido y vi una gran desolación de color blanco y grisáceo, interrumpida, aquí y allá, por charcos planos en la parte superior de hielo, merced al viento que ondulaba con una leve descarga sobre la quebradiza tierra y parecía absorbido por el Regntykningen, que se cernía sobre Hveen.
Pensé con cierta curiosidad en la historia de Tycho Brahe, aunque parezca extraño, porque no suelo pensar acerca de la grandeza de nuestros exiliados. Pensé en él esta tarde en su Uraniborg, en su soledad en medio de aquellas gruesas paredes.
Un invierno como éste un pescador se había ahogado al intentar llegar a la isla. Era un hombre solo, no un padre de familia, pero en fin...
Entonces, me llamaron a comer, y cuando volví, encendí la lámpara. Sentí en las cortinas el hálito de un aliento fresco, como una cuchara de carbón que se hubiera apoderado de mi fugaz ánimo.
Descubrí que no había llegado muy lejos el papel que tenía delante de mí, pero continué con mi línea de pensamiento: el pescador, el ruido, el hielo, Tycho Brahe y el Noroeste.
El pescador se llamaba Jonas-su nombre era realmente ése- Había salido en compañía de otros y se había perdido en la espesura como un tonto, se había alejado de los demás, y se ahogó. La ballena gigante grande, la muerte, siempre al acecho, se había estirado hasta el límite de su boca y se lo había tragado. Era un pescador honesto, no un profeta, apenas desembarcado en la distante costa de la eternidad."

Holger Drachmann
A medida que el hielo se encadena










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