Joaquín Edwards Bello

"Cuando el Continente Iberoamericano, o Indomediterráneo sea un país solo, cuando hayamos imitado de los yanquis la unión que es la mayor virtud nacional, entonces valdremos bastante más que ellos, a causa de la santidad de nuestras raíces, a causa del espiritualismo histórico."

Joaquín Edwards Bello



"Cuarenta y ocho horas de vida llevo en esta casa estrambótica, sin que pueda penetrar su misterio. Durante las horas del día sus habitaciones permanecen herméticamente cerradas y silenciosas, con el pesado silencio del sueño. Me parece que he roto la costumbre de no almorzar; soy la única que almuerza. Las señoritas hablan conmigo a escondidas, como si cometieran un pecado, y solamente cuando la señora Ismenia sale. Me han prestado novelas muy hermosas; nunca leí libros así, porque, dicho sea de paso, en el Crillón la gente no lee nada, fuera de la señora Cepeda, con su Froi. Estas muchachas son extraordinariamente sentimentales; suspiran; leen; escriben versos; se depilan las cejas, ensimismadas, soñando con las heroínas de sus libros. Me han prestado El Sitio de la Rochela y Genoveva de-Brabante. Nunca creí que se pudieran transmitir ideas tan lindas con los tipos de imprenta. Las niñas de esta casa, tan pulcras para hablar, tan respetuosas y tímidas delante de mí, me intrigan de verdad. ¿Cómo es que, siendo tan educadas y bonitas, yo no las conocía? Se levantan tarde, eso sí, y tienen color lívido de Colombinas, superior a todo maquillaje. La señora Ismenia comienza a servir de enfermera solamente después de las cuatro. No he salido, ni pienso hacerlo; mandé pedir mi diario a la casa, junto con algo de ropa. Después de una aparente mejoría, el papá sigue decayendo. El día es delicioso; pero de noche esta casa se vuelve un castillo de ánimas y aparecidos; en sueños creo percibir una actividad sorda, como de un teatro o de un mar. Oigo ruido de ovaciones y gritos de guaguas enfermas.
Anoche, como sintiera constante ruido en la calle, abrí la ventana, no sin cierto trabajo, y un espectáculo extraño se ofreció a mi vista: la calle estaba iluminada por faros de automóviles, y en las casas cercanas, al frente y al lado, se veían muchachas jóvenes asomadas; pianolas y orquestas funcionaban alegremente. Un chofer se puso a llamarme, de manera familiar, como si fuera mi hermano, lo cual me obligó a cerrar rápidamente. Por lo demás, duermo bien y nadie me molesta. Esta tarde, a las seis, llamaron por teléfono desde un Ministerio, y oí a una de las muchachas que conversaba en camarada con uno de los funcionarios. Cuando estaba comiendo, la mayordoma entró en el comedor, y, pidiéndome perdón, abrió la alacena, de donde sacó la más opulenta ponchera de plaqué que vi en mi vida, llevándola en alto y con cuidado, como una alhaja."

Joaquín Edwards Bello
La chica del crillón


"Dimensión del infinito y arquitectura del silencio como punto de partida."

Joaquín Edwards Bello


"El chico creció al contacto de las faldas, al calor de esa prostitución repugnante, a tres pesos el rato o siete la noche... familiarizándose con ese vicio abyecto y ese lenguaje de basural. A los tres años ya batía las manitas para lanzar palabrotas tremendas. En el prostíbulo, esa triste precocidad tenía éxito de risa. Su madre le daba una palmadita cariñosa en la boca, sonriendo con benignidad; encantada en el fondo de ese futuro peine que había engendrado su vientre. (...) -¡Ahí! ¡A ese! ¡Atajen a ese! Gritaban detrás del fugitivo, pero ningún eco tenían sus gritos en la calle aplastada y negra bajo la noche y la lluvia. Corrieron hasta la línea del tren, donde hay una valla, en carrera desesperada. Esmeraldo llevaba la delantera y encima se venía un tren de carga. Ya iban a alcanzarle cuando se volvió de un salto y clavó un afilado puñal en la garganta del que tenían más próximo. Se desplomó sin un grito, de boca, vaciándose la aorta en calientes borbotones."

Joaquín Edwards Bello
El roto



"El Ejército de Chile es el primero de nuestra América; la Marina, lo mismo. Pero tenemos oficialidades para un país de cincuenta millones de habitantes. Si no construimos aquí ni los fusiles, ni los cañones, ni los barcos de guerra, entonces las fuerzas armadas latinoamericanas son puramente locales. No podrían sostener una guerra con potencias industriales europeas, ni con Norteamérica. Chile encuentra el pretexto de sus armamentos en su pasado histórico y en los países agresivos que le rodean. Los generales en el gobierno son caros y peligrosos, por cuanto sueñan con guerras, con cuarteles modernos y con armamentos. Para los norteamericanos es un buen negocio la agresividad suramericana, a manera de mercado para el excedente inservible de sus armamentos. No veo remedio para el mal. Lo cierto es que contamos con cien generales por cada millón de habitantes. En la misma proporción, y con una escuela militar en cada Estado, los norteamericanos podrían contar con más de quince mil generales."

Joaquín Edwards Bello



"(...) el único partido que me agradaba era el nacista; desde luego, por consistir en un grupo de jóvenes honrados, no políticos ni tragadores de presupuestos (...) Todo lo bueno que promete dar el Frente Popular lo dará el nacismo, pero sin Moscow."

Joaquín Edwards Bello



“El verdadero poeta es vidente.”

Joaquín Edwards Bello


"En días de lluvia parece que los paraguas fueran fantasmas movidos de por sí, sin conciencia. Se dan unos a otros tremendos encontronazos."

Joaquín Edwards Bello




"Hagamos un esfuerzo mental para entender que esos hombres ya no podrían ser lo que fueron a1 salir de España; vivían como sobrecogidos o deslumbrados en los imperios que forjaban donde todo era suyo hasta donde podían abarcar con los ojos para dondequiera los pusieran.
Las indias en ese mundo nuevo les resultaban más equilibradas con su nuevo género de vida, con el clima y con la geografía. Sobre todo, más dóciles y respetuosas. Todavía eran un poco divinos e inmortales en cierto sentido para las naturales de América. No es raro que Valdivia se resistiera a traer a su burguesa del sórdido y terroso pueblo donde él mismo hubiera vuelto a no ser absolutamente nadie.
La historia de la atracción de las indias por los españoles y de estos por ellas es larga. Pedro de Candia, especie de periodista en la expedición de Pizarro, dice: "Muchos de sus hombres quieren desembarcar en Túmbez. Molina declara que él se quedaría para siempre casado con una docena de indias". Hay indias jóvenes, inalterablemente amables, finas y sonrientes.
Viven sin leyes, como aletargadas. América es la sieste eternelle du genre humain. Pájaros maravillosos cruzan por los aires, y hacia todas partes se abren horizontes esperanzados; los ruidos de las aves, de los insectos, de los animalillos y de los cazadores se conciertan en melodías encantadoras. En las diversas regiones las indias sirven de intérpretes y de aliadas. Hernando de Soto, en 1 539, al pasar por los terrenos pantanosos de Everglades, encontró a un indio desnudo, tatuado, con plumas en la cabeza. Se llamaba Juan Ortiz y era sevillano como Barrientos. Había pertenecido a la tropa de Pánfilo de Narváez en la Florida. Prisionero de los indios, debió la vida a las muchachas indias. Según dijeron, era "demasiado joven y hermoso para perecer". Se casó con la hija del cacique.
El viaje de Alonso de Monroy al Perú, excitante como película de cowboys, nos brinda nuevos aspectos. Cerca de Copiapó la expedición de Monroy sufrió el ataque de 1os indios; perecieron los españoles, menos Monroy y Miranda, que fueron conducidos prisioneros delante del cacique. Vivía entre los indios un desertor español llamado Francisco Gasco. Una india se interesó por los prisioneros y les salvó la vida. Gasco tenía hijos mestizos de india (1541).
A Valdivia se le conocieron tres o más concubinas, entre otras Inés Suárez, María Encío y Juana Jiménez. Los inventores de blasones procuran darles origen nobiliario a las tres. Hay datos para creer que María Encío fuera mestiza o mulata. Inés Suárez provenía de Tierra Firme y no hay datos precisos respecto de su origen. Valdivia era enemigo de los nobles, jugador y mujeriego. En Andacollo, 1554, el andaluz Andrés de Alcántara Cepeda tuvo hijos de la india Taliguina.
Don Alonso de Ojeda, conquistador a las órdenes de Colón, tuvo por concubina a una india llamada por él Isabel. Murió en Santo Domingo, dejando algunos hijos de ella. Lo enterraron, y en su tumba la india amiga se recostó para no levantarse; los frailes la encontraron abrazada a la piedra sepulcral: muerta."

Joaquín Edwards Bello
Mitópolis


“Hay más de doscientas mil maneras de apreciar cada cosa que pasa en el mundo.” 

Joaquín Edwards Bello



"Las mujeres, amantes de la vida y no de la posteridad, amantes de la fuerza zoológica visible y no de las virtudes esotéricas, me producen, siempre que las oigo discurrir, el deseo de irrumpir, promovido por los arrestos de fiera que pudieran quedarme de las épocas prehistóricas. La madre ama siempre al hijo pródigo, al más tenorio, al más diablo. La presunción simple de fallecer en París, pobre, olvidado, como Contreras o Pena, me pone escalofríos. Es preferible ser alcalde de Renca, macuco de pueblo, antes que artista puro cuyas cartas un diputado no respondería siquiera."

Joaquín Edwards Bello




"Nunca he podido comprender cómo hay gente que cree en el advenimiento de paraísos de origen político, a menos que se trate de candidatos o canonjías. Tan absurdas que me han parecido las elecciones pre-electorales como las desilusiones de más tarde, que cualquiera persona de edad madura habrá previsto. La exuberancia de las luchas electorales en nuestra tierra es pariente cercana de la Fiesta de los Estudiantes. Sus explosiones o desahogos de un pueblo ausente de esperanza en sus propias actividades. Espera la salud de la fábula del "entierro", de la lotería, de las carreras y los cambios de gobierno. Las desilusiones del pueblo después de las luchas electorales, cuando comprende que las rivalidades exaltadas de los candidatos eran falsificaciones momentáneas, se transforman en estados de silencio taciturno, más peligrosos que las crisis mismas."

Joaquín Edwards Bello




"Se trata de un sueño que tuve hace algunos años. No todos nos atrevemos a contar esta clase de rarezas. Los hombres importantes creen que si cuentan sus rarezas se disminuyen. No las cuentan pero las tienen. Yo no soy un hombre importante. Voy a contar mi caso. Hace algún tiempo tuve un sueño muy impresionante. Soñé que iba en un asiento aislado del tren a Valparaíso. De pronto el tren se detuvo con fuerte golpe de ferralla, de palancas, de freno y de rieles. Se escucharon gritos agudos de pánico. Aparecieron por las puertas del fondo unos individuos con las caras tiznadas y pistolas apuntando a nuestras cabezas. No hice caso de sus gritos de arriba las manos. Todos hicieron caso menos yo. Saqué mi revólver Smith y Wesson, heredado de mi padre, que ahora mismo veo, Número 222746. Patente enr. 24-66, reissue 82.
Sigo con el sueño. En vez de levantar los brazos apunté a uno de los bandidos. Lo maté. El otro me hirió de un balazo en el pecho, pero seguí disparando y lo derribé. Entonces caí muerto, como he deseado, de pie y en pocos segundos, no en cama, entre chatas, potingues y frascos."

 Joaquín Edwards Bello




"Si yo no hubiera vivido en París la guerra 1914-18 sería otro. Seguiría creyendo en eso de la aristocracia castellano–vasca y otras paparruchas por el estilo. Habría un gran vacío en mí. ¡Viva la guerra de 1914!"

Joaquín Edwards Bello




"Sus enemigos quieren hacerles aparecer como apaleadores de rotos. Les provocan para eso. Cuando empiecen a caer los verdaderos enemigos de la patria, los anarquistas de arriba, los sanguijuelas y parásitos, yo, autor de El roto, dispararé codo con codo con ustedes."

Joaquín Edwards Bello



"(...) yo creí en la revolución fascista, como creyó aquí Bardina, y como creyeron en Europa numerosos escritores demócratas, entre otros Knut Hamsun."

Joaquín Edwards Bello



"Yo no escribo para literatos, sino para escritores. Al literato no le puede agradar ese género. Parece que estuviera esbozado, en síntesis. ¡Si supiera con cuanto empeño traté de que fuera así! He borrado poco más de la mitad. Un libro pesado, profundo, tardaría muchos años en llegar al público lector de El Peneca. Yo quiero que me entiendan ahora y no dentro de un siglo."

Joaquín Edwards Bello











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