Mario Roso de Luna La dama del ensueño

Fíjate bien en lo que voy a decir, y observa si ello no está comprobado por la experiencia diaria. Los hombres te tolerarán que seas más guapo, mejor mozo, que recibas toda clase de preferencias significadas por parte del sexo opuesto; pero jamás te tolerarán que tengas más talento que ellos. Por eso todos los genios de la Historia han sido maltratados por sus semejantes, y algunos hasta inmolados cruelmente, para, al otro día, concederles honores casi divinos: Galileo, Beethoven, Cristo mismo…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 2
 
 
¿Cómo? —me dije así que hube leído la carta— ¿Conque se duda de la posibilidad siquiera de que un buen discípulo de las enseñanzas orientales pueda rechazar la tentación de una xana u ondina hermosa, de vestido de seda verdinegro, aunque sea junto a una poética fuente, en el más dulce de los anocheceres astures, siendo así que la tentación de la mujer, la seducción mágica de las eternas Kalayonis, Nysumbas, Herodías, Betsabés y Kundrys, el amable espectro, en fin, de la terrible diosa Kemni del Nilo, constituyó la condición indispensable para las iniciaciones egipcias y aun hoy mismo para la de ciertos monjes drusos del Líbano?…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 5
 
 
Pero, en fin, como no se ha mostrado usted mal muchacho del todo, que digamos, quiero premiarle entregándole este paquetito de misivas, todas nobilísimas, admirables y honradas, con las que otros tales como usted han respondido también a mi reclamo. Se las entrego para que usted, sin comentarios, o con comentarios breves, las publique inmediatamente en honor de una raza, como esta calumniada raza española, la eterna raza de los Quijotes, capaces, una y mil veces, como el hidalgo manchego, o el célebre caballero Godofredo de Rurel, de enamorarse, de oídas tan solo, de una dama a quien en su vida han visto.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 12
 
 
Admitido, desde luego, el que, antes de que nadie se lance a constituir un hogar, deba preocuparse de la llamada cuestión económica para no caer en el consabido dicho picaresco castellano de «contigo pan y cebolla», causa de tantos dolores luego para los inocentes hijos, pero de que la cuestión pecuniaria deba ser la primera y más fundamental, sin contar antes con esa divina embriaguez que se llama enamoramiento, hay un abismo. Si en la plena florescencia de la edad y de la ilusión amorosa se habla de dinero, y no de virtud, ¿qué hogares sólidos pueden construirse sobre tan débiles cimientos? ¿Qué suerte aguarda a los pobres hijos de semejante comandita? ¿Y qué concepto tienen los tales de la sublime abnegación de la mujer, compendiada en el cantar que la define, diciendo: «la que, con paciencia santa, cuando niño, te amamanta; cuando eres joven, te adora, y cuando viejo, te aguanta?». ¡Ay del pueblo que así prostituye moralmente a la mujer; reduciéndola a mera bestia de carga, con la que se comercia! Por mucha que fuere la pretendida ciencia del tal pueblo, la barbarie será con él, en definitiva, tras la más estrepitosa de las caídas, como acaso empezamos a ver con esta llamada Gran Guerra, acarreada por los nefastos y comerciales egoísmos de los hombres, bajo unas leyes animales de lucha, de triunfo del más fuerte, que distan tanto del espíritu cristiano que dicen tener aquéllos, como «el cielo de la tierra…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 33
 
 
Nadie sabe una cosa que afecta al alma como aquel que lo ha pasado.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 40
 
 
No crea que soy un coco. Se me puede mirar.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 41
 

Si en todo coincidimos así, tengo la seguridad de que sabré hacerla a usted feliz y olvidar los disgustos pasados cerca de su cancerbero…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 49
 
 
Ya sabe usted que los españoles, los hombres de mi raza, no desafiamos el peligro, pero, si se presenta, no le esquivamos en ningún caso ni por grande que sea.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 49
 
 
De todas las cualidades que usted me supone, tengo algo. Bueno, la aseguro que lo soy; inteligente, lo dicen los que me conocen, y aunque yo crea que valgo menos que nadie, el valor se me supone como a los soldados que nunca entraron en combate. ¿Romántico? un poquillo; cariñoso, desde luego que sí, y apasionado tremendamente. En todas las discusiones en que intervengo, ya sea de política, ya de guerra, chillo de lo lindo y discuto las cosas como si me interesaran personalmente. No creo necesario decirla que, si la causa del apasionamiento es más grande para mí que todo, si se trata de la mujer que ha de ser mi esposa. Mi pasión por ella será locura, no lo dude. ¿Cómo quiere usted, pues, que, con este temperamento, no sea vehemente? Es una consecuencia muy lógica.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 51
 
 
Creer es una cosa; aparentar, es otra, y de ésta no está libre el que quiera ahorrarse serias dificultades. Yo no le aconsejo a usted que engañe; eso es una bajeza. Pero estudie usted lo que le rodea y no se rebele contra nada. Usted se ve dominada y esto, que nace en gran parte precisamente de que usted exterioriza su rebeldía contra las cosas que la desagradan, la esclavizan más a ellas. Sea usted dueña de sí y entonces las dominará.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 61
 
 
Acaso no esperaba que le dijese lo que le digo. Suponía quizá una carta de amor. Esto sería una mentira. Ni nos vimos, ni nos conocemos; ¿cómo puede un hombre honrado fingir amores en estas circunstancias?
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 62
 
 
Hondos son, sin disputa, los problemas que este hombre genial y práctico plantea en su misiva. Precisa, por tanto, que nos detengamos en ellos.
 
Es el primero éste: «¿Conviene mantener el concepto de que las circunstancias sociales de la mujer son, en efecto, distintas por completo de las del hombre?». El problema del pudor femenino queda planteado así. La moral de nuestro tiempo está, de plano, por la afirmativa; pero ¿no nos convendría buscar en esto quizá, un «nuevo orden desconocido», como aquel que barajaba en su mente el dios Wotan, el Júpiter de la Walkyria wagneriana, orden nuevo que iguale más en derechos a la mujer con el hombre?
 
Estas dos mitades humanas, orgánica y aun psicológicamente complementarias, no están hoy en perfecto pie de igualdad ante la ley ni las costumbres. Para convencerse de lo primero no hay sino leer la obra de Dionisio Diez Enríquez acerca de El derecho positivo de la mujer, y en cuanto a lo segundo, las costumbres actuales, con la más perfecta e hipócrita inmoralidad de fondo, hacen de la más hermosa mitad del género humano seres de condición inferior que no pueden valerse por sí, ni ir a parte alguna «sin el permiso y la compañía de sus amos, los hombres», como en una de sus aladas crónicas dijo el genial Gómez Carrillo.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 62
 
 
A la mujer no se le perdona nada, mientras que al hombre se le perdona todo.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 63
 
 
El corresponsal que así, con sencillez aparente, «deja caer» el problemita en cuestión, como hombre sabio que es, sin duda, añade al descuido este otro pensamiento, sin vuelta de hoja: «Una mujer es ciertamente débil; pero un hombre lo es también, mucho más de lo que usted se imagina…». ¡Débil, la mujer que es heroína al casarse con quien, el noventa por ciento de las veces, puede, a mansalva, tiranizarla! ¡Débil, la que se somete sumisa a los horribles dolores físicos del parto y a ese via-crucis de cuatro o cinco lustros que se llama la crianza y educación de la familia! ¡Débil, la intuitiva y perspicaz por antonomasia, que tiene que soportar de por vida los orgullos super-humanos o nietcheanos que nos aquejan a casi todos los hombres! No; si el terrible dogma, tan impío como falso de la debilidad, es el que más daños ha causado al humano linaje, menos reza con la mujer que con el hombre… Díganlo si no esas blusas vaporosas de aquéllas, usadas a veces entre glaciales temperaturas, y esas pieles de adorno, que, por ser adorno, a veces son llevadas por sus dueñas bajo el sol de Julio, sin contar con el perfecto desprecio del dolor físico, que suponen los corsés angustiadores; los zapatitos con casi un decímetro de tacón que, en opinión de un gran naturalista, enemigo mío, las tornan «de plantígradas en digitígradas»
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 64
 
 
«La religión católica es aquí para muchos un negocio, para muchos más una prenda de vestir, y una convicción, para pocos… Aquí es preciso pasar por católico, porque esa es la prenda religiosa de moda. Con cualquiera otra hace usted el ridículo…».
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 65
 
 
¡No debemos creer, sino aparentar; no debemos ser justos, sino gazmoños y caritativos al uso de Don Juan de Robres; no debemos vivir de nosotros ni de nuestras titánicas rebeldías, al uso de los welsungos wagnerianos, esa raza augusta de los eternos luchadores redentores de pueblos, sino de lo que nos rodea, del qué dirán y del mundo!… Esta ha sido, en efecto, la doctrina única de la decadencia española, desde los días de Isabel y Fernando, hasta los del Carlos hechizado y el Fernando VII torero; esta es también, sotto voce sea dicho, la causa única quizá de la presente guerra, que bendita sea ella con todos sus dolores de parto, si ha de conducirnos al saneamiento del pantano en que se iba a sumergir el planeta entero…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 65
 
 
¿cree usted que no soy mística? Lo soy, amigo mío, lo soy; pero no como lo son la mayoría de los que se llaman católicos.
 
Una de las religiones más hermosas sería la cristiana si se practicara en la pureza de sus primeros tiempos; si se hiciese lo que el bendito Nazareno dijo a sus oyentes en el sermón de la montaña. Si la Humanidad cumpliese el Decálogo, las Bienaventuranzas y el Padrenuestro, esto no sería el tan cacareado valle de lágrimas, sino que sería una mansión de amor y de paz fraterna.
 
Pero bien sabe usted que, por desgracia, no es así; la guerra europea me da la razón; el egoísmo, la hipocresía y la rapacidad de las gentes lo confirman.
 
Ya veis que no soy irreligiosa, no; tengo mi Dios, esa Deidad Incognoscible, Alma del Mundo, de Platón, que muestra su obra en los cielos inmensos, en los insondables misterios del corazón y de la mente… en el «Cristo en nosotros» de San Pablo.
 
Ya ve, pues, que tengo mi Dios, ese Dios grande y sublime que es todo amor, compasión y mansedumbre; ese que ve el explorador en las cumbres de los Andes, en los torrentes impetuosos, en los volcanes, en los bosques y ríos, en los valles y lagos. Ese Dios que todo lo anima y vivifica, el que ha dado vida al mineral, al vegetal, al bruto y al hombre.
 
Amigo mío, el Jehová justiciero y duro de corazón no me convence; Cristo en el Gólgota, sí. ¡Pero le sirven tan mal sus representantes en la tierra, que yo jamás comulgaré con ellos!
Pero no crea por esto que no soy mística; sí, lo soy y en grado sumo, pues creo que para ser buena esposa y mejor madre, hay que tener algo de fe, algo que nos consuele y nos permita consolar a los demás buscando el bien, por el bien mismo.
 
Desde hace cinco años que conocí la Teosofía, creo en el karma, en la ley de causa y efecto, y en la reencarnación. Creo firmemente que empezamos a vivir verdaderamente el día que el sepulturero cubre de tierra el hábito de carne por el cual nos manifestamos en este tan cacareado valle de lágrimas. Creo en la ley de retribución de todo lo bueno y malo que hagamos. Sé que estoy recogiendo en esta vida lo que sembré en edades pretéritas y que ahora trabajo para mi mejoramiento espiritual, con el fin de desarrollar mi Ego superior, para en vidas futuras estar más evolucionada que en esta.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 68
 
 
De carácter y de conducta soy absolutamente distinto de los demás. Soy una rareza o una excepción.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 70
 
 
De carácter y de conducta soy absolutamente distinto de los demás. Soy una rareza o una excepción. A unos de los pocos que reparen en mí les pareceré una de las dos cosas, y a los otros, la otra.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 70
 
 
 
Cada uno está cogido en la vida por el engranaje de las circunstancias, y hace falta extremada habilidad para luchar con ellas cuando se atraviesan en nuestro camino.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 71
 
 
No nos precipitemos, no se precipite usted que no tiene más que veinte años: ¡se lo aconsejó yo, que tengo cuarenta y dos! ¿Que corre el tiempo? ¿Que pasa la ocasión? ¡Bah! El tiempo no hemos de detenerlo en ningún caso; la ocasión es la que cada día se renueva delante de nosotros. Ayer, hoy y mañana estamos siempre en el mismo punto, cara a cara de la vida, y no es cosa de perder el tiempo lamentándose del pasado o temblando por el futuro.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 72
 
 
Podremos llegar a conocernos como si fuésemos desconocidos.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 72
 
 
El más desconocido para cada uno es uno mismo.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 77
 
 
Si a mí me mandasen hacerle un rótulo, una portada al mundo y a toda la humanidad que por él pulula, no le pondría más que esta palabra: —Mentira—.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 77
 
Yo miro la mística como un temperamento, al igual que puede serlo el sanguíneo o el linfático. Considero la mística como la inclinación a creer en nuestra relación con lo sobrenatural, así es que al encuentro en todas las religiones y aun en las filosofías que quieren ajustar la conducta a algo más que a normas materiales.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 77
 
 
Esta es la tortura, el drama de la vida del místico. Si vuelve los ojos hacia la tierra, siente desvío y asco. Si los dirige al cielo, no puede menos de preguntarse con desconsuelo: «Pero ¿me escucha alguien?».
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 79
 
 
Leí hace tiempo en un relato de un misionero, que allá en Corea, contaba la muerte de un compañero, en la miseria, en aquellos valles extraviados de Asia, adonde marchó abandonando una buena posición social y quien, en medio de la fiebre, exclamaba poco antes de expirar: «O la causa que nos impulsó a venir aquí es muy grande, o nuestra locura es mucha». En estas palabras está encerrada toda la lucha interior de todos los místicos superiores: «¿Soy un santo, o soy un loco?».
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 79
 
 
Es usted algo escamón, pues en todas sus cartas veo que duda de algo: mi caso es original, excepcional, como usted quiera llamarlo, pero todo en mí es sincero; leerme es oírme, oírme es verme pensar, y yo pienso siempre lo que siento; por lo tanto, no dude de mí, tenga fe y ya verá cómo al final de esta aventura los hechos míos confirmarán todas mis cartas.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 82
 

Sea bueno y vaya queriéndome un poquito, no me obligue a emplear la ganzúa para meterme en su alma. No sea usted tan hermético, ábrame las puertas de ese santuario, de esa torre de marfil donde usted quiere encerrarse; en una palabra, quiérame y déjeme quererle, para que podamos ser felices algún día.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 83
 
 
Hasta que nos veamos nos amaremos de lejos, como las palmeras, y como ellas nos enviaremos por el aire nuestros besos de amor, sin que ningún torpe deseo manche nuestros labios.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 83
 
 
El Maestro dice a sus discípulos: «No entreguéis los tesoros del reino de Dios a los cerdos, porque los pisotearán y de paso os devorarán a vosotros» …
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 85
 
 
La locura nunca se cifró en las ideas, que pueden ser ciertas o erróneas; siempre se cifró en la conducta, y por eso la inmoralidad en todos los órdenes constituye nuestra mayor locura, pues que sus efectos, por kármica ley de acción y reacción, acaba siempre cayendo sobre nuestras cabezas.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 86
 
 
Nos son simpáticas personas que nos bastaría que las conociésemos mejor para que dejasen de interesarnos o inspirasen desvío, y en cambio a otras que no podemos soportar, si nunca las hubiésemos visto y sólo las tratásemos a distancia, las estimaríamos, sin duda alguna.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 87
 
 
… lo íntimo de cada vida es siempre obscuro…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 88
 
 
Mi vida es una de esas existencias vulgares, incoloras, una cosa inútil y perdida probablemente por un defecto inicial al que no fui capaz de poner remedio cuando tardíamente las circunstancias y mi conocimiento de la vida podían ayudarme.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 89
 
 
La luz todo lo descubre, pero para poetizar un poco, en ciertos casos es indispensable la penumbra.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 94
 
 
Si usted es feliz y me lo dice en un renglón, en dos palabras, me hace usted un bien, me da un buen día; pero cuente que no quiero que usted mienta ¡ni aun para hacerme un bien!
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 98
 
 
 
Todo artista, todo literato, todo ser deja en sus obras trozos de su alma. Cuando se leen o se contemplan estas obras impresionan tan sólo a las almas grandes, a las almas gemelas… A las otras que no sienten igual, que no vibran al unísono les está vedado el percibir la impresión en el alma: sólo la perciben en el cerebro que analiza; en el cerebro que calcula y no siente, que examina y no crea.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 102
 
 
Repito que yo quiero sólo al alma, y que el cuerpo que aprisione a un alma como la que vislumbro en ti, no tiene que ser el objeto de mi amor… ¡Yo lo que quiero en mi futura mujercita es el alma! Pero quiero que nuestras almas choquen en nuestras miradas; que ambas se vean y que, al choque recíproco, se fundan para siempre.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 102
 
 
Las almas que se comprenden no emplean palabras que alejan, sino frases que unen, enlazan, funden y compenetran para siempre.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 102
 
 
Mi Dios está en todas partes: es el Dios en la Naturaleza, expuesto en los Últimos días de un filósofo, de Humphy Davy. No creo en ese Dios ridículo y chico de ciertos cretinos, en ese Dios con el cual se comercia; en ese Dios que para muchos es incomprensible; por lo tanto, no es en tal dirección donde podía yo hallar la panacea de mis males.
 
El Dios colérico y vengativo de la Biblia no me convence. Cristo en el Evangelio, sí; pero sus representantes le sirven mal y por eso yo no comulgo con ellos.
 
Quito el paño, me bajo del púlpito y le digo, para terminar, unas cuantas chirigotas.
 
1.º Que no pienso ni en el ayer ni en el hoy ni en el mañana; sé que todo es presente.
2.º Que acepto gustosa el cambio de correspondencia para ver si seguimos armonizando como viene sucediendo hasta aquí.
3.º Que a mediados de Mayo nos veremos.
4.º Que dentro de unos días le mandaré mi retrato.
5.º (Dicen que no hay quinto malo). Que me es usted la mar de simpático, y no vale ponerse hueco.
6.º Que vaya usted pensando en mandarme su fotografía, ya que va usted a recibir la mía.
7.º y último. Que queda esperando las mieles de su ingenio, su devotísima
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 116
 
 
La amistad es la válvula indispensable para el cambio de ideas, de esperanzas, de ilusiones y de proyectos, ya que las exigencias de la vida y el conocimiento que de ella se adquiere en las rudas lecciones de la experiencia, nos hace desconfiar de todo y de todos.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 120
 
 
—Nada más sencillo —respondió ésta—: recurrí, como debe hacerse siempre, a los poetas, quienes por algo han sido denominados en todo tiempo vates, que quiere decir magos, adivinos.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 148
 
 
… una luna que invitaba a amar a hombres, árboles y astros; una luna excepcional para las grandes confidencias reveladoras.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 152
 
 
Bajo los suavísimos efluvios de aquella Atergatis de los cielos, de aquella Diana, Febea, Ataecina e Isis de los mil y un nombres con los que le designaran al astro de las noches todos los pueblos de la tierra; ante sendas tazas de aromático moka, entre las espirales de humo de los vegueros y añorando en nuestro interés consciente otras noches semejantes pasadas quizá por nosotros en anteriores reencarnaciones druídicas, rodeamos, como cortesanos humildes, a la bella Atergatis terrestre de nuestra Sibila, diciéndole a una: —Reina, diosa, o lo que seáis, pues que todo ello lo es una mujer como vos, decidnos, mientras que las tres dichosas parejas que os deben la felicidad se comunican sus ensueños amorosos, decidnos sí, cuál es vuestro concepto del Amor y de la Mujer. Si el amor es el alimento de los jóvenes, la sabiduría debe serlo de los viejos, y nosotros de estas cosas nada sabemos, en verdad, ante vos. —Ardua es la pregunta e imposible el que os la pueda contestar satisfactoriamente una mujer como yo —respondió la Sibila—. ¿No comprendéis que semejante interrogación constituye la esencia misma del destino de la Humanidad desde que el mundo es mundo? En las teogonías más arcaicas se habla de unos ángeles rebeldes a la Divinidad, y ¿sabéis en qué consistió su rebeldía? Pues en que se negaron a crear, es decir, que se negaron a amar por exceso mismo de amor, pues que protestaron contra el sexo que es nuestra liberación después de nuestra caída. La Biblia misma habla veladamente de aquellos reyes de Edom, perfectos en todo, pero imperfectísimos, sin embargo, por carecer de sexo, ¡del Sexo que es la primera y más inferior de las Claves del Misterio! ¡del sexo, que liga a los soles dobles en el cielo; a los centros planetarios con sus cometas; a la Luna con la Tierra; a los hombres, a los animales, a las plantas, a las moléculas, por sus hidrógenos y oxidrilos, y a los átomos mismos, con sus iones y electrones…!
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 152
 
 
¿Qué extraño el que cayesen prontamente los griegos bajo la servidumbre romana, como los romanos, por idénticas causas, cayeron después bajo la tiranía de los pueblos bárbaros, y como nosotros caeremos bajo otras no menos odiosas tiranías a poco que persistamos en seguir la senda emprendida? En nuestras sociedades hay muchas cortesanas de Tais capaces de pedir a nuestros bárbaros Alejandros la tea para incendiar a Persépolis; muchas Herodías capaces de bailar demandando la cabeza del Bautista; muchas hembras, como Tulia, capaces de saltar con Tarquino por sobre el cadáver de su padre; muchas Mesalinas y Agripinas con sus correspondientes y embrutecidos Claudios y Nerones; muchas hipócritas Teodoras con la piedad en los labios y toda la perfidia cruel de la aborrecible mujer del tonto Justiniano y sus homólogos del Bajo Imperio; muchas Cleopatras, en fin, capaces de envilecer a tribunos como César y Marco Antonio, comprometiendo el propio porvenir del mundo con su funestísima hermosura…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 127
 
 
—Sabio, muy sabio y muy cierto es cuanto decís, Sibila —observó el director del diario—, por eso la mujer cristiana contrasta tan poderosamente con la mujer de los últimos siglos del Paganismo.
—Cepos quedos, mi señor de Montesinos —replicó con viveza la Sibila—; en eso hay mucho que decir, mi buen amigo. Ningún matute mayor que este último ha pasado por los ciegos fielatos de la Historia nuestra. Todo lo sublime, todo lo divino que tiene el cristianismo, es ario puro, es decir, buddhista y antebuddhista, como que el divino Jesús no era sino un Adepto de la Fraternidad aria del Líbano, según puedo demostraros, si así lo deseáis. Pero en torno de esa maravilla celeste de los Evangelios, tanto de los cuatro canónicos, como de los setenta y dos más que por apócrifos injustamente se despreciaron por los Concilios, se ha conglomerado una serie de errores, de injusticias y de desprecios hacia la mujer, que no tienen número. Ya veis, a título de un mal entendido cristianismo gazmoño, se persiguió a los albigenses y se miró con malos ojos la excepcional literatura caballeresca, de la que también habría que hablar no poco. A la mujer, la Epístola célebre de San Pablo, la coloca en condiciones de inferioridad manifiesta, mirándose con malos ojos las segundas nupcias por los primeros cristianos, y hasta discutiéndose seriamente sobre si la mujer tenía o no alma, en cierto Concilio. Además, y este es el karma inexorable de todos los robos, hasta de los literarios, al robar al judaísmo su Biblia, el cristianismo, o por mejor decir, la Iglesia, se hizo solidaria del cruel concepto semita acerca de la mujer, llegando hasta a honrar como «mujeres fuertes», por antonomasia, a las peores y más débiles mujeres de la Historia.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 157
 
 
Repasemos si no, a la ligera, la bíblica galería femenina, donde se pintan con realismo cruel los defectos femeninos, pero no sus virtudes, dejando así, criminalmente incompleto, el concepto de la mujer. Lo primero que hace, ciertamente, la mujer primitiva, Eva, es dejarse engañar por el seductor, hacer caer a su marido, y con él, se dice, a la Humanidad entera. Sahara, en Egipto, niega u oculta su condición de casada frente a Faraón, y luego se ríe hasta de los propios ángeles que tratan de consolarla en su esterilidad profetizándola el nacimiento de un hijo, esto sin contar con las crueldades y celos contra Agar, y su típico orgullo duquesil que hoy diríamos. La mujer de Lot, desobedece también a los propios ángeles de Sodoma, y sus hijas incurren en un pecado tal, que sólo puede leerse, aunque con sonrojo, en el propio y santo Libro. Rebeca engaña a su marido, ciego y viejo, al hacer triunfar la robada primogenitura de Jacob, sobre la legítima de Esaú, con favoritismo que no cuadra en una madre buena. Betsabeé es una adúltera; Thamar, una aprovechada y cínica prostituta; Judit, una despreciable espía; Dalila, una pérfida burladora del vigor y de la grandeza del Sansón que se pierde por ella; la mujer de Urías, una desdichada como tantas otras, bajo las honestidades de aquel rey-profeta que bailaba desnudo delante del Arca Santa una de aquellas danzas obscenas en las que siempre fueran maestras las sirias, y que acabó su vida con la necromante acción de compartir su lecho con una jovencita, jovencita a quien, ¡oh desdichados comentadores!, se la ha pretendido hacer viva imagen de la Iglesia, no menos que aquella Esposa del Cantar de los cantares, precursor de cuantas obras libidinosas en el mundo han sido…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 158
 
 
Salomé Núñez y Topete, honra de nuestra literatura: «A creer a aquel amable psicólogo de Prevost, autor bastante leído por el sexo femenino —dice—, ninguna época como esta ha inspirado tamaña indiferencia hacia la mera belleza física de la mujer; tanto, que ya no preocupa a ningún pueblo, contando el de París como el menos pendiente de semejante detalle… Ni Elena, ni madame de Recamier, ni lady Hamilton, ni madame de Castiglioni lograrían ahora todo lo que, según se dice, lograron antes, ya que no priva en estos tiempos «la más hermosa», sino «la más elegante». Es significativo… »En la capital de Francia y en cuantas naciones la imitan, que son muchas, al culto de la belleza ha sucedido el de la exquisitez… Una mujer hermosa, pero antielegante, no figura por completo, aun cuando posea una «gran figura»… En cambio, una elegante, aunque no pueda llamarse bella, luce hoy a medida de su distinción y buen tono. »¿A qué obedece esto? »Prevost lo atribuye al resorte esencial de nuestras modernas costumbres; el odio al privilegio, el deseo de nivelación, el fin de las insulsas superioridades y de las altivas tiranías… Ahora ni el abogado de Friné conseguiría benevolencia para su defendida, ni madame de Recamier haría el sensacional efecto que hizo al llegar a Londres, donde sus admiradores desengancharon los caballos del carruaje que la conducía y tiraron de él; ni otras muchas beldades, en fin, obtendrían aquella especie de idolatría. »Si ahora se dice de una mujer que es hermosa, la mujer no queda satisfecha. Si el piropo consiste en llamarla bonita, ya se siente más complacida: si se la considera «deliciosa», entonces ya le falta poco para ser feliz, y si se la compara con una Tanagra, con un Boticelli o un Hellen, ya no pide más… que ser ingeniosísima. Porque llamarla hermosa es indicarle que es robusta, que debe someterse a plan para adelgazar, y eso, hoy, es cosa parecida a un desencanto. Las mujeres se han rebelado al grito de «¡Abajo los privilegios! ¡La belleza era un don irritante!». Ellas profundizan, piensan en el cambio progresivo de la mujer en la vida moderna, y se preguntan: «¿Debemos ser únicamente un objeto de adorno, de lujo, de diversión? ¿No es mejor que suspiremos, ante todo, por resultar útiles, por cultivar nuestra inteligencia y cautivar la de los hombres, siendo, no sólo el hechizo de la vista, sino del sentimiento y del entendimiento masculinos?
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 162
 
 
Porque de la misma manera que el punto es proyección de la línea; la línea proyección de la superficie, y ésta, en fin, la proyección o visión abreviada del volumen, las realidades volumétricas que nos cercan, entre ellas la abrumadora del sexo, no es sino la sombra, proyección y reflejo de otras realidades más hondas e hipervolumétricas, que un matemático diría, y existe, a no dudarlo, un verdadero hiper-sexo, ante el que no resulta sino un espejismo de perspectiva nuestro decantado sexo físico-animal, embellecido, sin embargo, por las galas de la imaginación en la Literatura, como última protesta de esta excelsa facultad contra la caída sexual en pleno reinado animal, al fin, como aquel místico abismo del que hablan los preceptos de Psellus cuando dicen: «No desciendas, hijo mío, que bajo nuestros pies hay un abismo, al cual se llega bajando por siete peldaños de sucesiva caída, y al final de los cuales está el terrible Ciclo de la Necesidad, la pavorosa Ciudad del Dite, de la cual ya no existe redención posible: el espantoso abismo, en fin, del sexo pervertido…». —¡Esto es sencillamente maravilloso!— exclamó entusiasmado el culto director del diario madrileño así que concluimos la lectura del texto de la obra en cuestión, y añadió: —¡Esto no puede quedar así, porque la desgraciada Humanidad está ansiosa de que se la descorra de una vez el tupido Velo sexual de Isis, problema que supera a cuantos problemas filosóficos se han planteado desde que el mundo es mundo, porque él es la clave de todos los otros, desde el momento que en él se cifra por entero nuestra propia vida y también la continuidad de la especie humana sobre la Tierra.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 175
 
 
El sexo en todos los seres vivos es una organización yuxtapuesta, perfectamente parasitaria del organismo, sobre el que radica para asegurar con él y con su contrario la continuidad de la especie. El espermatozoide y el óvulo, característicos, en una u otra forma, a todos los seres organizados, no son sino el límite supremo de las cariocinesis o segmentaciones sucesivas de la célula, que ya no puede segmentarse más, exteriorizada o imposibilitada, como lo está ya para una segmentación ulterior por la índole química de sus respectivos jugos protoplásmicos. Mirados, pues, desde el punto de vista cariocinético entrambos representan la Muerte, y, sin embargo, por eso mismo, al conjugarse, generan, por sus propias virtualidades, la Vida. Todo ello acaso fue simbolizado en el mito egipcio del anfiaster de Isis-Osiris, y las cromosomas nucleares, verdadera serpiente Tifón, que, si bien divide a aquel anfiaster, es también cortada en pedazos, o muerta, por el fenómeno sariocenético del anfiaster mismo.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 184
 
 
Amor y Muerte parecen sinónimos conjugados, pero el Amor es más fuerte que LA MUERTE, pues que es LA VIDA.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 184
 
 
El estado de civilización y de cultura de un pueblo no se mide con nada mejor que por la altura moral e intelectual de sus mujeres y por el modo también cómo las consideran los hombres.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 185
 
 
El hombre hace a la mujer y la mujer al hombre. Te diré quién eres, si me dices a quién amas y cómo amas.
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 185
 
 
El Amor es lo Desconocido. Por eso la Divinidad, que es el Supremo Amor, es también lo Supremo Incognoscible…
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 186


¡Bendito sea todo lo que restituya al sexo sus legítimos fueros, sin morbosidades imaginativas, sin hipocresías monjiles, sin escándalos farisaicos, como cruz y redención nuestra que es en el hogar ario y con posibilidades además de franco divorcio, porque ni el hombre ni la mujer son libres de disponer ad perpetuam de su felicidad ni de su vida!
 
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 187
 
 
 
 
 
 


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