Fíjate bien en lo que voy a decir, y observa si ello no está
comprobado por la experiencia diaria. Los hombres te tolerarán que seas más
guapo, mejor mozo, que recibas toda clase de preferencias significadas por
parte del sexo opuesto; pero jamás te tolerarán que tengas más talento que
ellos. Por eso todos los genios de la Historia han sido maltratados por sus
semejantes, y algunos hasta inmolados cruelmente, para, al otro día,
concederles honores casi divinos: Galileo, Beethoven, Cristo mismo…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 2
¿Cómo? —me dije así que hube leído la carta— ¿Conque se duda
de la posibilidad siquiera de que un buen discípulo de las enseñanzas
orientales pueda rechazar la tentación de una xana u ondina hermosa, de vestido
de seda verdinegro, aunque sea junto a una poética fuente, en el más dulce de
los anocheceres astures, siendo así que la tentación de la mujer, la seducción
mágica de las eternas Kalayonis, Nysumbas, Herodías, Betsabés y Kundrys, el
amable espectro, en fin, de la terrible diosa Kemni del Nilo, constituyó la condición
indispensable para las iniciaciones egipcias y aun hoy mismo para la de ciertos
monjes drusos del Líbano?…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 5
Pero, en fin, como no se ha mostrado usted mal muchacho del
todo, que digamos, quiero premiarle entregándole este paquetito de misivas,
todas nobilísimas, admirables y honradas, con las que otros tales como usted
han respondido también a mi reclamo. Se las entrego para que usted, sin
comentarios, o con comentarios breves, las publique inmediatamente en honor de
una raza, como esta calumniada raza española, la eterna raza de los Quijotes,
capaces, una y mil veces, como el hidalgo manchego, o el célebre caballero
Godofredo de Rurel, de enamorarse, de oídas tan solo, de una dama a quien en su
vida han visto.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 12
Admitido, desde luego, el que, antes de que nadie se lance a
constituir un hogar, deba preocuparse de la llamada cuestión económica para no
caer en el consabido dicho picaresco castellano de «contigo pan y cebolla»,
causa de tantos dolores luego para los inocentes hijos, pero de que la cuestión
pecuniaria deba ser la primera y más fundamental, sin contar antes con esa
divina embriaguez que se llama enamoramiento, hay un abismo. Si en la plena
florescencia de la edad y de la ilusión amorosa se habla de dinero, y no de
virtud, ¿qué hogares sólidos pueden construirse sobre tan débiles cimientos?
¿Qué suerte aguarda a los pobres hijos de semejante comandita? ¿Y qué concepto
tienen los tales de la sublime abnegación de la mujer, compendiada en el cantar
que la define, diciendo: «la que, con paciencia santa, cuando niño, te
amamanta; cuando eres joven, te adora, y cuando viejo, te aguanta?». ¡Ay del
pueblo que así prostituye moralmente a la mujer; reduciéndola a mera bestia de
carga, con la que se comercia! Por mucha que fuere la pretendida ciencia del
tal pueblo, la barbarie será con él, en definitiva, tras la más estrepitosa de
las caídas, como acaso empezamos a ver con esta llamada Gran Guerra, acarreada
por los nefastos y comerciales egoísmos de los hombres, bajo unas leyes
animales de lucha, de triunfo del más fuerte, que distan tanto del espíritu
cristiano que dicen tener aquéllos, como «el cielo de la tierra…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 33
Nadie sabe una cosa que afecta al alma como aquel que lo ha
pasado.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 40
No crea que soy un coco. Se me puede mirar.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 41
La dama del ensueño, página 2
La dama del ensueño, página 5
La dama del ensueño, página 12
La dama del ensueño, página 33
La dama del ensueño, página 40
La dama del ensueño, página 41
Si en todo coincidimos así, tengo la seguridad de que sabré
hacerla a usted feliz y olvidar los disgustos pasados cerca de su cancerbero…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 49
Ya sabe usted que los españoles, los hombres de mi raza, no
desafiamos el peligro, pero, si se presenta, no le esquivamos en ningún caso ni
por grande que sea.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 49
De todas las cualidades que usted me supone, tengo algo.
Bueno, la aseguro que lo soy; inteligente, lo dicen los que me conocen, y
aunque yo crea que valgo menos que nadie, el valor se me supone como a los
soldados que nunca entraron en combate. ¿Romántico? un poquillo; cariñoso,
desde luego que sí, y apasionado tremendamente. En todas las discusiones en que
intervengo, ya sea de política, ya de guerra, chillo de lo lindo y discuto las
cosas como si me interesaran personalmente. No creo necesario decirla que, si
la causa del apasionamiento es más grande para mí que todo, si se trata de la
mujer que ha de ser mi esposa. Mi pasión por ella será locura, no lo dude.
¿Cómo quiere usted, pues, que, con este temperamento, no sea vehemente? Es una
consecuencia muy lógica.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 51
Creer es una cosa; aparentar, es otra, y de ésta no está
libre el que quiera ahorrarse serias dificultades. Yo no le aconsejo a usted
que engañe; eso es una bajeza. Pero estudie usted lo que le rodea y no se
rebele contra nada. Usted se ve dominada y esto, que nace en gran parte
precisamente de que usted exterioriza su rebeldía contra las cosas que la
desagradan, la esclavizan más a ellas. Sea usted dueña de sí y entonces las
dominará.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 61
Acaso no esperaba que le dijese lo que le digo. Suponía
quizá una carta de amor. Esto sería una mentira. Ni nos vimos, ni nos
conocemos; ¿cómo puede un hombre honrado fingir amores en estas circunstancias?
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 62
Hondos son, sin disputa, los problemas que este hombre
genial y práctico plantea en su misiva. Precisa, por tanto, que nos detengamos
en ellos.
Es el primero éste: «¿Conviene mantener el concepto de que
las circunstancias sociales de la mujer son, en efecto, distintas por completo
de las del hombre?». El problema del pudor femenino queda planteado así. La
moral de nuestro tiempo está, de plano, por la afirmativa; pero ¿no nos
convendría buscar en esto quizá, un «nuevo orden desconocido», como aquel que
barajaba en su mente el dios Wotan, el Júpiter de la Walkyria wagneriana, orden
nuevo que iguale más en derechos a la mujer con el hombre?
Estas dos mitades humanas, orgánica y aun psicológicamente
complementarias, no están hoy en perfecto pie de igualdad ante la ley ni las
costumbres. Para convencerse de lo primero no hay sino leer la obra de Dionisio
Diez Enríquez acerca de El derecho positivo de la mujer, y en cuanto a lo
segundo, las costumbres actuales, con la más perfecta e hipócrita inmoralidad
de fondo, hacen de la más hermosa mitad del género humano seres de condición
inferior que no pueden valerse por sí, ni ir a parte alguna «sin el permiso y
la compañía de sus amos, los hombres», como en una de sus aladas crónicas dijo
el genial Gómez Carrillo.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 62
A la mujer no se le perdona nada, mientras que al hombre se
le perdona todo.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 63
El corresponsal que así, con sencillez aparente, «deja caer»
el problemita en cuestión, como hombre sabio que es, sin duda, añade al
descuido este otro pensamiento, sin vuelta de hoja: «Una mujer es ciertamente
débil; pero un hombre lo es también, mucho más de lo que usted se imagina…». ¡Débil,
la mujer que es heroína al casarse con quien, el noventa por ciento de las
veces, puede, a mansalva, tiranizarla! ¡Débil, la que se somete sumisa a los
horribles dolores físicos del parto y a ese via-crucis de cuatro o cinco
lustros que se llama la crianza y educación de la familia! ¡Débil, la intuitiva
y perspicaz por antonomasia, que tiene que soportar de por vida los orgullos
super-humanos o nietcheanos que nos aquejan a casi todos los hombres! No; si el
terrible dogma, tan impío como falso de la debilidad, es el que más daños ha
causado al humano linaje, menos reza con la mujer que con el hombre… Díganlo si
no esas blusas vaporosas de aquéllas, usadas a veces entre glaciales
temperaturas, y esas pieles de adorno, que, por ser adorno, a veces son llevadas
por sus dueñas bajo el sol de Julio, sin contar con el perfecto desprecio del
dolor físico, que suponen los corsés angustiadores; los zapatitos con casi un
decímetro de tacón que, en opinión de un gran naturalista, enemigo mío, las
tornan «de plantígradas en digitígradas»
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 64
«La religión católica es aquí para muchos un negocio, para
muchos más una prenda de vestir, y una convicción, para pocos… Aquí es preciso
pasar por católico, porque esa es la prenda religiosa de moda. Con cualquiera
otra hace usted el ridículo…».
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 65
¡No debemos creer, sino aparentar; no debemos ser justos,
sino gazmoños y caritativos al uso de Don Juan de Robres; no debemos vivir de
nosotros ni de nuestras titánicas rebeldías, al uso de los welsungos
wagnerianos, esa raza augusta de los eternos luchadores redentores de pueblos,
sino de lo que nos rodea, del qué dirán y del mundo!… Esta ha sido, en efecto,
la doctrina única de la decadencia española, desde los días de Isabel y
Fernando, hasta los del Carlos hechizado y el Fernando VII torero; esta es
también, sotto voce sea dicho, la causa única quizá de la presente guerra, que
bendita sea ella con todos sus dolores de parto, si ha de conducirnos al
saneamiento del pantano en que se iba a sumergir el planeta entero…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 65
¿cree usted que no soy mística? Lo soy, amigo mío, lo soy;
pero no como lo son la mayoría de los que se llaman católicos.
Una de las religiones más hermosas sería la cristiana si se
practicara en la pureza de sus primeros tiempos; si se hiciese lo que el
bendito Nazareno dijo a sus oyentes en el sermón de la montaña. Si la Humanidad
cumpliese el Decálogo, las Bienaventuranzas y el Padrenuestro, esto no sería el
tan cacareado valle de lágrimas, sino que sería una mansión de amor y de paz
fraterna.
Pero bien sabe usted que, por desgracia, no es así; la
guerra europea me da la razón; el egoísmo, la hipocresía y la rapacidad de las
gentes lo confirman.
Ya veis que no soy irreligiosa, no; tengo mi Dios, esa
Deidad Incognoscible, Alma del Mundo, de Platón, que muestra su obra en los
cielos inmensos, en los insondables misterios del corazón y de la mente… en el
«Cristo en nosotros» de San Pablo.
Ya ve, pues, que tengo mi Dios, ese Dios grande y sublime
que es todo amor, compasión y mansedumbre; ese que ve el explorador en las
cumbres de los Andes, en los torrentes impetuosos, en los volcanes, en los
bosques y ríos, en los valles y lagos. Ese Dios que todo lo anima y vivifica,
el que ha dado vida al mineral, al vegetal, al bruto y al hombre.
Amigo mío, el Jehová justiciero y duro de corazón no me
convence; Cristo en el Gólgota, sí. ¡Pero le sirven tan mal sus representantes
en la tierra, que yo jamás comulgaré con ellos!
Pero no crea por esto que no soy mística; sí, lo soy y en grado sumo, pues creo que para ser buena esposa y mejor madre, hay que tener algo de fe, algo que nos consuele y nos permita consolar a los demás buscando el bien, por el bien mismo.
Desde hace cinco años que conocí la Teosofía, creo en el
karma, en la ley de causa y efecto, y en la reencarnación. Creo firmemente que
empezamos a vivir verdaderamente el día que el sepulturero cubre de tierra el
hábito de carne por el cual nos manifestamos en este tan cacareado valle de
lágrimas. Creo en la ley de retribución de todo lo bueno y malo que hagamos. Sé
que estoy recogiendo en esta vida lo que sembré en edades pretéritas y que
ahora trabajo para mi mejoramiento espiritual, con el fin de desarrollar mi Ego
superior, para en vidas futuras estar más evolucionada que en esta.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 68
De carácter y de conducta soy absolutamente distinto de los
demás. Soy una rareza o una excepción.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 70
De carácter y de conducta soy absolutamente distinto de los
demás. Soy una rareza o una excepción. A unos de los pocos que reparen en mí
les pareceré una de las dos cosas, y a los otros, la otra.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 70
Cada uno está cogido en la vida por el engranaje de las
circunstancias, y hace falta extremada habilidad para luchar con ellas cuando
se atraviesan en nuestro camino.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 71
No nos precipitemos, no se precipite usted que no tiene más
que veinte años: ¡se lo aconsejó yo, que tengo cuarenta y dos! ¿Que corre el
tiempo? ¿Que pasa la ocasión? ¡Bah! El tiempo no hemos de detenerlo en ningún
caso; la ocasión es la que cada día se renueva delante de nosotros. Ayer, hoy y
mañana estamos siempre en el mismo punto, cara a cara de la vida, y no es cosa
de perder el tiempo lamentándose del pasado o temblando por el futuro.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 72
Podremos llegar a conocernos como si fuésemos desconocidos.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 72
El más desconocido para cada uno es uno mismo.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 77
Si a mí me mandasen hacerle un rótulo, una portada al mundo
y a toda la humanidad que por él pulula, no le pondría más que esta palabra:
—Mentira—.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 77
Yo miro la mística como un temperamento, al igual que puede
serlo el sanguíneo o el linfático. Considero la mística como la inclinación a
creer en nuestra relación con lo sobrenatural, así es que al encuentro en todas
las religiones y aun en las filosofías que quieren ajustar la conducta a algo
más que a normas materiales.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 77
Esta es la tortura, el drama de la vida del místico. Si
vuelve los ojos hacia la tierra, siente desvío y asco. Si los dirige al cielo,
no puede menos de preguntarse con desconsuelo: «Pero ¿me escucha alguien?».
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 79
Leí hace tiempo en un relato de un misionero, que allá en
Corea, contaba la muerte de un compañero, en la miseria, en aquellos valles
extraviados de Asia, adonde marchó abandonando una buena posición social y
quien, en medio de la fiebre, exclamaba poco antes de expirar: «O la causa que
nos impulsó a venir aquí es muy grande, o nuestra locura es mucha». En estas
palabras está encerrada toda la lucha interior de todos los místicos
superiores: «¿Soy un santo, o soy un loco?».
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 79
Es usted algo escamón, pues en todas sus cartas veo que duda
de algo: mi caso es original, excepcional, como usted quiera llamarlo, pero
todo en mí es sincero; leerme es oírme, oírme es verme pensar, y yo pienso
siempre lo que siento; por lo tanto, no dude de mí, tenga fe y ya verá cómo al
final de esta aventura los hechos míos confirmarán todas mis cartas.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 82
La dama del ensueño, página 49
La dama del ensueño, página 49
La dama del ensueño, página 51
La dama del ensueño, página 61
La dama del ensueño, página 62
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La dama del ensueño, página 63
La dama del ensueño, página 64
La dama del ensueño, página 65
La dama del ensueño, página 65
Pero no crea por esto que no soy mística; sí, lo soy y en grado sumo, pues creo que para ser buena esposa y mejor madre, hay que tener algo de fe, algo que nos consuele y nos permita consolar a los demás buscando el bien, por el bien mismo.
La dama del ensueño, página 68
La dama del ensueño, página 70
La dama del ensueño, página 70
La dama del ensueño, página 71
La dama del ensueño, página 72
La dama del ensueño, página 72
La dama del ensueño, página 77
La dama del ensueño, página 77
La dama del ensueño, página 77
La dama del ensueño, página 79
La dama del ensueño, página 79
La dama del ensueño, página 82
Sea bueno y vaya queriéndome un poquito, no me obligue a
emplear la ganzúa para meterme en su alma. No sea usted tan hermético, ábrame
las puertas de ese santuario, de esa torre de marfil donde usted quiere
encerrarse; en una palabra, quiérame y déjeme quererle, para que podamos ser
felices algún día.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 83
Hasta que nos veamos nos amaremos de lejos, como las
palmeras, y como ellas nos enviaremos por el aire nuestros besos de amor, sin
que ningún torpe deseo manche nuestros labios.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 83
El Maestro dice a sus discípulos: «No entreguéis los tesoros
del reino de Dios a los cerdos, porque los pisotearán y de paso os devorarán a vosotros»
…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 85
La locura nunca se cifró en las ideas, que pueden ser
ciertas o erróneas; siempre se cifró en la conducta, y por eso la inmoralidad
en todos los órdenes constituye nuestra mayor locura, pues que sus efectos, por
kármica ley de acción y reacción, acaba siempre cayendo sobre nuestras cabezas.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 86
Nos son simpáticas personas que nos bastaría que las
conociésemos mejor para que dejasen de interesarnos o inspirasen desvío, y en
cambio a otras que no podemos soportar, si nunca las hubiésemos visto y sólo
las tratásemos a distancia, las estimaríamos, sin duda alguna.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 87
… lo íntimo de cada vida es siempre obscuro…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 88
Mi vida es una de esas existencias vulgares, incoloras, una
cosa inútil y perdida probablemente por un defecto inicial al que no fui capaz
de poner remedio cuando tardíamente las circunstancias y mi conocimiento de la
vida podían ayudarme.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 89
La luz todo lo descubre, pero para poetizar un poco, en
ciertos casos es indispensable la penumbra.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 94
Si usted es feliz y me lo dice en un renglón, en dos
palabras, me hace usted un bien, me da un buen día; pero cuente que no quiero
que usted mienta ¡ni aun para hacerme un bien!
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 98
Todo artista, todo literato, todo ser deja en sus obras
trozos de su alma. Cuando se leen o se contemplan estas obras impresionan tan
sólo a las almas grandes, a las almas gemelas… A las otras que no sienten
igual, que no vibran al unísono les está vedado el percibir la impresión en el
alma: sólo la perciben en el cerebro que analiza; en el cerebro que calcula y
no siente, que examina y no crea.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 102
Repito que yo quiero sólo al alma, y que el cuerpo que
aprisione a un alma como la que vislumbro en ti, no tiene que ser el objeto de
mi amor… ¡Yo lo que quiero en mi futura mujercita es el alma! Pero quiero que
nuestras almas choquen en nuestras miradas; que ambas se vean y que, al choque
recíproco, se fundan para siempre.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 102
Las almas que se comprenden no emplean palabras que alejan,
sino frases que unen, enlazan, funden y compenetran para siempre.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 102
Mi Dios está en todas partes: es el Dios en la Naturaleza,
expuesto en los Últimos días de un filósofo, de Humphy Davy. No creo en ese
Dios ridículo y chico de ciertos cretinos, en ese Dios con el cual se comercia;
en ese Dios que para muchos es incomprensible; por lo tanto, no es en tal
dirección donde podía yo hallar la panacea de mis males.
El Dios colérico y vengativo de la Biblia no me convence.
Cristo en el Evangelio, sí; pero sus representantes le sirven mal y por eso yo
no comulgo con ellos.
Quito el paño, me bajo del púlpito y le digo, para terminar,
unas cuantas chirigotas.
1.º Que no pienso ni en el ayer ni en el hoy ni en el
mañana; sé que todo es presente.
2.º Que acepto gustosa el cambio de correspondencia para ver si seguimos armonizando como viene sucediendo hasta aquí.
3.º Que a mediados de Mayo nos veremos.
4.º Que dentro de unos días le mandaré mi retrato.
5.º (Dicen que no hay quinto malo). Que me es usted la mar de simpático, y no vale ponerse hueco.
6.º Que vaya usted pensando en mandarme su fotografía, ya que va usted a recibir la mía.
7.º y último. Que queda esperando las mieles de su ingenio, su devotísima
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 116
La amistad es la válvula indispensable para el cambio de
ideas, de esperanzas, de ilusiones y de proyectos, ya que las exigencias de la
vida y el conocimiento que de ella se adquiere en las rudas lecciones de la
experiencia, nos hace desconfiar de todo y de todos.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 120
—Nada más sencillo —respondió ésta—: recurrí, como debe
hacerse siempre, a los poetas, quienes por algo han sido denominados en todo tiempo
vates, que quiere decir magos, adivinos.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 148
… una luna que invitaba a amar a hombres, árboles y astros;
una luna excepcional para las grandes confidencias reveladoras.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 152
Bajo los suavísimos efluvios de aquella Atergatis de los
cielos, de aquella Diana, Febea, Ataecina e Isis de los mil y un nombres con
los que le designaran al astro de las noches todos los pueblos de la tierra;
ante sendas tazas de aromático moka, entre las espirales de humo de los
vegueros y añorando en nuestro interés consciente otras noches semejantes
pasadas quizá por nosotros en anteriores reencarnaciones druídicas, rodeamos,
como cortesanos humildes, a la bella Atergatis terrestre de nuestra Sibila,
diciéndole a una: —Reina, diosa, o lo que seáis, pues que todo ello lo es una
mujer como vos, decidnos, mientras que las tres dichosas parejas que os deben
la felicidad se comunican sus ensueños amorosos, decidnos sí, cuál es vuestro
concepto del Amor y de la Mujer. Si el amor es el alimento de los jóvenes, la
sabiduría debe serlo de los viejos, y nosotros de estas cosas nada sabemos, en
verdad, ante vos. —Ardua es la pregunta e imposible el que os la pueda
contestar satisfactoriamente una mujer como yo —respondió la Sibila—. ¿No
comprendéis que semejante interrogación constituye la esencia misma del destino
de la Humanidad desde que el mundo es mundo? En las teogonías más arcaicas se
habla de unos ángeles rebeldes a la Divinidad, y ¿sabéis en qué consistió su
rebeldía? Pues en que se negaron a crear, es decir, que se negaron a amar por
exceso mismo de amor, pues que protestaron contra el sexo que es nuestra
liberación después de nuestra caída. La Biblia misma habla veladamente de
aquellos reyes de Edom, perfectos en todo, pero imperfectísimos, sin embargo,
por carecer de sexo, ¡del Sexo que es la primera y más inferior de las Claves
del Misterio! ¡del sexo, que liga a los soles dobles en el cielo; a los centros
planetarios con sus cometas; a la Luna con la Tierra; a los hombres, a los
animales, a las plantas, a las moléculas, por sus hidrógenos y oxidrilos, y a
los átomos mismos, con sus iones y electrones…!
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 152
¿Qué extraño el que cayesen prontamente los griegos bajo la
servidumbre romana, como los romanos, por idénticas causas, cayeron después
bajo la tiranía de los pueblos bárbaros, y como nosotros caeremos bajo otras no
menos odiosas tiranías a poco que persistamos en seguir la senda emprendida? En
nuestras sociedades hay muchas cortesanas de Tais capaces de pedir a nuestros
bárbaros Alejandros la tea para incendiar a Persépolis; muchas Herodías capaces
de bailar demandando la cabeza del Bautista; muchas hembras, como Tulia,
capaces de saltar con Tarquino por sobre el cadáver de su padre; muchas
Mesalinas y Agripinas con sus correspondientes y embrutecidos Claudios y
Nerones; muchas hipócritas Teodoras con la piedad en los labios y toda la
perfidia cruel de la aborrecible mujer del tonto Justiniano y sus homólogos del
Bajo Imperio; muchas Cleopatras, en fin, capaces de envilecer a tribunos como
César y Marco Antonio, comprometiendo el propio porvenir del mundo con su
funestísima hermosura…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 127
—Sabio, muy sabio y muy cierto es cuanto decís, Sibila
—observó el director del diario—, por eso la mujer cristiana contrasta tan
poderosamente con la mujer de los últimos siglos del Paganismo.
—Cepos quedos, mi señor de Montesinos —replicó con viveza la Sibila—; en eso hay mucho que decir, mi buen amigo. Ningún matute mayor que este último ha pasado por los ciegos fielatos de la Historia nuestra. Todo lo sublime, todo lo divino que tiene el cristianismo, es ario puro, es decir, buddhista y antebuddhista, como que el divino Jesús no era sino un Adepto de la Fraternidad aria del Líbano, según puedo demostraros, si así lo deseáis. Pero en torno de esa maravilla celeste de los Evangelios, tanto de los cuatro canónicos, como de los setenta y dos más que por apócrifos injustamente se despreciaron por los Concilios, se ha conglomerado una serie de errores, de injusticias y de desprecios hacia la mujer, que no tienen número. Ya veis, a título de un mal entendido cristianismo gazmoño, se persiguió a los albigenses y se miró con malos ojos la excepcional literatura caballeresca, de la que también habría que hablar no poco. A la mujer, la Epístola célebre de San Pablo, la coloca en condiciones de inferioridad manifiesta, mirándose con malos ojos las segundas nupcias por los primeros cristianos, y hasta discutiéndose seriamente sobre si la mujer tenía o no alma, en cierto Concilio. Además, y este es el karma inexorable de todos los robos, hasta de los literarios, al robar al judaísmo su Biblia, el cristianismo, o por mejor decir, la Iglesia, se hizo solidaria del cruel concepto semita acerca de la mujer, llegando hasta a honrar como «mujeres fuertes», por antonomasia, a las peores y más débiles mujeres de la Historia.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 157
Repasemos si no, a la ligera, la bíblica galería femenina,
donde se pintan con realismo cruel los defectos femeninos, pero no sus
virtudes, dejando así, criminalmente incompleto, el concepto de la mujer. Lo
primero que hace, ciertamente, la mujer primitiva, Eva, es dejarse engañar por
el seductor, hacer caer a su marido, y con él, se dice, a la Humanidad entera.
Sahara, en Egipto, niega u oculta su condición de casada frente a Faraón, y
luego se ríe hasta de los propios ángeles que tratan de consolarla en su
esterilidad profetizándola el nacimiento de un hijo, esto sin contar con las
crueldades y celos contra Agar, y su típico orgullo duquesil que hoy diríamos.
La mujer de Lot, desobedece también a los propios ángeles de Sodoma, y sus
hijas incurren en un pecado tal, que sólo puede leerse, aunque con sonrojo, en
el propio y santo Libro. Rebeca engaña a su marido, ciego y viejo, al hacer
triunfar la robada primogenitura de Jacob, sobre la legítima de Esaú, con
favoritismo que no cuadra en una madre buena. Betsabeé es una adúltera; Thamar,
una aprovechada y cínica prostituta; Judit, una despreciable espía; Dalila, una
pérfida burladora del vigor y de la grandeza del Sansón que se pierde por ella;
la mujer de Urías, una desdichada como tantas otras, bajo las honestidades de
aquel rey-profeta que bailaba desnudo delante del Arca Santa una de aquellas
danzas obscenas en las que siempre fueran maestras las sirias, y que acabó su
vida con la necromante acción de compartir su lecho con una jovencita,
jovencita a quien, ¡oh desdichados comentadores!, se la ha pretendido hacer
viva imagen de la Iglesia, no menos que aquella Esposa del Cantar de los
cantares, precursor de cuantas obras libidinosas en el mundo han sido…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 158
Salomé Núñez y Topete, honra de nuestra literatura: «A creer
a aquel amable psicólogo de Prevost, autor bastante leído por el sexo femenino
—dice—, ninguna época como esta ha inspirado tamaña indiferencia hacia la mera
belleza física de la mujer; tanto, que ya no preocupa a ningún pueblo, contando
el de París como el menos pendiente de semejante detalle… Ni Elena, ni madame
de Recamier, ni lady Hamilton, ni madame de Castiglioni lograrían ahora todo lo
que, según se dice, lograron antes, ya que no priva en estos tiempos «la más
hermosa», sino «la más elegante». Es significativo… »En la capital de Francia y
en cuantas naciones la imitan, que son muchas, al culto de la belleza ha
sucedido el de la exquisitez… Una mujer hermosa, pero antielegante, no figura
por completo, aun cuando posea una «gran figura»… En cambio, una elegante,
aunque no pueda llamarse bella, luce hoy a medida de su distinción y buen tono.
»¿A qué obedece esto? »Prevost lo atribuye al resorte esencial de nuestras
modernas costumbres; el odio al privilegio, el deseo de nivelación, el fin de
las insulsas superioridades y de las altivas tiranías… Ahora ni el abogado de
Friné conseguiría benevolencia para su defendida, ni madame de Recamier haría
el sensacional efecto que hizo al llegar a Londres, donde sus admiradores
desengancharon los caballos del carruaje que la conducía y tiraron de él; ni
otras muchas beldades, en fin, obtendrían aquella especie de idolatría. »Si
ahora se dice de una mujer que es hermosa, la mujer no queda satisfecha. Si el
piropo consiste en llamarla bonita, ya se siente más complacida: si se la considera
«deliciosa», entonces ya le falta poco para ser feliz, y si se la compara con
una Tanagra, con un Boticelli o un Hellen, ya no pide más… que ser
ingeniosísima. Porque llamarla hermosa es indicarle que es robusta, que debe
someterse a plan para adelgazar, y eso, hoy, es cosa parecida a un desencanto.
Las mujeres se han rebelado al grito de «¡Abajo los privilegios! ¡La belleza
era un don irritante!». Ellas profundizan, piensan en el cambio progresivo de
la mujer en la vida moderna, y se preguntan: «¿Debemos ser únicamente un objeto
de adorno, de lujo, de diversión? ¿No es mejor que suspiremos, ante todo, por
resultar útiles, por cultivar nuestra inteligencia y cautivar la de los
hombres, siendo, no sólo el hechizo de la vista, sino del sentimiento y del entendimiento
masculinos?
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 162
Porque de la misma manera que el punto es proyección de la
línea; la línea proyección de la superficie, y ésta, en fin, la proyección o
visión abreviada del volumen, las realidades volumétricas que nos cercan, entre
ellas la abrumadora del sexo, no es sino la sombra, proyección y reflejo de
otras realidades más hondas e hipervolumétricas, que un matemático diría, y
existe, a no dudarlo, un verdadero hiper-sexo, ante el que no resulta sino un
espejismo de perspectiva nuestro decantado sexo físico-animal, embellecido, sin
embargo, por las galas de la imaginación en la Literatura, como última protesta
de esta excelsa facultad contra la caída sexual en pleno reinado animal, al
fin, como aquel místico abismo del que hablan los preceptos de Psellus cuando
dicen: «No desciendas, hijo mío, que bajo nuestros pies hay un abismo, al cual
se llega bajando por siete peldaños de sucesiva caída, y al final de los cuales
está el terrible Ciclo de la Necesidad, la pavorosa Ciudad del Dite, de la cual
ya no existe redención posible: el espantoso abismo, en fin, del sexo
pervertido…». —¡Esto es sencillamente maravilloso!— exclamó entusiasmado el
culto director del diario madrileño así que concluimos la lectura del texto de
la obra en cuestión, y añadió: —¡Esto no puede quedar así, porque la
desgraciada Humanidad está ansiosa de que se la descorra de una vez el tupido
Velo sexual de Isis, problema que supera a cuantos problemas filosóficos se han
planteado desde que el mundo es mundo, porque él es la clave de todos los
otros, desde el momento que en él se cifra por entero nuestra propia vida y
también la continuidad de la especie humana sobre la Tierra.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 175
El sexo en todos los seres vivos es una organización
yuxtapuesta, perfectamente parasitaria del organismo, sobre el que radica para
asegurar con él y con su contrario la continuidad de la especie. El
espermatozoide y el óvulo, característicos, en una u otra forma, a todos los
seres organizados, no son sino el límite supremo de las cariocinesis o
segmentaciones sucesivas de la célula, que ya no puede segmentarse más,
exteriorizada o imposibilitada, como lo está ya para una segmentación ulterior
por la índole química de sus respectivos jugos protoplásmicos. Mirados, pues,
desde el punto de vista cariocinético entrambos representan la Muerte, y, sin
embargo, por eso mismo, al conjugarse, generan, por sus propias virtualidades,
la Vida. Todo ello acaso fue simbolizado en el mito egipcio del anfiaster de
Isis-Osiris, y las cromosomas nucleares, verdadera serpiente Tifón, que, si
bien divide a aquel anfiaster, es también cortada en pedazos, o muerta, por el
fenómeno sariocenético del anfiaster mismo.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 184
Amor y Muerte parecen sinónimos conjugados, pero el Amor es
más fuerte que LA MUERTE, pues que es LA VIDA.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 184
El estado de civilización y de cultura de un pueblo no se
mide con nada mejor que por la altura moral e intelectual de sus mujeres y por
el modo también cómo las consideran los hombres.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 185
El hombre hace a la mujer y la mujer al hombre. Te diré
quién eres, si me dices a quién amas y cómo amas.
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 185
El Amor es lo Desconocido. Por eso la Divinidad, que es el
Supremo Amor, es también lo Supremo Incognoscible…
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 186
La dama del ensueño, página 83
La dama del ensueño, página 83
La dama del ensueño, página 85
La dama del ensueño, página 86
La dama del ensueño, página 87
La dama del ensueño, página 88
La dama del ensueño, página 89
La dama del ensueño, página 94
La dama del ensueño, página 98
La dama del ensueño, página 102
La dama del ensueño, página 102
La dama del ensueño, página 102
2.º Que acepto gustosa el cambio de correspondencia para ver si seguimos armonizando como viene sucediendo hasta aquí.
3.º Que a mediados de Mayo nos veremos.
4.º Que dentro de unos días le mandaré mi retrato.
5.º (Dicen que no hay quinto malo). Que me es usted la mar de simpático, y no vale ponerse hueco.
6.º Que vaya usted pensando en mandarme su fotografía, ya que va usted a recibir la mía.
7.º y último. Que queda esperando las mieles de su ingenio, su devotísima
La dama del ensueño, página 116
La dama del ensueño, página 120
La dama del ensueño, página 148
La dama del ensueño, página 152
La dama del ensueño, página 152
La dama del ensueño, página 127
—Cepos quedos, mi señor de Montesinos —replicó con viveza la Sibila—; en eso hay mucho que decir, mi buen amigo. Ningún matute mayor que este último ha pasado por los ciegos fielatos de la Historia nuestra. Todo lo sublime, todo lo divino que tiene el cristianismo, es ario puro, es decir, buddhista y antebuddhista, como que el divino Jesús no era sino un Adepto de la Fraternidad aria del Líbano, según puedo demostraros, si así lo deseáis. Pero en torno de esa maravilla celeste de los Evangelios, tanto de los cuatro canónicos, como de los setenta y dos más que por apócrifos injustamente se despreciaron por los Concilios, se ha conglomerado una serie de errores, de injusticias y de desprecios hacia la mujer, que no tienen número. Ya veis, a título de un mal entendido cristianismo gazmoño, se persiguió a los albigenses y se miró con malos ojos la excepcional literatura caballeresca, de la que también habría que hablar no poco. A la mujer, la Epístola célebre de San Pablo, la coloca en condiciones de inferioridad manifiesta, mirándose con malos ojos las segundas nupcias por los primeros cristianos, y hasta discutiéndose seriamente sobre si la mujer tenía o no alma, en cierto Concilio. Además, y este es el karma inexorable de todos los robos, hasta de los literarios, al robar al judaísmo su Biblia, el cristianismo, o por mejor decir, la Iglesia, se hizo solidaria del cruel concepto semita acerca de la mujer, llegando hasta a honrar como «mujeres fuertes», por antonomasia, a las peores y más débiles mujeres de la Historia.
La dama del ensueño, página 157
La dama del ensueño, página 158
La dama del ensueño, página 162
La dama del ensueño, página 175
La dama del ensueño, página 184
La dama del ensueño, página 184
La dama del ensueño, página 185
La dama del ensueño, página 185
La dama del ensueño, página 186
¡Bendito sea todo lo que restituya al sexo sus legítimos
fueros, sin morbosidades imaginativas, sin hipocresías monjiles, sin escándalos
farisaicos, como cruz y redención nuestra que es en el hogar ario y con
posibilidades además de franco divorcio, porque ni el hombre ni la mujer son
libres de disponer ad perpetuam de su felicidad ni de su vida!
Mario Roso de Luna
La dama del ensueño, página 187
La dama del ensueño, página 187
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