Mark Doty

"Hay aquellas horas afortunadas cuando el mundo consiente en un poema."

Mark Doty



No estabas bien pero tampoco muy enfermo todavía;
sólo algo cansado, con tu belleza
teñida por el dolor o la anticipación, que dotaban
a tu rostro de una profunda y reflexiva gracia.

No dudé ni por un momento de que estabas muerto.
Sabía que era un hecho, incluso en el sueño.
Habías salido —¿a trabajar, tal vez?—
y tuviste un día bueno, intenso casi.

Parecía que nos mudábamos de una vieja casa
en la que habíamos vivido, cajas por todas partes, cosas
desordenadas: ese era el argumento de mi sueño
pero, aun dormido, la sorpresa de tu rostro

me hizo perder el hilo, el hecho físico de tu rostro:
a centímetros del mío, recién afeitado, cariñoso, atento.
¿Por qué es tan difícil recordar tu auténtico
aspecto sin una fotografía, sin esfuerzo?

Así que cuando vi tu rostro vulnerable, leal,
tu mirada inconfundible que desprendía toda la calidez
y la claridad de una taza de té caliente nos abrazamos
durante el tiempo que el sueño nos permitió.

Bendito seas. Regresaste para que pudiera verte
otra vez, con claridad, para que pudiera apoyarme en ti
sin pensar que esta felicidad fuera a aliviar nada,
sin pensar que estabas vivo de nuevo.

Mark Doty


Pescadero

Pequeñas cabras como mi boca y mis dedos

una de ellas permanece en pie ante la alambrada,
golpetea la valla ennegrecida por la suciedad del campo,

empuja con brío su boca hacia mi boca,
de modo que puedo ver las pequeñas semillas cuadriculadas de sus dientes y su encrespada barba,

y luego ella me besa, aunque sé que no es exactamente un “beso”,

e inclina su cabeza hacia atrás, arqueando su lomo, una cabra practicando yoga,
con todo placer, saludo e indiferencia: ella me ama,

me gusta mucho, se interesa por mí, no me conoce en absoluto,
no necesita conocerme, a pesar de ello me ha reconocido. Así que me siento radiante

desde que he sido dispensado con tal acogida, extendidos sus cascos,
permanece fragante en el suelo, descansando al lado de mi mano.

Mark Doty


Source

He estado viajando todo el día, hacia el norte
-recorriendo carreteras pequeñas y contemplando casas de madera
que se despertaban sobresaltadas por el verdor que crece a su alrededor.
cuando vi tres corceles en un campo vallado
al borde de la angosta carretera: eran caballos blancos,

dos uniformemente cubiertos de nieve, el otro tiznado
como si hubiera estado rondando escamas de óxido.
Eran de tamaño mediano, pequeño y

largo- dos de ellos permanecieron observándome mientras el más pequeño
se hundió hasta las rodillas en un pequeño estanque aledaño.

sacudiendo la cabeza y
-era inconfundible-
deleitándose con fruición en la gélida agua

en torno a sus cascos y tobillos.
Seguí conduciendo, enfilado hacia la ciudad.

con el fin de visitar librerías, y en alguna cafetería
mirar las novedades literarias
y los nuevos volúmenes de poesía, pero todo el tiempo

estuve pensando en los caballos,
y cuando volví a verlos de nuevo,

los tres abandonaron sus juegos
cualesquiera que fueran
y se acercaron a la valla de alambre

-me detuve en el arcén de hierba
de la carretera- para ver qué les había traído allí.

Mark Doty

















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