Mathias Énard

"El alfabeto es muy fácil, eso lo aprendes en dos días. El ruso es muy difícil porque es una lengua llena de excepciones y de cosas raras. Es más difícil que el árabe. Porque el árabe es una lengua perfecta, es la lengua de Dios, en ella no hay excepciones ni cosas extrañas, es muy normativa. En cambio, el ruso es una pesadilla. Lo olvido muy rápido, obviamente porque no voy casi nunca a Rusia."

Mathias Énard



"El árabe tiene una relación muy estrecha con el islam. De hecho, surge con el islam, el árabe del Corán nace con el Corán, no es el dialecto que hablaba Mohamed, Mahoma, sino que es una lengua aparte, quizá sea el único milagro que realmente hizo el profeta. La lengua nace entera, nos llega perfecta, única, no sabemos cómo."

Mathias Énard



"El caballo de Clovis fractura extremidades y revienta cráneos de guerreros en el suelo como si caminara por un campo de coloquíntidas pegajosas. Alarico está muy cerca. El Rex Gothorum lo posee todo, desde el Loira hasta África. El caballo no ve al jinete contra el que se dirige; muerde la montura de Alarico en la crin, luego se encabrita; inclinado hacia delante, el sachsum extendido como una prolongación del brazo, Clovis hiende su arma en la tripa del godo; la hoja resurge, brillante chorro negro, delante del omóplato, contra el cuello atiesado por la inminencia de la muerte; Alarico se levanta de su montura, su grito se apaga por el gorgoteo del flujo sanguíneo en la garganta, luego en la boca: durante un instante está allí, sostenido por una espada en el extremo milagroso de un brazo tendido, sobre un caballo en pie, los cascos en escorzo. Los ojos de Alarico congelados en el cielo de la llanura; el caballo de Clovis cae como se desliza el godo de su montura cuando Clovis saca el metal de su cuerpo —ruido de hueso que friega el acero— para blandir la púrpura de su espada perlada de sangre enemiga en lo alto, sobre su tiara y su casco: ¡Alarico está muerto! ¡Victoria!, en el momento en que el rey choca contra el suelo, en el chasquido del bronce y la opaca embriaguez de la derrota. Con un último movimiento de furia, los jinetes godos intentan aflojar la pinza que los triturará y se apartan, salvajemente, de la amenaza de las franciscas que los diezman, les cortan los jarretes, les rajan los muslos en chorros de sangre, fracturan sus rostros de la nariz hasta la nuca: retroceden con los restos de su rey hacia sus dos hijos, Amalarico y Gesaleico, para retirarse hacia el sur.
Horas más tarde, cuando se baja de su caballo bayo, Clovis hinca una rodilla en el suelo y reza; da las gracias a Wuodan y a Yngvi; da las gracias al Cristo que revolotea a su alrededor como un cuervo de campo de batalla. Gracias por el Último Reino. Gracias por los Muertos. Gracias por los Milagros. ¡Gloria a san Martín! ¡Gloria a san Hilario! ¡Gloria!
Sigue confortando y acariciando al caballo que tan bien le ha servido (¿será un enviado del Señor? ¿Una emanación del Dios del bosque?) y, prácticamente solo, en compañía de algunos combatientes cuyo salvajismo se ha transformado en temor místico entre la niebla y la muerte, les deja los difuntos a los sacerdotes y a las grajillas, cuando la tarde cae gris perla sobre la tierra ya negra, y se dirige a la abadía de San Hilario donde se encuentra Maixent el Piadoso, para agradecerle sus oraciones y contarle el resultado de la batalla, la victoria lograda gracias a él; y para arrepentirse de la ayuda de los ídolos, que ha deseado y ha obtenido."

Mathias Énard
El banquete anual de la cofradía de sepultureros


"El gran peligro para un escritor es encerrarse en su mundo y no ver más allá de lo que está haciendo."

Mathias Énard



"El vendedor ambulante se levantó y salió, sin duda para satisfacer alguna necesidad fisiológica (entendí que, a diferencia de los campings del Salzkammergut, aquella tienda no disponía de ningún tipo de sanitario; a mamá no le hubiese parecido bien en absoluto; también me habría advertido en relación a los alimentos, aunque el poderoso aroma a chamuscado parecía indicar que la leche había sido hervida) y el jeque aprovechó su ausencia (lo cual confirmaba que el vendedor ambulante era sospechoso de ser un informador) para confiarnos, en voz baja, que efectivamente había unas ruinas olvidadas y misteriosas, lejos, al sudoeste, en la frontera del desierto con la montaña basáltica que separa la badiyé de la llanura del Hauran, toda una ciudad, dijo el viejo, cubierta de osamentas; me costó muchísimo comprender esa palabra, «hueso», «osamenta», y tuve que preguntarle a Sarah qué significaba adhm; según el jeque, se trataba de las ruinas de una de las ciudades destruidas por la cólera de Dios, como estaba escrito en el Corán: hablaba de ella con pavor, decía que el lugar había sido maldito y que jamás, que nunca jamás los beduinos acampaban cerca de ella: se contentaban con contemplar las montañas de huesos y de escombros, recogerse y seguir su camino. Bilger alzaba la mirada al cielo con un aire exasperado y completamente descortés para con nuestro huésped; es fácil de encontrar, esa ciudad, se burlaba, según la Biblia basta con coger a la derecha en el cruce de la mujer convertida en estatua de sal. Yo traté de averiguar algo más. ¿Eran huesos de animales? ¿Un cementerio de camellos, tal vez? ¿Una erupción volcánica? Mis preguntas hicieron reír al viejo, no, los dromedarios no van a esconderse a un lugar secreto para morir, la palman allí donde están, se echan en el suelo y mueren como todo el mundo. Bilger me aseguró que todos los volcanes de Siria estaban extintos desde hacía decenas de miles de años, lo que convertía la hipótesis de la erupción en algo poco probable; a él todo aquello le parecían patrañas nacidas de la supersticiosa imaginación de los autóctonos. Yo imaginaba, en las pendientes de un cráter de basalto lunar, los restos de una antigua fortaleza y de una ciudad desaparecida, cubiertos con los huesos de sus habitantes, muertos en Dios sabe qué catástrofe: una visión pesadillesca, negra, selenita. El vendedor ambulante regresó a la tienda, entonces salí yo; era de noche; el frío parecía ascender desde las piedras directo al cielo, helado de estrellas. Me alejé de la tienda para orinar, el perro me acompañó un momento hasta abandonarme para ir a husmear más lejos, en la oscuridad. Sobre mí, a pesar de no haberlo advertido antes, alto en el cielo, señalando al oeste, a Palestina y al Mediterráneo, brillaba, súbita revelación, un cometa de larga cabellera y polvo reluciente."

Mathias Énard
Brújula


“Hemos transmutado la muerte en belleza durante siglos, la sangre en flores, en fuentes de sangre, llenado los escaparates de los museos con uniformes manchados de sangre y de gafas rotas por el martirio y nos enorgullece, porque cada martirio es una amapola que es roja que es un poco de belleza que es ese mundo.”

Mathias Énard



“[…] la vida hace nudos, la vida hace nudos y pocas veces son los del vestido de San Francisco; nos cruzamos, nos perseguimos, durante años, en la oscuridad y cuando por fin pensamos agarrar manos entre las nuestras, la muerte lo recupera todo.”

Mathias Énard
Brújula


“Los ojos de un viajero se dan cuenta de lo que somos incapaces de ver.”

Mathias Énard




“Que sensación extraña la de leerse a sí mismo. Un espejo que envejece. Me siento atraído y rechazado por ese yo antiguo como si de otro se trataría. Un primer recuerdo, intercalado entre el recuerdo y yo. Una hoja de papel diáfana que la luz atraviesa para dibujar otras imágenes. Un vitral. Yo está en la oscuridad. El ser siempre se encuentra en aquella distancia, entre un sí mismo inescrutable y el otro en sí mismo. En la sensación del tiempo. En el amor, que es la imposibilidad entre sí mismo y el otro. En el arte, la experiencia de la alteridad.”

Mathias Énard
Brújula






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