Samuel R. Delany

"Contempló la ranura de la tarjeta: ¿Cómo hago ahora para recuperar mi tarjeta?, pensó, con cierto pánico. ¿Tirando de ella con mi ficha de cinco franqs?
No podía alcanzarla con la uña. ¿Era posible que el fallo estuviera aquí en la cabina y no en el banco de almacenamiento?
Dominado por la indecisión, se reclinó contra la pared de atrás de la cabina y miró fijamente la tormenta de puntos en la pantalla. Se inclinó una vez hacia delante y aplicó el ojo a la ranura. Un centímetro más allá de los labios de aluminio, el borde de la tarjeta se estremecía como una lengua nerviosa al compás de algún zumbante mecanismo de relojería.
Se inclinó de nuevo contra la pared.
Al cabo de tres minutos, la pantalla se volvió gris; el zumbido del altavoz cesó. La tarjeta asomó bruscamente por la ranura de metal (como una lengua impresa, sí; con una foto de él en una esquina). Mientras la tomaba con sus manos de sus gruesas muñecas cargadas de brazaletes, que hubieran tintineado en unas muñecas más delgadas (Lawrence había dicho: «Las muñecas gruesas simplemente no son consideradas atractivas aquí», y había suspirado. Bron, finalmente, había sonreído), vio su reflejo en el muerto cristal.
Su rostro (el jarabe manchaba su hombro), bajo un pálido y rizado cabello, estaba alterado. Una ceja (desde la edad de veinticinco años no había dejado de crecer constantemente, de modo que en la actualidad tenía que recortarla a menudo) estaba revuelta: la otra la había reemplazado, a los diecisiete años, por un arco de oro incrustado en la piel. Podía habérselo hecho quitar, pero aún disfrutaba con el tributo a una adolescencia más salvaje (más de lo que estaba dispuesto a admitir) en el Goebels de la Bellona de Marte. ¿Ese arco de oro? Incluso entonces había sido un pequeño aunque violento capricho. Nadie ahora, en Tritón, sabía ni le importaba su significado. Francamente, hoy, ni siquiera nadie en el más civilizado Marte.
El collar de cuero que se había hecho montar por su casa de alquiler de diseño, con hebilla y tachas de latón, era simplemente una nostalgia de la moda del año pasado. La irregular telaraña coloreada que cubría su pecho era un intento de algo lo suficientemente original como para preservar su dignidad, pero bastante aproximado a la moda de este año.
Estaba devolviendo su tarjeta a su bolsa cuando algo cliqueteó: su ficha de dos franqs había caído en la cazoleta de devolución, reiterando lo que la cabina en sí proclamaba en aquel lugar: el gobierno se preocupaba por sus ciudadanos.
Recogió la ficha con el dedo (con la máquina estropeada, no sabría si los dos franqs habían sido o no cargados en su crédito hasta que se pusiera en contacto con el ordenador de su coop) y apartó la cortina a un lado. Pensó:
Realmente, no he podido observar a mi última persona. Yo...
La Plaza de la Luz estaba ahora, por supuesto, casi desierta. Sólo una docena de personas se dirigían hacia esta o aquella calle lateral. En realidad, no había ninguna multitud entre la que elegir una última persona."

Samuel R. Delany
Tritón


"El público en general es una ficción estadística creada por algunos hombres excepcionales para hacer que la soledad de ser excepcional sea un poco más fácil de soportar."

Samuel R. Delany



"Históricamente, creo que así es como funciona la ciencia ficción: comienzas a usar extraterrestres para pensar lo impensable, y luego, finalmente, otro escritor, habiéndose sentido un poco más cómodo con la noción anterior, se la lleva a lo humano."

Samuel R. Delany


"La lingüística es en gran medida una ciencia. Es una ciencia humana, una de las humanidades. Y es una de las humanidades más interesantes."

Samuel R. Delany


"La sugestión es una estrategia literaria."

Samuel R. Delany



"No son las sociedades ni los individuos los que moldean el lenguaje, sino todo lo contrario.
¡Carnicero, no lo sabía! ¡No podía saberlo!
Y en el eco, sus mentes se fundieron en un grito: No podía… no podía. Esta luz.
Se lo dije a Brass, le dije que debías hablar algún lenguaje que no tuviera la palabra «yo», y le dije que no conocía ninguno; pero sí había uno… ¡el más obvio, Babel-17!
Sinapsis congruentes se estremecieron armónicamente, hasta que las imágenes se fijaron y ella empezó a crear fuera de sí misma, lo vio...
...En el solitario confinamiento de Titin, rascando en la pintura verde de la pared un mapa con su espolón, encima de las obscenidades palimpsésticas de los prisioneros de dos siglos: un mapa que ellos seguirían cuando él se escapara, un mapa que los conduciría en la dirección equivocada; lo vio caminar durante tres meses, ida y vuelta por ese espacio de un metro y medio, hasta que su cuerpo de un metro noventa llegó a pesar cincuenta y un kilos y él se desplomó en las cadenas de la desnutrición.
Trepó del pozo a través de una triple cuerda de palabras: desnutrir, destrozar, desdeñar; colapsar, confrontar, colectar; cadenas, cambio, casualidad.
Él colectó sus ganancias de manos del cajero y estaba a punto de caminar a través de la alfombra parda del Casino Cósmico en dirección a la puerta, cuando el croupier negro le bloqueó el paso, sonriendo ante la enorme valija de dinero.
—¿Le gustaría intentarlo una vez más, señor? ¿Algo que fuera un desafío a su habilidad de jugador?
Lo llevaron hasta un magnífico tablero de ajedrez 3-D, con piezas de cerámica esmaltada.
—Juego en contra de la computadora de la casa. Por cada pieza que pierda, pierde mil créditos. Cada pieza que gane le reporta la misma cifra. Los jaques valen quinientos créditos. El jaque mate le reporta al ganador cien veces el costo de las piezas, tanto para usted como para la casa.
Era un juego para poner parejas sus ganancias exorbitantes… y sus ganancias habían sido exorbitantes…
—A casa y llevar ahora este dinero —le había dicho al croupier.
El croupier sonrió y le dijo:
—La casa insiste en que usted juegue.
Ella observó, fascinada, mientras el Carnicero se encogía de hombros, se volvía hacia el tablero… y le daba jaque mate a la computadora en siete tontas jugadas. Le dieron su millón de créditos… y trataron de matarlo tres veces antes de que llegara a la puerta del casino. No tuvieron éxito, pero el deporte había sido más satisfactorio que el juego."

Samuel R. Delany
Babel-17


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