Volodymyr Drozd

"Él era un demonio ordinario de la variedad doméstica: un duende pequeño y peludo de pelo con cuernos semejantes a verrugas y ojos ardientes. Él vivía en el ático de una antigua casa de cinco pisos, en un oscuro rincón entre la chimenea de la sala de calderas y un canal oxidado, en el que se guarecía cuando el techo estaba goteando.
Era tan antiguo como el mundo y sabía que iba a vivir tanto como él. Esa vida sin límites, eterna, hizo que el duende adquiriera un carácter taciturno y circunspecto.
Nada le sorprendía, porque había visto de todo. Nunca se apresuraba porque podía prever el futuro. La madeja del futuro pesaba sobre su mente, como hilos de una madeja interminable, día tras día, a la salida y a la puesta de sol, bajo el telar universal. No podía pensar en nada durante días y noches. El tiempo para él se había materializado de tal forma que podía tocarlo, como el agua de un río en verano o una ráfaga de aire caliente. Se sumergía en esa corriente desde hacía tiempo y eso le hacía feliz.
Por la tarde, al duende le gustaba sentarse en el campanario, coronado por una veleta que se había oxidado hacía ya mucho tiempo y que mostraba cómo el viento del sur esclavizaba la animada ciudad bajo sus pies. En ese hormiguero de ladrillos había un bullicio constante de personas, coches e incluso raquíticos árboles. La gente siempre iba de prisa, como si se persiguieran unos a otros, empujados hacia las aceras por los autos que obstruían el movimiento de los viandantes. Mientras tanto, el sol se enfriaba y se tornaba púrpura, infundiendo un color rojo profundo a los techos nevados, reflejando un resplandor de color rojo rubí en los cristales, como si los fuegos rugieran en las estufas más allá de las ventanas."

Volodymyr Drozd
Las estaciones



"Sólo una vez, durante mi juventud, las alas de la fama me alcanzaron. Luego, revolotearon lejos en busca de otros seres más afortunados.
Acababa de publicar mi primera, y hasta ahora única colección de historias. Se exhibieron en las librerías y puestos de periódicos y todos los días daba un paseo por la calle principal de la ciudad y admiraba mi creación. Cogía el libro y lo hojeaba por enésima vez, acariciando con los ojos mi propio retrato grabado de perfil. La mejor parte eran mis gafas. Quizás los labios también se parecieran a los míos. De todos modos, allí estaba mi nombre en letras grandes y me reconocía a mi mismo en todas las copias del libro. Por desgracia, nadie más me reconoció. Las vendedoras miraban más allá de mí. Ocasionalmente, un cliente veía el libro con su cubierta de colores en mis manos. Me preguntaba de qué trataba y le contestaba que trataba acerca de la gente, como si nadie hubiera escrito nunca sobre ese tema.
El cliente tomaba entonces el libro en sus manos y sus dedos iban recorriendo los trozos de tela que salvaguardaban el alimento espiritual. Apreciaba su humillante bajo precio y desconfiando de un producto tan económico, lo devolvía al estante, al soporte de exhibición.
Perdía horas de sueño para poder seguir escribiendo. Soñaba con ver mis colecciones en todas las librerías. Pensé que todos se darían cuenta y me aplaudirían. ¡El mundo cambiaría para mejor! Pero nada cambió y nadie tras mi espalda susurró: Mira, ahí va ese escritor."

Volodymyr Drozd
Fama












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