Germán Espinosa Villareal

"Algunos autores han dicho que el arte es una forma de conocimiento distinta de la ciencia y de la filosofía. La historia vista por un narrador, por un escritor literario, es otra que la historia vista por un historiógrafo. Nunca se podrá saber quién está más cerca de la verdad, si el literato o el historiador, pero yo tiendo a creer que el literato puede encontrar otra verdad que es más verdad que la verdad.
En Los cortejos del diablo, por ejemplo, yo invento mucho. Cuando estoy escribiendo cosas relacionadas con la historia, lo que no puedo averiguar me lo invento, pero esa es la gracia. Es la intuición lo que actúa ahí."

Germán Espinosa



"Creo que el impulso literario nace de buscar una especie de compensación de anular una serie de cosas que pesan sobre nuestra conciencia. En la novela, el escritor tiene que volcar todo porque si no la novela aborta."

Germán Espinosa



"Cuando estoy escribiendo un libro me preocupa morirme sin haberlo terminado. Eso sí. Lo que me preocupa es morir sin haber acabado de hacer todo lo que uno tenía que hacer en esta vida. Yo creo que uno trae misiones específicas. Creo un poco en el destino, aunque creo en un destino flexible. Creo que uno sí trae una misión a este mundo y tiene que cumplirla, si no lo hace, comete una traición al universo."

Germán Espinosa




Eneastrofa

Hay algo que yo perdí
y el perderlo me perdió.
Por perderlo, nunca fui
eso que pude ser yo.
Lo que perdí se esfumó
tan presto, que no lo vi.
Y así me perdió y así
ni sé ya lo que soy yo
ni qué fué lo que perdí.

Germán Espinosa


Epitafio para la muerte

Por qué temerla si, después de todo,
como la bala con el abaleado,
nuestra muerte se muere con nosotros ?

 Germán Espinosa



Epitafio para un pintor (1839-1906)

En la vieja Aix de Provenza
la muchachada te arrojaba guijarros - no piedras grandes, nadie
quería hacerte daño -, porque tu locura
era menos imperdonable que tu fracaso.

Germán Espinosa



"La intención era un poco derruir el mito de la purificación a través de la literatura."

Germán Espinosa



“La literatura debe transmitir felicidad y consuelo.”

Germán Espinosa



"Le tengo miedo a Colombia. Colombia todos los días me da miedo. Cada vez que veo los noticieros o leo las primeras páginas de los periódicos siento terror, a eso es a lo que más le tengo miedo. En otros tiempos le tenía un miedo tremendo a la muerte, pero a medida que uno se va volviendo viejo ya no le teme."

Germán Espinosa



Melancolía

Yo amo las secas hojas que en las tardes
grises del otoño nievan en mi alma ;
yo amo las mustias flores
que se volatilizan en la nada
sombría del otoño.

Mi memoria
es un ave nostálgica ;
es un ave nostálgica que gira,
cual mariposa blanca,
en la nada profunda del ensueño.

Germán Espinosa



Mi casa

Mi casa quedó abierta para quienes la amaron.
La cerré ferozmente para quienes la odiaron.
No volvió nadie entonces.
Todos la abandonaron.

Germán Espinosa



“Pero nada en este mundo puede ocurrir como lo hemos imaginado, imaginarlo es anular el futuro, qué maravilloso podríamos tornar el destino si jamás tratáramos de anticiparlo en la fantasía,”

Germán Espinosa
La Tejedora de coronas



"¿Por qué me vine a venir, soñando con falsos boatos y virreinales embaucos, del lugar donde me correspondía estar y medrar, las Cortes, coño, las Cortes, allí donde se forjan en un parpadeo eminencias y las togas se cruzan con el filo de las espadas? ¿Por qué me vine a venir a una tierra, tierra de Belcebú que nos hiela de calor, que nos sofoca de frío; a una tierra, tierra de Lucifer esterilizada por el semen de Buziraco, pero exuberante y pasmosa en su misma esterilidad, tierra en fin que devora o vomita, según vengamos a sembrar o a recoger? ¡Ahora soy un esputo de soldados, una resaca, una bazofia de río almacenada en sus bocas de dragón! ¡Ahora soy un desecho de estas tierras malditas del Señor, tierras que, en vez de conquistarlas, me han conquistado o, mejor, succionado, chupado, fosilizado, hasta arraigarme como cizaña diabólica en lo más profundo de sus entrañas! Mañozga escuchaba la carcajada helada de las brujas que voloteaban arriba, famélicas y vengativas, y un estremecimiento le recorría la espina dorsal.
(...)
Finalmente fue arrastrado. Protestó, se revolvió, pero sólo le respondieron las carcajadas siniestras del alcalde, un ji-ji-ji muy agudo que rivalizaba con los eructos de las brujas. Escaleras abajo, Mañozga se comprendía grasiento y febril. De sólo recordar los graznidos escuchados allá en el cielo, tuvo una erección senecta y pasajera. Estaba liquidado y nadie mejor que él lo sabía. Aquel ambiente de mazmorra, donde se creyera estar siempre rodeado de excrementos humanos, le oprimía el pecho y se le pegaba sin remedio a las fosas nasales. Era la mierda de Buziraco que lo perseguía."

Germán Espinosa
Los cortejos del diablo


"Presintió que lo peor iba a sobrevenir. No podía, sin embargo, apartar la vista del rectángulo de aquella puerta, por donde surgía la cinta como un aviso apacible y, al tiempo, espantosamente inquietante. Casi sin que se diera cuenta, una lágrima resbaló por una de sus mejillas. Ahora sabía que por esa puerta iba a producirse una aparición paradisíaca, pero que al mismo tiempo su corazón se hundiría en un abismo letal. La cinta seguía flotando ante sus ojos. Podía ver sólo un extremo de ella, cual si el otro se hallase sujeto a un cuerpo presentible que demoraba en el cuarto de baño. Para él, la posición que, para verla, debía adoptar su cabeza, era en extremo atormentadora, mas no podía evitarla. Se preguntó, por un instante, si sería posible que alguna de sus hijas, sin que él lo supiera, se encontrase allí. Pero descartó la hipótesis, porque un suave perfume de espliego parecía desprenderse de la presencia oculta e inundar con dulzura sus fosas nasales. Decidió rendirse a ese deleite, a despecho del sobresalto de su corazón. El aroma lo acariciaba con una frescura primaveral. Entonces, la presencia empezó a emerger hacia la alcoba. ¿Cómo pudo penetrar en su cuarto? ¿Cómo, burlar la vigilancia de sus hijas? Pues se trataba sin duda, se dijo, de la mujer del trasatlántico y de la fuente de las Medusas. Lo sabía en una forma irracional, se lo gritaba el galope de su corazón. El tiempo empezó a discurrir, para él, con una melodiosa lentitud. Cuando, por fin, la tuvo de cuerpo completo ante los ojos, la falla de su corazón lo obligó a un respingo y a un grito ahogado. Elvira e Isabel acudieron alarmadas. Se había doblado sobre sí mismo y el aparato ortopédico entorpecía su cabeza dolorida. Las mujeres percibieron, ellas también, el olor a espliego, pero no tenían tiempo de detenerse en minucias. Mientras Isabel trataba de asistir al enfermo, Elvira tomó el teléfono y requirió al doctor Tardieu. Éste compareció en un vuelo, pero es lo cierto que Federico se hallaba, cuando llegó, bastante repuesto. Habían prescindido del artilugio de ortopedia y ahora reposaba la cabeza, con serenidad, sobre varias almohadas. Por un instante, vio cómo la mujer del vestido vaporoso le decía adiós con la mano desde la puerta y se marchaba. Preguntó quién acababa de salir y le dijeron que nadie."

Germán Espinosa Villareal
Federico Lleras Guerra contra lo invisible


"Se me ocurría pensar que el tiempo fuese nada más un fantasma de mi imaginación, no menos que esas danzantes esfinges, esos centauros de erectos falos suspendidos en la claridad de la mañana lapona, como a juzgar por las memorias que escribió en Segovia, quemadas por su superior pero rescatadas para mí por la nunca bien ponderada bruja de San Antero, debió pensarlo fray Miguel Echarri la tarde de aquel quince de abril en que Bocachica había sido ya colocada entre dos fuegos, y él, de bruces sobre el escritorio de su despacho, a pesar de haber sido los edificios del Santo Oficio abandonados desde el día anterior por el resto de sus habitantes, oía a lo lejos el fragor de las bombardas sin poder establecer en su mente, presa de vértigo, cuánto tiempo había transcurrido entre el momento en que los Goltar irrumpieron con la noticia en la plaza de Armas y este presente borroso en que se agitaba ahora el universo, en que él llevaba ya cuarenta y ocho horas sin probar alimento dentro de aquellos muros, clavado en su sitio, incapaz de moverse, desmazalado el cuerpo, anonadado todavía por el fracaso de sus denuncias y las súbitas desgracias que Dios, esa divinidad abstracta, inaprehensible, enviaba sobre la ciudad y sobre él, el Dios de Abraham, el Dios de Cristo, el que castiga con el rayo a los violadores de su ley o el que es todo amor, ese personaje al cual jamás pudo concebir sino como una idea Pura, y en ello era inconsecuente, como lo reconocía en sus memorias, con su condición misma de canonista, y desde luego, en otro orden de consideraciones, con su investidura de teólogo, pues el concepto de idea pura era también demasiado humano, no importa que arcano, inalcanzable, le diese vueltas en la cabeza, en un asedio tan desesperante como el de la artillería enemiga, era tan humano como el buen Dios barbudo de las beatas, entonces le volvieron a la imaginación, por otra proeza de traslación en el tiempo, sus lejanos días del seminario, mas no en la forma de un recuerdo, de un desplazamiento vertebral hacia el pasado, sino como parte de un fluido eterno, como un fragmento de infinito, ajenos a toda idea discursiva, aquellos días de su juventud compresa en los paños y rasos negros de la pureza, en los cilicios impalpables de la castidad, cuando en el pórtico de la Catedral de Ferrara vio alguna vez, esculpida, la mano de Dios, cuando pensó que era, sin duda alguna, la verdadera mano de Dios, y se preguntó si a partir de esa mano, que lo conmovía mucho más que cualquier representación total del Creador, no sería posible reconstruirlo, encontrar su faz y sus ojos, dulces o crueles, su ceño de padre austero que no recordaría el del Dios androide de Buonarroti, el cual se le antojaba una oscura deidad ansiosa de ocultar su desdicha, su fracaso, sino, como lo sugería esa monitoria mano cuyos dedos índice y del corazón se alzaban en fatuaria advertencia, un Hacedor incapaz de angustias o preocupaciones de carácter ético, que no podía ser bueno ni malo, simplemente era, y ello comportaba para el hombre un irremisible estado de incomprensión por parte de su propio Creador, ya que el hombre, hiciese lo que hiciese, no podría ser entendido por Dios, y viceversa, de suerte que todos los destinos de la criatura, dictados sólo por su circunstancia efímera, por su capacidad para obrar bien o mal, por su infinita limitación, al Creador sólo podrían arrancarle, aunque pensarlo resultase otra inconsecuencia, una carcajada de desdén, como la de un padre que ha engendrado un hijo contrahecho y se burla de su torpeza, acción censurable dentro de la ética humana pero indiferente para una divinidad cuyo distintivo más evidente era la inhumanidad, y aseguraba Echarri haberse preguntado cómo contar, pues, con Dios, si desde una azarosa lejanía nos dirigía ese gesto de incomprensión, de impotencia, mezclado de risa, gesto que, interpretado por la mente estrecha de la criatura, se asemejaría más a la irresponsable locura que a la extrema crueldad o a la suprema sabiduría, así como haber ignorado si aquellas ideas le eran inspiradas por el hambre de dos días, por la desesperación momentánea, o procedían lenta o precipitadamente de sus días del seminario, días envenenados por la duda, en los cuales llegó a horrorizarlo la posibilidad de postular al demonio como un ser más humano, más próximo al hombre y, por tanto, con mayores opciones para capturarlo en sus redes y ganarlo o perderlo para siempre, impulso que prohijó acaso la idea del Verbo hecho carne, la venida al mundo de ese hermano menor de Satanás a quien llamaron Jesucristo, pero él, Cristo, quién dilucidaría si había llegado a comprender al hombre o si fracasó también en aquella insondable misión, entonces sintió lágrimas brotarle de sus fuentes casi resecas, de sus ojos amarillos y enfermos, cómo podía su mente albergar tanto resentimiento, si había consagrado su vida al servicio de Cristo, de Dios, del Creador de todas las cosas, a las cuales sacó de la Nada, a las cuales conservaba y podría destruir tan fácilmente como las hizo, de las cuales se encontraba separado por un abismo, porque era incomunicable en todos y cada uno de sus atributos, de allí la inutilidad de todo esfuerzo humano."

Germán Espinosa
La tejedora de coronas


"Yo sostengo que hay libros que aparecen y venden de entrada cincuenta mil ejemplares y después nunca se vuelve a saber de ellos, quedan muertos para siempre. En cambio hay otros libros que no venden cincuenta mil ejemplares, pero que se van a estar vendiendo siempre. Generalmente, con la buena literatura pasa eso. Hablemos de cualquier autor. Moreno Durán, un autor a quien yo admiro mucho, no vende los cincuenta mil ejemplares de Germán Castro Caicedo; pero Moreno Durán se va a estar vendiendo siempre, mientras Castro Caicedo desaparece del mapa en cuestión de meses. Son modas. Yo no le reprocho nada a mi tocayo, Germán Castro, a quien quiero mucho, porque es un excelente periodista, es el mejor periodista que hay en Colombia. Sus libros son periodísticos, y él está consciente de eso, una vez me lo dijo: “Yo no estoy compitiendo contigo, yo soy periodista”. Desde luego, los temas que él trata son palpitantes y por eso se venden como pan caliente, pero eso no es literatura. Ni él está tratando de hacer literatura. Mal haría en tratar de hacer literatura, porque él no es literato."

Germán Espinosa























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