José Fernández Madrid

La hamaca

No canto los primores
Que otros poetas cantan.
Ni cosas que eran viejas
En tiempo del rey Wamba:
Si el alba llora perlas,
Si la aurora es rosada,
Si murmura el arroyo.
Si el lago duerme y calla.
“¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!”

¿Qué me importan los cetros
De los grandes monarcas.
De los conquistadores
Las sangrientas espadas?
Me asusto cuando escucho
La trompa de la fama,
Y prefiero la oliva
Al laurel y las palmas.
“¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!”

Al modo que sus nidos
Que cuelgan de las ramas,
Las tiernas avecillas
Se mecen y balanzan:
Con movimiento blando
En apacible calma.
Así yo voy y vengo
Sobre mi dulce hamaca.
“ ¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!”

Suspendida entre puertas,
En medio de la sala,
¡Qué cama tan suave,
Tan fresca y regalada!
Cuando el sol con sus rayos
Ardientes nos abrasa,
¿De qué sirven las plumas
Ni las mullidas camas?
 “¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!”

Meciéndose en el aire
Sobre mi cuerpo pasa
La brisa del Oriente
Que me refresca el alma;
De aquí descubro el campo,
La bóveda azulada,
Y la ciudad inquieta,
Y el mar que fiero brama:
“¡Salud, salud dos voces
Al que inventó la hamaca!"

A nadie tengo envidia;
Como un sultán del Asia,
Reposo blandamente
Tendido aquí a mis anchas;
Es verdad que soy pobre,
Mas con poco me basta:
Mi mesa no es muy rica,
Pero es buena mi gana.
“¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!"

Los primeros sin duda
Que inventaron la hamaca
Fueron los indios, gente
Dulce, benigna y mansa;
La hamaca agradecida
Consuela sus desgracias,
Los recibe en su seno,
Los duerme y los halaga.
“¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!

Pobres los descendientes
Del grande Huayna-Cápac,
Y de los opulentos
Monarcas del Anáhuac,
Hoy miserables gimen,
Todo, todo les falta,
Y ya sólo les queda
Su pereza y su hamaca.
"¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!”

Hace muy bien el indio
Que en su choza de paja
De sus ávidos amos
Engaña la esperanza:
Para que éstos no cojan
El fruto de sus ansias,
En su hamaca tendido
Se ocupa en no hacer nada.
“¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!”

Mi hamaca es un tesoro,
Es mi mejor alhaja;
A la ciudad, al campo,
Siempre ella me acompaña.
¡Oh prodigio de industria!
Cuando no encuentro casa.
La cuelgo de dos troncos,
Y allí está mi posada.
“¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!”

Sí, venga el ciudadano
Que dos mil pesos gasta,
En ricas colgaduras
Para vestir su cama:
Venga, venga y envidie
Mi magnífica hamaca,
Más cómoda y vistosa
Sin que me cueste nada.
“¡Salud, salud dos veces
Al que inventó la hamaca!”

Las copas elegantes
De las ceibas y palmas
Son las verdes cortinas
Que mi hamaca engalanan;
Pintados pajarillos
De rama en rama saltan,
Y en trinos acordados
Amor, amor me cantan.
“¡Salud, salud dos veces
A que inventó la hamaca!”

José Luis Álvaro Alvino Fernández Madrid y Fernández De Castro




Mi bañadera

Triste y fatigado
En la ardiente siesta,
Cansado de dar
Vueltas y revueltas,
De tomar el pulso,
De poner recetas,
Y de oír gemidos,
Y de ver miserias;
Vuélvome a mi casa,
En donde me esperan
Mis hijos queridos
Y mi amiga tierna.
Apenas me sienten
Periquito y Pepa,
Cuando, dando saltos,
Salen a la puerta.
Entre sus bracitos
El uno me estrecha,
Y amorosa la otra
Me halaga y me besa.
Luego, de mis manos
Asidos, me llevan
Al cuarto en que se halla
La mi bañadera,
De agua rebosando
Cristalina y fresca.


Vedlos que, desnudos,
Por mí solo esperan.
¡Qué juegos, qué risas,
Qué amable inocencia!
Ya estoy en el agua;
Amiguitos, ea!
¿Quién es el valiente,
El primero que entra?
Viva mi Pepilla
Que fue la primera!
Pedrito la sigue,
Y empieza la fiesta.
Ya el uno y el otro
Paliditos tiemblan;
Ya por los dorados
Cabellos les ruedan
Las trémulas gotas,
Cual líquidas perlas.
Pepilla, que nunca
Se sabe estar quieta,
El agua a su hermano
Echa a manos llenas.
Con las mismas armas
El otro contesta:
Trábase al instante
Reñida contienda;
El agua va y viene,
La lluvia no cesa,
Y un mar borrascoso
Es la bañadera.
Yo, en medio del campo,
Bajo la tormenta,
Mucho más me baño
De lo que quisiera.
En fin, mi voz se oye,
Hácese una tregua,
Y la paz bien pronto
Concluida queda.
Preséntame entonces
Pepilla otra escena:
Del jabón y el peine
Armada, se acerca,
Y de fuerza o grado,
Quieras que no quieras,
Mas bien que peinarme,
El pelo me enreda.
Mi Pedrito en tanto
Mas juicioso, empieza
A hacerme, cual suele,
Preguntas discretas.
-¿Porqué te viniste,
Papá, de tu tierra?
-Hijo, me obligaron
A venir por fuerza.
-Quién ?-Los enemigos,
Que son unas fieras.
-¿No había soldados
Que te defendieran?
-Sí, pero, hijo, hablemos
Sobre otra materia.
En este momento,
Amable y risueña,
Como siempre, Amira
De lejos les muestra
La cesta colmada
De frutas diversas.
Cual rápida parte
Del arco la flecha;
Cual hiende los aires
El ave ligera,
En pos de la madre
Mis dos hijos vuelan.
Luego, generosos
Tornan, y me obsequian
Con la mejor parte
De su dulce presa.
¡Hijos adorados!
¡Carísimas prendas
Del alma! tan solo
Vosotros pudierais
Calmar mis angustias,
Divertir mis penas!
Así de los tiros
De mi suerte adversa
Os libren los cielos;
Y entre las malezas
De la humana vida,
Benignos protejan
Vuestra inerme infancia,
Y vuestra inocencia!

José Fernández Madrid



Napoleón en Santa Helena

   ¿Dónde estoy? ¿Qué es de mí? ¿Yo que podía
ser el libertador del mundo entero,
mísero y desgraciado prisionero
entre estas rocas?... Mas la culpa es mía.

   Cuando al pueblo mi espada defendía,
fui de todos los héroes el primero.
¡Con qué orgullo la Francia a su guerrero
de laurel inmortal la sien ceñía!

    Hoy, sin gloria, en destierro ignominioso,
¿al sepulcro desciende el soberano
a quien veinte monarcas se abatieron?

   Dijo, cruzó los brazos, silencioso,
y los ojos del fuerte veterano
de dolor una vez se humedecieron.

José Fernández Madrid




Oda a los pueblos de Europa

En tiempos de la Santa Alianza

¿Dónde los esforzados?
¿Los libros dónde están? ¿Cómo pudieron
rehusar el combate intimidados?
¡Ay, a los miserables que cedieron
el campo, sin morir, al extranjero!
Dadme la lira, dádmela, que quiero
cantar la libertad; un dios me inspira;
guerra y venganza sonará mi lira;
y excitando a la lid, al vencimiento,
en armoniosos, desusados tonos,
de opresores tormento,
yo los haré temblar sobre sus tronos.

    No el manto reluciente,
por las divinas artes fabricado;
ni la corona rica de tu frente;
ni tu cetro de hierro, aunque dorado;
ni de tus ciencias el acento grave;
ni de tus dulces musas la suave
voz armoniosa, plácida y festiva,
América te envidia, Europa altiva;
porque bajo tus pies se halla un abismo
de servidumbre, lágrimas y horrores,
y el feroz despotismo,
áspid mortal, se oculta entre las flores.

    ¿Qué importa la grandeza
de tus vastos palacios suntuosos?
Plaga devoradora tu nobleza,
miseria general, tus poderosos.
¿Y tus reyes? ¡Europa esclavizada!
¡Todo tus reyes y tus pueblos nada!
Mas tú en el trono reinas dignamente,
monarca de Albión; tú, que el tridente
riges en la extensión del Océano;
tú, que a la liga inicua y tenebrosa
no extendiste la mano,
la noble mano, fuerte y generosa.

    Vosotros, que postrados
os visteis a los pies de Bonaparte;
que su carro tirasteis degradados,
de la fe tremolando el estandarte,
hipócritas marcháis, jefes traidores.
¿Y os llamáis de los pueblos defensores?
Vosotros, que humillabais vuestras frentes
ante el conquistador ¿a los valientes
osáis encadenar, a los que os dieron
libertad y poder? Pero ¿qué digo?
¿Cuándo, cuándo tuvieron
los tiranos piedad, ni fe, ni amigo?

    ¡Oh pueblos! ya lo veo:
viene del Septentrión y ha superado
la barrera del alto Pirineo;
en una mano el cetro ensangrentado,
en otra lleva la homicida lanza,
¡Oh, cuánto es formidable su venganza!
Mas no, que está su cuerpo giganteo
en pies de barro frágil apoyado.
No perdáis la esperanza
¡oh, pueblos, a las armas, a la guerra!,
y caerá por tierra
ese coloso enorme destrozado,

   ¿Y podrá la ignorancia
triunfar de la razón? Si al mundo todo
con torrentes de luz llenaste ¡oh, Francia!,
¿cómo te unes al vándalo y al godo,
que en honda oscuridad y noche umbría
intentan sumergir el Mediodía?
Ábranse al ocio muelle los conventos;
eríjanse de nuevo los tormentos
del feroz tribunal, y sus hogueras,
siendo la única luz que alumbre al mundo,
ciencias y artes extingan sus lumbreras;
sepúltense del hombre los derechos
en olvido profundo,
y quedaréis, tiranos, satisfechos,

   ¿Qué haces? ¡España, España!
¿En vez de unirse con estrechos lazos,
tus propios hijos, en horrible saña,
al enemigo prestarán sus brazos?
¡Oh, ignorancia, execrable fanatismo!
En sangriento altar del despotismo
la patria de Lanuza y de Padilla,
víctimas voluntarias, a la cuchilla
extiende la garganta ¡oh, mengua, oh crimen!
y ante el ídolo atroz de los tiranos
se prosternan y gimen
los altivos y fieros castellanos.

   No ¡brote combatientes
el suelo de la antigua Carpetania,
y de Gama los dignos descendientes
vuelvan su honor perdido a Lusitania!
¡Abrácense los pueblos como hermanos,
únanse como se unen sus tiranos;
y regadas con sangre generosa,
reverdezca la palma victoriosa
que ha de orlar a los libres algún día!
Al escuchar sus cánticos triunfales
¡huya la tiranía,
desparezcan sus huestes criminales!

    Despierta, Italia, y libre
alza del polvo tu abatida frente,
y en medio de su pueblo el Dios del Tibre,
majestuoso, aparezca nuevamente.
¿Cómo te has olvidado de tu gloria?
Abre los ojos ¡mira! la memoria
de tus héroes, tus ciencias y tus artes,
inmortal se conserva en todas partes.
Muéstrate digna de tus grandes nombres,
torna otra vez a tu esplendor perdido:
¡Italianos, sed hombres!
¿No veis cómo la Grecia ha renacido?

    De su sangrienta cuna
triunfante me parece que la veo
alzarse y destrozar la media luna.
¿Ese canto de guerra es de Tirteo?
Es el mismo Demóstenes que clama:
¡Al arma, griegos, que la patria os llama!
Y aquel gallardo joven extranjero
que celebra la lid ¿es un guerrero?
¡Vedlo cómo, expirante a la sonora
arpa su voz sublime acompañando,
en favor de la Grecia al cielo implora!
¡Ay!, por la Grecia llora,
y el cisne de Albión muere cantando.

José Fernández Madrid














No hay comentarios: