Miguel Fernández González

África

Mi África patria,
génesis del mundo,
donde sigo viviéndome en las muertes diarias.
Yo moriré en el tótem de máscara bermeja
Cuando lleguen las selvas a poblar sabanas.

Sigo con mi rosario de guijarros perlados
rezándote en el porche,
con la sura colgada y la cruz y el levítico
cuyas sabidurías en el vaho del anafe
dejan para mí sólo un cielo por los cirros

Como el descanso de los dioses,
me quedo en la quietud donde el tiempo no existe,
y es como ese grano de arena en el desierto
que en sí es universo, pues se dora en los soles.

Pasa la vida en su clamor
y oigo
su fanfarria a mi lado.
Pero no me estremezco de ese batir vorágine
de las tribus amigas, del leopardo que llega
oliéndome la mano y acaricio su boca.

¿Hasta cuándo yo quieto
sólo viéndome a ciegas y no entrar en el baile?

Es tu gran recompensa,
solitario del ansia.
Es el ansia más sola,
como la patria África donde un día naciste.

Miguel Fernández González





Encadenado al viento encadenado

Encadenado al viento encadenado,
unges tu fría boca con las sales
de una playa mortal de catedrales
alzadas de preguntas por tu lado.

Si te acercas al templo, abandonado
de tu sombra perenne, entre las cales
que han de guardar tus huesos inmortales
como un olvido cruel de tu reinado.

Si al volverte de espaldas, la ciudad
es tan sólo recuerdo de tu fuego,
dime que harás en esta eternidad.

Qué tributo heredaste y qué condenas,
oh Prometeo, hermano a donde llego
solo a la soledad de tus cadenas.

Miguel Fernández González










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