Nicolás Estévanez

“Antes que la patria están la humanidad y la justicia.”

Nicolás Estévanez


Canarias

Un barranco profundo y pedregoso,
una senda torcida entre zarzales,
un valle pintoresco y silencioso,
de una playa los secos arenales;

Un cabrero en la cumbre que silbaba,
una bella pastora que corría,
una rústica flauta que llenaba
los riscos y las grutas de armonía;

En el aire reflejos y cambiantes,
en el cielo colores trasparentes,
en la noche luceros rutilantes,
crepúsculos brillantes y esplendentes;

Un gallardo mancebo en la montaña
que las cabras monteses perseguía,
en la cima del monte una cabaña
y un torrente que al valle descendía;

Tales fueron los goces fugitivos
de cien generaciones ignoradas;
estos fueron los cuadros primitivos
de las risueñas islas Fortunadas.

II

Tenerife es la gloria
de los canarios,
con sus nevadas sierras
y sus barrancos.
Y desde el Pico,
se ven las siete gracias
y el Paraíso.

III

Con las atlánticas brisas
llegó hasta Europa la fama
de las deliciosas" vegas
de las siete islas hermanas.

Oscuros aventureros
y valentones de daga,
soñaban como era moda
en las conquistas lejanas;

Y levantando bandera
para las Afortunadas, 
partieron a la conquista
en nombre del rey de España. 

Un caballero normando 
que Betancúr se llamaba,
fue el primer conquistador
que desembarcó en sus playas;

Y después otros caudillos
y repetidas armadas,
combatieron en las islas
con furia hasta conquistarlas.

Dominaron y vencieron
con perfidias y matanzas,
valiéndose de la astucia
y de sus mejores armas;

Pero les costó más tiempo
que a César rendir las Gallas,
que a Anníbal vencer á Roma
y á Alejandro toda el Asia.

En la epopeya de un siglo
de la defensa canaria,
cien veces los invasores
perdieron las esperanzas;

Y mientras hubo un isleño,
hubo resistencia brava,
pues todos dieron la vida
por la independencia patria.

Y cuando los invasores
pusieron al fin su planta
al cabo de una centuria
en el monte de Guajara,

No quedaba a los isleños
ni una flecha en sus aljabas,
ni en sus cuevas un cuchillo,
ni hierro para sus lanzas.
...........................................................................

Castillos hay desde entonces
en las poéticas playas,
y no resuena en los riscos
de los pastores la flauta.

Desde entonces por las cumbres
no va el montañés de caza,
ni la indígena matrona
mora libre en su cabaña.

Todos son esclavos viles
en aquella tierra ingrata,
del hacendado los unos,
los otros de la ignorancia.

Nadie esgrime por la gloria
las libertadoras armas,
que las razas ennoblecen
y el espíritu levantan.

¡Malhaya el mercantilismo
que envilece y que degrada;
maldito el normando sea,
y maldita sea su raza!

IV

Cantan los vates isleños
las glorias de la conquista,
y olvidan los gratos nombres
de sus héroes y heroínas.
Aquellos aventureros
que ensangrentaron las islas
y legaron A la historia
más que proezas rapiñas,
con su Fernández de Lugo,
y su brioso Buendía,
no merecen los aplausos
ni la admiración sentida,
que mi corazón tributa
lleno de melancolía
a Bencomo y a Tinguaro,
y a la hermosa Guayarmina.
De los fuertes invasores
celebremos la energía,
y su valor y constancia
en tan penosa conquista;
pero paguemos tributo
de admiración y justicia
á los que honraron la patria
dando por ella la vida.

V

Los caudillos de Anaga y de Tegueste,
los menceyes de Adeje y de Taoro,
de Abona y Tacoronte los guerreros,
de la Punta el hidalgo valeroso;

Los que en Tigaiga y en Centejo osados,
con singular y temerario arrojo,
de la indomable España con sus pechos
contuvieron el ímpetu brioso;

Los que en Añaza con vigor lucharon,
los que en Geneto con aliento heroico
despreciando la férrea artillería
combatieron al lado de Bencomo:

Aquellos insulares no vencidos
se reunieron en célebre Tagóror,
al saber la traición y la vergüenza
del de Güimar monarca poderoso.

El ambicioso rey del Mediodía
seguido solamente de unos pocos,
se sometió sin lucha al enemigo
á los suyos vendiendo y á sí propio.

Y en el Tagoror los demás isleños,
sobre el de Güimar derramando el odio
que despertara la invasión cristiana
en sus leales pechos generosos.

Juraban por la sombra de Tinerfe
venganza fiera que asombrara á todos,
cuando oyeron estrépito cercano
y en las alturas estampido ronco.

Prodújose en los guanches al oírlo
indescriptible, bélico alboroto,
del de Lugo temiendo una emboscada
en las selvas cercanas al Tagoror;

Pero de pronto con su voz potente
—¡Es el Echéide! les gritó Bencomo;
¡Silencio y de rodillas! Mientras habla
permanezcamos a sus pies de hinojos!—

Y era el gigante que encendido en fuego
y lanzando rugidos temerosos,
en medio de la noche parecía
de los infiernos colosal aborto.

Postráronse los guanches conmovidos,
reinó silencio sepulcral en torno,
y percibieron todos las palabras
del Echeide, que hablaba de este modo:

«Sois mis hijos: escucho vuestra queja
»y la desgracia miro en vuestros rostros.
»y en vuestro duelo, como padre acudo
»para secar el llanto en vuestros ojos.

»Yo soy el Tiempo; y en mi frente cana
«como nevada cumbre'en el otoño,
«está la autoridad con que yo vengo
«para hacerme escuchar entre vosotros.

»Es la traición del déspota de Güimar
»en la historia del mundo un episodio,
»que por pequeño olvidarán mañana
«los mismos que lo pagan con tesoros.

«No penséis en venganzas infecundas,
«dejadme las venganzas a mi sólo,
«pues yo alcanzo lo mismo á loa gigantes
«que á los más diminutos infusorios.

«El enemigo que tenéis delante
«os vencerá con la traición y el dolo,
»si no alcanza á domar vuestra fiereza
«con sus torrentes de encendido plomo.

«Por la patria que amáis cual buenos hijos,
«recibid al hispano entre vosotros,
«y cruzada su sangre con la vuestra
«se engendrará una raza de colosos.

«Y cuando llegue el suspirado día
«de la justicia en el terrestre globo,
«romperán los canarios las cadenas
«que á los unos opriman y a los otros.

«Hoy es preciso doblegar la frente
«sin ocultar avergonzado el rostro:
«ya tenéis en la historia asegurado
«entre los héroes un lugar honroso.

«El destino del orbe nos exije,
«ya que en el centro de los mares somos
«puerto de salvación entre dos mundos
«y puerto de descanso entre dos polos.

«Abrir al extranjero nuestras playas,
»en nuestras playas ofrecerle apoyo,
«cuando va con su genio al Nuevo Mundo,
«cuando va con su esfuerzo al Tormentorio.

«Aquí descansarán los argonautas
«que van a descubrir el cabo de Hornos,
«y a registrarla redondez del mundo,
«y los secretos a romper del Cosmos:

«Por aquí pasarán los navegantes
«que en el Oriente buscarán el oro,
«desafiando en el Sur, de las Tormentas
«el épico y horrible promontorio;

«Y pasarán también los capitanes
«que a los Andes subiendo como el cóndor,
«vencerán a mi hermano el Chimborazo
«que produce el volcán y el terremoto.

«Cuando pasen los siglos, y con ellos
«de nuestros días los mezquinos odios,
«ya no irán desde el viejo al nuevo mundo
«rudos guerreros con salvaje encono;

«Pero veréis llegará nuestras islas
«en ciudades flotantes, y en colosos
«que cruzarán el viento, o de los mares
«navegarán por los abismos hondos,

«A los del porvenir sabios guerreros,
 los guerreros de un futuro hermoso,
«que del nuevo vendrán al viejo mundo
«con sus libros, su fe y sus telescopios.

«Ellos harán del África vecina
«civilizado, incomparable emporio;
«de riqueza, de ciencia, de virtudes
derramando en su seno los tesoros.

«Escuchad mis consejos paternales;
«que depongáis las armas os propongo;
«y en alianza perpetua con Castilla
«alcanzaréis un porvenir glorioso.»

Dijo: y al punto se cegó su cráter,
y se cerraron sus abiertos ojos,
y su llama apagó con un rujido
que fue repercutiendo hasta los polos.

Sencillos los isleños, aunque bravos,
se impresionaron tanto y de tal modo
con las palabras del augusto Echeide,
que prorumpieron en acerbo lloro.

Quebró su fortaleza aquel discurso
de su gigante encanecido y ronco,
más que al verse en los campos de batalla
por los cañones enemigos rotos.

Arrojaron sus armas los guerreros,
de la patria llorando los despojos;
y en vez de la.clemencia castellana
sólo hallaron verdugos rencorosos.

VI

Era el conquistador omnipotente:
sometidos los guanches a Castilla,
imperaba en Canarias el de Lugo
verdadero monarca de las islas.
Los pocos naturales que pudieron
sobrevivir a la canaria ruina,
legaron a sus nietos la venganza
para un seguro aunque lejano día.
Y despojados de sus propias tierras
por la extranjera criminal codicia;
repartidos sus bienes, sus ganados,
entre aquella falange comunista,
se fundieron al punto en sólo un pueblo,
en una sola, fraternal familia
con los mismos soldados españoles
que demostraron más su valentía,
despojados también por los magnates,
hambrientos segundones de Castilla,
y por otros taimados mercaderes
que acudieron, después de la conquista,
como acuden después de la matanza
las asquerosas aves de rapiña.

El poderoso Lugo, que colmaba
de sus negras pasiones la medida,
absoluto señor de aquellas tierras,
sin freno en su ambición y en su avaricia,
se enamoró de una doncella hermosa
que llevaba por nombre Guayarmina.
Quiso hacerla su esclava, no pudiendo
por el amor ni el oro seducirla;
pero la isleña despreció al tirano
sin temor a su fuerza ni a sus iras.
En los impuros brazos del gallego
hubiera hallado lisonjera vida:
resistiendo sus torpes amenazas
en Agaete de su honor cautiva,
vivirá eternamente su memoria
en las canarias fértiles campiñas.
Y al recordar su desastrosa muerte
que fue venganza del de Lugo digna,
maldecirán de Lugo la venganza
aplaudiendo á la heroica Guayarmina.

VII

La patria es una peña,
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.

Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.

A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.

A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.

Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.

A mi no me entusiasman
ridículas utopías,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.

Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras.

A mí no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.

La sangre de mis venas,
a mí no se me importa
que venga del Egipto
o de las razas célticas y godas.

Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ellas
hasta que el mar inunde aquellas costas.

La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.

La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.

Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.

Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.

Nicolás Estévanez Murphy



"¿De qué sirve una república descolorida y tramposa, que respeta injustos privilegios y fomenta bárbaros abusos? La monarquía se basta y se sobra para todo eso."

Nicolás Estévanez



"El cazador merece también algunas líneas, no el que tira bien y caza para vivir, sino el que tiene la manía de ir á cazar cuando sería más justo que lo cazaran á él.
Comprendemos la caza por exigencia de la organización, por disposición facultativa, y aun por distracción. El hombre acostumbrado á una existencia activa, se aburre y hasta se enferma haciendo una vida sedentaria. Pero no comprendemos el afán de los que cazan abandonando sus negocios, descuidando tal vez á sus familias, por rendir culto á la moda y por darse importancia.
Los falsos cazadores abundan más de lo que muchos creen; pero esto no es lo peor, sino que ocasionan accidentes deplorables y asustan con motivo á los inofensivos transeúntes. El manejo de las armas es más difícil, más peligroso de lo que parece.
Conocemos á un ciudadano pacífico que anda siempre con la escopeta al hombro; en el modo de cogerla se conoce que el pobrecito no sabe dispararla; pero esto no impide que vuelva muchas tardes con gran cosecha de liebres y perdices. Animados del mejor deseo, preguntamos un día á la esposa de aquel cazador infatigable cómo consentía que el buen señor se expusiera á una desgracia. —Imposible, contestó: esa desgracia no puede suceder. Hace diez años que, abrigando esos temores, introduje una vela de esperma en el cañón de la escopeta para inutilizarla, y aun está allí sin que él lo sepa.
Los pescadores de caña, los que sentados al borde de un estanque ó al margen de un río pasan las horas muertas esperando pescar alguna trucha, son unos seres incalificables. Unos los creen filósofos, otros los suponen miserables, muchos los consideran infelices; pero la verdad es que la ciencia antropológica no ha estudiado aún al pescador de caña ni la frenología se ha cuidado de su calavera. Una colección de calaveras de pescadores de caña, examinada por hombres competentes, llenaría tal vez anchas lagunas en las ciencias naturales.
Parece inconcebible; pero hay hombre de anzuelo, cuyo bello ideal es... una anguila. Cuando el pescador enristra su caña en la ribera, no lo moverá ni un terremoto. Hace pocos meses que se arrojó al Sena, desde uno de los puentes de París, una infeliz señora: ni uno solo de los varios cañíferos que pescaban en las inmediaciones abandonó su sitio ni intentó salvarla."

Nicolás Estévanez
Calandracas


Hay muchos y hermosos ríos
pero sólo existe un mar:
el mar que meció mi cuna
y mi
tumba cubrirá

Nicolás Estévanez



"Me ha sorprendido siempre una pregunta que me han dirigido repetidas veces: '¿te gusta el dulce?' Porque lo que no me gusta ni creo que le guste a nadie, es lo amargo, ni lo agrio, ni lo desabrido. Es lo mismo que cuando me disparan la interrogación inconcebible: '¿te gusta el calor?' ¡Pues no ha de gustarme! Lo que no me place ni me conviene es el frío. Por eso allá en la inhabitable Europa, entre escarchas y hielos, particularmente desde que empecé a sentir el peso de los años, pensaba frecuentemente en retirarme a Cuba para gozar de su ambiente bienhechor. Y al cabo lo conseguí. Ojalá no tenga que desandar lo andado, como ya me ha sucedido otras veces. Pero ¡cuántos contrasentidos se albergan en el corazón del hombre! El día de mi llegada a Cuba –12 de Junio de 1906– fue de honda tristeza para mí. La satisfacción del cansado peregrino que después de vagar por montes y desiertos pone sus pies doloridos en el más apetecido oasis; mi propia satisfacción al contemplar este oasis cubano, que ha sido tantas veces para mí la lejana visión del descanso y el sosiego; mis ansias realizadas, mis logradas esperanzas y mis anhelos cumplidos, quedaron neutralizados por un sentimiento doloroso que se apoderó de mí al entrar en el puerto de La Habana. ¿Era un mal presentimiento? ¿Era una ilusión desvanecida? ¿Sería tal vez reminiscencia nostálgica, recuerdo amargo de tantos amigos muertos, añoranzas de la juventud? Sólo sé que hube de hacer esfuerzos para contener las lágrimas; no era decoroso que yo desembarcara llorando como una vieja. Al embocar el puerto, vi por primera vez, flotando en las alturas del Morro, la bandera de Cuba independiente; la saludé con respeto, pero pensé en la otra, en la bandera mía, en el glorioso pabellón de España; glorioso todavía, que los crímenes cometidos a su sombra han deshonrado a los perpetradores de los crímenes sin deshonrar la bandera. Y si es que también la han deshonrado, a pesar de eso ¡la adoro! La patria ausente y vencida es más amada, por lo mismo que patria es sentimiento. El sentimiento y la idea son dos cosas bien distintas. La idea de patria puede ser discutida; para algunos, podrá ser la patria una convención artificiosa, un territorio circuido por fronteras, también convencionales y no inmutables; para mi es algo inmaterial superior a todo eso. No la personifican ni el Estado ni sus instituciones pasajeras ni el suelo mismo, sino el alma de la raza, el pensamiento, el recuerdo, la ilusión. Pasaron, felizmente, las luchas que ensangrentaron a Cuba en tiempos no lejanos; y yo deseo, con todas las ansias de mi espíritu, que cada día se estrechen más y más los lazos de paz y unión entre cubanos e hispanos; anhelo como nadie que para siempre se olviden los agravios mutuos y, por consiguiente, ruego que no se dé intención política ni se interprete como censura para nada ni nadie lo que ahora he de decir. Fue de lucha enconada entre españoles y cubanos la segunda mitad del siglo XIX. Pero los españoles –quizá también los cubanos– estábamos divididos. Todos los españoles queríamos la conservación de Cuba para España, y más que nadie la anhelaba yo; todos quedamos entonces mantener lo que llamábamos «integridad del territorio». ¿Y qué nos dividía? Que los unos querían, solamente conservar el territorio, y los otros queríamos conservar al mismo tiempo el honor. Prevaleció la política de los primeros, y así perdimos honor y territorio. Mas no debemos desalentarnos, que los pueblos como los hombres se rehabilitan con el arrepentimiento, la confesión de sus yerros, la confianza en si mismos y la fe en lo porvenir. Los españoles podemos hoy gritar sinceramente: ¡viva Cuba! Al vitorear a Cuba, algo vitoreamos que siempre será nuestro: la lengua patria, la lengua en que los cubanos pronuncian sus apellidos, declaran sus amores y entonan sus endechas. Y al mismo tiempo que a Cuba, podemos y debemos vitorear cien veces a nuestra querida España. Pero no a la España de la Inquisición y el retroceso, no a la España de hoy mismo en lo que tenga de medioeval y atávico, sino a la venidera, a la España próspera, regenerada, rejuvenecida que ya se dibuja en lontananza, que yo preveo, que todos presentimos, que surgirá sin duda... cuando nazca y viva una generación que la merezca. ¿Pero esto es hablar de mi llegada a Cuba?... Que se me perdone si más que a Cuba me refiero a España. No es descortesía, no es ingratitud; es un sentir que se desborda, un presentimiento de que España renacerá de sus ruinas, la evidencia de que, cuando resurja y se purifique y se engrandezca, toda América lo celebrará. Toda América, si. El Nuevo Mundo es prolongación de España en lo moral y en lo físico, en la leyenda y el arte, en la historia y en la geografía. Y más que en otra cualquiera región americana, vivirá España en la memoria y en el corazón de Cuba, penetrará su gloria en edades venideras, hasta donde llegue Cuba soberana. Pero los hijos de Cuba no deben contentarse con una soberanía precaria, nominal y discutida. Tocaremos este punto en capitulo especial. Desembarqué, ya lo he dicho, desalentado, triste, seriamente enfermo; dolorido el cuerpo y más dolorida el alma; rodeado de buenos y cariñosos amigos, pero sin horizonte, que desde mi aposento del hotel no podía descubrir mi vieja Habana."

Nicolás Estévanez


¡Mis Islas!

París, Octubre 1910

En el piélago inmenso del Atlántico
entre celajes y olas y rompientes
que las arrullan con su eterno cántico
y las bordan de espumas refulgentes,
brotaron como Venus de las ondas
las islas más hermosas del planeta,
coronadas de nieves y de frondas,
acariciadas por la brisa inquieta.

Son mis Siete, mis islas adoradas,
que no se apartan de la mente mía
ni en las horas de luchas enconadas
ni en plena noche ni a la luz del día,
porque ellas guardan en su santo seno
cenizas que venera mi memoria
y por ellas mi espíritu está lleno
del ideal de Humanidad y gloria

No importan la distancia ni el olvido
ni constantes y negros sinsabores
para pensar en ellas conmovido,
porque son el amor de mis amores.

¡Si a todas horas las estoy mirando!
¡si estoy viendo sus playas y su cielo!
¡si cuando muera, moriré pensando
que ellas han sido mi mayor anhelo!

Mi anhelo, mi ilusión, mi fantasía
es verlas de verdad, vivir en ellas,
aunque sea no más que un solo día,
contemplando su sol y sus estrellas;
el sol y las estrellas rutilantes
que doran sus campiñas y sus montes
con los reflejos vivos y constantes
que no tienen en otros horizontes:
ni en la región que ve desvanecidas
las risueñas auroras boreales,
ni en las aguas del trópico encendidas,
ni en las fértiles tierras tropicales;
porque no hay en los ámbitos del mundo
otro cielo más claro y purpurino,
cuando surge del mal el sol fecundo,
cuando brilla el lucero vespertino,
cuando alumbran los astros brilladores
o el ígneo corazón del Universo
o la luna de rayos tembladores
el paisaje en colores más diverso:
un suelo pedregoso y calcinado,
volcánicos relieves puntiagudos,
manchas verdes que esmaltan el collado,
ermitas blancas, campanarios mudos;
ya un jardín, una huerta, una espesura,
ya el árido escarpado de un torrente,
acá un laurel de regia vestidura
allá entre arbustos parladora fuente.
(Sucédense entre chopos y tuneras
la meseta, el barranco, el precipicio,
y corren por colinas y laderas
los perros sin bozal de don Patricio)

[tachado]

Alternan los marítimos pinares
con altos limoneros olorosos
y los lánguidos verdes platanares
con los castaños por la edad rugosos.

Una vereda en el riscal bravío
se desliza entre zarzas y piteras,
del hondo valle al blanco caserío
que domina las cumbres altaneras.

Se descubren las islas adyacentes
desde un peñón escueto y descarnado,
dibujándose azules y atrayentes
a la sombra del Teide coronado;
y las isleñas naves que ligeras
desplegando sus alas blanquecinas,
son fieles y constantes mensajeras
entre las siete atlánticas ondinas.

Se ve cruzar y trasponer las lomas
al rumor cadencioso de su vuelo.
numerosas bandadas de palomas
que dibujan sus alas en el cielo;
como se ve la nave peregrina
que deja dos estelas en la bruma:
la del vapor, como fugaz neblina,
la de la quilla, como blanca espuma.

Y extendiendo la vista por sus playas
se divisa en las puntas más remotas
los escombros de viejas atalayas
donde tienen sus nidos las gaviotas.

¡Cuántas veces miré de aquella altura
el mar de Tenerife, el mar isleño,
que hoy recuerdo con toda su hermosura
y con todo el encanto de un ensueño!

Porque aquella es mi patria idolatrada,
una patria concreta y definida,
y no habrá nunca poderosa espada
que la acorte, la aumente o la divida.

No tiene la frontera artificiosa
que en los tratados fija a las naciones
la diplomacia ruin y cautelosa
o el terrible poder de los cañones;
la suya la marcó Naturaleza,
nunca sujeta a leyes arbitrarias,
desde que canta el mar la gentileza
del espléndido grupo de Canarias.

Islas amadas, adorable cuna
que me otorgó la bienhechora suerte,
ya no quiero más gloria y más fortuna
que en sus montañas esperar la muerte!

Nicolás Estévanez



Monólogo Campesino

El sol me pertenece, el aire es mío,
no me tasan el agua porque abunda
en claras fuentes y en el ancho río;
¿y no es mía la tierra que fecunda
mi labor incesante y fatigosa?
¡Me arrebatan las mieses que he segado,
y se las lleva gente perezosa
que vive sin dolor y sin cuidado!
¡Tras de quitarme el pan que se me debe,
arrancarme los hijos que me ayudan!
¡Y nos llaman soez, inmunda plebe,
y si estamos vestidos, nos desnudan!
Para vivir nos falta un elemento
detentado por leyes inhumanas:
con la tierra nos roban el sustento...
¡y respondemos con protestas vanas!
Pero la plebe ha de cansarse un día
De prorrumpir en quejas inocentes
¡Para acabar con tanta villanía
no basta con las uñas y los dientes!

Nicolás Estévanez



"Nací en la ciudad de Las Palmas y en el edificio en que estuvo la Inquisición provincial. A un hombre que vino al mundo nada menos que en la Inquisición, nadie le tachara de demagogo porque sienta deseos de arrasar hasta la casa paterna”. Y, a continuación, añadiría que por ello: “Desde que nací tengo instintos destructores, aunque poco o nada he destruido, y los atribuyo al negro azar de haber tenido por cuna aquel antro infernal que había devorado tantas víctimas".

Nicolás Estévanez



"No se yo de donde han sacado algunos la peregrina idea de que el amor a la patria chica excluye el culto a la grande; son perfectamente compatibles, como el amor a la madre o el cariño a la abuela."

Nicolás Estévanez



"Se trata de despertar a la sociedad, de dar una campanada para llamar la atención sobre esas lacras sociales que la propaganda antiterrorista intenta luego ocultar y a la vez de demostrar a las masas la fragilidad de sus tiranos."

Nicolás Estévanez



 "Si algún día desaparecieran las fronteras y las nacionalidades, sólo entonces dejaríamos de ser españoles, pero ni aun entonces dejaríamos de ser canarios..."

Nicolás Estévanez


Valladolid, 2 de septiembre de 1856 Regimiento Infantería de Borbón nº 1 [Guarnición] del Presidio

De ti, madre querida, separado
Por la extensión inmensa del Océano,
Soy sin duda el mortal más desgraciado
Pues volverte a abrazar no está en mi mano
Sentado en las orillas del Pisuerga
Que las campiñas riega de Castilla,
Su aspecto delicioso me recuerda
A la par que también me maravilla
Que existen en esta tierra a gran distancia
Fértiles campos, llenos de alegría,
Por doquier rebosando la abundancia
Y esta tierra feliz es patria mía.
Bátenla [sic] por un lado, de la mar
Terribles y continuas oleadas,
Cuyo fuerte y horrísono bramar
Tú escuchas y yo no, madre adorada.
Por el opuesto extremo se levanta,
El Teide orgulloso e imponente
Cuya tremenda elevación espanta:
Y da valor a la marina gente
Cuando en medio del mar la tempestad
Los separa del Puerto deseado
Y lleno vénlo [sic] al fin de magestad [sic]
Como un faro por Dios allí situado.
Una sola ambición mi pecho encierra
Volver pronto a pisar mi patria amada
Aquella deliciosa y feliz tierra
Que en un tiempo llamose [sic] afortunada
Cuando consiga verla satisfecha,
Cuando abrace a mi madre idolatrada,
Mi fortuna creeré que está ya hecha,
Seré entonces feliz; no querré nada.

Nicolás Estévanez













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