Paula Fox

"Con qué rapidez se hacía pedazos la cáscara de la vida adulta, su importancia, ante el embate de lo que, de repente, era real, imperioso, absurdo."

Paula Fox
Personajes desesperados



“Era un agujero infecto que olía a piel sintética y desinfectante, olores ambos que parecían emanar de los asientos rajados que ocupaban tres paredes. Olía a las cenizas de tabaco que habían rebosado de los dos ceniceros metálicos de pie. En el borde cromado de uno, había una colilla de puro mojada que parecía un trozo de carne masticada. Olía a cáscaras de cacahuete y a los pringosos envoltorios de caramelo esparcidos por el suelo; olía a periódicos viejos, un olor a tinta, reseco y sofocante, que recordaba al de un urinario; olía a sudor de axilas, entrepiernas, espaldas y caras, que salía a borbotones y se secaba en el aire exánime; olía a ropa -productos de limpieza incrustados en la tela que rebrotaban hediondos en el calor de ese ambiente sudoroso y se hincaban como espinas en las fosas nasales-, y todos los exudados de la carne humana, un abanico de efluvios animales…”

Paula Fox



"La conversación se inició de inmediato, aunque, ante la pregunta de Clara sobre cuánto tiempo iban a estar en África, Desmond vaciló tanto que ella se preguntó si sabía qué le estaba preguntando.
-¿Por qué lo hacen siempre? –preguntó Peter, frotando la tela de la silla con un dedo.
-¿Hacer qué? –preguntó Laura.
-Es tan preciosa, esta tela. Brocado de imitación, ¿no? ¿Por qué no normal y corriente? ¿Por qué no una silla normal y corriente? ¿Por qué ponen música en los ascensores? ¡Y qué música! Y esos horrorosos flecos con borlas doradas, ¿y qué son esos dibujos estampados en vuestras colchas? ¡Escudos de armas, como mínimo! Me refiero a que…
-Peter –dijo Laura-. No malgastes tus nervios en banalidades. El mundo está destruido, queridos. No tiene ningún sentido criticar el mal gusto del cadáver en cuestión de mortajas.
-Estaba hablando por hablar –se defendió Peter.
-¿Has visto a mi madre últimamente? –preguntó Carlos a Laura. Llevaba algún tiempo callado y ahora su voz sonó correcta y fría, como si, durante aquel rato de silencio, hubiera segado sus vínculos con el resto de ellos. Ya estaba apartando la vista de su hermana; su interés en la respuesta parecía insignificante.
“Mi madre”. Así es como se referían a Alma todos sus hijos. Excluían a sus hermanos, pensó Clara. Esperaba que el tema de Alma no los mantuviera ocupados durante mucho tiempo. El corazón se le apretó débilmente contra las costillas. Presintió la eminencia de un ataque contra ella. Pero no había ninguna defensa salvo la admisión de que no se sentía con el valor suficiente para visitar a la anciana. Lanzó a Laura una mirada furtiva.
Todos la estaban mirando. Se había llevado frenéticamente el vaso a la frente, como si allí tuviera un dolor que se le fuera a quitar apretando. Tenía los ojos cerrados. Con los tensos brazos alzados, los tirabuzones que se le habían soltado cayéndole sobre la frente, las piernas dobladas en el estómago, un zapato comenzando a resbalársele del pie, era la viva imagen de la calamidad.
Desmond gritó incoherentemente, Peter se levantó, Carlos se retiró hacia la ventana y Clara, recordando un vaso de whisky que Laura había arrojado contra ella hacía tantos años que ya no recordaba el lugar, sólo el arco trazado por él, se encogió en la silla."

Paula Fox
Los hijos de la viuda



"La verdad sobre las personas no tenía mucho que ver con lo que decían de sí mismas ni con lo que otros decían de ellas."

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Personajes desesperados



"Oscureció. Dentro de la habitación, las sencillas siluetas de sillas y mesas, escaleras y alféizares fueron engullidas, borradas. George no se oía respirar. “Esto es lo que ocurre –pensó- cuando un árbol se cae en el bosque y allí no hay nadie.”
Su yo concreto, el extremo de una cadena de incidentes de la que había sido desgajado, estaba sentado allí, un saco hediendo. De no haber sido por una leve molestia en la vejiga, podría, pensó mientras subía las escaleras, haberse quedado allí hasta que amaneciera.
La blanca porcelana de los accesorios del baño, anónimos como piedras podría haber estado en cualquier parte. La cadena del váter tuvo su convulsión menguante como siempre. Por la ventana, vio una luna dibujada que no estaba ni cerca ni lejos.
La cocina olía a té y a queso rancio. Abrió una lata de sardinas y se las comió con los dedos; el aceite le resbaló por el mentón y le manchó la camisa. Luego, bebió de la botella de whisky, dejándola sin tapar en la repisa.
Sin pensar –sintiendo únicamente que la casa no tenía fuerzas para retenerlo-, fue hasta el coche. ¿Emma había mirado atrás? Supuso que no. Cuando estaba enfadada, subía los hombros, pegaba los brazos a los costados, como si estuviera ensartada en un cable, Con la cabeza gacha, la maleta golpeándole las rodillas, debía de haberse arrojado al interior del taxi, sin mirar nada, dando indicaciones al conductor con una voz que decía que también él era parte de la conspiración del mundo."

Paula Fox
Pobre George



“Mi primer marido era un alcohólico y un cobarde. Era actor y no me gustaba ni en el mismo momento en que me estaba casando. El segundo no era en absoluto como mi padre, no era alcohólico, pero era distante y frío.”

Paula Fox


“Solo los seres vivos hacen daño.”

Paula Fox



"Sophie bajó la escalera corriendo, cruzó el vestíbulo a toda prisa y se detuvo sin aliento fuera del edificio. Una horquilla que se le había soltado le resbaló por la espalda del vestido y cayó a la acera. Miró la hora. Eran las cuatro en punto. No creía que los dos, arriba en el segundo piso, estuvieran hablando de ella. Su visita sólo había sido una pequeña distracción para ellos, quizá incluso un fastidio. Se dio cuenta de que alguien la observaba y cuando alzó la vista vio a un anciano que la miraba con aire distraído. Tenía un caniche gris sentado a sus pies. ¡Qué familiar le resultaba! ¿Un actor secundario? Una de esas caras conocidas sin nombre que había visto montones de veces: «Milord, el duque ha sido apresado por los franceses». Le sonrió y él inclinó la cabeza.
En el vestíbulo de un hotel de Central Park West encontró una cabina telefónica. Marcó el número del despacho de Francis. Por supuesto, ese día no había nadie. Hacía mucho tiempo que no se permitía ese pequeño vicio. Una vez más, a través del cable, se paseó entre los abollados archivadores, los montones de libros, bajo el techo de merengue. Dejó que el teléfono sonara durante mucho rato. Luego marcó el número de Charlie Russel. Respondió un niño. Tuvo un melancólico recuerdo de los hijos de los Russel años atrás, pequeños, irreverentes y bronceados durante una visita a Flynders en verano."

Paula Fox
Personajes desesperados








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