“A menudo las semejanzas más profundas son las más secretas.”
Raymond Radiguet
Colores sin peligro
Amores (en plural; y después
No,el año se hace muy viejo)
¿UN BOSQUE
es cobijo más agradable?
La menor de nuestras inquietudes
EL VIENTO
O bien un salteador de caminos
Se apodera de tu sombrero nuevo
PARAÍSO DE LAS
MUCHACHAS EN FLOR
A la carrera
Cinco minutos antes
Todo ocurría al borde del agua
Barquero
también
(Cuando me llaman)
Ellas
Dos o tres aves del paraíso
Confío en las muchachas en flor
Raymond Radiguet
Conclusión
Cansado de levantar indóciles colinas
Abandono sin lágrimas los castigos que
inventé;
¡Aurora! ¡adiós! en jirones la ropa de
Verano,
Ahora me siento fuerte para adentrarme en
las ciudades.
Raymond Radiguet
“Contemplar la muerte con tranquilidad sólo tiene valor si lo hacemos solos. La muerte en compañía no es muerte, ni siquiera para los incrédulos. Lo que fastidia no es dejar la vida, sino abandonar lo que le da sentido. Cuando el amor equivale a nuestra vida, ¿qué diferencia hay entre vivir juntos y morir juntos?”
Raymond Radiguet
El diablo en el cuerpo
DEPUIS 1789 ON ME FORCE À PENSER. J’EN AI MAL À LA TÊTE
(Desde 1789 se me fuerza a pensar. Me duele la cabeza)
Raymond Radiguet
Eco
¡Pequeña idiota! que, para complacerme,
luce talle fino: su cintura podría ser mi
corona. Ciudad, estatua gigante, con, a
modo de cintura un ferrocarril. Ciudades
abandonadas, instrumentos de música que no
fueron bautizados. Alegre como la romanza
de un árbol en exilio, el viento del Sur
agita las campanillas que el azar puso en
el cuello de las bellezas caídas.
Barrio criminal; aquí, las rosas son apagados faroles. ¿En qué piensas? Cuando
murió, Narciso tenía mi edad. Lago, espejo
cóncavo; por mi cumpleaños el lago me regaló una imagen que me causa pavor.
Raymond Radiguet
"El año que siguió al armisticio se puso de moda ir a bailar a las afueras. Todas las modas son encantadoras cuando responden a una necesidad y no a un capricho. La severidad de la policía llevaba a este extremo a los que no pueden acostarse temprano. Las fiestas en el campo se hacían de noche. Prácticamente se comía sobre el césped.
Era verdaderamente con una venda sobre los ojos que François hacía este viaje. No habría podido decir qué camino tomaban. Al detenerse el coche:
-¿Llegamos?, preguntó.
Sin embargo, apenas estaban en la Puerta de Orleáns. Un cortejo de automóviles esperaba para volver a partir; la multitud le hacía una hilera de honor. Desde que se bailaba en Robinson, los vagabundos de extramuros y la buena gente de Montrouge venían hasta esta puerta para admirar a la alta sociedad.
Los mirones que formaban esa fila desvergonzada pegaban sus narices a las ventanillas de los vehículos para ver mejor a sus propietarios. Las mujeres fingían que este suplicio les resultaba encantador. La lentitud del cobrador del peaje lo prolongaba demasiado. Inspeccionadas así, codiciadas como detrás de una vidriera, las miedosas volvían a sentir el mismo susto del Gran Guiñol. Pero este populacho era la revolución inofensiva. Una nueva rica siente el collar sobre su cuello; pero eran necesarias esas miradas para que los elegantes sintieran sus perlas, a las que un peso nuevo les agregaba valor. Al lado de los imprudentes, los tímidos, con frío, se subían sus cuellos de marta cibelina.
Por otra parte, se pensaba más en la revolución adentro de los coches que afuera. Al pueblo le gustaba demasiado ese espectáculo gratuito que se daba cada noche. Y esa noche había una multitud. El público de los cines de Montrouge, después del programa del sábado, se había regalado un extra discrecional. Les parecía que las películas lujosas continuaban.
En la multitud había muy poco odio contra esos felices efímeros. Paul se daba vuelta inquieto, sonriendo, hacia sus amigos. Como después de algunos minutos los coches no volvían a arrancar, Anne de Orgel se asomó.
-¡Hortense!, le dijo a Mahaut, ¡no podemos dejar a Hortense así! Su coche está descompuesto.
Bajo un farol de gas, con un vestido de noche y una diadema sobre la frente, la princesa de Austerlitz dirigía los trabajos de su mecánico, se reía e increpaba a la multitud. Estaba acompañada por una mujer de la colonia americana, la señorita Wayne, que gozaba de una gran reputación de belleza. Esta reputación de belleza, como casi todas las reputaciones mundanas, era exagerada. La clarividencia más elemental demostraba que la señorita Wayne no actuaba como una mujer que posee cierta ventaja.
La princesa de Austerlitz, por su parte, estaba magnífica bajo ese farol de gas, su iluminación le quedaba mejor que la de las arañas. Rodeada de vagos, seguía tan cómoda en lo suyo como si hubiera vivido entre ellos siempre.
Para no tener que pronunciar un nombre tan llamativo, todos la llamaban Hortense, lo que podía dar a entender que era amiga de todo el mundo. Y lo era, salvo de los que no querían. Era la bondad personificada. Sin embargo, los moralistas la hubiesen deplorado en nombre de la Bondad. A causa de la libertad de sus costumbres, algunas casas le eran hostiles. Bisnieta de un mariscal del Imperio, se había casado con el descendiente de otro mariscal. De todos los que conocían a su esposa, el príncipe de Austerlitz era el único que no era íntimo de ella. Ella, a su vez, no importunaba al príncipe, al que la juventud creía muerto de tan poco ruido que hacía; consagraba su vida al mejoramiento de la raza equina. Hortense heredaba de su antepasado, el mariscal Radout, dependiente de carnicero en su juventud, esa carnadura excesiva y esa cabellera encrespada que parecen provenir del trato con las carnes crudas. Buena mujer y buena hija, predisponía a su favor a la gente común, que la encontraba hermosa. Buena hija, buena bisnieta incluso, porque lejos de renegar de sus orígenes rendía homenaje al mariscal hasta en sus amores."
Raymond Radiguet
El baile del conde de Orgel
“El instinto nos guía; y es un guía que nos conduce a la perdición.”
Raymond Radiguet
El lenguaje de las flores o de las estrellas
Viví durante algún tiempo en una casa donde
las doce damiselas se parecían a los meses
del año. Podía bailar con ellas, pero sólo
tenía ese derecho, pues incluso me estaba
prohibido hablar. Un día de lluvia, para
vengarme, le ofrecí a cada una flores cogidas por el camino. Comprendieron. Tras su
muerte, me disfracé de Bandido para atemorizar a las demás. A propósito hacían como
si no me viesen. En verano todo el mundo
salía a tomar el fresco. Contábamos las
estrellas cada cual para sí. Cuando encontré una de más, no dije nada.
¿Habrán pasado los días de lluvia? El cielo
se cubre, no tenéis un oído muy fino.
Raymond Radiguet
“El poder se manifiesta tan sólo cuando se utiliza injustamente.”
Raymond Radiguet
“El que ama termina por irritar al que no ama.”
Raymond Radiguet
“El sabor del primer beso me había decepcionado, como la fruta que se prueba por primera vez. Los mayores placeres no están en la novedad sino en la costumbre.”
Raymond Radiguet
Empleo del tiempo
Tren botijo
Aurora frívola para mi gusto
Teníamos la misma edad
Orejas de burro
Raymond Radiguet
Es la vida
Cuando tenemos grandes orejas
oímos mejor
La brisa sucumbe
Levantemos para ella
Las colinas perezosas
Ya os lo advertí
Destiñe la ropa de Verano
CONCLUSIÓN
Cansado de este tiovivo
A partir de ahora me armo de valor
Para adentrarme en las ciudades
Raymond Radiguet
Incógnito
Pretendida echadora de cartas
Casi estamos desnudos
Hay retratos familiares
Que serían vergonzosos
Una calle desierta
Más tarde llevará vuestro nombre
Las nubes descienden al suelo
Y entorpecen nuestros pasos
Los hombres que fueron encarcelados
no dudan de nada
Animales feroces defienden la capital
Sin embargo no somos tan malos
Campo libre
Por favor
Raymond Radiguet
"Le debía a la guerra mi naciente felicidad; pero aún esperaba de ella su apoteosis. (...) Un hombre desordenado que va a morir y no lo sabe, súbitamente empieza a poner orden a su alrededor. Su vida cambia. Clasifica los papeles. Se levanta pronto, se acuesta temprano. Renuncia a sus vicios. Sus allegados se felicitan. Y de esta forma su muerte repentina parece aún más injusta. Habría sido muy feliz. (...) Pensar en la muerte con tranquilidad sólo tiene valor si lo hacemos en solitario. La muerte en compañía no es la muerte, ni siquiera para los incrédulos. Lo que más duele no es dejar la vida, sino abandonar lo que le da sentido. Por eso, cuando nuestra vida se basa en el amor, ¿qué diferencia hay entre vivir juntos y morir juntos?"
Raymond Radiguet
El diablo en el cuerpo
"Lo que quisiera saber es a qué edad se tiene derecho a decir que uno ha vivido."
Raymond Radiguet
“Los objetos más cotidianos son los que más nos cuesta reconocer si los colocamos en otro sitio.”
Raymond Radiguet
“Mi corazón tenía una edad en que todavía no se piensa en el porvenir.”
Raymond Radiguet
“Nada absorbe tanto como el amor. No es que se sea perezoso, sino el hecho de que estar enamorado implica pereza. El amor advierte de forma confusa que su único sustituto real es el trabajo. Por eso, lo considera como un rival… Pero el amor es pereza bienhechora, como la suave lluvia ligera que contribuye a la fecundidad.”
Raymond Radiguet
“Nada más delicioso que aquella inesperada intimidad entre personas que apenas se entienden.”
Raymond Radiguet
“No es en la novedad, sino en el hábito donde hallamos los mayores placeres.”
Raymond Radiguet
Se trata de mí
¿Tendrá este río la fuerza de ir más lejos?
“EL JUGUETE DEL VIENTO”
no es que yo anime a los charlatanes.
Las letras de mi nombre habitual se echan
a volar
Lo que queda no le gusta a nadie
SE VENDE hermosa mansión
árboles importados de los cuatro rincones
del mundo
Yo derroté al viento
Sonreíd un poco.
Raymond Radiguet
“Toda edad tiene sus propios frutos; hace falta saberlos recoger.”
Raymond Radiguet
No hay comentarios:
Publicar un comentario