Samuel Ferguson

El espino de las hadas
Una balada del Ulster

Levántate, querida Anna nuestra, de la fatigosa rueca;
porque tu padre está en la colina, y tu madre dormida;
sube al despeñadero y bailemos en la tierra de las aspas
alrededor del espino de las hadas, en el precipicio».
En la puerta de Anna Grace así lloraban las doncellas,
tres hermosas hadas alegres en mantos del campo;
y Anna hizo la rueca y la fatigosa rueda a un lado,
era la más bella de las cuatro, pensé.
Ellas brillan por el resplandor de la serena noche,
lejos, con sus suaves movimientos de cuello y los tobillos desnudos;
la resbalosa corriente en sus durmientes cantos abandonan,
y los despeñaderos en el aire etéreo:
y tomadas de la mano, y cantando mientras van,
las doncellas por las laderas han tomado un intrépido camino,
hasta que llegan al lugar en donde crecen los serbales en solitaria belleza,
junto al gris espino de las hadas.

El espino se yergue entre las cenizas, alto y esbelto,
como una matrona con sus dos nietas gemelas en su regazo;
las bayas del serbal se agrupan sobre su baja cabeza, gris y oscura
en rojos besos, grato de ver.
Las cuatro alegres doncellas se han formado en fila,
entre cada una de las hermosas parejas un majestuoso tallo,
y lejos en ondulantes laberintos, como aves la superficie van rozando,
¡oh, nunca las aves cantaron como ellas!
Pero solemne es el silencio de la plateada niebla
que engulle sus voces en un reposo sin ecos,
y soñadora la noche ha detenido las embrujadas laderas,
e iluso crece el crepúsculo.
Y hundiéndose una por una, como cantos de alondra desde el cielo,
cuando la sombra del halcón navega por el bosque despejado,
están calladas las voces de las doncellas, mientras se agachan debajo de él
en el aleteo de su repentino pavor.
Sobre el aire, por debajo del boscoso suelo,
y desde los mostajos entre el viejo espino blanco,
un poder de imperceptible encanto por sus seres respira,
y se hunden juntas en el campo.
Juntas se hunden silenciosas, escabulléndose de lado a lado,
lanzan sus hermosos brazos sobre sus encorvados cuellos bellamente,
luego en vano esfuerzan sus desnudos brazos ocultándolos
porque sus encogidos cuellos de nuevo están desnudos.
Así, todas abrazadas y postradas, con sus cabezas unidas en reverencia,
suaves sobre el latido de su seno –el único sonido humano–
escuchan los sedosos pasos del silencioso gentío feérico,
como un río en el aire, flotando alrededor.

Ningún grito alguna puede elevar, ninguna plegaria alguna puede decir,
sino salvaje, salvaje es el terror de las tres enmudecidas–
porque sienten a la hermosa Anna silenciosamente enajenada,
por aquel a quien ellas no se atreven ver.
Sienten sus trenzas enlazadas con sus bucles de oro
y sus elásticos rizos caen mientras su cabeza se separa;
sienten resbalar sus brazos desde sus enajenados brazos desdoblados,
pero quizás no buscan ver la razón:
porque pesado en sus sentidos el imperceptible encanto se expande
por toda la noche de angustia y peligroso asombro;
y ni el miedo ni la sorpresa pueden abrir sus trémulos ojos,
o sus miembros del gélido suelo levantar,
hasta que la tierra vacía de noches haya girado su rociado lado
con cada montaña embrujada y cada copioso valle debajo;
cuando, mientras la neblina se disuelve en la amarilla marea de la mañana,
el éxtasis de las doncellas disuelta se va.
Entonces, vuela el lúgubre árbol tan veloz como ellas,
y en vano cuentan su triste historia a sus impacientes amigos–
ellas desfallecieron y murieron en un año y un día,
y nunca más Anna Grace fue vuelta a ver.

Samuel Ferguson
Versión al castellano de Helena Roig Torres & Reinhard Huamán Mori




El Lamento de Deidre

I.
Los leones han marchado de la colina,
y me han dejado sola –sola-
Cavad la tumba, ancha y profunda.
¡Porque estoy enferma, y débil dormiría!

II.
Los halcones de los bosques han volado,
y me han dejado sola –sola-
cavad la tumba, profunda y ancha,
y dejadnos yacer lado a lado.

III.
Los dragones de las rocas están durmiendo,
sueño que no despiertan nuestros lamentos:
cavad la tumba y disponedlo;
echadme sobre el cuerpo de mi amor verdadero.

IV.
Echad sus lanzas y brillantes hebillas
al lado de los guerreros correctamente;
delante de mí muchos días los Tres
me llevaron sobre sus hebillas de eslabones.

V.
Sobre el suelo de la baja tumba pones,
bajo sus cabezas, la azul espada;
muchas veces los nobles Tres
enrojecieron por mí las azules hojas.

VI.
Poned los collares, convenientemente,
de sus grises mastines a sus pies;
muchas veces para mí trajeron ellos
con su ladrido al rojo y alto ciervo.

VII.
¡Oh! Escuchad mi verdadero amor cantando,
dulce como el sonido de las trompetas tocando:
como el balanceo del océano creciendo
gira su profunda voz alrededor de nuestro sitio.

VIII.
¡Oh! Escuchad los ecos retumbando
alrededor de nuestro verde y bello casco,
cuando los Tres, con altísimos coros,
pasan a la silenciosa alondra sobre nosotros.

IX.
Eco ahora, duerme, mañana y noche
¡solamente la alondra encanta el firmamento!
Los labios de Ardan están escasos de aliento,
la lengua de Nessa tiene el frío de los muertos.

X.
Venado, triunfante en la montaña y el valle,
salmón, saltando del lago a la fuente,
garza, en el aire libre os podéis calentar
¡Los hijos de Usnach no os harán más daño!

XI.
El soporte de Erin no lo sóis más,
gobernantes de la cresta de la guerra;
vuestro destino nunca más será
mantener la resplandeciente batalla de pie.

XII.
¡Aflijida estoy! por el fraude y el agravio,
falsos traidores y poderosos tiranos,
cayó el clan de Usnach, comprado y vendido,
¡Para el festejo de Barach y el oro de Conor!

XIII.
¡Tristeza para Eman, techo y muro!
¡Tristeza para la Rama Roja, tierra y salón!
¡Diez veces mayor tristeza y negro deshonor
para el falso y sucio clan de Conor!

XIV.
Cavad la tumba, ancha y profunda,
enferma estoy, y débil dormiría.
Cavad la tumba y disponedlo,
echadme sobre el cuerpo de mi amor verdadero.

Samuel Ferguson



El pozo de hadas de Lagnanay

Tristemente, canta tristemente–
«Oh, escucha, Ellen, hermana querida:
¿es que ya no hay más ayuda para mí,
sino solo incesantes suspiros y lágrimas?
¿Por qué no aquel quien me dejó aquí,
con arrebatada esperanza roba mis recuerdos?
Oh, escucha, Ellen, hermana querida,
[Tristemente, canta tristemente]–
me marcharé de Sleamish hill,
arrancaré el espino de las hadas
y dejaré a los espíritus obrar según su voluntad;
no me preocupa si es por bien o por enfermedad,
a ellos tampoco, pero abandonan el recuerdo
con el que todo mi corazón continúa hechizado!
[Tristemente, canta tristemente]–
Las hadas son una raza silenciosa
y pálidas como lirios se ven;
no me preocupo por un blanquecino rostro,
porque paseo en un lugar de ensueño,
yo tampoco, pero destierro el recuerdo:–
¡desearía estar con Anna Grace!
¡Tristemente, canta tristemente! 

Escuchando mi historia de dolor–
así era como lloraba Ellen Con,
su hermana habló con silencioso tono,
su única hermana, la blanca Una:
estaba en su cama antes del amanecer,
y Ellen respondió triste y despacio,–
«Oh, Una, Una, no te alejes
[Escuchando mi historia de dolor]
de esta impía pena que rezo,
que me hace daño en verdad saberlo
y te ayudaré si puedo
–el Pozo de Hadas de Lagnanay–
yace muy cerca a mí, y tiemblo tanto–
Una, he escuchado a las sabias mujeres decir
[Escuchando mi historia de dolor]
que si antes de que el rocío se levante
verdaderas doncellas en su frío flujo
con sus puras manos bañan sus senos tres veces,
y tres damas-helecho se arrancan también,
y tres veces alrededor de la fuente van,
ella bien olvida sus lágrimas y penas».
¡Escuchando mi historia de dolor! 

¡Todas, ay! ¡Y tan distantes!
«¡Oh, Ellen hermana, querida hermana,
ven conmigo a la colina en la que rezo,
y te probaré aquella creencia bendita!»
Ellas se alzan con suaves y silenciosos pasos,
dejando a su madre ahí donde yace,
sus madres y su discreta estima,
[¡Todas, ay! ¡Y tan distantes!]
Y pronto alcanzan el Pozo de las Hadas,
el ojo de la montaña, claro, frío y gris,
abierto de par en par en la lúgubre colina:
Cuánto tiempo detenidas estuvieron ahí, vano decirlo,
al final del amanecer,
la blanca Una desnuda su hinchado seno,
[¡Todas, ay! ¡Y tan distantes!]
tres veces sus encogidos pechos lava
la mirada hudiza no permanecerá
de las sutiles ola feéricas que sutilmente manan:–
y ahora los tres helechos encantados suplican,
ellas los arrancó de sus ornadas orillas:–
Ahora alrededor del pozo su destino desafía,
¡Todas, ay! ¡Y tan distantes! 

¡Sálvenos de la esclavitud de las hadas!
Ellen ve el borde de su rostro
dos, tres veces y nada más–
¡fuente, colina y doncella nadan
todos juntos en la disuelta oscuridad!
«¡Una!, ¡Una! ¿Pudiste llamarla,
«¡Triste hermana!»?, ¡pero ni juntura ni miembro
[¡Sálvenos de la esclavitud de las hadas!]
nunca más de la blanca Una,
donde ahora camina en un vestíbulo de sueños,
pudo mortal ojo observar!
¡Oh! ¿será acaso que el guardián se ha marchado,
mejor guardián que un escudo o muro?
¿Quién en la tierra podrá salvar a Jurlagh Daune?
[¡Sálvenos de la esclavitud de las hadas!]
observa, las riberas están verdes y vacías,
ningún agujero hay aquí donde caer:
sí –en la fuente un pozo puedes ver,
pero nada salva a las rocas, llano es allá,
y pequeños juncos giran juntos.
Apresúrate a casa, y recita tus oraciones,
¡Sálvenos de la esclavitud de las hadas!

Samuel Ferguson
Versión al castellano de Helena Roig Torres & Reinhard Huamán Mori












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