Juan Nicasio Gallego

A la terminación de la guerra civil en los campos de Vergara 1840


¿Que inusitada aclamación festiva 
Convierte en gozo de mi patria el duelo? 
¿Por que de mar a mar con raudo vuelo 
Suena sin fin centuplicado el viva?

La Paz, si: ¿no la veis, de fresca oliva 
la sien ordena, descender del cielo, 
En su diestra agitar cándido velo, 
Y ahuyentar la Discordia vengativa?

¡Oh momento feliz! Su horrible tea 
De la nación magnánima española 
Maldita siempre y execrada sea;

Y anuncie el blanco lino que hoy tremola 
Y en que la cifra de Isabel campea, 
Un grito, un pensamiento, un alma sola.

Juan Nicasio Gallego Fernández




A San Fernando

Desciende de las fúlgidas mansiones,
ilustre leonés, santo guerrero;
muévate a compasión el trono ibero
que en el Betis plantaron tus legiones.

No tiene ya Corteses ni Colones
que rindan a sus pies otro hemisferio:
el que era envidia ayer del orbe entero
ludibrio es hoy de reyes y naciones.

Mira a tu nieta, cándida, inocente,
que en infantiles juegos divertida
ni aun el rumor de la borrasca siente.

Guarda y protege su preciosa vida,
y esa corona trémula en su frente
de mi contrarios vientos combatida.

Juan Nicasio Gallego


A una señorita que me pidió versos

Del padre Tajo el agua cristalina
con su puñal sacrílego ensangrienta,
de estragos siempre y lágrimas sedienta,
civil discordia en la nación vecina.

La ambición, que a dos príncipes fascina,
de Montiel los escándalos ostenta
a la asombrada Europa; y muda y lenta
peste voraz sus pueblos extermina.

¡Ay, que ya el monstruo la comarca huella
de los hijos del Betis, que a millares
abandonan su hogar despavoridos!

¿No escuchas sus lamentos, Dina bella?
¡Y ahora me pides himnos y cantares!
Pídeme llanto, indignación, gemidos.

Juan Nicasio Gallego


A Zaragoza

Viendo el tirano que el valor ferviente
domar no puede del león de España,
ni el lazo odioso de coyunda extraña
dobla el fuerte Aragón la invicta frente,

y juró cruel venganza, y de repente
se hundió en el Orco, y con horrible saña
del reino oscuro que Aqueronte baña
alzó en su ayuda la implacable gente.

De allí el desmayo y la miseria adusta,
de allí la ardiente sed, la destructora
fiebre salieron y el contagio inmundo.

Ellos domaron la ciudad augusta;
no el hierro, no el poder. ¡Decanta ahora
tu triunfo, oh Corso, y tu valor al mundo!

Juan Nicasio Gallego





Cual viene en pos del borrascoso invierno

Cual viene en pos del borrascoso invierno
los campos alegrando abril florido
y la furia del austro embravecido
cede al arrullo del favonio tierno;

así el estado y público gobierno,
que en desdichas sin fin gimió sumido,
su esplendor volverás, oh Rey querido,
y harás su dicha y tu renombre eterno.

Ya el déspota cayó. Ya del profundo
sueño tornando de arrogancia lleno
ruge el león de España furibundo.

A tu sombra, de hoy más, aliente el bueno,
y en tu trono feliz te admire el mundo,
alma de la virtud, del vicio freno.

Juan Nicasio Gallego


Hoja seca

Hoja seca solitaria
que te vi tan lozana ayer
¿Dónde de polvo cubierta
vas a parar? -No lo sé;
lejos del nativo ramo
me arrastra el cierzo crüel,
desde el valle a la colina,
del arenal al vergel.
Voy por donde el viento me lleva,
resignada por saber
que ni suspiros ni ruegos
han de templar su altivez.
Hija de un pobre lentisco,
voy adonde van también
la presunción de la rosa,
la soberbia del laurel.

Juan Nicasio Gallego


Inestabilidad de las cosas humanas

A la voz de los tiempos rigurosos
se desploman las torres elevadas:
los montes y las rocas encumbradas
se ocultan entre juncos cenagosos.

¿Do estáis, anfiteatros y colosos,
arcos soberbios, moles ponderadas?
¿Dónde están vuestras bóvedas sagradas,
templos de Olimpia y de Balbec famosos?

¡Todos yacéis! Del poderío griego,
del sirio y persa, del romano, y godo,
¿qué dejó su segur al hierro y fuego?

¿Y deberá extrañar, cayendo todo,
que una botella de licor manchego
consiga derribarme por el lodo?

Juan Nicasio Gallego


Noche, lóbrega noche

"Noche, lóbrega noche, eterno asilo 
Del miserable que esquivando el sueño 
Profundas penas en silencio gime, 
No desdeñes mi voz: letal beleño 
Presta a mis sienes, y en tu horror sublime 
Empapada la ardiente fantasía, 
Da a mi pincel fatídicos colores, 
Con que el TREMENDO DÍA 
Trace al fulgor de vengadora tea, 
Y el odio irrite de la patria mía, 
Y escándalo y terror al orbe sea. 
¡Día de execración! La destructora 
Mano del tiempo le arrojó al averno: 
Mas ¿quién el sempiterno 
Clamor con que los ecos importuna 
La madre España, en enlutado arreo, 
Podrá atajar? Junto al sepulcro frío, 
Al Pálido lucir de opaca luna, 
Entre cipreses fúnebres la veo: 
Trémula, yerta y desceñido el manto, 
Los ojos moribundos 
Al cielo vuelve que le oculta el llanto, 
Roto y sin brillo el centro fe los mundos 
Yace entre el polvo, y el león guerrero 
Lanza a sus pies rugido lastimero. 
¡Ay! Que cual débil planta 
Que agosta en su furor hórrido viento, 
De victimas sin cuento 
Lloró la destrucción Mantua afligida! 
Yo vi, yo vi su juventud florida 
Correr inerme al huésped ominoso. 
Mas ¿qué su generoso 
Esfuerzo pudo? El pérfido caudillo 
En quien su honor y no defensa fía, 
La condenó al cuchillo. 
¿Quien ¡ay! La alevosía, 
La horrible asolación habrá que cuente, 
Qué, hollando de amistad los santos fueros, 
Hizo furioso en la indefensa gente 
Ese tropel de tigres carniceros? 
Por las henchidas calles 
Gritando se despeña 
La infante turba que abrigó en su seno. 
Rueda allá rechinando la cureña, 
Acá retumba el espantoso trueno, 
Allí el joven lozano, 
El mendigo infeliz, el venerable 
Sacerdote pacífico, el anciano 
Que con su airada faz respeto imprime, 
juntos amarra su dogal tirano. 
En balde, en balde gime 
de los duros satélites en torno 
La triste madre, la afligida esposa, 
Con doliente clamor: la pavorosa 
Fatal descarga suena 
Que a luto y llanto eterno la condena. 
¡Cuánta escena de muerte! ¡Cuánto estrago! 
¡Cuántos ayer doquier! Despavorido 
Mirad ese infelice 
Quejarse adalid empedernido 
De otra cuadrilla atroz. 
<<¡Ah! ¿qué te hice?>> 
(Exclama el triste en lágrimas deshecho) 
>>Mi pan y mi mansión partí contigo; 
>>Te abrí mis brazos, te cedí mi lecho, 
>>Templé tu sed, y me llamé tu amigo; 
>>¿Y ahora podrás pagar el hospedaje 
>>Sincero, franco, sin doblez ni engaño, 
>>Con dura muerte y con indigno ultraje?<< 
¡Perdido suplicar! ¡Inútil ruego! 
El monstro infame a sus ministros mira, 
Y con tremenda voz gritando ¡fuego! 
Tinto en su sangre el desgraciado espira. 
Y en tanto ¿do se esconden, 
Do están, oh cara Patria, tus soldados 
Que a tu clamor de muerte no responden? 
Presos, encarcelados 
Por jefes sin honor, que haciendo alarde 
De su perfidia y dolo, 
A merced de los vándalos te dejan, 
Como entre hierros el león, forcejan 
Con inútil afán. Vosotros sólo 
Fuerte Daoiz, intrépido Velarde, 
Que osando resistir el gran torrente, 
Dar supisteis en flor la dulce vida 
Con firme pecho y con serena frente; 
Si de mi libre Musa 
Jamás el eco adormeció a tiranos, 
Ni vil lisonja emponzoñó a su aliento, 
Allá del alto asiento 
A que la acción magnánima os eleva, 
El himno oíd, que a vuestro nombre entona, 
Mientras la fama aligera le lleva 
Del mar de hielo a la abrasada zona. 
Mas ¡ay! Que en tanto sus funestas alas 
Por la opresa metrópoli tendiendo, 
La yerma asolación sus plazas cubre; 
Y el áspero silbar de ardientes balas, 
Y al ronco son de los preñados bronces 
Nuevo fragor y estrépito sucede. 
¿Oís como rompiendo 
De moradores tímidos las puertas, 
Caen estallando de los fuertes gonces? 
¡Con qué espantoso estruendo 
Los dueños buscan que medrosos huyen! 
Cuando encuentran destruyen 
Bramando los atroces forajidos 
Que el robo infame y la matanza ciegan. 
¿No veis cual se despliegan 
Penetrando en los hondos aposentos 
De sangre y oro, y lágrimas sedientos? 
Rompen, talan, destrozan 
Cuanto se ofrece a su sangrienta espada. 
Aquí matando al dueño se alborozan, 
Hieren allí su esposa acongojada: 
La familia asolada 
Yace espirando, y con feroz sonrisa 
Sorben voraces el fatal tesoro. 
Suelta, a otro lado, la madeja de oro, 
Mustio el dulce carmín de su mejilla, 
Y en su frente marchita la azucena, 
Con voz turbada y anhelante lloro 
de su verdugo ante sus pies se humilla 
Tímida virgen, de amargura llena; 
Mas con furor de hiena, 
Alzando el corvo alfanje damasquino, 
Hiende su cuello el bárbaro asesino. 
¡Horrible atrocidad! ¡treguas, o Musa, 
Que ya la voz rehúsa 
Embargada en suspiros mi garganta! 
Y en la ignominia tanta 
¿Será que rinda el español bizarro 
La indómita cerviz a la cadena? 
No, que ya en torno suena 
De Palas fiera el sanguinoso carro, 
Y el látigo estallante 
Los caballos flamígeros hostiga. 
Ya el duro peto y el arnés brillante 
Visten los fuertes hijos de Pelayo. 
Fuego arrojó su ruginoso acero: 
¡Venganza y guerra! resonó en su tumba; 
¡Venganza y guerra! Repitió Moncayo, 
Y al grito heroico en los aires zumba 
¡Venganza y guerra! Claman Turia y Duero. 
Guadalquivir guerrero 
Alza al bélico son la regia frente, 
Y del patrón valiente 
Blandiendo altivo la nudosa lanza, 
Corre, gritando, al mar ¡guerra y venganza! 
Vosotras, o infelices 
Sombras de aquello que la infiel cuchilla 
Robó a sus lares, y en fugaz gemido 
Cruzáis los anchos campos de Castilla; 
La heroica España, en tanto que al bandido, 
Que a fuego y sangre de insolencia ciego 
Brindó felicidad, a sangre y fuego 
Le retribuye el don, sabrá piadosa 
Daros solemne y noble monumento. 
Allí en padrón cruento 
De oprobio y mengua que perpetuo dure, 
La vil traición del déspota se lea: 
Y altar eterno sea 
Donde todo español al monstruo jure 
Rencor de muerte, que en sus venas cunda, 
Y a cien generaciones se difunda."

Juan Nicasio Gallego Fernández










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