João Gilberto Noll

"A las personas que adquieren ese control de su mundo interno, dijo Alicia, les cuesta envejecer. En ese momento se pasó los dedos por las marcas bajo los ojos. Y continuó: no admito más el sueño como el reposo absoluto de todas las funciones. Está probado por innumerables investigaciones que el mantenimiento de un núcleo de vigilia durante el estado de adormecimiento no es sólo posible sino altamente recomendable. Una de las razones primordiales para que el hombre haya dado en lo que dio: su compulsión por el olvido en el sueño.
¿Olvido de qué?, pregunta Alicia. ¿Olvido de qué, si lo necesario es recordar, siempre recordar más? ¿Recordar qué?, pregunto. Recordar que no hay tiempo de olvidarse en el sueño, responde Alicia. Y respira hondo, y dice que es feliz.
Yo escuchaba a Alicia pero me preguntaba dónde estarían Ada y Mary. No le preguntaba a Alicia porque adivinaba que ella no hallaría en mi frase ningún valor humano. Tal vez frente a la pregunta ella hiciera oídos sordos. Tal vez no aguantara tener que pensar en el simple paradero de dos valerosas compañeras.
Pedí permiso a Alicia y fui a buscar a Ada y a Mary. Las dos desparramadas sobre la alfombra de la sala. ¡Con tan poco vino!, pensé. Pero en fin, las dos estaban en la sala, ubicables. El misterio sería ahora descubrir por qué razón Alicia había terminado allí en la cama conmigo. Si Ada y Mary habían dormido desparramadas en la alfombra de la sala, ¿por qué Alicia no habría ido a su cama? ¿Será que había otras minimales en la cama de Alicia? ¿Será que las minimales se reproducían en el seno de la noche? ¿Será que las tres se habían convertido en cinco o seis? Demasiadas cuestiones para un pobre ser adormilado.
Entonces tomé de la mesa al azar un Bob Dylan. Puse el disco en el tocadiscos. Bob venía de “Lay lady lay”. Yo quería saber lo que había pasado durante la noche en aquella casa. Y ahora. De repente estaban las tres muy despiertas frente a mí, todas furiosas con mi gesto antiminimal. Respondí que había puesto el disco porque acababa de pasar un plato volador y yo quería que ellas lo vieran. Mary mordió el brazo de Ada. Alicia escupió en el piso. Ada dijo que yo podría armar la maleta.
No, no soportaban que alguien con legañas en los ojos dijera que había visto un plato volador. Un bobo que hubiera visto un plato volador sin hacer alguna contribución para las Minimales no era tolerable ni un día más en aquella casa. Mary recordó que tenía un buen compañero minimal en Nueva York; en caso de que yo no quisiera volver al Brasil podría quedarme algunos días con él. Ada pensaba que no, que yo debería volver directo al Brasil. Y Alicia, impresionantemente rápida, ya había traído mi maleta junto a mí.
Era un cuadro acabado de tres furias burlescas. ¿Dónde estaba el carrusel de gentilezas de la noche anterior?
Y Ada remató con los ojos saliéndole de las órbitas: mientras estamos aquí dándole duro a la construcción del Proyecto, viene éste a poner el tocadiscos e interrumpir nuestra investigación sobre el sueño. Lo interesante es que Ada dijo eso enteramente en portugués. Tal vez para acertar más de lleno en el blanco. O, quién sabe, no quería exhibir ante las otras dos su ira desgobernada. Mary sólo hablaba inglés y su dialecto africano. Alicia confesaba no entender el portugués sin mezcla de castellano. Entonces Mary y Alicia se miraron con expresión frustrada, como si se estuvieran perdiendo lo mejor de la fiesta.
Pregunté (fiel al inglés) si la noche había sido ardua. Ada vino en mi dirección, abrió los brazos como para proteger a las compañeras y dijo, pegada a mí, que había sido una noche histórica. Las tres habían llegado al mismo descubrimiento sobre el sueño. ¡Abajo el sueño pasivo!, gritó Ada. Pues en esa noche histórica se había llegado en definitiva al descubrimiento de que el sueño es la ruina de la humanidad."

João Gilberto Noll 
Bandoleros


"Cris cerró los ojos y comenzó a girar la cabeza, primero lentamente, después en un loco círculo, los cabellos negros azotando el aire. Yo era un cobarde por no acercarme, por no tirar de aquellas crines y no obligarla a arrodillarse delante de mí, por no obligarla a pedir perdón por aquel tiempo de espera que me estaba exigiendo para que yo supiese por fin si ella iba o no a ser actriz; ahora esperaba aquella respuesta febrilmente, porque yo sería su director, yo que ya me sentía muy pasado para volver a ser actor, yo era quien poseía ahora los secretos necesarios para dirigirla en un escenario, me surgía finalmente una nueva promesa; tal vez la última, aquello que me animaría a buscar una forma de salir de la vida que venía llevando hacía tantos años, salir, sí, del asilo, llevar a Cris conmigo, buscar a mis viejos compañeros en Harmada, presentarla a cada uno, conseguiría esta oportunidad, yo la dirigiría, sí, tal vez un monólogo, Cris pasándose los cabellos por los ojos, como si quisiera friccionar la visión y también ocultarla, ¿ocultarla de qué? Cris, ¿de qué?, ocultarla de la curiosidad malsana de los ojos del público, me dijo Cris, Cris con su mirada ahora enfurecida, intentando convencerme de que la mejor manera de presentar aquello era con ese salto de la fiera que ella ya no sabía cómo amaestrar, esa disritmia, mi camarada, en cualquier momento puedo caer aquí con una convulsión o, quién sabe, petrificada, dura como una roca orgullosa –la voz de Cris allí había cambiado tanto que los inadvertidos podrían suponer que se trataba de un hombre hablando, tal el rimbombar barítono que sugería, por así decir, una atmósfera taciturna en la frondosa sombra de aquel rincón en el patio del asilo."

João Gilberto Noll 
Harmada


"Empecé a arrastrarme tras la roca, subiendo la pendiente de la ribera. En cuanto llegara arriba correría lo más rápido posible, pues los perros empezarían a ladrar furiosos, de eso estaba seguro, entonces tendría que correr lo más rápido posible porque el ladrido de los perros me pondría en la mira del arma de Nélson en cuestión de segundos, lo más rápido posible, correría y tomaría la llave del salpicadero, donde Nélson la había dejado, de eso estaba seguro, y escaparía en el coche, escaparía.
Me arrastraba subiendo la pendiente, aferrándome a las raíces para impulsarme y subir, el suelo tenía la humedad del bosque tupido que nunca recibe la luz del sol, iba subiendo y las hojas de los árboles se me pegaban a la ropa, todo embarrado, con movimientos medidos para no hacer el menor ruido, en cuanto llegara a la cima de la pendiente no tendría otra salida, tendría que correr, hacer barullo, ser veloz y llegar hasta el coche que estaba muy cerca de los perros policías que ladrarían como posesos, estirando sus cadenas hasta tal punto que podrían romperse.
Y al llegar arriba corrí a toda prisa hasta el coche, abrí la puerta, cerré los vidrios, la furia de los perros a pocos metros de mí, ensordecido agarré la llave, encendí el coche y entonces empezaron los tiros desde atrás, era Nélson que venía pisándome los talones, el coche ya iba en marcha, miro por el retrovisor que Nélson suelta los perros y yo conduzco el coche a una velocidad estúpida, dando bandazos, sin rumbo, no encuentro el camino de tierra, una piedra, golpeo otra, los perros aparecen, se arrojan contra los cristales, escucho los tiros, Nélson viene atrás disparando con la intención de darle a los neumáticos, no veo a Léo por el retrovisor, veo una piedra enorme frente a mí, veo que un perro expulsa su rabia entre el coche y la piedra y yo acelero y aplasto al perro contra la piedra, impacto el coche dos, tres veces contra la piedra, la sangre salpica todo el parabrisas, me desvío hacia la izquierda, un tiro rompe el cristal de atrás, por fin tomo el camino de tierra, a toda velocidad, me voy, me voy, polvo, polvo por los cuatro costados, casi se pierde la visibilidad, el coche derrapa por fuera del camino de tierra, me voy, me voy a donde sea, escucho los disparos cada vez más lejos, el ladrido de los perros ya en un sumidero y unos diez minutos después, silencio absoluto. Paro el coche.
A unos pocos metros veo una cerca de alambre de púa. Del otro lado de la cerca, no muy distante, un autobús viejo que pasa por una carretera. Pensé que, al menos de momento, estaba a salvo. Respiraba con dificultad. Tuve una crisis de sollozos. Abrí la puerta del coche. Caminé, miré hacia atrás. Ningún peligro a la vista.
Pasé con holgura entre dos alambres de la cerca. Me rasgué los pantalones con una rama rastrera sin hojas. Después tropecé con algo y caí. El sol estaba muy fuerte. Me levanté con cierta dificultad. Me quité la chaqueta y la arrojé al suelo. Además de hacerme sudar, pesaba demasiado. La abandoné sin la menor intención de volverme para mirarla por última vez.
Era una carretera de tierra, no la misma que nos había llevado a la hacienda. La sensación de que ahí estaba a salvo de las garras de Nélson parecía reforzarse.
Vi que se aproximaba una carreta. El hombre que la conducía iba solo. Le hice una señal y se detuvo. Le dije que me había perdido, que llevaba dos días por ahí, entre el naciente y el poniente, sin encontrar a nadie y que no sabía cómo había podido ocurrirme algo así."

João Gilberto Noll 
Hotel Atlántico


"Escribo porque Dios no existe."

João Gilberto Noll 



La orden

Igual que un torbellino en la noche, había terminado de triturar las hebras de sentido de aquellos días locos. Como todo eso era un hecho que nadie podía negar, yo estaba simplemente allí lavándome las manos. Al comienzo vino la orden de que evacuáramos el lugar. Que nos perdiéramos por entre las yerbas, que siguiéramos por el manglar. Y que alcanzáramos el otro lado al amanecer. Era una playa. Allí deberíamos esperar una barca que iba a llevarnos a un lugar cuyo nombre nadie sabía (si es que el mensaje se refería al nombre de algún sitio). Todo lo que sé es que en aquel punto yo me lavaba las manos en el mar. Y que en la arena un pez se ofrecía a una gaviota que descendía lentamente. Uno de los hombres me pidió algo, tenía hambre. Antes de entender, me deshice del disfraz, y él dijo: “Es tuyo”.

João Gilberto Noll 


Lenguas

Su voz no parece más legible. Ayer pidió un vaso de agua a la hija. Ella le trajo la foto de una mujer medio esquiva. Tomada cuando él trabajaba de mesero en California. Le vinieron lejanos hilos de la mexicana. Todavía lograba acordarse de la noche en que, entre el inglés, el español y el portugués, las palabras comenzaron a faltarle. La mexicana dice que lo mismo le ocurría con un hermano. Que eran tantas las palabras, de tan diferentes sabores, que concentraban en sí mismas una buena cantidad de matices y sentidos, que algunos como ellos dos ya no lograban guardarlos. Que ellos, al llegar a cierta edad, solo sabían presentar un razonamiento de sonidos impenetrables a la voluptuosidad del entendimiento. “Y así es”, ella suspiró mirando los pies descalzos.

João Gilberto Noll 


Sepia suspirante

La primera cosa que vi de Brasil fue la Plaza Mauá. Estaba llegando en un carguero. Salí del casco y me di de cara con aquel paisaje del centro de Río de Janeiro. Llovía. Pregunté a una muchachita en mi portuñol espeluznante dónde quedaba Catete. Ella me mostró un camión. Le agradecí, e hice señal así como de Perfecto, muchas gracias, y ahí esperando pensé que facilito aprendería portugués para trabajar como traductor de mi lengua. Pensé el traducir al poeta que escribió “Va/ traduce el sepia suspirante/ o nada/ que nada es traducible además/ del exiguo punto en el que grito ansia/ el dolor de otras esferas”.

João Gilberto Noll 


"Soy un escritor instintivo, aunque trabajo mucho el aspecto artesanal. Porque en mi juventud me sometí a un tratamiento psicoanalítico. Y para mi actividad la relación automática entre las ideas fue realmente para mí un descubrimiento muy excitante. Y este método psicoanalítico lo llevé a la literatura. Hoy siento eso. No programo, pero años atrás me di cuenta que es siempre el mismo protagonista. Siempre el mismo. No hay una secuencia explícita. En un libro puede ser escritor, en otro actor -amo el trabajo de los actores, esa posibilidad de ser otro, en mis libros trabajo mucho con esa idea, ese deseo de ser otro. La conciencia de que uno es muy provisorio, insuficiente. Trabajo con la insuficiencia para comenzar un libro. Ya fui en otros libros un sujeto más barroco, más excesivo, como en A Fúria do Corpo, donde la gran figura era una figura femenina, una diosa. Es la historia de dos mendigos, un hombre y una mujer que caminan por las calles. La calle es el mayor escenario de cuerpos. Los personajes están desfamiliarizados, no tienen vínculos con nadie, y por tanto sólo les queda la calle. Como en las películas de Charlie Chaplin. Siempre en la calle, y cuando aparece la policía les surge una pequeña paranoia. Saben que su vida no es exactamente la vida permitida por las autoridades. Están realmente en un momento muy singular. No sé qué les sucederá a ellos. Solo sé que este protagonista es un hombre, sin nombre, sin fisonomía... Y este hombre vive en mí. Este hombre me habita. Quisiera decir que no soy alguien que haga autobiografía. La novela es otra cosa. Claro, un escritor como yo, dentro de esta atmósfera, trabaja con sus propias obsesiones. Pero este protagonista no soy yo; ese personaje es ese hombre que habita en mí. Y no quiero que ese hombre muera porque si muere muero yo también. Y solo me queda cultivarlo..."

João Gilberto Noll 


"Yo no soy un psicologista, eso no me interesa. Yo quiero que mi protagonista sea todo el mundo y nadie. Porque es una modalidad bastante común en la literatura occidental, ese deseo profundo de no ser, porque a veces esos personajes están al límite del aborrecimiento,  de las tensiones brutales, porque en el espacio público las tensiones son brutales. Es un espacio público. Ellos no tienen realmente un espacio privado. La calle es un espacio central en mi ficción. Me gusta mucho andar, caminar por las calles, es algo que hago a menudo, que sale de mí de forma espontánea. La suspensión de las cosas. Uno está con todo el mundo y al mismo tiempo solo. No está obligado a tener un papel social y a relacionarse con todo el mundo. Somos misántropos, a veces, ¿no?"

João Gilberto Noll 





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