León Gozlan

"Hasta entonces no se había entregado con exceso a sus excentricidades; bien es verdad que la maravillosa perspicacia del doctor Patrick le hacía reflexionar profundamente. Aquel ciego podía ser para él un testigo más importuno y molesto que el joven de ardorosos ojos.
La campana llamó a todos los circunstantes sobre su cubierta. Era hora de almorzar; habíase puesto la mesa a popa, y desde ella se podía ver, de paso, el rico follaje de un parque de una legua de circunferencia rodeado por el agua que corría por entre los islotes de juncos y bancos de onabrique.
SE sirvió el almuerzo, y el lindo yate continuó surcando, hábilmente dirigido y como un cisne cuya forma tenía, las sinuosidades del canal que por una afortunada incuria no estaba vulgarmente encajonado entre dos paredes de piedra. Se extendía, por el contrario, libremente hasta el pie de los árboles del parque recorriendo o dejando en descubierto diferentes porciones de terreno. Ya el dorado corte de la proa levantaba largas ramas de sauce, y los pasajeros, sorprendidos al verse visitados por un árbol, apartaban con la mano el obstáculo que en breve dejaban caer destrozado por la popa; ya se deslizaba la quilla del yate, trazando una franja de plata sobre la superficie del agua. Tancredo, que no abandonaba el timón, iba afligido con la taciturnidad de lady Glenmour. ¡Un espectáculo tan nuevo para ella no podía distraerla! Las mismas reinas por desdeñosas que se las pinten, no refrenan los impulsos del alma ante esta especie de cuadros. Tancredo hubiera querido que las aguas en que navegaba se ensanchasen poco a poco hasta encontrarse por fin solo con ella en medio del inmenso, del solitario mar!"

León Gozlan
La verdad de un epitafio


"Sturmer solo. ¡Bravo! ya estamos dentro de la plaza! ¿Querrá Dios que yo no me muera sin haber visto subir al Rey Estanislao otra vez al trono de sus antepasados? Ínterin vuelve a ocupar el suyo, hétenos ya en un magnífico palacio, rodeados de guardias de honor, damas y servidumbre como en otro tiempo. No nos falta más que un reino... y un ejército para conquistarle. Pero no olvidemos que la princesa María desea hablarme. Va a dar la hora. ¿Qué me querrá?
Sturmer, Conde.
Conde. Sturmer, dime.
Stur. ¡Ah! ¿Sois vos, mi capitán? Por fin triunfamos, ya lo veis. Vuestros amigos han vuelto a la prosperidad.
Conde. ¿Y la princesa?... ¿Sabes si podré hablarla un momento esta mañana?
Stur. ¡Oh! eso ya no me concierne a mí, capitán. Es preciso que para eso os dirijáis primero al sumiller de guardias, el cual os dirigirá a un mayordomo, el cual os dirigirá a una camarista, y ésta os encaminará... ¿Qué queréis? ¡son tan dichosos que no hay medio de acercárseles!
Conde. Es preciso, sin embargo, que yo vea a la princesa.
Stur. La veréis. Justamente me ha mandado decir que tenía que hablarme. Ésta es la hora.
Conde. Te lo pido por Dios, mi buen Sturmer.
Stur. Voy allá. Contad siempre conmigo, capitán."

León Gozlan
Batalla de reinas







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