Manly Palmer Hall El Gurú



El Señor de los Señores es también una persona real. Quizá lo describan mejor las palabras del mismo Gurú cuando me expresó sentado en su cuadrado de tela blanca, en la casa de Nadu, en Calcuta: “Nos resulta difícil entender por qué los occidentales dudan de la existencia de los Grandes Hermanos de las Montañas Nevadas. Nosotros los conocemos, nuestros padres los conocieron, y ellos fueron parte de la ida de nuestra raza desde el comienzo.” Cuando echamos una mirada alrededor de nosotros, en nuestro mundo occidental, algunos abrigamos la secreta esperanza de que llegue el día en que los sabios tengan también aquí sus discípulos y enseñen las grandes verdades del mismo modo simple y bello con que fueran instruidos en la India, esa tierra distante y extraña donde los Dioses todavía caminan entre los hombres.
 
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El Gurú, prefacio, página 1
 
 
Mi nombre es Nadu Chatterji; nací en un villorrio de la Bengala superior. El día de mi nacimiento un pundit erudito calculó mi horóscopo y según las posiciones de los planetas de mi nacimiento, predijo que yo escogería la vida religiosa.
 
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El Gurú, prefacio, página 1
 
 
La mayoría de la gente acepta como estrictamente cierto todo lo que escucha de los científicos. No se le ocurre que los mismos pueden tener también distintos prejuicios filosóficos o ideológicos. El hecho es que los científicos evolucionistas imponen a la gente sus propios prejuicios y puntos de vista filosóficos, bajo la apariencia de "ciencia". Por ejemplo, aunque son conscientes de que los sucesos azarosos no causan más que irregularidades y confusiones, pretenden que el maravilloso plan, orden y designio que se ven en el Universo y en los organismos vivientes surgen de manera casual. Por ejemplo, un biólogo se da cuenta fácilmente que en una molécula de proteína, el "ladrillo" con el que se construye la vida, hay una armonía incomprensible, sin ninguna posibilidad que sea el producto de la casualidad. Sin embargo, el evolucionista sostiene que esa proteína pasó a existir de modo casual, bajo las condiciones primitivas de la Tierra, hace miles de millones de años. Y no se detiene ahí sino que sostiene también, sin vacilar, que no solamente se formó una proteína de manera casual sino que lo hicieron millones, y luego, de forma increíble, se juntaron para crear la primera célula viva. Además, defiende ese punto de vista con una obsecada obstinación. Una persona así es lo que se llama científico "evolucionista".
 
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El Gurú, página
 
 
Soy hombre veraz y explicaré exactamente lo que ocurrió ese día entre las montañas del Kanchanjungha, Casi al promediar la tarde la tormenta llegó al máximo; el aire tema un tono verde electrificado, y el tumulto de los elementos llegó casi al límite de lo que los humanos pueden soportar. Entonces, de improviso, una columna de vapor se formó directamente sobre el altar, elevándose como una gran hebra de humo de incienso para mezclarse con las nubes tormentosas de lo alto. El vapor empezó a girar; su densidad creció hasta que un arremolinado cono de unos treinta metros de alto osciló sobre el altar. Luego, en medio del cono, llegó la Diosa Kali cabalgando sobre la tormenta. Su cuerpo era azul como el cielo, y sus manos y pies rojos con sangre del sacrificio. Su largo cabello volaba como nubes de oscura luminosidad, y sus ojos destellaban como soles dorados. Tenía ocho brazos y llevaba una guirnalda de manos humanas. Bailaba en el cono vaporoso como si lo hiciese sobre el cuerpo postrado de la tierra. Su enorme figura de pronto proyectó hacia abajo uno de sus brazos. Vi el resplandor de una gran maza impulsada con potencia irresistible. Un estallido enceguecedor hizo añicos las montañas: la Diosa había golpeado el altar con su hacha de batalla. Llamas azules brotaron en todas las direcciones. El repentino resplandor nos encegueció. Después, a medida que nuestros ojos recuperaron su potencia, vimos que Kali se había marchado; el cono arremolinado, convertido solamente en una hebra vaporosa, se desvanecía en la brisa. Las nubes de tormenta desaparecieron y en unos pocos momentos el cielo estaba despejado. El sol pendía como una esfera de cobre sobre los glaciares de las montañas occidentales. El cántico de los santos menguó lentamente.
 
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El Gurú, página 8
 
 
 
No es bueno que los negocios interfieran el crecimiento del alma.
 
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El Gurú, página 10
 
 
El hombre que nace debe pagar su deuda a la naturaleza.
 
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El Gurú, página 11
 
 
La virtud de un discípulo está en la obediencia.
 
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El Gurú, página 13
 
 
Hijo mío, el principio de la sabiduría es la autodisciplina. Obedeciendo te engrandecerás. Me incliné y toqué reverentemente el pie de mi Gurú, y él puso su mano sobre la mía. Sollozaba mi voz cuando repliqué: —Obedeceré; pues para mí tu palabra es la palabra de los Dioses.
 
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El Gurú, página 14
 
 
enes son agradecidos en espíritu y conocimiento se abrirá como los pétalos del loto. De tus maestros occidentales, Nadu, aprenderás el arte y las ciencias; y de tus maestros orientales deberás descubrir el misterio interior de la sabiduría. No estás educado, estás meramente bien instruido. Sólo estarás verdaderamente educado cuando te halles iluminado por la verdad interior. Pues la verdad interior toma hechos muertos y los vivifica; e inspira el para que use el conocimiento en servicio de los demás. Yo sabía esto en mi corazón y permanecí silencioso; y en mi silencio pude sentir el pensamiento de mi maestro cantando en mi mente como los antiguos himnos de los Vedas.
 
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El Gurú, página 20
 
 
—Mírame, Nadu, y mira a la ardillita roja.
 
El Gurú llevó su mano hasta el hombro y tomó suavemente al animalillo, acariciando su lomo y su larga cola esponjada. Luego, sosteniendo la ardilla entre sus manos, sopló en ella y musitó varias palabras en el antiguo lenguaje de Senzar, que no pude entender.
 
De pronto, la ardilla se transmutó ante mis ojos en un pajarillo marrón de pecho rojo y pico amarillo. El pájaro revoloteó un instante y luego se posó en un dedo del Gurú, ensayando un canto suave y nítido.
 
El maestro me miró;
 
—Nadu, ¿parece un milagro el que yo haya cambiado una ardilla roja en un pajarillo marrón? No es un milagro; esto se debe a que musité palabras de poder, y una ruedita giratoria en el corazón de la ardilla dio vueltas más rápidamente; y por este preciso giro la ardilla se transmutó en pájaro. Hijo mío, este es el secreto de la respiración y del Yoga. Lo mismo ocurre cuando vas a la escuela; tu conocimiento será como la ardilla; mas mediante el secreto de la respiración y del Yoga darás alas a tu conocimiento, y luego las cosas que recogiste de los libros cobrarán vida y entonarán el cántico de Nuestra Madre.
 
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El Gurú, página 21
 
 
Pero ¡ay! estos ingleses... Les es difícil adaptar su mente a la vida contemplativa. La señorita Hardwick jamás está quieta; está tan empeñosamente ocupada en tratar de aprender, que no le queda tiempo para aprender.
 
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El Gurú, página 27
 
 
Esa noche la señorita Hardwick me preguntó si podía ver al Gurú. Este la recibió de inmediato y escuchó su pedido:
 
—Venerabilísimo maestro, —empezó la dama inglesa— ¿cómo puedo lograr la realización y llegar al completo desapego que existe aquí entre esta gente santa?
 
El Gurú extendió su mano hasta un platito y tomó un lirio acuático que Chuni Sen le diera una hora antes.
 
Se lo alcanzó a la señorita Hardwick, con el tallo todavía goteando:
 
—Hija mía, lleve esto a su cuarto y medite en ello; y cuando haya descubierto su significado, regrese y dígamelo.
 
De acuerdo a las dos damas hindúes de Nueva Delhi, la señorita Hardwick no abandonó su cuarto durante cinco días; y luego, con la flor muerta y marchita en su mano regresó ante el Gurú. Todos notamos cuan pálida y callada estaba, y advertimos que no había dormido.
 
El Gurú escuchó atentamente cuando la señorita Hardwick narró su historia: —La primera noche tomé cada vez mayor conciencia de la belleza de esta flor. El segundo día aumentó mi comprensión sobre el modo maravilloso en que está hecha. El tercer día me encontré parangonando toda la vida con esta flor; y el cuarto día experimenté esta flor en mi propio corazón. Pero al quinto día no tuve más conciencia de la vida ni de la flor, ni de mí misma. Se apoderó de mí una gran quietud; y al mirar la marchita flor que flotaba en el agua, no pude pensar, ni asombrarme ni sentir. Pareció como si el tiempo hubiese cesado, y que todo lo que quedaba fuese un dolor extraño e impersonal que era muy bello. No puedo describir más eso, gran maestro.
 
El Gurú miró sus manos que yacían abiertas en su regazo:
 
—Ha obrado bien, señorita Hardwick; piense ahora que podrá dibujar sus cuadros con una sola línea valerosa.
 
Al día siguiente la señorita Hardwick partió para Calcutta, sentada sobre sus valijas y empuñando su sombrilla verde. El Gurú no recibió más cartas de ella.
 
Un día le preguntamos por qué ella había dejado de escribir. Sonrió y replicó:
 
—No es necesario escribir más cartas cuando el corazón puede hablar al corazón.
 
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El Gurú, página 29
 
 
El Gurú explicó que el término "relativo" debería aplicarse a todo lo cognoscible por el intelecto; y el término "absoluto" a la Realidad Universal que es posible descubrir sólo mediante la realización interna.
 
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El Gurú, página 34
 
 
 
Fue entonces cuando nuestro amado maestro habló así: —Las ciencias de Occidente, hijo mío, realizaron muchas cosas grandes y buenas; pero se limitaron dentro de los estrechos confines del mundo material En Oriente también tenemos grandes científicos; carecen de laboratorios y equipo científico; pero con la disciplina de nuestra antigua religión y filosofía convirtieron sus cuerpos y mentes en los más perfectos de todos los instrumentos científicos. Aquellos grandes Yogis exploraron las distancias del tiempo y del espacio, y llegaron a entender las causas mientras sus pensadores occidentales estuvieron estudiando solamente los efectos. El señor Miller presionó sobre el tema: ¿Entonces, usted aconsejaría que los científicos orientales y occidentales uniesen sus esfuerzos y compartiesen su conocimiento? El Gurú movió su cabeza: —Yo recomendaría, señor Miller, que ustedes escogiesen de sus grandes universidades e instituciones científicas cinco de sus físicos máximos. Hombres no sólo esclarecidos mentalmente, sino de mente liberal, que hayan descubierto lo bastante como para comprender que deberán descubrir más. Envíen estos hombres a la India, la tierra cuna del conocimiento. Déjenlos aquí con nosotros para que obedezcan nuestras normas y vivan según nuestras disciplinas y reglamentaciones. Que permanezcan diez años, y luego regresen a su propio país y apliquen lo aprendido, según los dictados de sus propios corazones. Mediante esta acción ustedes revolucionarían la estructura íntegra del conocimiento occidental, adelantando su civilización por lo menos mil años.
 
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El Gurú, página 34
 
 
Si los pueblos occidentales desarrollasen una vida contemplativa, y liberasen sus mentes de la presión de sus ambiciones económicas, podrían hacer evolucionar sus naturalezas espirituales.
 
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El Gurú, página 35
 
 
—Una nación no es práctica porque tenga gran fortuna, o fuertes armamentos, ni porque sea dueña de desacostumbrada habilidad o ingenio. Como lo expresa nuestra máxima oriental, 'Un hombre no es Rajá porque tenga muchos elefantes'. Una nación sólo es verdaderamente grande cuando utiliza sabiamente los recursos de que dispone. El sabio uso determina no sólo grandeza sino también sobrevivencia. Para sobrevivir, una nación debe dedicar todo cuanto tiene al servicio de su propia necesidad. Norteamérica para ser práctica, debe usar su riqueza y poder, para asegurar la completa felicidad y bienestar de su propio pueblo, y la mejora y protección de todos los demás pueblos menos afortunados que ella.
 
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El Gurú, página 36
 
 
 
Después de escuchar este relato, pregunté:
 
—Si el niño se ha de recuperar, venerabilísimo señor, ¿qué tratamientos serán necesarios?
 
El santo se levantó e indicó que era tiempo de marcharse de la oficina:
 
—La medicina no será de provecho; iremos juntos a la casa de Sunkar Das.
 
Luego de una breve caminata llegamos a la casa y vimos que había luces en las ventanas. El niño había empeorado y la familia estaba reunida con el joven médico del plantel del hospital que vivía a] lado.
 
El santo se dirigió inmediatamente al costado del lecho y miró al niñito, demacrado y atormentado por la fiebre. La criatura estaba consciente, pero había caído en raptos de delirio. El santo le habló directamente:
 
—Rabu, hijo mío, tú conoces la razón de tu enfermedad; ¿se debe a tu karma por una mala acción de tu vida anterior?
 
Para asombro de todos el niñito musitó:
 
—Sí, padre, sé que he pecado.
 
El santo continuó:
 
— ¿Te arrepientes del mal que cometiste?
 
Otra vez el niño susurró:
 
—Sí, padre; me arrepiento pues sé que abandoné a mí hija y la dejé morir en el bosque.
 
El santo habló suavemente:
 
—Por la bendición del Gran Señor, la niñita fue salvada y cumplió muchas acciones virtuosas, convirtiéndose en una gran Santa; y en sus plegarias te recordó y pidió que fueses perdonado.
 
Él niño enfermo sonrió débilmente y respondió en voz baja:
 
—Padre bendito, me traes gran felicidad al saber que mi pecado no destruyó a mi hija.
 
El santo entonces dijo:
 
—Estoy aquí para cumplir el ruego de la gran Yogini, tu hija. Mira, traigo su ruego en mis manos y te lo doy en tu corazón; que seas fuerte y consagres tu vida a las buenas obras.
 
El asceta ahuecó sus manos y luego las extendió sobre el corazón del niño enfermo. Después se volvió hacia los padres:
 
—Den alimento a la criatura; vivirá; y cuándo sea hombre será padre de una hija, y la amará muchísimo, y a través de ella realizará lo que no logró cumplir en una vida anterior.
 
Luego el santo se volvió hacia mí: —Recorrí hasta aquí un largo trayecto y mucho tengo todavía que recorrer. Adiós, en nombre de nuestra Santa Orden.
 
Se alejó silenciosamente de la habitación y oí el sonido de su cayado y la nota fina y alta de su canción mientras se desvanecía en la noche.
 
Rabu se recuperó y llegó a ser un niño fuerte y bello.
 
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El Gurú, página 53
 
 
—Cuando los Dioses benditos crearon el mundo con su meditación, llenaron sus partes terrenas con semillas. De estas semillas crecieron toda clase de plantas, y todas estas plantas tienen en sí poderes curativos. En cada tierra hay hierbas peculiares de esa tierra, adecuadas a la curación de una enfermedad típica de esa tierra. Esta humilde hierba tiene en sí una gran virtud. Si se hierven sus hojas con el tallo y las raíces, son un remedio contra el cólera.
 
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El Gurú, página 59
 
 
Tiempo después la hierba fue analizada químicamente por varios científicos británicos, y su informe fue por demás asombroso. Hasta donde pudieron descubrir, la planta no contenía elementos químicos que la dotasen de virtudes médicas especiales y con todo, de algún modo extraño, era una panacea para el virulento morbo. Siempre deseé poder pedirle una explicación al Gurú bendito. Creo que me habría dicho que en la naturaleza hay secretos que desafían a la ciencia y dan testimonio del accionar peculiar del poder divino.
 
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El Gurú, página 60
 
 
Ahora debes ir en busca de otros que te enseñen más, y debido a que quienes aprendieron más, más deben dar, te convertirás en maestro, pues enseñando aprenderás.
 
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El Gurú, página 68
 
 
El Gurú se detuvo en el linde de esa planicie y señaló el camino: —Allí, Nadu, hermano mío, está el camino de los Dioses. Debes recorrer solo ese camino. No debes preguntar dónde vas, ni por qué vas, ni a quién encontrarás en el camino. Conservando en tu corazón el inapreciable tesoro de nuestra ley bendita, debes seguir hasta encontrar a los Dioses de acuerdo con su voluntad y placer. Tal vez debas seguir este camino por muchos años; tal vez te hallen en realidad débil y anciano antes de llegar al fin de este camino. Tal vez caigas y mueras en algún sitio, en el Norte, junto a este camino errante. Pero ten siempre presente que en algún lugar del Norte está lo que buscas; en algún lugar, más allá de las montañas, los Dioses están esperando.
 
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El Gurú, página 70
 
 
Fue allí, entre las rocas, en esa noche estrellada, donde me senté a los pies del Señor de los Señores y recibí sus instrucciones:
 
—Nadu, hijo mío, en nombre del Sin-Nombre que mora en el espacio intemporal, te consagro como Gurú, maestro de nuestra doctrina atemporal. Tendrás tus propios discípulos, que te querrán como tú quisiste a tu maestro. Les instruirás según la ley de nuestra fe. Cuando llegue el tiempo de que mi amado hijo en Dios, el santificado Sri Purascharanacharya, sea apartado de su labor actual y retornado a mí, ocuparás su lugar. Continuarás su tradición y serás su sucesor en todas las cosas. En esta labor permanecerás hasta los ciento diez años, y entonces te haré regresar; y juntos iremos con tu Gurú bendito a la Ciudad de los Dioses. Si me necesitas o deseas conocer mi voluntad, guarda silencio y concentra tu mente en tu corazón; allí me hallarás sentado como lo estoy esta noche, y responderé tu pregunta y te revelaré mi voluntad.
 
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El Gurú, página 73
 
 
 
 
 
 
 
 


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