Olegario González de Cardedal

"El emperador León III en 726 destruye el mosaico de su palacio y declara la guerra a las imágenes. Según él, sólo hay dos realidades que remiten a Cristo y merecen veneración: la cruz y la eucaristía. La razón en que apoya su tesis es que, por ser lo divino irrepresentable, la imagen sólo puede representar lo externo de Cristo y esto es sólo la naturaleza humana. Entonces el icono representaría a ésta únicamente, y tendríamos un dualismo nestoriano, al separar al hombre Jesús visible del Logos invisible. El Verbo como Dios es irrepresentable; intentar pintarle sólo es posible separando de él su humanidad y absolutizándola. Constantino V quiso dogmatizar este punto de vista en el Concilio de Hiera (754). Frente a él, Nicea II expone las verdaderas razones, partiendo del principio encarnativo del cristianismo: Si Dios
se ha circunscrito a sí mismo en el Hijo encarnado, que es su verdadera imagen, eso quiere decir que la naturaleza creada puede expresar a su Creador. Si la palabra del evangelio puede anunciar verdaderamente a Cristo y si Cristo hombre puede reflejar verdaderamente a Dios, quiere decir que las imágenes creadas por el hombre pueden también reflejar al Verbo encarnado. No hay idolatría, porque a la persona de Cristo, que es única en su divinidad y humanidad, se la distingue de la imagen, que es sólo un signo y trampolín hacia ella. La persona invisible es adorada; la imagen visible, en cambio, es sólo venerada. Dios es capaz de revelarse y darse en el mundo; el hombre es capaz de percibir su revelación y expresarla."

Olegario González de Cardedal
Cristología



"Jesucristo no fue un místico en el aspecto exterior y en el sentido tradicional de la palabra. Si por mística se entiende el cultivo de la interioridad, el descentramiento de sí para vivir centrado en Dios, la vida espiritual profunda, y si por experiencia se entiende aquella certeza que se logra en la vida cuando se ha vivido muchos años para algo, entonces Jesucristo es súper místico y todo cristiano verdadero es un místico."

Olegario González de Cardedal




“La mística no es la forma suprema de realización de la vida cristiana.”

Olegario González de Cardedal



"Revelación es realidad otorgada, potencia de vida, inicio de un futuro nuevo. Quienes se han encontrado con Dios comprendieron el encuentro en el sentido pasivo, como un ser encontrados por él e interpretaron esa visitación divina como invitación a compartir una forma nueva de vida, la propia de Dios, como sus amigos y compañeros de alianza. La revelación, así entendida, es la forma de vida que esos hombres reciben no sólo en el orden de la inteligencia (saberes) sino también en el orden de la voluntad (fines), en el orden del sentimiento (experiencia de cobijo y fortaleza), y en el orden de la acción (motivos y potencias). Si tuviéramos que elegir dos palabras bíblicas para describir esa realidad divina, principio nuevo de existencia, que el hombre vive a partir de su encuentro con Dios, elegiríamos "Shalom" para el Antiguo Testamento y "Xáris" para el Nuevo Testamento. Ambas palabras describen una realidad divina, presente a la vez que futura, que afecta al individuo pero también a la comunidad, que ya es presente pero a la vez es futura. Es lo que Dios comienza a ser para el hombre ya en el tiempo, en una relación vertical con él de la que nace una nueva relación horizontal con el cosmos, la comunidad y el prójimo. Para san Pablo el evangelio (de la gloria de Cristo, de la salvación, de la gracia de Jesucristo...) no es un libro sino algo mucho más fundamental y previo: una «dynamis», potencia transformadora comunicada por Dios al hombre que se abre a él y con la cual le otorga su propia santidad, su rectitud y justicia. Esa comunicación le hace pasar de una fe a otra fe, es decir de una forma de existencia «mundana» a una forma de existencia «teologal», determinada por la presencia amorosa y justificadora de Dios en él.
La revelación, pensada así como relación y realidad, es lo que está operando en la vida de los profetas, de los orantes, de los salmistas y de los «pobres» en el Antiguo Testamento, que viven abiertos a Dios, recordando sus gestas salvadoras, acogiendo su palabra, haciendo la experiencia de su presencia en el templo y viviendo de su promesa. Los salmos son un exponente de lo que estas realidades significan en la vida diaria a la vez que en relación con las instituciones salvíficas. Léase como muestra el salmo 72, cumbre de la experiencia religiosa en el Antiguo Testamento. Son las que
nos describe el Nuevo Testamento, inherentes primero a la persona misma de Jesucristo, comunicadas por él a sus discípulos y entregadas a los apóstoles como sus portadores autorizados y universalizadores. Con ellas constituye el nuevo Israel, la comunidad de la nueva alianza."

Olegario González de Cardedal
El quehacer de la teología












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