Rodolfo González Pacheco

"Compañero: ¿Usted es artista, hace versos?.... y nosotros los cantamos. Es con los versos de ustedes entre los labios que vamos al porvenir…. No fue un herrero el que forjó a martillazos ese himno que hoy rueda incendiando el mundo: “Hijos del Pueblo, te oprimen las cadenas”.
Gabriel: Hijos del Pueblo, ¡Pero eso no es arte, ni cerca! Eso no es nada más que ruido para echar gente a la calle. El arte es todo lo contrario. No tiene nada que hacer con la muchedumbre; necesita su torre, su retiro.
Compañero: Venga al local, si quiere
Gabriel: ¿Qué tengo que hacer yo allá?
Compañero: Allá va a ver que es más lindo forjar el verso y cantarlo en medio de la tormenta; alzar la torre, no en el retiro, sino entre la tempestad, mientras el andamio cruje y baila sobre el vacío, y el viento, como un compañero loco nos alborota las greñas y hace chasquear nuestras blusas como banderas ¡Venga al local!"

Rodolfo González Pacheco
Hijos del Pueblo


"La culpa es de unos agitadores que disfrazados de marineros y vendedores de casimires de contrabando llegaron una tarde a la estancia de mis padres, en los primeros años de este siglo. Yo era un hijo de papá, un aprendiz de gaucho, mujeriego en los bailes de rancho y pendenciero en las reuniones de pulpería. Respetado por los gauchos que veían en mí más que al mozo guapo a un protegido de los milicos porque era hijo de estanciero. Aquellos falsos contrabandistas pidieron permiso para pernoctar, y de acuerdo con la costumbre hospitalaria de nuestra pampa, se les dio carne asada y catres para pasar la noche. Al día siguiente, cuando se fueron, uno de los peones me trajo una colección de folletos que los forasteros se habían olvidado en el galpón, repartidos estratégicamente para que se pudieran hallar después de irse... eran pensamientos de Bakunin, de Kropotkin, de Pietro Gori, de Malatesta. Al leerlos, fue la primera vez que advertí que en el mundo había algo más que las ginebras, guitarras y carreras cuadreras. Había gente que se preocupaba por sus congéneres. Y que mi vida era canallesca comparada con la nobleza y los sentimientos de esa gente..."

Rodolfo González Pacheco




"¡Lindo varón! Viene a ser el revés de Martín Fierro: no “dentra” en ningún barullo, y en todas las listas “dentra”. Es el gordo de la historia. Parecería que es el único parásito que asimila hasta los sustos.

Parecería. Porque tampoco se asusta. Sería extremoso, y el es el centro. Y como no hallo en lo humano nadie con quien compararlo, que no sea a el mismo, recurro al reino animal: esta entre el león y la liebre; entre el miedo y la bravura. Él es el chancho.

El hombre ha nacido para cantar. Remolino de fuego o nudo de agua, todos llevamos una canción sumergida. Mas, como nada se da por gracia a nadie, el canto solo florece y se aroma desde la sangre y con sangre. Es como otra semilla, que debe romper la tierra, y romperse ella también, para lograrse en la flor. Eso cuesta y eso vale. Y eso es lo que nunca quiso pagar aquel varón lindo. Que cante el diablo, o su padre. Él no bien logró expresarse, emuló, en gruñir, al cerdo. Arrancó de una chanchada.

Acordaos como fue. Francia arde y se carboniza bajo los fuegos cruzados del pueblo y la aristocracia, que se tiran a matar. Es su Gran Revolución. Las dos puntas de la vida –tiranía y libertad- chocan entre la llamas, y cantan. Mas él, como si gruñeran: ni las oye ni las ve. Él atiende a su negocio, que debía ser vender lutos. Hasta que esa fogarata declina y es pisoteada por la bestia cuartelera. Y ahí es cuando aparece él. Sobre esos franceses flacos, que lo habían perdido todo, avanza este guarro orondo, que ni peleó ni cantó, pero que engordó con todo; bravura y miedo y derrota. Con todo. Hasta con aquello que no se puede comer: “los derechos del hombre”, que no fueron más tampoco que los derechos del chancho.

De esa marranadaarranca el burgués cabal y clásico. Después... Sacad el saldo de cuantas revoluciones ha habido. Contareis la misma historia: el primer acto transcurre bajo este mismo signo, o consigna: ¡Carnear al cerdo! Mas al segundo y siguientes, no os canséis campeándole por peñas y matorrales. Mirad a lo alto; al balcón donde se empinan y entonan los que han vuelto a esclavizarnos. Y puede ser en el Kremlin, como en cualquier otra casa, “Rosada” o “Blanca”: entre esos, y cada vez más espeso y más feliz, de juro que le halláis a él.

No es político. No “dentra”. Pero lo consiente todo, si el va a la parte. Y aunque no vaya;le gruñe, pero le es fiel. Porque él sabe que el gobierno, a cualquier viento que gire, estará siempre en el centro. Y entonces se mira en éste como el chancho en su chanchada. ¡Lindo varón!"

Rodolfo González Pacheco




“No van a ser nuestros huesos los que se alzarán de la tierra sino nuestros pensamientos de amor, de paz y de vida libre. Caigamos, pues, por algo más que por odio o por venganza: ¡Por la libertad, que ha de perdurar eterna más allá de nosotros, más allá de los tiranos, más allá siempre!”

Rodolfo González Pacheco



"Nosotros, anarquistas, no podemos olvidar, ni aun en aquellos momentos en que una negra derrota nos llama a la prudencia, al hombre valeroso y arrojado que cayó por la Anarquía. No debemos extraer de su caída otra cosa que voluntad solidaria. Afirmarnos en su acción para volver a pararnos.

Decir que cayó por que fue iluso, o porque, imbuido de un entusiasmo teatral, saco el brazo o el pecho más allá de esta línea o de aquella experiencia es, no solo cantar al desánimo, sino algo mas feo: declararnos superiores. Derrotarlo más aún. Pegarle por que es caído.

No debemos hacerlo. Ni ante ese hombre ni ante las multitudes. Estas también, muchas veces, avanzan sobre nosotros, a destiempo. Juegan libertad y vida por causas que nos parecen mezquinas o de planteo inoportuno. Por el triunfo de una huelga que, al fin de cuentas, las dejará como estaban, asalariadas, o por reacción instintiva contra una vulgar infamia que les golpea la cara, atropellan y se hacen diezmar. Ir luego a los cementerios a plañir que estaban locas, o a las cárceles a dictarles cátedras de cordura es, más que feo, repugnante.

La rebelión, individual o del pueblo, no será, estamos de acuerdo, la revolución , pero es su nervio y su esencia. Es el sentimiento de ésta, sin el cual no hay anarquistas ni habrá Anarquía. De ella hemos partido todos, partirán siempre el hombre y las masas, y no de nuestras consignas. ¿Qué podríamos reprocharles?... ¿Qué su caudal de indignación y coraje es mas hondo e irrefrenable que el nuestro?... ¿Qué el dolor le duele más y la injusticia le es mas injusta? ¡Linda cosa!

Nunca tenemos más jefes y catedráticos que cuando estamos en el suelo. Todos somos excelentes para acaudillar carneros; muy pocos para enseñarles que tienen cuernos como los toros; menos aún para atropellar con ellos y rompernos donde ellos se rompan. Los esperamos de vuelta para decirles, a los que llegan desangrados y deshechos, lo que alguien le dice a los obreros y campesinos de España: “la revolución perdió lo que tenia que perder”... Que es decir: los que yacen en cementerios y cárceles por la intentona de Asturias, que revienten y se pudran por estúpidos.

¡Coño, sí! Hay que sacar lecciones de las derrotas; pero no de posibilismos y de consignas, sino de audacia y de conciencia. De solidaridad mas firme con los caídos y de redoblada acción al lado de los que quedan. No para hacernos sus jefes, sino para ser, mas que nunca, sus compañeros. ¡Con los rebeldes siempre!."

Rodolfo González Pacheco




“Nosotros, convencidos de tener un público que, por apuro o can-sancio o poca luz, no podía deletrear sino lo grande, lo primordial, lo prístino, le dábamos, de lo nuestro, lo primero y lo último, lo que es más virtual que el arte y más fuerte que la filosofía: esencias, re-sinas, síntesis.  Sí; para ese lector que tufa mugre, resopla angustia o masca encono, bajábamos a las napas de la vida y surgíamos lue-go con pepitas de oro virgen, puñados de mineral y vasos de agua.Nuestros carteles eran para ése sólo.”

Rodolfo González Pacheco



"Porque un cartel no se hace ni con ingenio ni con ciencia; ni con gri-tos, ni con música. No se pinta ni se escribe. Es lo vivo, lo palpitante, lo  cálido.  ¡Se  pare!  Debe  hablar  de  dolor,  cuando  habla,  no  con  la  boca, sino con las heridas; y no ha de pedir justicia, cuando la sueñe, sino que debe salir a hacerla, ¡a cumplirla!"

Rodolfo González Pacheco


“Yo soy autor de teatro como pudiera ser autor de un homicidio: por corazonadas y circunstancias de la vida. Paso por eso como el que, en su camino, pasa aquí un charco y allá una cumbre. Pero lo que yo amo está más adelante, más adelante...”

Rodolfo González Pacheco














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