Vsévolod Garshin

"—¿Cómo se siente? —le preguntó al día siguiente el doctor.
El enfermo, que acababa de despertarse, aún estaba entre las sábanas.
—¡Muy bien! —respondió, saltando de la cama, calzándose las pantuflas y cogiendo la bata—.
¡Perfectamente! Solo una cosa: ¡mire!
Le mostró su nuca.
—No puedo mover el cuello sin sentir dolor, pero eso no es nada. Todo está bien si lo entiendes; y yo lo entiendo.
—¿Sabe dónde está?
—¡Por supuesto, doctor! Estoy en el manicomio. Pero es que, si lo entiendes, esto categóricamente da igual.
Categóricamente da igual."

Vsévolod Garshin
La flor roja


"Nadie se dio cuenta de ello cuando, saltando sobre el parterre, arrancó la flor y se la escondió en el pecho, debajo de la camisa. Y en el momento en que los pétalos humedecidos por el rocío rozaron su cuerpo, palideció con una sensación mortal y los ojos se le desorbitaron, estremecido de terror. Un sudor frío le inundó la frente.
En el hospital encendieron las luces. En espera de la comida, la mayoría de los enfermos se recostaba en sus lechos, con excepción de algunos que deambulaban inquietos por el corredor y las salas. El enfermo, con su flor, estaba entre estos últimos. Caminaba con los brazos apretados –en forma de cruz– convulsivamente contra su pecho. Parecía como si quisiera aplastar, deshacer la flor escondida. Al cruzarse con los demás, evitaba cuidadosamente rozarlos con sus ropas."

Vsévolod Garshin
La flor roja


"Sobre una decena de verstas se extendía una ancha y rielante franja plateada de luz lunar; el resto del mar estaba negro. Hasta quien se hallaba en lo alto llegaba el ruido regular y sordo de las olas que se deslizaban por la orilla arenosa, aún más negras que el propio mar. Las siluetas de los barcos cabeceaban en la rada. Un buque de vapor enorme —«probablemente inglés», pensó Vasili Petróvich— entró en la franja clara de la luna y silbó a causa de sus vapores, que soltaba en forma de mechones y se disipaban en el aire a chorros. Del mar soplaba un viento húmedo y salado. Vasili Petróvich, que hasta el momento no había visto nada parecido, contemplaba con gusto el mar, el claro de luna, los buques de vapor y los navíos, y alegremente, por primera vez en la vida, respiraba la brisa del mar. Disfrutó durante un buen rato de las, para él, nuevas sensaciones, volviéndose de espaldas a la ciudad, a la que acababa de llegar hoy y en la que debería vivir muchos, muchos años. Detrás de él, una heterogénea masa de gente paseaba por el bulevar; tan pronto se oía hablar ruso como cualquier otra lengua, tan pronto las voces bajas y ceremoniosas de las personas respetables locales como el gorjeo de las señoritas o las voces fuertes y alegres de los alumnos mayores del gimnasio, que iban en grupos de dos o tres. La explosión de carcajadas de uno de esos grupos hizo volverse a Vasili Petróvich. La alegre zaragalla pasaba de largo. Uno de los jóvenes contaba algo a una joven alumna del gimnasio; los compañeros alborotaban e interrumpían su apasionado y, al parecer, justificativo discurso."

Vsévolod Garshin
El encuentro

"Ya hace dos semanas que he dejado de ir a la academia: estoy en casa y pinto. El trabajo me ha agotado completamente a pesar de que progresa con éxito. No debería decir «a pesar», sino «tanto más cuanto que» progresa con éxito. Cuanto más cerca está del final, tanto más horrible y horrible me parece lo que he pintado. Y además me parece que este será mi último cuadro.
Helo ahí sentado ante mí en un oscuro rincón de la caldera, hecho un ovillo, vestido con harapos, jadeando de cansancio. Sería imposible verlo si no fuera por la luz que entra a través de los agujeros redondos horadados para los remaches. Círculos de esa luz esmaltan su ropa y su rostro, resplandecen como manchas doradas sobre sus harapos, sobre la barba y los cabellos desgreñados y cubiertos de hollín, sobre la cara morada, por la que el sudor mezclado con la suciedad corre a chorros, sobre las manos nudosas destrozadas y sobre el machacado pecho, ancho y hundido. El terrible golpe constantemente repetido arremete contra la caldera y obliga al pobre urogallo a esforzarse al límite para mantenerse en su increíble pose. En la medida en la que es posible expresar ese esfuerzo intenso, lo he expresado.
A veces dejo la paleta y los pinceles, me alejo del cuadro y me siento frente a él. Estoy contento con él, nada me había salido tan bien como esta escalofriante obra. La pena es que esta satisfacción no me alegra, sino que me atormenta. Esto no es un cuadro pintado: es una enfermedad madura. Cómo se resolverá no lo sé, pero siento que después de este cuadro ya no tendré nada que pintar. Pajareros, pescadores, cazadores con todas las expresiones y fisonomías típicas, toda esta «rica rama de pintura de género», ¿qué me va a aportar ahora? Ya con nada produciré un efecto tal como con estos urogallos, si es que lo produzco...
Hice un experimento: invité a Dedov y le enseñé el cuadro. Solo dijo: «Vaya, querido mío», y se quedó de una pieza. Se sentó, lo miró durante media hora; después, sin decir nada, se despidió y se fue. Parece que le hizo efecto... Pero es que, a pesar de todo, él es pintor."

Vsévolod Garshin
Los pintores
















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