Gustaw Herling-Grudziński

"Del sufrimiento común nace la esperanza común."

Gustaw Herling-Grudziński


"Dios mío, la manía de liquidar a sus víctimas con todos los visos de la legalidad es una de las mayores pesadillas del sistema soviético... No basta con pegarle a alguien un tiro en la cabeza, hay que conseguir que ese alguien lo pida por favor en un juicio."

Gustaw Herling-Grudziński



"El juez instructor no dejó de abofetearme y de darme patadas. Varios testigos me incriminaban de manera concluyente pero seguí sin rendirme. Mi inquisidor perdió el control de sí mismo, me golpeó a ciegas, y amenazó con matarme de un balazao “como a un perro” firmara o no... En el recinto de aislamiento, los más fuertes mataban impunemente a los más débiles y se quedaban con su pan."

Gustaw Herling-Grudziński


"Pienso con pavor y profunda vergüenza en aquella Europa dividadida en dos por el rio Bug: en uno de sus lados, millones de esclavos sovieticos rezaban por que los liberaran los ejércitos hitlerianos; en el otro, los millones de victimas de los campos de concentración alemanes aún con vida ponían sus últimas esperanzas en el Ejército Rojo."

Gustaw Herling-Grudziński



"Pierdo la esperanza cuando despierta en mí el deseo de vivir; pero la recobro cada vez que me asalta el anhelo de la muerte."

Gustaw Herling-Grudziński


"Un mes después de abandonar el hospital visité a Yevguenia Fiódorovna un día en que Yegórov no acudía al recinto y la encontré con Yaroslav R., estudiante de la Universidad Politécnica de Leningrado, detenido en 1934 a raíz del asesinato de Kírov, liberado antes de tiempo en 1936 y detenido de nuevo en 1937. Estaban sentados sobre una pequeña camilla que servía para examinar a los enfermos y se miraban de una manera que no dejaba lugar a dudas. En la voz de ella, siempre tan firme y serena, resonaba ahora una nota de entrega absoluta y sus ojos, ardientes, expresaban una felicidad nunca vista en los rostros de los presos. Más tarde los vi con frecuencia juntos en el recinto durante las noches de verano. Se decía que Yaroslav cortejaba a Yevguenia Fiódorovna para «sacar provecho de la cocina del hospital», pero para mí aquello era amor, el amor más puro que jamás había visto en el campo. No solo para mí, por cierto. Mijaíl Stepánovich definió el cambio que se había operado en el comportamiento y el aspecto de nuestra enfermera con la palabra «resurrección». Seguro que la palabra contenía bastante dosis de exageración, pero en un aspecto daba directamente en el meollo del asunto: más que el retorno a la vida en el silencio del hospital, merecía el nombre de «resurrección» el retorno a la independencia de los sentimientos, tan irrefrenable que hacía apostar la vida misma a una sola carta, pues no teníamos ninguna duda de que hubiera bastado una sola palabra de Yegórov para que Yevguenia Fiódorovna se presentara un día al recuento matutino formando parte de una brigada forestal.
Sin embargo, Yegórov parecía no ver lo que sucedía a sus espaldas. Como antes, acudía al hospital día sí y día no; como antes, se iba del recinto a paso cansino por la noche. Y, aunque a mí no me unía nada a ese hombre, en su silencioso drama —tal vez por espíritu de contradicción o por una intuición afectiva—, me puse de su parte. Me pareció que sufría no solo por el abandono de la mujer a la que amaba, sino también por su propio distanciamiento del campo, al que se sentía extrañamente vinculado. Se decía que en su quinto año de condena su mujer había renegado de él. Así que todo lo que todavía lo unía a la vida se concentraba en el camino que, alambradas por medio, llevaba de Yértsevo pueblo a Yértsevo campo. ¿Acaso podía regresar a la verdadera libertad un hombre que parecía casi fascinado por el cautiverio, atado como un perro al lugar donde había pasado los peores ocho años de su vida?
Hacia el final del verano, Yaroslav R. fue incluido, del todo inesperadamente, en un contingente de presos destinados a un campo de Pechora, cosa que significaba que Yegórov aún no se había rendido. Pero Yevguenia Fiódorovna también pidió traslado a otro campo, cualquiera excepto los de Kárgopol, cosa que significaba que tampoco ella estaba dispuesta a rendirse. Aunque su petición fue denegada, al cabo de poco tiempo Yegórov dejó de acudir al recinto. Al parecer había pedido el traslado a otro campo, pero nadie lo supo a ciencia cierta. En cualquier caso, nunca más lo volvimos a ver. En cuanto a Yevguenia Fiódorovna, murió en enero de 1942 al dar a luz al hijo de su verdadero amor, pagando con la vida su breve resurrección."

Gustaw Herling-Grudzinski
Un mundo aparte








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