Juan María Gutiérrez

"A más de los tres vapores indicados, el Mercedes era también de la comitiva, trayendo a bordo alguna tropa de la escolta del general. El jefe inglés de la batalla de Obligado debía hacer en su interior, desde la cubierta del Locust, muy serias reflexiones sobre el cambio obrado en la política Argentina. Las ideas ilustradas de un hombre le llevaban amigablemente por el mismo camino que él se había abierto a balazos en uno de los momentos más serios de las desavenencias de Rosas con el extranjero. Este hermoso Paraná, verdadero mediterráneo de agua dulce, está hoy como lo quiso su Creador, abierto a todas las banderas cristianas del globo. Sus márgenes quieren ser hospitalarias porque son argentinas. Sus barrancas eminentes se extienden sobre las aguas pidiendo, como manos abiertas, población y arados para que fecunden sus entrañas vírgenes e intactas. Aquellos cuatro vapores venían anunciando con sus columnas de fuego el camino de la tierra de promisión para el extranjero, y la resurrección de la patria para sus hijos. No todos se explicarían, claro, este presentimiento; pero nosotros lo oíamos murmurando por el rumor de las ondas del Primogénito ilustre del Océano: lo escuchamos en el rumor de los cañones de San Nicolás; en las salvas del Rosario; en los fuegos artificiales que alegraron la noche que fondeamos delante de Punta Gorda y donde crece a gran prisa la población del Diamante."

Juan María Gutiérrez
Recuerdos de septiembre de 1852



"Afortunadamente tengo un carácter maleable y siempre me fue tan halagüeño el abrir un libro de poesía como otro de matemáticas."

Juan María Gutiérrez
en una carta a Domingo Faustino Sarmiento



Endecha del gaucho

Mi caballo era mi vida,
mi bien, mi único tesoro;
a quien me vuelva mi Moro,
yo le daré mi querida
que es hermosa como un oro.

A mí nada me faltaba
cuando mi Moro vivía,
libre era cuanto quería,
ni guapetón me insultaba
ni alcalde me perseguía.

En todo pago y camino
donde estampó las pisadas,
allí sus glorias grabadas
dejó, y renombre divino,
por las carreras ganadas.

Fuego en sus ojos lucía,
y de rabia y de despecho,
la espuma arrojaba al pecho,
si tras el pato corría,
y otro le ganaba un trecho.

Mi caballo era una flecha
cuando la espuela le hincaba:
zanjas y arroyos saltaba,
cuando en mi mano derecha
la bola certera alzaba.

¡Ombú, que me das abrigo!
¿Te acuerdas cuando venía
bajo tu sombra María,
a ponerte por testigo
de las llamas en que ardía?

¿Te acuerdas cómo bufaba
el Moro lleno de brío,
al sentir que el amor mío
con sus crines jugueteaba
como con olas del río...?

Mi caballo era mi vida,
mi bien, mi único tesoro:
¡indio, vuélveme mi Moro,
yo te daré mi querida
que es luciente como el oro!

Juan María Gutiérrez



"La Constitución no es una teoría, como se ha dicho; nada más práctico que ella, es el pueblo es la Nación argentina hecha ley y encerrada en este código que encierra la tiranía de la ley, esa tiranía santa, única a que yo y todos los argentinos nos rendiremos gustosos. Los pueblos nos la piden con exigencia porque ven en ella su salvación; y es por otra parte la oportunidad más aparente para dársela; debemos hacerlo sin pérdida de tiempo, y pretender su aplazamiento es una acción que no me atrevo a calificar..."

Juan María Gutiérrez



"María, que también deseaba mirar el cielo y las flores, saltó como una mariposa desde el umbral de la sala hasta la arena lisa de una calle formada de rosas de todo el año y de mosquetas blancas, a la sombra de un parral que techaba aquella calle en toda su extensión de cien varas. La madreselva, de fuerte y voluptuosa fragancia, enredaba vigorosa sus ramos sensuales a los pilares que sostenían el emparrado, convirtiéndolos en árboles vivaces. Varias de estas calles, como diagonales de un vasto cuadrado lleno de arboleda frutal, iban a juntarse en la circunferencia de un círculo, formado alternativamente de palmas de las islas, y de naranjos y limos poblados de hojas en todas las estaciones. Los penachos de los palmeros, a manera de brazos de gigante, se extendían hasta unirse por encima de las copas redondas de los naranjos, mezclando con agrado de la vista los variados matices que resultan de la combinación del verde subido y del amarillo pálido. Del suelo de este círculo levantaban sus vástagos y sus cálidos perfumes las plantas de reseda, de heliotropo, de toronjil y de tomillo, formando una atmósfera cargada de las esencias del Paraíso. Varios bancos de madera apoyados contra los troncos ofrecían descanso a los que paseaban el jardín [sic].
Cuando el capitán tomó asiento en uno de ellos, estaba materialmente embriagado con las exhalaciones fragantes, y loco de amor. María durante la caminata, había desplegado delante de él todas las actitudes de una gacela suelta en los prados, y al tomar las flores en sus dedos agudos como el marfil de los picos de las aves, habría merecido que se la comparase con el colibrí libando el almíbar de los azahares. La agitación al aire libre y la satisfacción interior daban realce a su hermosura, y ella lo conocía. La luz del campo comunicaba reflejos de ópalo al azul de sus ojos y tornasoles de oro a sus cabellos lustrosos. Había echado de sí completamente la anterior turbación y la timidez, y conversaba alegre y cantaba y reía, mientras sentada entre su tío y el capitán que le sostenían el buen humor, tejía una corona de flores (alrededor de una ramita de laurel) con las cortadas por ella en el paseo, de las cuales trajo colmada la falda y recogida de manera que formaban sus brazos como las dos asas de un canastillo."

Juan María Gutiérrez
El capitán de los patricios



Mi bandera

¡Bandera de mi Patria! Está completa
la ambición de mi pecho entusiasmado:
porque para cantarte soy poeta,
y para defenderte soy soldado.

Doble misión de bardo y de guerrero:
permite al hijo que en tu amor se inspira
a tus servicios consagrar su acero,
¡y a tus hazañas dedicar su lira!

Si estás en paz, ¡bandera idolatrada!,
canta mi lira de la paz la fiesta.
Si estás en guerra, mi fulgente espada
brilla en mi mano a combatir dispuesta.

El himno vuela, el sable centellea
con fulgor que ilumina la victoria,
y ambas fuerzas, las armas y la idea,
las tengo yo para afirmar tu gloria.

Y si a silbar volvieran las metrallas
en torno de tus bravos defensores,
que me conceda el Dios de las batallas
morir bajo tus pliegues bicolores.

Te juro que al caer, ¡bandera mía!,
por muerte honrosa, el pecho destrozado,
aún te podré cantar mi poesía,
con mi último suspiro de soldado.

Juan María Gutiérrez


Recuerdo

Del huracán las alas tenebrosas
Sobre el abismo enfurecidas van,
Cual fúnebres coronas deponiendo
Blancas espumas sobre el negro mar.

Vienen en tanto a la memoria mía
Las frescas horas de mi quieta edad,
Con la inquietud presente se confunden,
Como la espuma y el horror del mar.

¡Visión de luz! amor primero y puro,
¡Cáliz de almíbar que arrojé desleal!
En esta noche que entristece a mi alma,
Eres la espuma que ilumina al mar.

Perfumes llegan de mi patrio suelo
De trébol, rosas, violas, azahar.
Y de esa flor del aire misteriosa
Que es como espuma blanca de la mar.

Siento en la playa del inmenso río,
Correr veloz el férvido alazán,
Bañado el pecho en argentada espuma,
Como la espuma que levanta el mar.

Madre y hermanas que lloráis mi ausencia,
Yo pisaré vuestro desierto umbral:
Es el tirano odioso de mi patria
Espuma leve que se traga el mar.

Juan María Gutiérrez



"Sobre la realidad de las cosas, en la atmósfera más pura de la región social, mueve sus alas un genio que nunca desampara a los pueblos; que mostrando al hombre la nada de sus obras le impele siempre hacia delante, y señalándole a lo lejos bellas utopías, repúblicas imaginarias, dichas y felicidades venideras, infúndele en el pecho el valor necesario para encaminarse a ellas y la esperanza de alcanzarlas."

Juan María Gutiérrez













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