Sebastian Haffner

"El año 1923 preparó a Alemania no para el nazismo en particular, sino para cualquier aventura fantástica. Las raíces sicológicas e imperiales del nazismo son mucho más profundas(…), pero entonces, en 1923, surgió aquello que confiere al nazismo su rasgo delirante: esa locura fría, esa determinación ciega, imparable y desaprensiva de querer lograr lo imposible, la idea de que `lo justo es lo que nos conviene’ y `la palabra imposible no existe’. Es evidente que este tipo de vivencias traspasan la frontera de lo que los pueblos pueden soportar sin sufrir secuelas emocionales.
La situación de los alemanes no nazis durante el verano de 1933 fue ciertamente una de las más difíciles en las que se pueda encontrar un ser humano: un estado de sometimiento total. (…) Todos los baluartes institucionales habían caído, era imposible ya cualquier tipo de resistencia colectiva y la oposición individual era una especie de suicidio. Los nazis nos tenían completamente en sus manos. (…) Y , al mismo tiempo, todos los días nos instaban no ya a rendirnos, sino a pasarnos al bando contrario. Bastaba un ligero pacto con el diablo para dejar de pertenecer al bando de los prisioneros y perseguidos y pasar a formar parte del grupo de los vencedores y perseguidores.
Uno se siente siempre tentado a creer que la historia se desarrolla entre unas docenas de personas que "rigen el destino de los pueblos" y de cuyas decisiones y actos resultará lo que, más adelante, será denominado `Historia’. (…), pero, aunque pueda sonar paradójico, no deja de ser un simple hecho que las decisiones y los acontecimientos históricos realmente importantes tienen lugar en nosotros, en los seres anónimos, en la entrañas de un individuo cualquiera, y que ante estas decisiones masivas y simultáneas, cuyos responsables a menudo no son conscientes de estar tomándolas, hasta los dictadores, los ministros y los generales más poderosos se encuentran completamente indefensos."

Sebastian Haffner


"Era lógico —la lógica de la desesperación—, pero ¡qué cambio de rumbo más increíble! Hasta entonces ni los alemanes ni los rusos estaban satisfechos con la paz recién firmada; al contrario, habían aprendido a odiarse mutuamente más que nunca. El tratado de paz había sido violado continuamente por ambas partes, y los nuevos embajadores en Berlín y Moscú hasta entonces habían tenido poco más que hacer que protestar incesantemente de forma amarga —e infructuosa— contra estos incumplimientos del tratado: los rusos protestaban contra las constantes violaciones de las fronteras y las ocupaciones territoriales por parte de Alemania; los alemanes, contra la propaganda revolucionaria y la nueva movilización de Rusia.
Y de pronto Chicherin, que había sido nombrado sucesor de Trotski como ministro de Asuntos Exteriores, propuso al gobierno alemán nuevas negociaciones. Deseaba dos cosas: unas fronteras definitivas, aún peores que las de Brest-Litovsk, pero definitivas, que los alemanes respetaran realmente, y, por otro lado, el apoyo alemán directamente contra las tropas de la Entente que habían desembarcado en Rusia, indirectamente, contra los blancos que éstas protegían.
A cambio, Chicherin ofrecía concesiones económicas: sobre todo, ofrecía pan. De hecho, en los dos países se pasaba hambre. Los alemanes habían ocupado los graneros más importantes de Rusia, pero durante todo el tiempo que tuvieron que luchar allí mientras los campesinos ofrecían una resistencia pasiva, las cosechas se perdieron. Chicherin intentaba dejar claro al gobierno alemán que un gobierno ruso amistoso y servicial ayudaría mucho más a Alemania que una tropa de ocupación alemana.
De hecho, las conferencias que empezaron en junio y se alargaron durante casi tres meses —ya no en Brest-Litovsk, sino en Moscú y Berlín— fueron nuevas negociaciones de paz; después de tres meses, la paz de Brest-Litovsk ya estaba superada por los acontecimientos (terribles en el caso de la Rusia bolchevique). Y esta vez no hubo ningún preámbulo ceremonial ni ninguna lucha dialéctica como la que protagonizaron Kühlmann y Trotski. La cruda realidad no dejaba lugar para más trucos diplomáticos: para la parte rusa, simplemente era una cuestión de vida o muerte; para los alemanes, se trataba nada más y nada menos que de la colonización de toda Rusia.
Pues éstas eran las novedades entre los alemanes: antes Alemania había aspirado «sólo» a formar un imperio a partir de los países satélite de Rusia, desde Finlandia hasta el Transcáucaso; la Rusia central, debilitada y derrocada, podría consumirse bajo los tremendos bolcheviques. Sin embargo, ahora el gobierno imperial alemán veía de pronto posibilidades mucho más poderosas, pues Rusia se hundía ante sus ojos en un caos inimaginable, de repente se hallaba completamente desgarrada, rota, mortalmente herida; era un gigante, pero indefenso; no era nada más que botín: sólo había que alargar la mano. Cuando había que retroceder un poco en el oeste —donde justo entonces la situación militar se estaba agravando—, podrían resarcirse en el este. El subsecretario de estado de Asuntos Exteriores, Von dem Bussche, escribió el 14 de junio: «La red de transporte y comunicaciones rusa, su industria y toda su economía nacional han de caer en nuestras manos. Tenemos que ser capaces de explotar el este para nosotros. Allí debemos buscar los intereses que pagarán nuestros préstamos de guerra».
Ya se había formado un consorcio de los grandes bancos alemanes y de la industria pesada —capital inicial: dos mil millones de marcos— «para la penetración económica de Rusia»; incluso el incansable Helphand volvía a aparecer en el plan, con el proyecto de crear un poderoso monopolio ruso de prensa con la que quería inundar todo el país y orientar la opinión pública a favor de los intereses alemanes (y de paso, dejar de ser un mero millonario para convertirse en un multimillonario). Nada de Ucrania, Livonia y Estonia: para los alemanes ahora se trataba del dominio de toda Rusia, que debía convertirse en la India de Alemania. Quedaba un solo aspecto por decidir: si convenía llevar a cabo la colonización con los bolcheviques o contra ellos. En torno a esta cuestión surgió a principios de agosto de 1918 la primera crisis interna de la política alemana.
¡Agosto de 1918! Fue cuando empezó la ofensiva inglesa en Amiens, «el día negro del ejército alemán», cuando se perdió la guerra en el oeste definitiva e irreversiblemente. Resulta grotesco imaginar que en esos momentos los hombres decisivos de Alemania no tuvieran nada mejor que hacer que discutir sobre cómo debían colonizar Rusia (no si debían hacerlo, sino cómo). Pero en el este las divisiones alemanas —que faltaban en el oeste— todavía eran invencibles. Alemania aún llevaba las riendas del asunto. Mientras en el oeste el agua les subía hasta el cuello, en el este podían decidir el destino de los «rojos» y los «blancos» igual que en la obra de Homero los dioses del Olimpo decidían el de los griegos y los troyanos. Y como dioses olímpicos llevaron a cabo una lucha homérica."

Sebastian Haffner seudónimo de Raimundo Pretzel
Pacto con el diablo


"Hoy en día estamos acostumbrados a la revolución como instrumento de guerra; incluso existe una teoría según la cual la revolución teledirigida ha sustituido actualmente a la guerra como método para resolver conflictos internacionales."

Sebastian Haffner
Pacto con el diablo












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