Stefan Heym

"Ciertamente esperaba que en la parte oriental de Alemania, lo que recién comenzaba a llamarse la república democrática alemana, se desarrollaría un sistema de socialismo con libertad y democracia."

Stefan Heym



“El muro era el verdadero símbolo de la derrota, de la inferioridad.”

Stefan Heym



"El pueblo alemán era una masa que asaltaba a codazos los grandes almacenes Hertie y Bilka en busca de gangas, oportunamente provista de los cien marcos, el pérfido “Dinero de bienvenida”, que les entregaba los estrategas de la guerra fría al pasar al Oeste. (...) Por favor, no subestimen una vida humana en la que, pese todas las restricciones, el dinero no lo decidía todo, el puesto de trabajo es un derecho igual para hombres y mujeres, la vivienda es asequible y la parte más importante del cuerpo no son los codos. "

Stefan Heym seudónimo de Hellmuth Fliegel
Construido sobre arena



"Hoy, cuando vivimos en lo que se llama una democracia occidental aquí... no te toman en serio todo el tiempo. Puedes escribir lo que quieras porque a nadie le importa. Pero en ese entonces, les importaba mucho lo que tú escribió, así que ese es un sentimiento completamente diferente."

Stefan Heym


Largas pestañas

Ah, tus largas pestañas,
el agua oscura de tus ojos.
Déjame hundirme en ellos,
descender hasta el fondo.

Como baja el minero a la profundidad
y oscila una lámpara muy tenue
sobre la puerta de la mina,
en la umbría pared,

así voy yo bajando
para olvidar sobre tu seno
cuanto arriba retumba,
día, tormento, resplandor.

Crece unido en los campos,
donde el viento reside, con embriaguez de mieses,
el alto espino delicado
Contra el celeste azul.

Dame tu mano,
y deja que creciendo nos unamos,
presa de todo viento,
vuelo de aves solitarias.

que en verano escuchemos
el órgano apagado de las tempestades,
que nos bañemos en la luz de otoño
sobre la orilla de los días azules.

Alguna vez iremos a asomarnos
al borde de un oscuro pozo,
miraremos el fondo del silencio
y buscaremos nuestro amor.

O bien saldremos de la sombra
de los bosques de oro
para entrar, grandes, en algún crepúsculo
que roce tu frente con suavidad.

Divina tristeza,
ala de eterno amor,
alza tu cántaro
y bebe de este sueño.

Una vez alcancemos el final
adonde el mar de manchas amarillas
calladamente invade la bahía
de septiembre,

reposaremos en la casa
donde las flores escasean,
en tanto entre las rocas
tiembla un viento al cantar.

Pero del blanco álamo
que hacia el azul se eleva
cae una hoja ennegrecida
a descansar sobre tu nuca. 

Stefan Heym



"Si vives en un sistema represivo, no caminas erguido, siempre caminas con la cabeza gacha."

Stefan Heym



Última vigilia

Qué oscuras son tus sienes,
tus manos, qué pesadas.
¿Tan lejos ya de mí
que no me escuchas?

Bajo las llamaradas de la luz
estás tan triste y tan envejecida.
Tus labios cruelmente
crispados en eterna rigidez.

Mañana será ya todo silencio,
y quizá esté en el aire
todavía el crujir de las coronas,
y un olor a podrido.

Pero las noches cada año
se vacían aún más.
Aquí, donde yacía tu cabeza
y ligera fue siempre tu respiración. 

Stefan Heym




Umbra vitae

Adelante se inclinan los hombres por las calles,
contemplando los signos de los cielos,
en donde los cometas, con narices de fuego,
amenazantes se deslizan en torno de las torres.

Los astrólogos llenan los tejados
y clavan en el cielo largos tubos,
y hay hechiceros: brotan de desvanes
retorcidos, a oscuras, conjurando los astros.

Los suicidas andan en grandes hordas
buscando entre la noche su existencia perdida,
encorvados sobre los puntos cardinales,
barriendo el polvo con escobas como brazos pobres.

Polvo que apenas dura,
perdiendo en el camino sus cabellos,
brincan, aprisa mueren
y yacen en el campo con la cabeza rota,

pataleando, a veces, todavía. Y las bestias del campo
alrededor transitan ciegamente y les clavan
los cuernos en el vientre. Se enfrían sepultados
bajo salvias y espinos.

Pero los mares se detienen. Los barcos,
suspendidos en olas, con aflicción se pudren,
dispersos, y no hay corriente móvil
y los patios celestes están todos cerrados.

Los árboles no cambian estaciones,
eternamente muertos en su fin
y abren sus largas manos, sus dedos de madera
por caminos ruinosos.

Quien va a morir se sienta para levantarse
y acaba de decir sus últimas palabras.
Se desvanece de pronto. ¿En dónde está su vida?
Sus ojos se quiebran como el cristal.

Muchos son sombras. Escondidas y turbias.
Sueños que rozan sobre puertas mudas.
Quien despierta agobiado por otras madrugadas
debe quitar la pesadez del sueño de sus párpados grises.

Stefan Heym



"Un escritor occidental se me acercó y me dijo: ¿Por qué nadie en esta manifestación habló sobre la unidad alemana? Le dije, porque no está en la agenda. La gente estaba interesada en tener otra RDA mejor, otro socialismo mejor."

Stefan Heym



"Y finalmente había además un acceso desde el agua. El Café Mánes se erigía parcialmente sobre un muelle que daba al río Moldava. En la planta baja estaba la cafetería; la superior se alquilaba para exposiciones de arte. Pero desde que los nazis habían invadido el país, el Mánes había dejado de ser el centro del arte moderno checo.
Un pasadizo, a la izquierda, conducía desde la cafetería al bar y al comedor. A mano derecha arrancaban las escaleras que llevaban a los servicios y un par de cuartos trasteros. E inmediatamente al pie de la escalera estaba la puertecita que daba al agua.
Janoschik, que nadaba como un pez, había aceptado el puesto por un modesto salario. Alguna que otra vez le daban propinas. De todos modos, estaba acostumbrado a vivir casi de la nada, y si hubiera sido necesario, habría puesto de su bolsillo para conseguir aquel empleo.
Ya llevaba cuatro meses trabajando en el Mánes y estaba siendo la época más tranquila de su vida. Años atrás, cuando organizaba a los mineros o vivía entre granjeros moravos, se había visto obligado a vivir en constante movimiento; unas veces había que cambiar de identidad, otras, de alojamiento; y en ocasiones, iba uno a la cárcel. ¿Y ahora?, sonreía para sus adentros; ahora disponía de un pequeño escondite caliente con salida trasera, y parecía que las autoridades, tanto las checas como las alemanas, o bien se habían olvidado de él, o bien no lo habían encontrado todavía.
Pero Janoschik no se hacía ilusiones. Sabía que no duraría eternamente. Tarde o temprano darían con él; y su juego terminaría. No creía sentir miedo para cuando llegara el momento. Tiempo atrás, en la guerra-y fueron cuatro los años que participó en ella-, también supo que le podía tocar a él. Y ahora volvía a ser un soldado, aunque en esta ocasión por voluntad propia."

Stefan Heym
Rehenes












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