Helena Janeczek

"A mí siempre me ha interesado ese juego entre lo real y lo imaginario.  A través de la memoria, muchas veces, tratamos de evocar una realidad que, finalmente, no deja de ser una construcción, un producto de nuestra imaginación. Ocurre lo mismo en lo referente a la relación que tenemos con la fotografía, con aquellas imágenes que forman parte del álbum familiar y que son un reflejo de nuestra propia memoria pero que, a la vez, tienen un valor histórico y ese valor se lo damos nosotros al verlas ya que a través de nuestra imaginación tratamos de comprender cómo era el mundo cuando se tomaron dichas fotos."

Helena Janeczek



"Cuando te aproximas a un personaje que, sobre el papel, es un dechado de virtudes, lo fácil es caer en la hagiografía. Se trata de una mujer brillante, joven, guapa, emparejada con una de las figuras más importantes del siglo XX, que murió cuando aún no había cumplido los 30 en pleno frente de batalla. Es difícil no sentir veneración por alguien así y, sin embargo, contar la vida de los santos rara vez ha generado buena literatura. Por eso decidí hacer emerger los claroscuros del personaje, convertir a Gerda Taro en alguien vivo, complejo, contradictorio. Fue por eso que quise ofrecer una visión fragmentada de ella a partir del testimonio de tres personas que la conocieron desde los años anteriores a la guerra de España. Se trata de tres amigos de juventud, dos de los cuáles fueron, además, amantes de Gerda. Al evocarla, ninguno de ellos puede evitar proyectar una imagen idealizada de ella pero que, al mismo tiempo, recuerdan los momentos de fricción que tuvieron, lo que da otra dimensión al personaje."

Helena Janeczek




"En otros tiempos fueron campeones de carcajadas. No, quizá sea una exageración, pero se les daba muy bien avivar a golpes de ironía la seriedad mortal de los debates, y Willy Chardack nunca les fue a la zaga a sus compañeros. Ahora también sus colegas aprecian su humor sobrio, más marcado por su acento alemán (el de los científicos locos), y a él le va bien no resultar demasiado arisco para los parámetros estadounidenses, un personaje.
El doctor Chardack, al escuchar la voz distante de Georg Kuritzkes, vuelve a verlo de nuevo en plein air con toda aquella alegre compañía, o no necesariamente al aire libre, sino en una atmósfera de película francesa, alegre y luminosa, aunque todavía no estuvieran en París. Pero el Rosental no temía la comparación con el Bois de Boulogne, y los passages de Leipzig eran famosos. Había industrias y comercio, música y editoriales que presumían de tradiciones centenarias, y esa solidez burguesa atraía como un imán a la gente del campo y del este, que hacían que la ciudad se pareciera cada vez más a una auténtica metrópoli, incluso en sus contrastes y conflictos. Hasta que se agudizaron los enfrentamientos y las huelgas, la crisis económica mundial que aceleraba la catástrofe alemana. Los rostros tensos que Willy se encontraba en su casa, cuando su padre se exasperaba ante la fila de los que le pedían un trabajo, cualquier trabajo, cuando a él le costaba aguantar con sus mozos y almaceneros, porque también se tambaleaba el mercado de pieles que prosperaba en Leipzig desde la Edad Media, o antes incluso.
Aunque provinieran de familias acomodadas, sus amigos y él, que no tenían que pugnar con clientes insolventes, estaban dispuestos a luchar contra todo. Eran libres de hacerlo, libres de irse de excursión y de dormir en tiendas bajo las estrellas, libres de cortejar a las chicas, y había chicas muy guapas e incluso extraordinarias (Ruth Cerf, que había pasado de larguirucha enjuta a rubia majestuosa, y además estaba Gerda, la persona más encantadora, más viva y divertida con la que se había topado nunca en el universo femenino), libres de reír. Las ganas de bromear no se les pasaron ni cuando Hitler estaba a punto de ganar y había que prepararse para hacer las maletas. Nadie podría expropiarlos de ese recurso que los hacía iguales, camaradas sobre todo en su forma de estar en el mundo desafiando a los nazis. Pero, desde luego, no eran iguales, Georg era el mejor ejemplo. Georg era brillante, pero como si derrochara un talento que le sobraba, casi el equivalente a la colección de camisas (¡camisas de algodón egipcio!) que languidecía en los armarios de la casa de los Chardack desde que Willy se había adaptado a los círculos de izquierdas. Georg Kuritzkes era inteligente, apuesto y deportista. Leal y digno de confianza. Con una excelente capacidad de agregar, instruir, organizar. Bailarín desenvuelto. Conocedor apasionado de las últimas tendencias musicales del extranjero. Valiente. Decidido. Y también ingenioso. ¿Cómo podía él, un Willy Chardack, ser la primera opción de las chicas? Lo llamaban «Teckel» desde mucho antes de que aquel apodo se le hiciera antipático después de adoptarlo al instante el ligero acento de Stuttgart de Gerda Pohorylle. No podía, desde luego. Pero que Georg encima fuera divertido alimentaba un afecto que circulaba fuera de los límites de esas jerarquías de chicos, aparentemente duradero, como demostraba su emoción al evocarlo. Efecto de una carcajada redescubierta después de un tiempo que parecía un siglo."

Helena Janeczek
La chica de la Leica



"Gerda fue una mujer con un espíritu de independencia muy fuerte; era capaz de sustraerse de aquello que los demás esperaban de ella y, al mismo tiempo, no podía dejar de transmitir una gran cantidad de energía a quienes la rodeaban. Así es, al menos, como he querido contarla yo, como una mujer en cuyo interior se libraba una lucha entre todas esas esperanzas y pasiones que le son propias a la juventud y las difíciles circunstancias del momento que la tocó vivir. En todo caso se trata de una representación subjetiva de Gerda Taro donde he tratado de conservar un margen de libertad para que el lector pueda construirse su propia imagen del personaje."

Helena Janeczek




"Gerda Taro era una mujer con una gran capacidad para imaginar."

Helena Janeczek


"La memoria es una función vital que todos tenemos y que nos ayuda a crear un vínculo entre el pasado, el presente y el futuro, a veces en las circunstancias más banales como cuando no sabes dónde has puesto las llaves y tiras de recuerdos para visualizar la última vez las tuviste en la mano antes de encontrarlas y metértelas en el bolsillo. Cuando hablamos de memoria colectiva hablamos de recuerdos que son compartidos por todo un pueblo, pero lo relevante no es tener esos recuerdos, sino que nos sirvan para definir nuestro presente y nuestro futuro y eso solo se consigue usando la imaginación pues es ella la que te lleva a darle una función a esos recuerdos."

 Helena Janeczek





“Vivir en París sin nada más que una Leica, era el arte de apañárselas día a día. Encontrarían más trabajo con un seudónimo, de ello estaban convencidos André Freidmann y Gerda Pohorylle. Incluso inventaron la historia de Robert Capa que poseía lo que a ellos les faltaba: riqueza, éxito, un visado sin límites en el pasaporte de un país venerado en virtud de una potencia no devastada por guerras y dictaduras. Unidos en una sociedad secreta que tenía un alias como capital inicial, estaban más cerca en la vida, más temerarios en los sueños que perseguían en el futuro.”

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