Marek Hlasko

"-Mátame –dijo ella–. Mátame, pero luego. Después de hacerlo, no podremos mirarnos a la cara. Y habrá paz. Paz por fin. Sin nostalgia. Sin amor. Sin domingos. Sin tus historias de la prisión. Nos escupiremos. ¿Qué importa todo eso? No te escapes, no pienso soltarte. Ven. Después podremos olvidarlo. Y no quedará nada. Pero ahora ven…"

Marek Hlasko
El octavo día de la semana


"Mientras Robert hablaba del pequeño Johnny y de sí mismo, yo observaba los tejemanejes del crío. Estaba atareadísimo. Primero ató una cuerda a la pata de una tumbona y, cuando un anciano se disponía a sentarse, le dio un buen tirón. «Tiene el saludable sentido del humor de las clases populares», dijo Robert, contemplando los esfuerzos del anciano por levantarse. Luego el pequeño se puso a fabricar bolas de arena para arrojárselas a las mujeres que no querían mojarse el pelo por nada del mundo. Cada una de sus dianas podía arruinar una permanente de diez dólares, y tenía una puntería infalible. Aquel pasatiempo se prolongó un buen rato, y calculé que aquel día los peluqueros del hotel Dan se embolsarían más de ciento cincuenta dólares, sin contar las propinas. Pero el chiquillo acabó por aburrirse y desapareció de repente, para volver al cabo de un rato con un buen puñado de pinzas de tender la ropa. No supimos hasta más tarde que toda la colada del hotel había acabado en la arena. Johnny se metió las pinzas en el cinto del bañador y se adentró en el mar.
En un primer momento no comprendí qué hacía nadando con tantas pinzas, pero no tardé en avergonzarme de mi estupidez. La naturaleza le había concedido el don de la simplicidad de pensamiento y su idea era magistral: localizar a los bañistas que nadaban con máscara de buceo y cerrarles el acceso del aire, obstruyendo sus tubos de goma con las pinzas; los pobres desgraciados se asfixiaban durante un instante y luego se arrancaban la máscara; dos de ellos la perdieron y no pudieron recuperarla; uno era mal nadador y tuvo que sacarlo del agua un socorrista. Todo el mundo pedía a gritos que alguien llamara a la policía y hubo quien exigió un linchamiento. El hombre al que habían sacado del agua tuvo un ataque de histeria, y alrededor de él se congregó un corro de curiosos, que le daban solícitos consejos al socorrista para hacerlo volver en sí. El socorrista perdió la cabeza, le asestó al hombre dos bofetadas y puso fin al ataque de histeria. Pero el histérico se sintió ofendido y le pidió al socorrista sus datos personales; el asunto iba a resolverse en los tribunales."

Marek Hlasko
Matar a otro perro


"No me gustan las estaciones. En ellas siempre me huele a separación."

Marek Hlasko
El octavo día de la semana



"No merece la pena vivir cuando te encuentras en todas partes con un cartel que dice: “Prohibido el paso”."

Marek Hlasko
El octavo día de la semana




"-¡Por el amor de Dios! –dijo Zawadzki. Extendió el brazo y trazó un círculo con la mano–. ¿Hasta cuándo van a seguir existiendo estos prados, esta gente tirada junto a la valla, estos hoteles, estas colectas para una botella de cinco zlotys, estas listas de holgazanes, estas aglomeraciones en los tranvías, estas colas para comprar mantequilla? ¿Hasta cuándo van a seguir los enamorados sin tener un sitio donde vivir, hasta cuándo va a seguir separándose la gente por culpa de la vivienda, de la colada, de tanta memez? Si no fuera porque conozco lo que hubo antes, pensaría que estoy en el infierno. No creo en el otro infierno; pero, suponiendo que exista algo así, entonces las botellas, los tipos junto a la valla, las colas para la carne, las chicas en los hoteles… todo eso es peor que el infierno."

Marek Hlasko
Volamos hacia el cielo


Y ahora déjame que te diga una cosa: las personas, por sí solas, no cambian nunca. Es la vida la que cambia a la gente. Para bien o para mal, haciéndonos mejores o peores, pero siempre es la vida.

Marek Hlasko
El nudo corredizo

























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