Maria Iordanidu

"Dice Loxandra que vino al mundo en Constantinopla, en tiempos del sultán Abdül-Mecit, «que mala muerte tenga…».
—Shhh, cállate, Loxandra, nos perderás.
—¡Oh, que Dios conceda larga vida al sultán Abdül-Mecit, mal rayo lo parta!
—Shhh, calla de una vez. ¿Te has vuelto loca para gritar así?
Pero Loxandra no está gritando. ¿O sí? No, está hablando en voz baja. Pero la voz baja de Loxandra resuena como una campana de Santa Sofía. Sólo los muertos no la oyen. Una voz muy grande y sonora tiene la bendita y no la puede modular."

Maria Kriezi-Iordanidu
Loxandra



"¡Helados, helados de kaymak!- pregonaba el sorbetero, y todos los niños corrían con platos y tazas en la mano en busca de su helado de media tarde.
¡Cómo no iba a amar Constantinopla, que le ofrecía una vida tan bella, una vida tan plena que las veinticuatro horas del día no le alcanzaban para disfrutarla!
¿Y el otoño? ¿Qué me dices de ese otoño de espléndidos colores, con sus olores nuevos, con su fruta nueva? Entonces empieza la fruta confitada, el dulce de membrillo…"

Maria Kriezi-Iordanidu
Loxandra



"Todo es lo mismo que en Makrojori, pero nada es igual.
Aquí también el vendedor de huevos es tártaro, el pescadero armenio y el panadero epirota.37 «¡Salep, salep!», pregona también aquí discretamente el vendedor de salep, y el marchante de menudillos también aquí es guego.38 El vendedor de keten helva es persa y vocea con la misma tonada que voceaba su marchante en Makrojori. Y, sin embargo, aquí te levantas con dolor de cabeza y al abrir la ventana no exclamas «¡Bendito sea Dios!». Y cuando cae la noche, lloras.
¡Qué triste es el crepúsculo en la ciudad!
Llegó el otoño y luego el invierno. Se encendieron las estufas, sólo que el brasero que desde siempre había ardido en la alcoba baja ahora está oxidado y triste en la bodega. Ha pasado de moda.
Los pasos del sereno arrullan por la noche a Loxandra, pero no se siente segura, porque las puertas no siempre están trancadas. No todo el mundo está acurrucado en su cama. Klío le pide con frecuencia a Tarnanás que la acompañe y sale a pasar la velada en casa de la tía Elenkaki o va con las hijas de Elenkaki y con Bébekas al teatro. En Pera las calles están llenas de gente hasta el amanecer. Aquí ni la noche es noche, ni el día es día. No sabes si estás en primavera o en otoño, se te olvidan las fiestas que se celebran a lo largo del año, porque tampoco hay huéspedes ya. También han pasado de moda. Apenas han llegado tus visitas, cuando ya se están yendo. No alcanzas a disfrutarlas. Ahora sí les da tiempo de volver a sus casas. Pero, además, ¿acaso hay espacio para que los huéspedes se queden a dormir?
La noche perdió su ferocidad y perdió la cama su dulzura. No hay patio de mármol en la casa, ni cisterna, ni pozo, ¡cómo iba a entrar, por lo menos por la noche, algún Güi-güitzís para asustarte aunque fuera mínimamente!
Menos mal que la casa de Elenkaki queda cerca. Si no, Loxandra ya se habría vuelto loca."

Maria Kriezi-Iordanidu
Loxandra



"Trak-truk, trak-truk, entró el gendarme en el patio, y todos, con excepción del monje y de Druzhok, desaparecieron. El gendarme se detuvo con las piernas separadas en mitad del patio dando resoplidos. Era muy alto y corpulento y resoplaba a todo pulmón. Sus bigotes subían y bajaban como la tapa de la olla que estaba hirviendo. El patio se llenó con sus botas, pero el suplicante, imperturbable, levantó la mano y lo bendijo. «La paz sea con vosotros», pronunció, y poco a poco, a su ritmo, pasó frente al gendarme y salió.
Druzhok lanzó un par de «¡guau, guau!» complementarios para no perder su dignidad, el gorodovói tosió más que nada para llamar la atención y se persignó a hurtadillas. Se calmaron las cosas. Ana abrió uno de sus cajones y sacó un paquetito de algodón para taparse los oídos y ponerse de nuevo a estudiar.
Hacia las tres, cuando se sentaron a comer, Ana había terminado con la historia, y antes de ir al comedor, escribió triunfalmente: «Nikolái Alexándrovich II, zar de todas las Rusias. Nacido en 1868…».
Durante la comida, Galia les informó que la línea que iba de Kovno a Brest-Litovsk había quedado interrumpida. Que los austríacos habían perseguido a los rusos hasta Galitzia. Que Rusia había perdido Polonia, Lituania, Curlandia, y que ahora los alemanes estaban empezando la ofensiva general. Eso se decía en días pasados en casa de los Búbnov. Y luego, Galia preguntó si por la noche acudirían al parque para escuchar a la orquesta sinfónica. Tocaba el violín un joven judío ruso que estaba causando revuelo.
Ana hubiera dado lo que fuera por abandonar la geografía e ir. Pero no, ni hablar. Las muchachas de su edad iban todas las tardes al parque. Tenían sus admiradores y disfrutaban de la vida. Pero Ana debía ganarse el pan. Debía terminar lo más rápidamente posible el colegio, antes de que acabara la guerra y ella volviera a Constantinopla, porque de otra forma se quedaría, otra vez, sin el certificado de haber terminado sus estudios. No, Ana tenía que estar hasta la medianoche repasando geografía, la geografía de Rusia que para ese momento ya había cambiado.
En cuanto a la instrucción religiosa, Ana había tomado la decisión de no volver a tocarla. A cambio iría a encenderle una vela al icono del Manantial de la Vida. Y es que en instrucción religiosa, sólo un milagro la podría salvar."

Maria Iordanidu
Vacaciones en el Cáucaso













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