Maylis de Kerangal

"Coca se precisa cuando anochece sobre el territorio. La noche la favorece, la desquicia, la calienta, la entrega cruda y brutal, con los contornos acerados cuando su interior lo enturbian miles de resplandores rivales, la divulga anaranjada, efervescente, pastilla de vitamina C arrojada dentro de un vaso de agua turbia, bocal de combustible depositado en una cubeta, distribuidor de oxígeno, de speed y de luz.
El día que anochece multiplica su luz y acrecienta su ruido, la ciudad redobla su velocidad, las lenguas que han acudido se disparan en las excitadas bocas grandes, y este nombre que se propaga por todas partes: ¡Coca! ¡Coca! ¡Coca! ¡La ciudad flamante! Una zona de proliferación donde pululan, entre otros, hombres de negocios febriles, comerciantes de toda índole, adolescentes pérfidos, dandies opiómanos, usureros, usureras, chicas nictálopes y asesinos con peluca. Los grandes periódicos de la Costa, los primeros tentados por su reputación, al mismo tiempo que fascinados por su crecimiento, publican cada semana su imagen cálida y nerviosa, la comparan con una virgen núbil, zafia y maligna, todavía sucia, miradla, miradla bien cómo se insinúa, ataviada como una putilla, con la mano posada en una combadura recosida de estrás, feroz, determinada, escuchad cómo os llama, entrad, chicos, venid a ver, venid a probar. Fuerzan el rasgo, desde luego, porque siempre tienen que crujir las costillas, crunch crunch, pero en el fondo dicen la verdad –y el sexo era ciertamente aquí uno de los principios activadores de la gran mezcla global, practicado para abolir, o al menos se tenía esta ilusión, las diferencias sociales, físicas, generacionales–, no es un secreto para nadie, y basta atravesar Coca a cualquier hora del día para hacerse una idea del frenesí de una ciudad drogada de sudor y de pasta, tendida mortalmente como repujada de Botox, basta medir la fuerza del gigantesco efecto Joule que actúa en estos lugares.
Coca es una promesa de gran vida. Vienen de lejos, con el cuerpo impaciente y poco en los bolsillos para ir tirando solamente unos días; por tanto, turnover de los hombres y los deseos, mejillas brillantes y pupilas candentes, calles rápidas como motores centrífugos y rascacielos abiertos en el cielo dispendioso de buena fortuna: poderío efectivo del territorio. Allí encuentras lo que constituye el gran caldo urbano, allí se oyen los espasmos del hormigón y la escanción violenta de los corazones sumergidos en una turbulencia común. Ahora bien, el secreto de ese flow incomparable que hace que aquí latan más fuerte las arterias y se perlen de sudor los riñones, ese secreto no es único para cada persona, circula por todas las redes posibles como una actualidad: ¡venir a Coca para hacer algo, y basta! No para afincarse en ella, y todavía menos para distraerse o descansar, sino para abordarla como una fiera ambiciosa, respirar fuerte, dar un gran zapatazo en la puerta y abalanzarse sin demora, sin anunciarse, y ejecutar entonces el plan."

Maylis de Kerangal
El nacimiento de un puente


"Construye su laberinto con regularidad, desde la vuelta a clase de Navidad, porque los alumnos matriculados en el último curso de bachillerato opción Artes Plásticas tenían que presentar un proyecto personal a final de año. Comenzó bosquejando el volumen de plexiglás, un metro cúbico cuyas dos caras no debían colocarse hasta el final –había estudiado largo y tendido las muestras de material antes de elegir–, y ahora construye el interior. Tiene prendidos con chinchetas sobre el escritorio esquemas a distintas escalas, los observa desde la pared, tras lo cual dispone sobre la superficie de trabajo una placa de cartón pluma blanco, prepara los lápices, dos reglas de metal, las gomas limpias, un sacapuntas y una pistola de pegamento caliente, va a lavarse las manos al cuarto de baño y se enfunda los guantes de plástico transparente que le ha facilitado la peluquera de la calle –estaban en el carrito del color bajo los recipientes del tinte, entre los bigudíes, los pinceles multicolores y las esponjitas.
Comienza, corta la placa blanca y recorta con el cúter láminas de formas variadas que numera a continuación siguiendo el patrón que ha marcado al milímetro y que, una vez terminada la maqueta, se supone que dejará aparecer esas resquebrajaduras en forma de rizoma, esa compleja lacería en la que cada camino se cruzará con otro, donde no existirá ni entrada, ni salida, ni centro, sino una infinidad de pistas, de conexiones, de ramificaciones, de puntos de fuga y de perspectivas. Tan absorta está en su labor que acaba percibiendo un leve zumbido, como si el silencio vibrase, y formase un estuche en torno de ella, situada entonces en el centro del mundo –le gusta diseñar, manipular, cortar, pegar, coser, siempre le ha gustado, sus padres recuerdan con frecuencia los pequeños bricolajes que realizaba ya antes de saber leer, esos papelitos que rasgaba y juntaba durante todo el día, esos mosaicos de materiales cosidos con gruesos hilos de lana, esos puzles, esos móviles cada vez más sofisticados que equilibraba con plastilina, evocan entonces a la niña creativa que era, minuciosa, apasionada, una cría extraordinaria."

Maylis de Kerangal
Reparar a los vivos


"De pronto me he preguntado en qué se basaron los hombres para poner los nombres en la Tierra –unas goletas gastadas arriban a las orillas, echan el ancla en una playa arenosa más allá de la cual vibra una selva impenetrable, se meten en los botes y unos tipos hambrientos descienden atropelladamente, embrutecidos por emociones de signo contrario, aterrorizados y al tiempo aliviados por haber llegado vivos a tierra firme, silenciosos ante la tierra incógnita que se extiende frente a ellos en ese año de gracia de 1492 pero también excitados por el oro prometido al término de la travesía; sufren de tiña, de escorbuto, de piojos hasta las cejas, y su ropa raída de mugre está repleta de parásitos, sus partes les reconcomen, los martiriza la escrofulosis y se rascan hasta hacerse sangre, carroñas sin dientes; los botes cabecean y los hombres tragan saliva; cuando el fondo del esquife alcanza la playa, pasan por encima de la borda y hunden un pie en el mar con el agua hasta medio muslo, luego el otro, el bote se desequilibra, salpicaduras, gritos, algunos se caen, se incorporan y caen de nuevo hacia atrás, empapados, la sal corroe ya el hierro de la coraza, porque portan cascos, armas y van pesadamente pertrechados, avanzan por la arena y caen de rodillas, se persignan, mientras un cura descarnado que flota en un andrajoso sobrepelliz, la casulla hecha jirones pero los ojos echando fuego, blande un crucifijo hacia el cielo, descubriendo unas muñecas lívidas y flacas como las de una chiquilla, y bautizando el suelo pronuncia el nombre, es el acto de conquista, la toma de posesión de un suelo, de una tierra que se ofrece a Dios, al rey, a la Iglesia, la conquista de un territorio que se reinicia, y los nombres allí existentes se aplastarán, se concrecionarán, se taparán, de tal modo que se borrarán de la superficie del suelo pero seguirán rondando por el espacio, y aquellos que observan a los recién llegados, aquellos agazapados en el sotobosque, aquellos que susurran en su lengua con la cara descompuesta por la sorpresa, aquellos que se llaman Pequeño torrente o Caballo que vuela en la llanura, Roca de fuego o Colina abombada como el seno de una muchachita, aquéllos contienen el aliento, ahora se aterran y se transmiten los nombres de su tierra–, me he preguntado de qué depósito habían extraído los hombres los sonidos y los signos que marcaban, limitaban, identificaban, localizaban puntos de su territorio, cómo se habían inventado palabras que en ocasiones sugerían algo más que a ellos mismos, historias, un embeleso, o más bien una dominación, una explotación, una violencia política. Pensé en los fantasmas que albergaban los nombres, y me pregunté cómo oírlos, cómo percibirlos.
La noche se ha socavado como una alberca y el espacio de la cocina comienza a respirar tras un velo fibroso. He pensado en la materia silenciosa que se desprende de los nombres, en lo que escriben con tinta invisible. En voz alta, la espalda bien erguida, incorporada en mi silla y con las manos bien abiertas sobre la mesa –y seguramente ridícula en este instante para quien me sorprendiera, solemne, afectada–, pronuncio despacio: Lampedusa."

Maylis de Kerangal
Lampedusa


"Empecé trabajando como editora de guías de viajes. Lo que, ahora en la distancia, veo que ha influido en lo que escribo. Durante diez años estuve en Gallimard, hasta 2002, trabajando en una colección que se llamaba La Enciclopedia del viaje. Tenía que buscar documentos, reportajes, de gente erudita. Me confrontaba al espacio, al paisaje, a la física del mundo pero fuera de la ficción. Luego fui editora de libros para niños. No tengo una formación específicamente literaria. He estudiado filosofía, historia, y etnología. Yo quería ser etnóloga y la idea de ser escritora no gobernaba mi vida."

Maylis de Kerangal



"Es un día entre semana, el trabajo espera, aplastante, sin embargo a los cinco minutos están sentadas frente a frente ante una cerveza, y el busto de Kate ocupa entre ambas un espacio desproporcionado. Yo me piro, lo dejo, vuelvo a casa. Paula no chista, pero escruta el rostro de aquella a la que llaman «big Kate»; el cabello strawberry blond -un rubio veneciano con reflejos rosas-, el trazo del lápiz de ojos a ras de las pestañas, espeso, la carne lechosa, un vago parecido con Anita Ekberg cuando planta las manos en el talle, echa los hombros hacia atrás y remacha: las maderas, los árboles, las molduras y los drapeados me la sudan, ¡game over! Da una palmada y añade con tono más alto: yo soy una artista. El tipo de detrás de la barra mira en su dirección, intrigado, más que nada porque Kate compensa con una carcajada la desmesura de tal declaración. Cabe pensar que rematará su gesto, se levantará, sacará del bolsillo calderilla húmeda, se encasquetará la capucha y se esfumará en la noche, pero no, permanece sentada, enmudece. Paula espera. Sus ojos rasgados brillan con expresión grave: aquí te enseñan a pintar la malla de un nogal de diez años y la de uno de cien, y nada más, es el trato. Kate rechina: ¡guay! Guay quizá no, prosigue Paula, irritada de repente, pero copiarlos implica en cualquier caso formarse una idea, querer conocerlos, tampoco es poca cosa. Se pasa una mano por la nuca, se echa el pelo hacia un lado con un gesto maquinal y empieza a retorcérselo, apretando la punta sobre la mesa, como si escurriera un pincel japonés. A continuación, declara con suavidad: echarse la siesta bajo un nogal enloquece, los nogales son frágiles y su sombra es fría, ¿lo sabías? Kate se encoge de hombros. El café está vacío. Cae la noche, nebulosa, y de pronto se adivina al observar a Paula que ya no está tan segura de que Kate farolee. ¿Lo vas a dejar ahora? ¿Te vas a largar cuando llevas dos tercios del curso? Kate no contesta. Se arrellana contra el respaldo de la banqueta y prosigue con voz lenta: acabaremos todos camuflando ruinas a bajo precio, tapando lienzos de paredes guarros con fachadas floridas o decorando habitaciones temáticas en hoteles birriosos, todo eso no es el mundo, lo sabes de sobra. Fuera, un raudal negro ha crecido en los arroyos de las aceras, las cornisas y los árboles chorrean, pero se ha acabado, ha dejado de llover, la plaza es un charco donde la realidad se deforma, y la voz de Kate suena clara cuando se acelera: estoy harta de copiar, de imitar, de reproducir, de qué sirve, vamos, te escucho. Ha hundido las manos en los bolsillos doblando los codos hacia atrás, con lo que las mangas de la cazadora se han retraído en los antebrazos, dejando al descubierto sus puños cuadrados, rebasando, bajo el cuero, tatuada, una espléndida aleta caudal. A Paula le gustaría arremangarla para ver el pez que circula en silencio por la piel de su brazo, él y los otros, sabe que están ahí, poderosos, el escualo receloso, la ballena secreta, el delfín amistoso, le gustaría posar una mano en sus pieles, le gustaría escoltar a esa fauna de las profundidades, tumbada sobre sus cuellos, transportada en su estela. En vez de eso, murmura en un susurro: sirve para imaginar. Kate se ha quedado petrificada. Durante unos segundos, su mirada se clava en la calle, se desplaza tras los pasos de los que abandonan los refugios para reemprender la marcha, evitan los canalones y sortean los regatos."

Maylis de Kerangal
Un mundo al alcance de la mano


"Escribí mi primer libro durante un tiempo de ruptura en mi vida. Me fui con mi marido a Estados Unidos y allí me encontré con cierta disponibilidad. Estar en un lugar que no tenía nada que ver con mi mundo francés del café, del cine, la ruptura con lo conocido, me lanzó a la escritura como si hubiera sido algo que llevaba dentro de mí."

Maylis de Kerangal



“Francia vive un periodo sombrío.”

Maylis de Kerangal


"La ruptura con lo conocido me lanzó a la escritura."

Maylis de Kerangal


















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