Nora K. Jemisin

"Al otro lado del estanque hay otro Guardián que holgazanea en un rincón lleno de rosales y que hace como que escucha con atención mientras un estudiante cercano canta frente a un exiguo público que está sentado. Quizás el Guardián sí que lo escuche de verdad: a veces lo hacen. Y a veces también necesitan relajarse. Pero Siena repara en que tiene la mirada puesta en uno de los miembros del público en particular: un joven blanco y delgado que no parece prestarle demasiada atención al cantante. Se mira las manos, que descansan sobre los muslos. Tiene una venda que une y endereza dos de sus dedos.
Siena no deja de caminar.
Primero se detiene en la Adarga Combada, uno de los muchos grupos de edificios que alojan a cientos de estudiantes orogenes. Agradece que sus compañeros de habitación no estén en casa y no la vean coger de su baúl lo que necesita. El rumor de que le han encargado una misión no tardará en llegarles. Luego se marcha del lugar, para terminar en la Trascendencia Somática. La torre es una de las construcciones más antiguas del complejo del Fulcro. Es baja, alargada y construida con bloques de mármol blanco de una angulosidad imperturbable, algo que no casa con la arquitectura moderna e indómita de Yumenes. El gran portón de doble hoja da paso a un vestíbulo elegante, con el suelo y las paredes estampadas con relieves de la historia de Sanze. Camina sin prisa y saluda a los instructores con quienes se cruza, aunque no los reconozca, ya que quiere conseguir el trabajo de Feldespato, sube por la escalinata poco a poco, y vuelve a hacer una pausa para apreciar la gracia del baile de luces y sombras que proyectan las estrechas ventanas. La verdad es que no está segura de qué hace tan especiales esas formas, pero todo el mundo afirma que son una maravillosa obra de arte y quiere que la vean apreciándolas."

N. K. Jemisin
La quinta estación


"Cogen un Lyft que los lleva por la Interestatal 278. El paisaje nocturno de Manhattan está perfectamente posicionado para que Manny se quede mirando durante casi todo el viaje, y lo hace, embobado a pesar de que sabe que en realidad lo que mira es a sí mismo. Se queda sobrecogido por la imagen: los deslumbrantes y ordenados resplandores de la carretera a pesar de que la mitad de los conductores parecen estar determinados a montarse sus carreras privadas. Los rascacielos que se erigen junto a ellos y las imágenes fugaces de las vidas de otras personas: una pareja que discute frente a la horrible ilustración de un bote, una habitación llena de gente que a buen seguro es una fiesta, un anciano que grita y apunta a la televisión con el mando a distancia que tiene cogido con ambas manos. En un momento dado, la carretera se ve rodeada por otras dos a ambos lados, por una tercera que discurre por encima y también por una secundaria que en realidad es mayor. Es una locura. Es fascinante.
No es diferente de cualquier otra ciudad..., pero en el fondo sí que lo es. Manny siente la vivacidad del lugar. Baja la ventanilla y saca la cabeza todo lo que le permite el cinturón para respirar el aire. (El conductor le dedica una mirada escéptica, pero se encoge de hombros y no dice nada.) Manny suelta el aire, y las ráfagas de viento del exterior soplan con la fuerza suficiente para que el coche se agite. En ese momento el conductor suelta un improperio y Brooklyn se lleva una mano al pelo para tratar de no despeinarse demasiado. La mujer le dedica a Manny una mirada de advertencia, a sabiendas de por qué lo ha hecho en realidad, y él le devuelve una sonrisa arrepentida.
Pero no puede evitarlo. Está enamorado de la ciudad, y cuando uno está enamorado no siempre hace cosas inteligentes.
La dirección que Brooklyn le ha dado al conductor está en mitad de lo que el mapa asegura que es Bedford-Stuyvesant. Salen del coche y se encuentran frente a dos edificios de arenisca estrechos y majestuosos que parecen haber sido renovados y decorados con la misma idea en mente. Uno es más tradicional, con una verja de hierro forjado que se abre a un tramo de escalones. Junto a la puerta de entrada hay una placa que indica que el lugar es un punto de referencia histórico. Por su parte, el otro edificio ha sido modificado: carece de escalones, carece de verja y la puerta se abre a un llamativo patio de ladrillos lleno de plantas. Las puertas y el arco de la entrada son más modernos. Manny ve que a un lado hay un botón para abrir la puerta. 

Nora K. Jemisin
La ciudad que nos unió


"Hasta ahora, la ciencia ficción y la fantasía han sido demasiado conservadoras."

N. K. Jemisin


"La humanidad no es blanca. Hay afroamericanos, asiáticos, egipcios… En EEUU hay gente de todo tipo, no sólo blancos. Aunque es cierto que con los cambios políticos que estamos viviendo, probablemente retrocedamos. Aunque pienso en lo que dicen mis padres: hija, esto nunca será peor de lo que ya vivimos.”

N. K. Jemisin


“Mi padre no podía mirar a los ojos a un hombre blanco, lo tenía prohibido.”

N. K. Jemisin



“Se puede entender mi trabajo como una alegoría: plantear que todo se destruye como oportunidad de reconstrucción. La buena fantasía está en la raíz de la historia, por ejemplo Tolkien creó una civilización, un mundo, una sociedad. Lo hizo justo en los años  siguientes a la Segunda Guerra Mundial, cuando las personas necesitaban crear un lugar tras los años de horror. Esa también es una función política de la fantasía. También, claro, toda historia es susceptible de ser manipulada. Yo me he dedicado a estudiar la historia oral de muchos pueblos y llegado a descubrir cómo muchos antropólogos han cambiado el sentido original de la historia de muchas comunidades y tribus, al menos en Norteamérica.”

N. K. Jemisin



















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