Philippe Bénéton

"La modernidad tiene una gran fuerza y se considera superior a todo el pasado. En los tiempos modernos, el calificativo moderno es un término de alabanza. ¿Cómo no ser «moderno»? Es evidente que el tiempo es un avance en todos los terrenos y que este avance es algo ineluctable y, consecuentemente, el hombre normal no puede sino estar unido a su época. De forma correlativa, quien se niega a rendir pleitesía y se opone a la opinión dominante, se verá calificado con las expresiones al uso: ideas «arcaicas», «superadas», «retrógradas», «conservadoras»... La retórica historicista permite desacreditar una argumentación sin haberla refutado. La discusión es inútil y la historia zanja el asunto: quienes piensan bien están en la vanguardia; los que piensan mal han quedado reducidos a la retaguardia. La experiencia del siglo XX no ha bastado para descalificar el procedimiento.
La opinión dominante se gloría de ser moderna y se jacta de expresar la opinión general. En una gran medida, el discurso dominante se presenta como el intérprete de la opinión común y carga sobre cada uno el peso de la supuesta opinión de la mayoría: «Sé como es debido, haz como todo el mundo». Los hombres de los medios de comunicación presentan las nuevas normas de conducta como normales, triviales, evidentes, y se ponen a sí mismos como representantes de la opinión, apoyándose en sondeos (de hecho, los amos del juego son mucho más aquellos que hablan que aquellos a los que se hace hablar: los encuestados, además de que su opinión es frecuentemente un artificio, carecen de poder alguno sobre el tema de la encuesta, la formulación de las preguntas, la codificación de las respuestas, la interpretación de las cifras y el eco de los resultados). En el discurso que reina en las ondas da la impresión de hablar toda la sociedad: «Todo lo que se difunde masivamente en los medios de comunicación parece constituir masivamente nuestra época, ya se trate de opiniones anónimas, de costumbres «evolucionadas» o de nuevos modelos de existencias.
Basta con que las mismas imágenes, los mismos discursos, las mismas formas de vivir, se trivialicen en el marco de esos medios para que inmediatamente el público las reciba como dominantes «en el mundo de hoy» y deban, por lo tanto, ser seguidos. Da lo mismo que se trate del porte de un vestido, de un asunto económico, del tema de una entrevista o de la conducta de una estrella del espectáculo. La trivialización es la forma actual de la normatividad».

Philippe Bénéton



"La opinión dominante avanza enmascarada. Proclama una neutralidad moral que resulta ficticia y se presenta ficticiamente como la opinión común. La maniobra permite apelar a la autonomía encerrándola, a la vez, en el círculo de las opiniones convenientes. El éxito es innegable: el dominio de una manera de ver y de pensar presenta los rasgos de una liberación, el reino de la autonomía se confunde con el del conformismo. Los jóvenes, en particular, caen en la trampa y tienen gran dificultad en pensar que se pueda ser libre y pensar de otro modo. Se creen autónomos y están condicionados.
Están condicionados por una manera de ver y de pensar que reduce y rebaja la vida. Para los Griegos, la vida era una tragedia; para los Cristianos, la vida es un drama; para los  Modernos extraviados por la ideología, la vida es un melodrama (el happy end está garantizado); para los Modernos de la era tardía la vida no es sino un folletín de envites miserables. La forma de vivir a la que invita la opinión dominante es la que temía Tocqueville cuando veía dibujarse en el horizonte «una innumerable multitud de hombres singulares e iguales que giran sin reposo alguno sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que llenan su alma». El discurso de la modernidad tardía no se dirige a personas libres: «Sé un señor, sí, pero un señor domesticado»."

Philippe Bénéton



Si toda opinión vale lo mismo, se deja el campo libre a los enemigos de la libertad (o de la igualdad, o de la democracia). Sus opciones son equivalentes a las de los amigos de la libertad. Yo mismo no tengo por qué mantener el repeto a la libertad del otro, o no puedo decir nada frente a quienes no la respetan. «Son mis valores», dice el hombre brutal, el violento, el sádico. Si todos los valores son iguales, ¿cómo responderle? La pura libertad no conoce ningún límite; nada queda que yo deba respetar, ni siquiera mi libertad o la de los demás. La libertad pura lo subvierte todo, incluida la propia libertad.
Si toda elección vale lo mismo, ninguna tiene valor intrínseco, y ninguna es respetable; más aún: ¿por qué respetarla? El relativismo de la elección, de los valores, de las opiniones, tiene un efecto nivelador: si todo vale, nada vale. Semejante postura no incita, ciertamente, al respeto por las demás conciencias. El hombre moderno, que pretende ser el creador de sus propios «valores», experimenta un sentimiento de poder —«yo soy mi propio dueño»—, pero apenas siente respeto por sí mismo y por los demás. La psicología actúa en el mismo sentido que la lógica: la libertad pura tiende a subvertir la libertad.

Philippe Bénéton




"Tolerancia: el término es ambiguo y goza de gran estima en el espíritu de la época. ¿Quien se atrevería a declararse contrario a ella? Nada habría que decir al respecto si no fuese porque la idea contemporánea de tolerancia está en gran parte pervertida. Correctamente entendida, la tolerancia implica el respeto a las personas, pero no la complacencia para con el error o la falta. Como observa Julien Freund, la actitud de tolerancia no concierne al contenido de las ideas, sino a las relaciones entre los hombres. Las ideas no son «tolerantes»; basta con que sean justas; los hombres, por el contrario, sí deben serlo, es decir, deben respetar la libertad de conciencia y la libertad de expresión, pese a la divergencia de ideas (excepto para con lo que es intolerable). En otros términos, la tolerancia no es incompatible ni con la firmeza de convicciones ni con el deseo de convencer; sólo excluye cualquier medio de coacción o de intimidación hacia quienes piensan de forma diferente. 
Sin embargo, la tolerancia significa hoy normalmente otra cosa: tiende, en un primer momento, a confundirse con el relativismo, y luego con nuevas normas referentes a la manera de vivir y de pensar. Dicho de otro modo: el discurso dominante de la «tolerancia» mantiene un doble lenguaje: 1) «Cada uno hace con su vida lo que quiere»; 2) «Así es como preferentemente debe vivirse». O también: 1) «Las opiniones son iguales»; 2) como en Animal Farm de Orwell, «algunos son más iguales que otros»."

Philippe Bénéton








No hay comentarios: