Sadie Jones

"Desde que se casó con Edward Swift, tres años después de la repentina muerte de su primer marido Horace Torrington, Charlotte había cambiado su posición en la mesa del desayuno para satisfacer las necesidades de su nuevo marido, ayudándole a untar las tostadas y a cortar la carne, debido a que éste había sufrido la pérdida de su brazo izquierdo a la temprana edad de veintitrés años en un desafortunado accidente en el condado de Wicklow. Charlotte se sentaba a la izquierda de Edward, justo enfrente de él.
Sus hijos mayores, Esmeralda y Clovis, de diecinueve y veinte años de edad, respectivamente, para los cuales la palabra niños no es la más adecuada, se sentían descontentos con la nueva situación, tampoco les agradaba Edward Swift. Clovis Torrington balanceando el mango de nácar del cuchillo para la mantequilla, entrecerró los ojos y dijo dramáticamente a su madre.
No podemos dejar Sterne.
Sería una vergüenza, reconoció su padrastro.
Clovis frunció los labios
Clovis, gruñó su madre...
Edward se limpió la boca cuidadosamente con una servilleta.
Está bien, Charlotte, le dijo, besándola en la frente mientras se levantaba. Sabré más cuando regrese, Clovis. Y ni tú, ni tu hermana ni tu madre tenéis necesidad de preocuparos hasta entonces. Disfrutad del cumpleaños de Esmeralda y tratad de no preocuparos. Lamento no poder estar aquí para recibir a vuestros invitados.
Charlotte se levantó también y lo rodeó con su brazo.
Las dos son muy traviesas, dijo por encima del hombro al salir de la habitación.
Esmeralda no había hablado, sino que permanecía sentada durante todo el desayuno en postura rígida, con modestia firme. Ahora miraba a Clovis, secándose las lágrimas y contemplando con el ceño fruncido el tapiz que colgaba tras su cabeza. Era una escena de caza de ciervos y perros de caza, un tanto descolorida. Conocía de memoria el pasaje narrativo que se desarrollaba a través del suelo de aquel bosque florecido."

Sadie Jones
Los huéspedes no invitados



"Escribir en tercera persona me viene de forma natural. Una voz externa me permite ofrecer más puntos de vista. Cuando escribo mi cabeza funciona así, algo parecido a una cámara es verdad. No me gusta usar la primera persona, en este caso me resultaba complicado para aguantar la dureza. Creo que para utilizar una primera persona omnisciente tendría que tratarse de un gigante como, por ejemplo, el protagonista de El guardián entre el centeno."

Sadie Jones




"Escribir libros es lo que me engancha porque disfruto mucho con ese trabajo; los guiones ocupan un segundo lugar en mi vida. Me sirven para sacarme de la soledad del escritor de novelas, pues te obligan a colaborar con otras personas. He participado en el guión de El rebelde porque sentía que tenía que escribirlo."

Sadie Jones




"Gilbert fue desmovilizado en el mes de noviembre y Elizabeth tomó a Lewis y se reunió con él en el hotel Charing Cross. Lewis tenía sólo siete años. Elizabeth y él tomaron un tren en Waterford y ella le apretó firmemente su mano para que no se cayera mientras ascendía la alta escalinata hacia su compartimento. Lewis se sentó cerca de la ventana en el asiento opuesto a Elizabeth para ver la estación empequeñecerse a medida que el tren se alejaba. Elizabeth se puso el sombrero para descansar. El asiento rozaba las piernas desnudas de Lewis entre sus pantalones y sus calcetines, aunque él disfrutó del continuo movimiento lado a lado del tren y de aquel pequeño inconveniente. Sentía que sucedía algo especial. Su madre estaba callada y eso afectaba la manera como él veía todo. Compartían un secreto y no necesitaban hablar acerca de ello. Miraba fuera de la ventana, preguntándose si su padre llevaría uniforme y, en ese caso, si tendría una pistola. Se preguntaba también si su padre le permitiría cogerla. Lewis pensó que probablemente no. Pensó que su padre no llevaría pistola, de todas formas sería muy peligroso y no le permitiría jugar con ella. Las nubes casi rozaban los campos, de modo que el paisaje se percibía muy cercano. Lewis pensó que era posible que el tren se mantuviera aún atravesando campos y casas. Eso significaría que su padre le estaría esperando en el hotel Charing Cross. Pensó que podría sentirse enfermo y miró a su madre. Su expresión tranquilizadora sugería que estaba contemplando algo hermoso. Ella estaba sonriendo así que él la empujó suavemente para que le sonriera, y así lo hizo ella y él miró de nuevo fuera de la ventana. No se acordaba de si había almorzado ni sabía qué hora del día era. Intentó recordar el desayuno. Podía acordarse de haber ido a la cama la noche anterior, mientras su madre le besaba y le decía que vería a su padre al día siguiente y cómo se sobrecogió al oírla. Lo volvió a sentir en ese instante. Su madre lo llamaba mariposas en el estómago, pero no era eso exactamente. Era ser consciente de que tenías un estómago, algo a lo que normalmente no se presta atención. Decidió que si se sentaba y pensaba acerca de su padre y su estómago nunca más se sentiría enfermo."

Sadie Jones
El rebelde


"La cocina estaba patas arriba. En la mesa se veían quesos medio comidos. Se detuvo, empapada en un sudor repentino que parecía rezumar por todos sus poros. Y entonces se abalanzó hacia el cuarto de baño, se arrodilló sobre los duros ladrillos, se agarró al retrete y, levantando la tapa justo a tiempo, vomitó el champán, el vodka, las olivas, el pan, todo el contenido de su estómago, que salía en bocanadas que le desgarraban la garganta. Los ojos le chorreaban lágrimas. Cuando se hubo vaciado por completo, se acuclilló y se enjugó los ojos y la cara con el dorso de las manos. La garganta le escocía. Escupió en el váter, tosió, escupió otra vez. Y, temblando, se levantó.
Abrió los grifos, se lavó la cara, se enjuagó la boca. Y se sentó en la tapa del retrete. Se quedó mirando el cartel de ¡¿No estás casado?! y pensó que era para echarse a reír, pero rompió a llorar. Estuvo llorando unos minutos, procurando no hacer mucho ruido y pensando cosas evidentes, pueriles —«Mi marido es maricón», «¿Por qué me hace esto?», «¿Lo sabrá todo el mundo menos yo?»—, plenamente consciente de que aquel trance sería el más fácil de pasar. No, no estoy bien, le había dicho a Luke, sin saber hasta qué punto era verdad. No podía pensar en Luke. La imagen de él, que había sido tan clara, se difuminó. Pero había dejado de llorar.
Se enjugó los ojos. Y pensó que ahora tendría que levantarse y salir del baño, donde se sentía a salvo. Tendría que verlo, hablar con él. Después de todo, estaban casados. Pero no pudo levantarse. Quería irse de allí pero no sabía adónde. Quería ir con su madre. Empezó a llorar de nuevo, débilmente, pero se calló porque oyó la puerta de la calle, en el piso de arriba.
Siguió sentada en silencio, conteniendo la respiración."

Sadie Jones
El papel de nuestras vidas


"Yo he trabajado toda mi vida y ahora todo ha cambiado."

Sadie Jones












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