Salomé Jil

El desamor

Tuviste la gloria de traspasar los Andes
en alas de tu numen florido;
fuiste grande entre los grandes
y de la patria: su hijo bien nacido

Tu arte, florilegio y pedrería,
forjó en milagro de amor profundo
altivo trono para la patria mía
y letras de oro para la admiración del mundo.
Tus libros, abrazo de historia y de leyenda
arrullan el alma con místico acento,
son majestad y beso, relámpago y ala;
para el aeda, tu genio es loada senda,
para la posterioridad: regio monumento
y plegaria de amor para Guatemala.

Salomé Jil




"El embozado abrió la puerta y entraron cuatro hombres. Al apoderarse del abogado para conducirlo fuera de aquel recinto, advirtieron que se había desatado las manos y quitado el pañuelo de los ojos. Volvieron a maniatarlo y a vendarlo, cargaron con él, salieron y una vez en la callé, hicieron evoluciones semejantes a las que habían hecho al llevarlo, hasta que habiendo llegado delante de la puerta de la casa de Arochena, lo tendieron en la grada y se alejaron.
Por fortuna para el licenciado don Diego de Arochena, no hubo persona alguna que lo viera aquella madrugada vendado de los ojos, atado de las manos y disfrazado de mendigo en la puerta de su propia casa. Su amigo íntimo y discípulo don Jerónimo Rosales, inquieto al ver que amanecía y no regresaba don Diego de su expedición nocturna, tomó la capa y el sombrero y dispuso ir a buscarlo. No bien hubo abierto la puerta, encontró al licenciado tendido en la grada, echando mil maldiciones y jurando vengarse, aunque sin decir de qué ni de quién. El pasante desató la ligadura, quitó la venda de los ojos de su maestro y guardó cuidadosamente el ceñidor y el pañuelo, como cuerpo del delito.
Arochena, no obstante la fatiga que sentía, no quiso acostarse; refirió su extraña aventura a don Jerónimo, y a pesar de la intimidad que reinaba entre ellos, omitió en su relación una vaga sospecha que había concebido, por la estatura, el aire y el acento de la voz (aunque fingida), del sujeto que le había jugado tan pesada burla. Le parecía la idea tan inverosímil, que quiso aguardar a tener alguna prueba para comunicarla a Rosales. Por lo demás, la aventura de aquella noche no retrajo a don Diego de su propósito de procurar la aclaración del secreto que tanto le interesaba descubrir. Por el contrario, ella fue un motivo más para excitarlo a continuar sin descanso sus investigaciones, que tendrían en adelante un doble objeto: el de impedir el matrimonio de Gabriel Fernández y el de vengarse del desconocido que le había inferido tan grosero ultraje.
Durante toda la mañana estuvo el licenciado cavilando, sin poder acertar con el hito que debiera conducirlo en el laberinto de dudas y de confusión en que se hallaba envuelto. Pero acontece muchas veces en la vida que un secreto que no podemos descubrir por nuestros esfuerzos, comienza a revelársenos por efecto de la casualidad; y así le sucedió aquella vez a don Diego. Como al medio día se paseaba en su gabinete, en la mayor agitación, hablando y gesticulando solo, cuando se abrió la puerta con cautela, entró el criado de la casa y puso una esquela cerrada en manos de su amo. Arochena conoció la letra del sobrescrito y estuvo a punto de arrojar el billete, sin abrirlo, a la canasta de los papeles inútiles."

Salomé Jil
Historia de un Pepe



"El tipo del verdadero y genuino chapín, tal como existía a principios del presente siglo, va desapareciendo, poco a poco, y tal vez de aquí a algún tiempo se habrá perdido enteramente. Conviene, pues, apresurarse a bosquejarlo antes de que se borre por completo, como se aprovechan los instantes para retratar a un moribundo cuyo recuerdo se quiere conservar. El chapín es un conjunto de buenas cualidades y defectos, pareciéndose en esto a los demás individuos de la raza humana pero con la diferencia de que sus virtudes y sus faltas tienen cierto carácter peculiar, resultado de circunstancias especiales. Es hospitalario, servicial, piadoso, inteligente; y si bien por lo general no está dotado del talento de la iniciativa, es singularmente apto para imitar lo que otros hayan inventado. Es sufrido y no le falta valor en los peligros. Es novelero y se alucina con facilidad; pero pasadas las primeras impresiones; su buen juicio natural analiza y discute, y si encuentra, como sucede con frecuencia, que rindió el homenaje de su fácil admiración a un objeto poco digno, le vuelve la espalda sin ceremonia y se venga de su propia ligereza en el que ha sido su ídolo de ayer. Es apático y costumbrero; no concurre a las citas, y si lo hace, es siempre tarde; se ocupa de los negocios ajenos un poco más de lo que fuera necesario y tiene una asombrosa facilidad para encontrar el lado ridículo a los hombres y a las cosas. El verdadero chapín (no hablo del que ha alterado su tipo extranjerizándose), ama a su patria ardientemente, entendiendo con frecuencia por patria la capital donde ha nacido; y está tan adherido a ella, como la tortuga al carapacho que la cubre. Para él, Guatemala es mejor que París; no cambiaría el chocolate, por el té ni por el café (en lo cual tal vez tiene razón). Le gustan más los tamales que el vol-au-vent, y prefiere un plato de pipián al más suculento roastbeef. Va siempre a los toros por diciembre, monta a caballo desde mediados de agosto hasta el fin del mes; se extasía viendo arder castillos de pólvora; cree que los pañetes de Quezaltenango y los brichos de Totonicapán pueden competir con los mejores paños franceses y con los galones españoles; y en cuanto a música, no cambiaría los sonecitos de Pascua por todas las óperas de Verdi. Habla un castellano antiquísimo: vos, habís, tené, andá; y su conversación está salpicada de provincialismos, algunos de ellos tan expresivos como pintorescos. Come a las dos de la tarde: se afeita jueves y domingo, a no ser que tenga catarro, que entonces no lo hace así le maten; ha cumplido cincuenta primaveras y le llaman todavía niño fulano; concurre hace quince años a una tertulia, donde tiene unos amores crónicos que durarán hasta que ella o él bajen a la sepultura. Tales son, con otros que omito, por no alargar más este bosquejo, los rasgos principales que constituyen al chapín legitimo; del cual, como tengo dicho, apenas quedan ya unas pocas muestras."

José Milla y Vidaurre firmó sus libros con el seudónimo de Salomé Jil
Cuadros de costumbres




Hijo de la miseria y de la nada
Tiranuelo opresor de un pueblo inerme
Zorra cobarde que acomete osada
a un gallinero que tranquilo duerme.

General, director, héroe, caudillo;
Arcángel, qué sé yo cómo te llaman.
Entre bordados mal envuelto pillo
Ya los pueblos, de ti venganza claman.

Por entre esa comparsa de malvados,
Digna guardia de honor de tu persona,
Ellos van a pasar desesperados
A romper en tu frente tu corona.

En pos del enemigo corres tarde,
Teniente general, pues ha sonado
Al fin tu hora falta, tiembla cobarde,
Dentro de tus harapos de soldado.
Execrada y maldita tu memoria,
Execrado será cuanto tú hiciste,
Y si ha de hablar de ti, dirá la historia,
Que tú ni aun ser déspota supiste.

Lobos, País, Carrera, veteranos
Del crimen, y en el terror de las banderas,
Farsa vil y burlesca de tiranos,
Parodis de Cartuch son charreteras.

Aycinena, Pavón fuera señores,
Fuera con vuestro rancio servilismo,
¿Soñásteis ser tal vez conservadores,
O darnos una burla del torismo?

Honorable Marqués, no más Bretaña,
No más statuquo ni tiranía:
Vaya que su excelencia... no se engaña,
Sin el statuquo, por Dios, ¿qué haría? [...]

Salomé Jil
Himno patriótico, en loor del excelentísimo teniente general, R. Carrera, jefe del ejército, etc. con motivo de la expedición salvadoreña: Quia pulvis es, et in pulverem reverteris (Porque eres polvo, y en polvo te convertirás)




"Indiferente al espectáculo grandioso que le rodeaba, insensible a las maravillas de aquella naturaleza agreste, atravesaba Macao lentamente la montaña y se internaba más y más, seguro de que el feroz enemigo con quien iba a combatir, debía estar aún distante de un sitio como aquel, que no se hallaba lejos de las casas. Continuó, pues, marchando a la ventura, y cuando hubo andado cerca de una legua, le pareció escuchar algún rumor entre el espeso matorral que cubría el suelo por todas partes. Puso oído atento, y pronto pudo convencerse de que no se había engañado. Entre la verdura del follaje vio, a unos cincuenta pasos, que se destacaban el negro y el amarillo de la piel de un tigre. El esclavo se preparó al combate, que sabía muy bien había de ser mortal. Limpió el terreno donde iba a verificarse la lucha, apartando los troncos y la maleza, a fin de que nada pudiese estorbarle la libertad de los movimientos, y tomadas aquellas precauciones, se colocó tras un árbol, en cuyo tronco apoyó, para mayor seguridad, el cañón del arcabuz.
El tigre, luego que descubrió al negro, fue avanzando, poco a poco, hacia el punto donde éste se encontraba, sin desprenderle la mirada y mostrando de tiempo en tiempo sus dientes aguzados. Luego que la fiera estuvo a unos diez pasos de distancia, Macao amartilló el arma, apuntó al tigre entre los dos ojos, tiró del gatillo y salió silbando la bala. Quiso la desgracia que en el momento mismo en que partía el tiro, dio la fiera un salto para lanzarse sobre su presa, y aquel movimiento hizo que, en vez de entrar la bala por en medio de la frente, penetrase por el pecho. El tigre vaciló, se quedó por un momento sentado sobre los pies, pero luego se incorporó y lanzó un rugido que repitieron los ecos de la selva solitaria. Macao entonces comprendió que tenía que disponerse a un combate cuerpo a cuerpo. Se salió al descampado y se preparó a recibir a la fiera con el machete. El tigre, aunque debilitado por la herida, de donde corría la sangre a borbotones, se acercaba al negro, que lo aguardaba impávido. Hizo el animal un esfuerzo y se lanzó sobre el hombre, que lo recibió levantando el machete y descargándolo con toda la fuerza de que era capaz. El hierro se hundió en el cráneo del tigre, abriendo una profunda herida."

Salomé Jil
Los Nazarenos






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