Danilo Kiš

"El señor sin patria se convenció una vez más de hasta qué punto las fronteras que dividen los mundos son insalvables y hasta qué punto la lengua constituye la única patria del hombre. Acto seguido, cogió la llave y se dirigió a su habitación en la segunda planta, corriendo escaleras arriba porque en los últimos tiempos evitaba los ascensores. «Los testimonios de este postrer período de su vida son contradictorios. Unos lo ven obsesionado por la angustia, evitando con miedo supersticioso los ascensores y automóviles, mientras que otros…».
Una vez leyó en un periódico, de eso han pasado más de veinte años, que un joven, en Budapest, se había precipitado con el ascensor y que lo encontraron aplastado en el sótano. Este suceso lejano se había grabado en su memoria y allí dormitó durante años escondido, para resurgir un día, igual que emerge a la superficie del agua un cadáver al perder la piedra que lo arrastraba. Había ocurrido unos meses atrás, mientras esperaba el ascensor en la redacción de un editor de Berlín. Apretó el botón y oyó cómo el antiguo elevador francés bajaba zumbando en su jaula desde alguna parte en las alturas. Y entonces, de repente, con una ligera sacudida, se paró ante él, justo delante de sus narices, un ataúd negro barnizado, forrado de seda morada con lirios estampados como el revés de un brillante crespón de China, con un enorme espejo veneciano de bordes pulidos y cristal verde semejante a la superficie de un lago límpido.
Este féretro vertical, encargado para un entierro de primera clase, movido por la fuerza invisible del deus ex machina, que había bajado de las alturas y se acercaba navegando como la barca de Caronte, aguardaba ahora al viajero pálido que estaba indeciso y petrificado, apretando bajo el brazo el manuscrito de su última novela titulada El hombre sin patria (y observaba en el espejo, a través de las rejas, al viajero pálido que indeciso y petrificado apretaba bajo el brazo el manuscrito de su última novela), y lo esperaba no para trasladarlo al «más allá», sino sólo hasta el oscuro sótano, crematorio y cementerio, donde descansaban en sarcófagos similares viajeros extraviados de ojos vidriosos. Al llegar a la habitación, a la que el portero ya había llevado su equipaje, el huésped colocó primero los manuscritos sobre la mesa y luego empezó a apuntar las impresiones de la jornada. En los últimos años, el señor sin patria escribía cada vez más en los hoteles, durante la noche o el día, en cafés, encima de mesas de mármol falso."

Danilo Kiš
Laúd y cicatrices



"El profesor Tulp estira con las pinzas el tejido muscular del antebrazo izquierdo desollado y muestra a los alumnos ese ovillo de músculos y tendones, venas y arterias a través de los cuales ya no fluye la sangre, los muestra con la calma y concentración del hombre que sabe que el cuerpo humano, al margen de las funciones espirituales, al margen del alma y de la moral, no es más que una máquina de digerir, una panza, una maraña de intestinos y nervios, un montón de tendones y carne, como ese buey despellejado (en el Louvre) que Rembrandt pintó unos cinco años después: un montón de carne colgada boca abajo. La mano izquierda del profesor, con el pulgar y el índice muy juntos—ese roce de la epidermis en las yemas de los dedos, donde se puede sentir el contacto más fino del polvo de las alas de una mariposa o el polen de las flores, sutil, casi ausente, como el aliento, como la fina película que recubre una manzana, lo que los franceses llaman bruma de campanas (brume des cloches)—, esa mano viva alzada en un gesto atrae la atención de algunos alumnos más que el antebrazo muerto y los tendones rajados: como si de esos dedos casi pegados fuera a brotar la electricidad, la encarnación del alma, la emanación de la vitalidad, en contraste con los tendones muertos del cadáver y como una moraleja. Lo que vibra, cual una emanación, entre el pulgar y el índice casi juntos del doctor Nicolaes Pieterszoon (Tulp), esa chispa de conocimiento y experiencia casi a punto de saltar como una descarga eléctrica entre dos alabastros cargados de la masa de los electrones (por lo que los alumnos tienen la impresión de que ese conocimiento empírico de los dedos del doctor los va a inspirar como un santo sacramento), esa experiencia de conocimientos (anatómicos) anteriores contiene en sí, sin duda, también la lección del profesor doctor Sebastiaen Egberts, del mismo modo que Rembrandt toma en su trabajo como «modelo y precursor» la Lección de anatomía del Dr. Seb. Egbertsque pintó Thomas de Keyser (1597-1667), donde en el centro de la composición aparece un esqueleto humano desnudo, no sin mensaje metafísico. Y estético; el mismo que intuimos y cuya presencia es inmanente también en Rembrandt, como un eco de la «estética de lo feo» clásica (la de Aristóteles): «Pues hay seres cuyo aspecto real nos molesta, pero nos gusta ver su imagen ejecutada con la mayor fidelidad posible, por ejemplo, figuras de los animales más repugnantes y de cadáveres» (Aristóteles: Poética, IV)."

Danilo Kiš
Lección de anatomía


“En cierto sentido, mis libros son cenotafios, tumbas vacías erigidas en su memoria.”

Danilo Kiš


“Escribo, pues, porque estoy insatisfecho conmigo mismo y con el mundo. Y para expresar mi insatisfacción. ¡Para sobrevivir!”

Danilo Kiš


 “Insistí, de forma estúpida e innecesaria, en descubrir el secreto que esconde la bohemia.”

Danilo Kiš


 “La política es nuestra desgracia.”

Danilo Kiš



"Manteníamos esta conversación en la orilla del mar, a finales del verano, hacia el crepúsculo. Habíamos contemplado las olas expulsando algas marinas mojadas, poniendo una barba pelirroja al arenal de guijarros blancos. Estábamos sentados delante del pequeño café para el cual acabábamos de dejar una cantidad como señal. Teníamos que empezar con las reformas a finales del verano, en cuanto el propietario anterior se mudase. Era este un anciano un poco sordo que vendía sólo cerveza y absenta, y aparte de los obreros del puerto, marchitados marineros pelirrojos con la cara picada de viruelas, y viejos lobos de mar, nadie más pasaba por su café. El anciano se quejaba de haber tenido que despedir a una chica de dieciséis años que trabajaba para él, porque los marineros le daban tantas palmadas en el trasero que en poco tiempo se le habían puesto las nalgas tan coloradas como una camiseta de marinero."

Danilo Kiš
La buhardilla



“Me he fumado mis pulmones.”

Danilo Kiš


"Yo soy un escritor bastardo, que llegó de la nada. No soy un escritor judío, como el maestro Singer. Los judíos, en mis libros, no son más que literalidad, extrañamiento, en el sentido del formalismo ruso (ostranenie). Esto porque el mundo de los judíos de Europa Central es un mundo desaparecido, un mundo de ayer y, como tal, situado en el campo de una realidad no real. En el campo, pues, de la literatura.
Y tampoco soy un escritor disidente. Tal vez un escritor de Europa Central, si esto significa algo. Si mis orígenes no estuviesen hundidos en la niebla, me pregunto qué razones tendría para hacer literatura.
Lo que más detesto es la literatura que se quiere minoritaria. No importa de cuál minoría: política, étnica, sexual. La literatura es una e indivisible. Buena o mala. Se puede ser homosexual y no ser Proust, ser judío y no ser Singer. Minoría o no, esto no me interesa en lo absoluto. El argumento de mis libros es, para citar a Nabokov, el estilo. O viceversa: el estilo de mis libros es su argumento. Eso es todo.
Escribo en mi lengua materna, el serbocroata, y es un instrumento que no cambiaría por nada del mundo, aun cuando sé emplear el francés casi correctamente. Intenten proponer a Menuhin que cambie su Stradivarius por un piano Bösendorfer, en el cual toca en forma un poco vaga y sin alegría...
¿Quién soy? Soy un observador, si me lo permiten... Observo lo que se puede ver a simple vista, pero que las personas no ven en verdad.
Observo este desmoronamiento, lo espío desde mi observatorio en el décimo arrondissement (segundo piso)... Y veo muchas cosas, a veces con asombro. Por ejemplo, cómo toda una nación de hombres de letras dejó que le pusieran los cuernos... Cómo los surrealistas, en su tiempo, se volvieron unos realistas cantores de Stalin. ¡Justo ellos, quienes habían abundantemente hurgado en el subconsciente, en los sueños! Y observo cómo el que ha denunciado la traición de los clérigos, a su vez ha traicionado. Cómo tanta gente ha seguido este mal camino intelectual sin pestañear: los San Sartre, las Santa Simone, entre otros. Sin prudencia intelectual. Y cómo los que tenían razón —Camus— no han obtenido ni razón, ni satisfacción, porque sabían y porque hablaron cuando no debían hacerlo. Esta falta de desconfianza, esta ingenuidad, lo confieso, rebasa mi compasión. Esta aceptación sin mea culpa.
Pero no se puede entender el totalitarismo usando su misma seriedad. Es decir, usando su mismo lenguaje. Para hacer esto, necesitamos a un Rabelais. Necesitamos otra lengua. O se escriben manifiestos o se escribe literatura. La literatura debería ser el último baluarte de la cordura. Salvar la lengua de estos lenguajes estereotipados y agresivos, que invaden todo. Un soneto de amor —un bonito soneto de amor— es un empedrado en el pantano de los lenguajes estereotipados. Una pequeña isla donde se puede poner pie."

Danilo Kiš
Homo Poeticus

















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