Gyula Krúdy

"Debajo de las tumbas de los cementerios, deben de existir túneles subterráneos y secretos, por donde desaparecen ojos de princesas, pechos de rameras, sesos de científicos y corazones de poetas para llegar a campos lejanos, jardines y huertas, transformados en savia de los árboles, en rosas y girasoles. Hoy todavía puedes besar a tu amada, acariciar sus muslos con manos temblorosas y excitadas, pero mañana todo eso puede convertirse en unas escarolas de las famosas huertas de Rákospalota, que el sofisticado cocinero Frigyes Glück preparará en ensalada à la Brillant-Savarin, como guarnición de un filete suculento que tú saborearás, mientras te fijas en otras mujeres, besas otros labios y acaricias otros muslos. Sólo el sabor amargo del aguardiente te hará recordar a tu amada devorada por la muerte."

Gyula Krúdy
La carroza carmesí


"El donjuán conocía el edificio lo bastante bien para orientarse por el dédalo de pasillos sinuosos y puertas que se abrían a derecha e izquierda. También sabía de la existencia de la escalera de caracol que conducía desde los aposentos de Evelin hasta el jardín. Aquélla databa de cuando los jacobinos 2 se escondían en Pest, pues el propietario de la casa en aquel entonces estaba involucrado en la conspiración. Los palacetes señoriales se alineaban a ambos lados de su calle tan majestuosos como las fotografías de una guía de viajes. La casa de Evelin, un edificio estrecho y alargado de una sola planta rematado con un tejado abuhardillado, se erguía entre las mansiones como la anciana menuda encargada de guardar la plata familiar. Un ladrón normal se habría perdido en aquella vieja casa. El intruso de medianoche necesariamente tenía que ser Kálmán.
Pero ¿qué querría? Podía haber acudido en cualquier momento a plena luz del día y formular su petición, como había hecho en tantas ocasiones, por ejemplo, cuando se arruinó jugando a las cartas o apostando en el hipódromo, y ella siempre le había ayudado, haciendo gala con él de la generosidad que se estila con un familiar. Kálmán se había presentado a horas intempestivas para pedirle dinero. En tales casos, Evelin acudía al tocador con vistas al jardín, sacaba de un arconcito de palisandro un fajo de lisos billetes tenuemente perfumados y los repasaba con aquellos dedos suyos, blancos y delicados, antes de retirar siempre el de más valor con el gesto indiferente de quien toma un pañuelo. Como era de naturaleza supersticiosa, se lo entregaba al arruinado galán sin pedirle a cambio más que un florín para que la buena fortuna no abandonara la casa.
El joven también se personaba en otras ocasiones, cada vez que las mujeres le herían, le dejaban o le engañaban. En tales momentos, la cajita de palisandro parecía contemplar con compasión desde una esquina al cabizbajo muchacho mientras ella le acariciaba la frente con los dedos níveos hasta disipar las arrugas del ceño. Ahora bien, Kálmán llevaba dos años sin aparecer. ¿Qué querría? ¿Se había entrampado otra vez? Evelin había saldado todas las deudas del joven en el momento de romper definitivamente su compromiso con el propósito de que hiciera borrón y cuenta nueva, la olvidara y empezara una nueva vida.
Ella, por su parte, compraba de ese modo un poco de tranquilidad. Permaneció sentada junto a la ventana, desde cuyo alféizar contempló cómo los primeros rayos del alba iluminaban las copas de los árboles, para luego diseminarse por la ciudad al mismo tiempo que empezaba el reparto de la leche fresca procedente de las granjas de los alrededores. Las luces del amanecer hicieron visibles unos pequeños arbustos blanqueados por la cellisca, semejantes a niños en su largo camino hacia la escuela con los gorros cubiertos de nieve, y un imponente ciprés vestido con ropas blanquinegras, cuyo aspecto recordaba al de un tahúr de vuelta al hogar.
La joven abrió la ventana… y vio las huellas de zapatos en la nieve del jardín… … que iban desapareciendo poco a poco, como los recuerdos, bajo los copos de la nevada. Evelin se llevó la mano al pecho y la apretó con fuerza en cuanto identificó las huellas del visitante nocturno con la certeza que el cazador avezado distingue el rastro del lobo entre otros rastros. Se levantó de un salto y cruzó a toda prisa el cuarto de baño y las escaleras de caracol para salir enseguida al jardín sin importarle dejar abiertas las hojas del portón."

Gyula Krúdy
Girasol





"El viajero de Tiszaeszlár, vestido con un desgastado abrigo de olor a cárcel, que acababa de bajarse del tren de Miskolc en la estación del barrio de Józsefváros y que recorrió con la vista a los mozos, estaba igualmente predestinado a que, al día siguiente, todos los periódicos del mundo publicasen la noticia de su prodigiosa liberación de la cárcel, el fin de su “cautiverio de Babilonia”. El viajero matutino no precisaba de mozos, pues allí estaba su mujer, una señora judía vestida de campesina joven, que cargaba con el baúl del señor Scharf, un hombre de aspecto respetable y robusto. A su lado tenía a su hijo adolescente de cara rechoncha y con sombrero de paja, que no dejaba de admirar lo que pasaba a su alrededor, y tomaba a los mozos de gorra roja por “viejos soldados”; con su sombrero de paja devolvía el saludo a los amistosos mozos, que trataban a toda costa de ayudar a “Lencsi” a llevar el baúl. Pero “Lencsi” no se dejaba.

El texto de los Diez Mandamientos recién descubiertos no se diferenciaba mucho de los Diez Mandamientos de Moisés antes conocidos. Esos en realidad no los había cumplido nadie: probablemente los Diez Mandamientos nuevos tampoco ejercerían un impacto muy grande en el mundo, ni siquiera si el anticuario recibía los diez millones de libras que había solicitado al museo inglés.

El viajero de Tiszaeszlár también habría pasado inadvertido entre aquella muchedumbre que desde el origen del mundo solía viajar en el tren de Miskolc a la capital, si un caballero entusiasmado, ruidoso y de rostro redondo no hubiera saludado alegre con la mano al conserje de Tiszaeszlár, que miraba alrededor perplejo.
[...]
En Pest reinó durante casi diez días un estado de sitio, y al parecer el coronel Garibányi, que dirigía diariamente, delante del Teatro Nacional, al ejército movilizado, esperaba en vano poder retirarse con sus tropas al cuartel.
Eso fue lo que causaron los Scharf con su llegada desde Miskolc a Pest y con la inscripción de su nombre en la lista de forasteros de El cisne blanco, que en su día se publicó incluso en los periódicos: “József Scharf y su familia, de Tiszaeszlár”.
Los siguientes apuntes tratarán de relatar la historia de aquello que llevó a las cuatrocientas mil personas de la capital a perder la cabeza de esa manera, al enterarse de la llegada de los Scharf."

Gyula Krúdy
Eszter Solymosi de Tiszaeszlár



"Ser escritor y nada más."

Gyula Krúdy


"Una mujer sólo posee dos armas: la virginidad y la fidelidad. Todo lo demás viene después."

Gyula Krúdy
La carroza carmesí






No hay comentarios: