Nicola Lagioia

"Ante todo, la literatura no da respuestas definitivas, como las pueden dar los ensayos. La literatura debe quitar las vendas correctas, no debe dar respuestas que pueden ser equivocadas. Sobre el narcisismo del que te hablaba, me parece un narcisismo tóxico. Son dos personas que han recibido poca formación. La violencia está en todos nosotros, esa violencia originaria, primitiva, el instinto de supervivencia… están dentro del ser humano. Esto no podemos negarlo, pero debemos aprender a conocerla, debemos aprender a manejarla, frenarla…esto Foffo y Prato no lo hicieron. Sólo abrazaron una única fe, la religión del “Yo”. Si tú sigues la religión del “Yo”, en un determinado momento corres el riesgo de estar fuera de control; no tienes, no conoces ninguna disciplina sobre ti mismo. Los tres o cuatro días en que ellos estuvieron en casa de Manuel Foffo y comenzaron a consumir drogas, efectuaron todas aquellas llamadas telefónicas, trajeron tanta gente a casa… Sabían que estaban rotos, que estaban entrando en terreno peligroso, ¡y nunca pararon! Sabemos que el hombre es una criatura limitada, transitoria, ¡no somos inmortales! El concepto de límites es algo que tenemos que recuperar. Foffo y Prato vivían en una total ausencia de límites. Les podía haber pasado cualquier cosa: una sobredosis, un accidente de tráfico… La ausencia de límites provoca un colapso físico o supone la total destrucción de los frenos inhibitorios y, por tanto, el lado salvaje, violento, coge fuerza. Foffo y Prato no habían sido instruidos en el concepto de límites. Este es, para mí, un elemento importante."

Nicola Lagioia




"Creo que en nuestra sociedad tenemos dificultad para asumir nuestra responsabilidad y nuestra culpa. Vivimos en un mundo polarizado en el que no existen matices. Todo es blanco o negro, yo tengo razón y tú estás equivocado, víctimas y verdugos, malos y… ¡nosotros siempre estamos en el lado de los buenos! Tenemos una gran dificultad en imaginar que somos nosotros los que a veces cometemos errores o hacemos mal a los demás. Por el modo en que estamos hechos (todos somos criaturas imperfectas, falibles, contradictorias) causamos el mal a los otros. Pero no somos capaces de admitirlo. Tenemos una gran vocación de hacernos las víctimas. Logramos vernos como víctimas, pero jamás logramos vernos como culpables de cualquier cosa. Esto ocurre porque el discurso público es un discurso binario. Sólo contempla buenos y malos, sin matizaciones. Desde este punto de vista, la literatura es un antídoto, porque la literatura está construida solo con los matices. La literatura restituye complejidad a un mundo que es muy simple. Creo que la literatura es un antídoto contra el discurso público. El discurso público es un discurso muy simple y es la literatura la que aporta matices, complejidad."

Nicola Lagioia



"Creo que los proyectos literarios son como las viejas películas de las máquinas fotográficas: si las expongo a la luz, antes de haberlas desarrollado, arden. Por supuesto que estoy trabajando, estoy leyendo… Pero soy un escritor muy lento, publico un libro cada cuatro o cinco años, ¡aún queda tiempo!"

Nicola Lagioia



"La literatura es un antídoto contra el discurso público."

Nicola Lagioia




"Un escritor, ya sea que narre hechos reales o se imagine una historia, está continuamente inmerso en la historia que está narrando."

Nicola Lagioia




"Una pálida luna de tres cuartos iluminaba la estatal a las dos de la mañana. El camino conectaba la Provincia de Taranto con Bari, y a aquella hora solía estar desierta. Corriendo hacia el norte, la carretera entraba y salía desde un eje imaginario, dejando atrás olivos y viñedos y una serie de cobertizos similares a hangares. En el kilómetro treinta y ocho se hallaba una estación de servicio. Era la única disponible en un amplio trecho de camino, y además de autoservicio también disponía de una máquina automática de servir cafés y comidas frías. Para señalar la novedad, el dueño había colocado un sky dancer sobre el techo del garaje. Uno de esos títeres de cinco metros de altura, alimentado por grandes motores de ventilación.
El vendedor hinchable se tambaleaba en el vacío y continuaría haciéndolo hasta la llegada de las primeras luces de la mañana. Más que cualquier otra cosa, semejaba un fantasma sin paz.
Superada la extraña aparición, el paisaje continuaba monótono y uniforme durante varios kilómetros. Casi parecía avanzar en el desierto. Entonces, en la distancia, una crepitante corona señalaba la ciudad. Más allá de la barandilla podían verse campos yermos, árboles frutales y algunas villas bien escondidas por los setos. Entre esos espacios se movían los animales nocturnos.
Los búhos trazaban largas líneas oblicuas en el aire. Se deslizaban hasta batir sus alas a pocos metros del suelo, de modo que los insectos, asustados por la tempestad de arbustos y hojas muertas, salían a la luz decretando su propio fin. Un grillo desalineaba sus antenas en una hoja de jazmín. E impalpable, todo el entorno, similar a una gran marea suspendida en el espacio, una flota de polillas se movía en torno a la luz polarizada de la bóveda celeste.
Idénticos a sí mismos durante millones de años, las pequeñas criaturas de peludas alas eran todas una con la fórmula que garantizaba la estabilidad de su vuelo. Unidos al hilo invisible de la luna, perturbaban el territorio a miles, balanceándose de un lado al otro para evitar los ataques de las rapaces. Entonces, como sucedía todas las noches durante unos veinte años, algunos cientos de ellos se dispersaban hacia el cielo. Creyendo que todavía lidiaban con la luna, advirtieron la presencia de los focos de una villa cercana y acercándose a la luz artificial, la inclinación dorada de su vuelo se quebraba. El movimiento devino en una obsesiva danza circular que sólo la muerte podía interrumpir."

Nicola Lagioia
La ferocia









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