William Kotzwinkle

“La vida nos esclaviza, nos hace desear tener hijos, nos da miles de ilusiones acerca del amor, y todo eso con tal de poder avanzar.”


"Me apeo del taxi con paraguas y morral, en la alta parte alta de la ciudad. Taxista arranca zzuuuuuuuummmm.
Oh, no, me he dejado mi precioso valioso traje viejo estropeado en ese taxi. Debo perseguirlo, y recuperarlo de inmediato. Aunque bien pensado, que se joda el traje. Allá va, la vida también comete errores y ahora mi traje irá a parar a manos de los hechiceros. Tío, esta noche tendré dolores incurables en el codo y sarpullido en los cojones, con fantasmales sueños en los que me convierto en una gallina. Gallitío Badorties, tío, horrible imaginarlo, se me traba la lengua sólo de pensarlo. Por ende, mientras todavía gozo de buena salud, salvo mi habitual tumor cerebral, giremos aquí, hacia Central Park, el hermoso maravilloso Central Park con árboles y hierba y pajaritos y ardillas. No sé qué estoy haciendo aquí, tío. Tendría que estar en Buffalo comprando una oficina de correos.
Andando, tío, por Central Park, sobre la hierba, hecho polvo, con mi tremendamente pesado morral y mi tremendamente pesado paraguas. ¿Por qué, por qué habré nacido? Para hacer preciosa valiosa Love Music, tío, recuérdalo.
La vida no es fácil cuando acarreas un morral que te hace estirar el brazo hasta el suelo. Allá veo a una pollita, empujando un cochecillo de bebé. Alguien acaba de nacer, y lo pasean sobre ruedas bajo el sol."

William Kotzwinkle
El hombre ventilador



“Mis demonios fueron a parar a mis historias.”

William Kotzwinkle




"Se levantó y pasó junto a las otras visitas. Pasillo adelante una vez más, escaleras abajo, los pensamientos se le agolpaban: poner punto final a la tarea, recuperar la libertad.
Cruzó el aparcamiento deprisa y puso en marcha la camioneta. Con un vago recuerdo del paradero de la funeraria, circuló por la ciudad. Ellos se encargarán de todo y así no tendremos que intervenir.
Los quitanieves trabajaban aún y en algunos sitios se veía gente que retiraba a paladas la nieve de las aceras y de las entradas de las casas. Laski dobló una esquina y vio la casona colonial, con una placa en blanco y negro en uno de los grandes y viejos pilares. Era un lugar enorme, con muchas ventanas. Laski miró por la ventana principal y vio un largo recibidor flanqueado por ramos de flores y lámparas con pantallas opacas. El aparcamiento estaba lleno de coches. Había tres limusinas grandes llenas hasta arriba de flores y una cuadrilla de hombres profesionalmente sombríos, vestidos de negro, esperaban junto a la cuarta, que tenía cortinas grises de terciopelo en las ventanillas. Se abrió una puerta lateral del edificio y asomó el extremo de un ataúd hecho de madera oscura, tan pulida que brillaba con fuerza, y decorado con filigranas de plata y oro. Agarrados a los soportes de latón brillante iban los profesionales, con rostros de cera, silenciosos, acarreando el ataúd chillón y gigantesco hacia el coche fúnebre, cuyo conductor abrió con gestos suaves la puerta trasera y les ayudó a deslizarlo hacia el interior, lujosamente protegido por las cortinas. Laski siguió conduciendo, horrorizado. ¿Qué diablos estaba a punto de hacer?
Le temblaban las manos en el volante. Con los ojos en lágrimas, bajó la mirada hacia su cajita de pino, en el asiento contiguo, y apoyó una mano en su superficie, suave y lisa."

William Kotzwinkle
El nadador en el mar secreto


"Se sentó bajo el árbol, en los jardines de la MGM, a leer Variety. Había pasado la mañana haciendo pruebas de vestuario para Vagabundo del espacio y aún le faltaban varias horas.
En el césped, a su lado, estaban los restos de un sándwich del estudio. Por costumbre de toda la vida pasó hasta la última página con el pulgar y luego dejó a un lado la publicación en beneficio de otro viejo hábito: ver pasar a la gente. Los que atravesaban las puertas de una empresa cinematográfica siempre constituían una interesante materia de estudio; podía llegar un hombre conduciendo un automóvil larguísimo y equipado con teléfono, pero cuando se apeaba su andar revelaba lo poco seguro que estaba de sí mismo.
En ese momento pasó por allí un carpintero del estudio, con el martillo colgado flojamente de una presilla metálica de su cinturón, y con cada paso que daba indicaba que era incapaz de matar a una mosca. Era el protagonista de su propia película mental, Martillos resplandecientes.
Cuando llegó por primera vez a L. A., el propio Caspian había construido casas. Conocía el esprit de los carpinteros y los raros ensueños en que caían a medida que pasaban las horas. Bastaba con seguir la línea de tiza y el nivel para que un rato después ningún problema de la construcción pareciera difícil.
Había entrado un Ferrari rojo y vio que Roma French lo aparcaba y se bajaba. Su andar cuando no estaba delante de las cámaras era cauteloso, observó Caspian; el paso era medido, mantenía los brazos cerca del cuerpo, sin moverlos mucho en ningún sentido. Tejanos holgados, una camisa suelta de la misma tela, calzado deportivo. El cabello perfecto en todos sus detalles, aunque había algo descorazonador en el peinado."

William Kotzwinkle
El exiliado


"Soy vanidoso como un pavo real extendiendo sus plumas iridiscentes. Quiero que se vean todas, el abanico completo. Dicho esto, si tengo que elegir una pluma, yo sugiero Fata Morgana, un misterio metafísico ambientado en París. Tiene elementos borgeanos pero es más largo y más detallado. Pero ahora pienso en otras plumas de mi abanico, tales como The Fan Man, una comedia que les puede llegar a gustar, pero debido a que tiene bastante de la jerga callejera neoyorquina puede llegar a ser difícil de captar en otro idioma. Entonces sugiero The Bear Went Over the Mountain, que es sobre un oso que se convierte en un novelista best seller. Se une a la lucha de escritores hambrientos de dinero, pero él no tiene hambre de dinero, sino de miel, más de lo que nunca ha encontrado en el bosque. Entra a un supermercado y hay estantes enteros con frascos de miel, con tortas, con mermeladas y dulces. Y piensa para sí mismo: es por esto que la gente se pone a escribir."

William Kotzwinkle



“Y esta es la razón por la cual luchamos tanto, pensó Laski, para que el amor pueda venir a este mundo.”

William Kotzwinkle
El nadador en el mar secreto












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