Donna Leon

"Brunetti estaba con ella el día que hubo un tiroteo y murió un hombre, pero nunca la había visto así. Su elegante imparcialidad e ironía habían desaparecido y las había reemplazado una ira tangible que él mismo percibía desde su lado del escritorio.
Brunetti frunció el ceño.
—¿No crees que estás exagerando?
—Claro que sí —le espetó ella, aunque después se quedó callada el tiempo suficiente como para que la expresión de enfado se difuminara—. Aquí arriba no hay manera de zafarse de ello, lo respiráis en el aire del norte.
Enfrentado a su propia hipocresía y al hecho de que Claudia matizaría cualquier cosa que él dijese, Brunetti optó por permanecer en silencio. ¿Cómo podía decirle a su compañera que se estaba imaginando cosas, cuando la desconfianza que a él le despertaban los sureños tenía raíces más fuertes que las de su propia dentadura? Ambas habían tomado forma ya en la niñez sin que él fuera consciente del desarrollo de ninguna de las dos.
Se preguntó si ella también había notado esa desconfianza en él. Tan pronto como Brunetti concluyó que de haberla notado no le habría mencionado el tema, recordó lo sutil que era su compañera, y eso lo sumió en la incertidumbre. Qué extraño le parecía el prejuicio, que tanto consuelo ofrecía, hasta que alguien se percataba de él.
Se pasó las manos por la cara y después por el pelo; era una señal visual de que estaba borrando todo indicio de una digresión.
—¿Qué hay de Vianello? —le preguntó.
—Está abajo. Acabo de hablar con él.
Brunetti sonrió e hizo un gesto con la mano que desestimaba la respuesta.
—No, me refiero a lo de mi amistad con él. Ibas a decirme algo sobre eso. —Viendo el alivio reflejado en la postura más relajada de su compañera añadió—: Creo que nos hemos desviado del tema.
Ella se sonrojó, y con ello volvió a recuperar toda su belleza, o su belleza la recuperó a ella.
—Lo siento, Guido, ya veo que no tienes ni idea.
Por un instante Brunetti temió que su compañera fuese a retomar el tema anterior, pero se quedó callada."

Donna Leon
El huevo de oro


"Creo que fue Tucídides quien escribió que «las anécdotas suceden a las personas que saben contarlas», y tengo la impresión de que es verdad. Estoy segura de que todos hemos tenido la suerte de conocer al narrador nato, el que, al volver de una visita a una planta de reciclaje, nos mantiene en suspenso durante media hora con el relato de lo sucedido entre las botellas y los periódicos. Pero también, y con grave perjuicio para nuestra paciencia, hemos conocido al solemne pelmazo, que podría ser secuestrado por extraterrestres y luego contarnos una historia más pesada que los editoriales de Famiglia Cristiana.
La razón es evidente y no admite réplica: es algo que se tiene al nacer, o no se tiene; o naces con ese arte especial para usar el lenguaje, o no. Cuando digo esto a mis alumnos, la mayoría lo cuestiona y todos se sorprenden. Los más perspicaces preguntan por qué entonces me atrevo a dar clase de Escritura Creativa.
En el campo de las artes plásticas, de la música o, incluso, en el del deporte, nadie discute que el elemento que distingue a los grandes de los simplemente buenos es un don innato que se da o no se da. Sin él, un pintor o un tenista pueden ser buenos; con él, será genial. No veo por qué esto haya de ser diferente en el mundo de las palabras, aunque comprendo que la idea desagrade a la mayoría. Al fin y al cabo, no todo el mundo tiene por qué jugar al tenis o tocar el piano, pero todo el mundo tiene que utilizar el lenguaje, es imperativo de la naturaleza humana. Por lo tanto, es natural que nos parezca injusto que ese don sea repartido de manera poco equitativa antes ya de que se nos dé la oportunidad de decidir si lo queremos o no. Es curioso, pero la gente parece perfectamente dispuesta a aceptar que haya personas que nacen con la facultad de correr más aprisa que otras. Pero esta falta de equidad en modo alguno altera la realidad. Creo yo.
Vemos la pregunta de cómo me atrevo a enseñar Escritura Creativa. Por dos motivos. A todo el mundo se le puede ayudar a perfeccionar su manera de escribir para que sea más clara, correcta y ordenada. Y a los que poseen el don para las palabras se les puede ayudar a ahorrar tiempo y energía en la solución de problemas sugiriéndoles fórmulas que quizá no se les hayan ocurrido. Finalmente, en uno y otro caso, yo aporto a la lectura de su trabajo la experiencia de cuarenta años de leer y analizar textos. No obstante —lo confieso de entrada—, yo no puedo enseñar a nadie a ser creativo.
Hoy en día, la forma de escritura (me resisto a llamarla «literatura») más popular, es decir, la que más vende, es la novela de intriga, la novela negra. La mayoría de los autores de éxito son británicos o norteamericanos. Los grandes maestros del género, casi sin excepción, han escrito en inglés. De acuerdo, está Simenon, pero no hay nadie más, ¿o sí? Creo que ello se debe tanto al hecho evidente de que los angloparlantes leemos estas cosas desde niños como a razones de tipo histórico. El policía ha sido siempre el amigo de la clase lectora, y el bobby tiene un largo historial de honradez, de manera que la idea del policía, ya sea oficial o privado, que trabaja para el bien de la sociedad es perfectamente plausible para un anglosajón. Además, los anglosajones en general siempre han tenido la impresión de que el gobierno se preocupa por el bien del ciudadano; por consiguiente, los órganos del Estado merecen confianza. Estos hechos históricos, supongo, han creado un público dispuesto a creer el relato del policía abnegado o el detective privado honorable. Las películas con sangre a chorros y Rodney King han puesto fin a todo esto, desde luego, y los lectores de hoy parecen más interesados en leer informes forenses que novelas, o informes forenses disfrazados de novela."

Donna Leon
Sobre los libros


"Durante el viaje de regreso a la estación de Grisignano, Ambrogiani trazó a Brunetti, a grandes rasgos, el esquema de cómo era posible hacer semejante vertido. Aunque la policía de aduanas italiana tenía derecho a inspeccionar todos los camiones que llegaban a la base norteamericana procedentes de Alemania, como eran tantos la supervisión resultaba, cuando más, superficial y, en algunos casos, inexistente. Para no hablar de los aviones, que aterrizaban y despegaban de los aeropuertos militares de Villafranca y Aviano a placer, cargando y descargando sin trabas.
Cuando Brunetti preguntó el porqué de tanto trasiego de mercancías, Ambrogiani explicó que el Gobierno de Estados Unidos se desvelaba para que sus soldados y las esposas y los hijos de sus soldados se sintieran felices. Helados, pizza congelada, salsa para spaghetti, patatas chips, licor, vinos de California, cerveza: todo esto y más llegaba por avión para abastecer las estanterías del supermercado, por no hablar de las cadenas de música, televisores, bicicletas de carreras, tierra vegetal y ropa interior. Después estaban los transportes que traían el equipo pesado, como tanques y jeeps. Como la Navy tenía bases en Nápoles y en Livorno, también podían traer por barco cualquier cosa.
—No tendrían grandes dificultades para entrar esos residuos —comprendió Brunetti.
—Pero, ¿por qué traerlos aquí? —preguntó Ambrogiani.
Para Brunetti estaba claro.
—Los alemanes son más escrupulosos en estas cosas. Allí los ecologistas tienen mucha fuerza. En Alemania, si se descubriera algo semejante, se armaría un escándalo. Ahora que se han reunificado, alguien empezaría a hablar de echar a los norteamericanos, sin esperar a que se marcharan por su voluntad. Mientras que aquí, en Italia, a nadie le importa lo que se vierte ni dónde se vierte, por lo que no tienen más que retirar todas las identificaciones. Así, si se descubre el vertedero clandestino, no puede atribuirse a nadie, todos pueden decir que no saben nada, y a nadie le importará tanto el asunto como para ponerse a hacer averiguaciones. Aparte de que aquí a nadie le dará por pedir que se eche a los norteamericanos.
—Pero no han quitado todas las identificaciones —señaló Ambrogiani.
—Quizá pensaban que todo eso estaría enterrado antes de que alguien lo descubriera. Es muy fácil traer una excavadora y taparlo. De todos modos, parece que ya no queda mucho espacio."

Donna Leon
Muerte en un país extraño


"Cuando escribo, no leo nada de literatura, solo revistas, The New Yorker, London Review of Books… si abro un libro de otro autor la tentación es demasiado fuerte de irme con él en vez de quedarme conmigo escribiendo. Tengo que pasar ese periodo de abstinencia. Cuando no escribo, leo de todo. A veces huyo de la ficción, pero he redescubierto a Anthony Trollope..."

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"Estoy contenta de haber escrito mis libros, me satisface que a la gente le gusten, pero soy objetiva, son buenos, sin más. Lo que me hace sentir realmente orgullosa es mi labor en la música."

Donna Leon



"La dottoressa Zeno no tardó en deducir qué posibilidad se estaba considerando, y dijo que podía hallar fácilmente los análisis hechos por la signorina Montini en los que unos malos resultados hubieran mejorado en poco tiempo.
Los resultados no tardaron en aparecer en el ordenador y, cuando ella los hubo impreso para Brunetti, éste vio que eran sorprendentes: entre las personas cuyos análisis habían sido hechos por la signorina Montini durante los dos últimos años, había más de treinta, todas ellas de más de sesenta años, cuyo nivel de colesterol había subido bruscamente y, al cabo de un mes, había empezado a bajar poco a poco hasta valores normales. El mismo perfil se observaba en numerosos casos de supuesta diabetes del adulto, con valores de glucosa muy altos que bajaban a nivel normal en un período de dos meses.
—Oh, qué listo el muy canalla —murmuró Vianello observando el cuadro. Y, con un enfoque más práctico—: ¿Cómo no lo vio nadie?
La signora Zeno pulsó varias teclas y en la pantalla apareció el número 73.461.
—¿Qué es eso?
—El número de los análisis que hicimos el mes pasado —respondió él con frialdad. Y, remachando el clavo—: Sólo de pacientes de los hospitales de la ciudad, a los que hay que sumar los que nos mandan los médicos que extraen muestras por su cuenta. —Sonrió y preguntó al inspector—: ¿Desea saber el número?
Vianello levantó las manos como el hombre al que apuntan con una pistola.
—Usted gana, dottoressa, no tenía ni idea.
Magnánima en la victoria, ella dijo:
—Lo mismo que la mayoría, incluso personas que trabajan en el hospital.
Brunetti oyó ruido y siguió la dirección de las miradas de dos de los técnicos que estaban vueltos hacia la puerta.
Se volvió y vio a Rizzardi. Brunetti no se explicaba cómo había podido ocurrir aquello, pero el patólogo, habitual—mente tan aseado, estaba desaliñado, casi como si hubiera dormido vestido. Dio unos pasos por el laboratorio, levantó la mano derecha y describió con ella un semicírculo acabando con la palma hacia arriba, apuntando al vacío.
—Le han vendado las muñecas y le han hecho una transfusión, pero entonces han llamado a la enfermera a otro box —empezó, mirando a Brunetti. Sacó el pañuelo, se enjugó la cara y la frente, se secó las manos y lo guardó en el bolsillo—. Mientras la enfermera estaba fuera, ella se ha arrancado las vendas y el suero. —Movió la cabeza. Dejó caer la mano.
Brunetti pensó en Catón, el más noble de los nobles republicanos. Cuando la vida se le hizo intolerable, se abrió el vientre. Sus amigos trataron de salvarlo y él se arrancó las vísceras, porque prefería la muerte a una vida sin honor."

Donna Leon
Cuestión de fe


"Mi sentido de la honradez, me obligo a ser honrada con lo que hago. La idea de que el trabajo puede ser agradable, que puede ser un placer. También me ha acompañado siempre el sentido del optimismo, que es muy americano. Y como soy optimista, siempre he sentido curiosidad por el cambio. Pasaba de dar clases en Arabia Saudí a dar clases en China y de ahí me fui a dar clases en Suiza, y luego hice cosas en relación con el copyright en Inglaterra, porque no le tengo miedo al cambio, y eso tiene mucho que ver con el hecho de que yo naciera en Norteamérica, porque los americanos son optimistas, eso sí lo somos, me incluyo. Prefiero ser optimista que pesimista. Claro que sí. A ver. ¿Por qué no? ¿Qué hay de nuevo? Vamos allá. Probemos."

Donna Leon



"No quiero que mi legado sean mis libros, no estoy orgullosa de ellos."

Donna Leon


"Pocos podemos resistirnos al afán de atribuir cualidades humanas a los animales que tenemos al lado: cuanto más cerca están de nosotros, más insistimos en buscar semejanzas. Nos parece bien que los osos y los alces tengan sus reacciones perfectamente animales, y dejamos para los especialistas el estudio del significado, pero los gatos, los perros y, en general, todas las criaturas que nos metemos en casa tienen casi la obligación de ser como nosotros, si no por sus actos sí, por lo menos, por sus sentimientos.
Ahora bien, ni Blitz ni ninguno de sus compañeros de trabajo —Rocky, Layca, Carlo, Arny y Allan— son perros convencionales: amigos y compañeros que viven con nosotros, nos divierten, nos consuelan y nos quieren. Son perros trabajadores muy bien entrenados, capaces de olfatear drogas y los componentes químicos de las bombas a distancias asombrosas, y el proceso de humanización se complica porque estos perros dan a las personas unas compensaciones distintas de aquellas a las que el hombre está acostumbrado a recibir de su mejor amigo. Se dan casos en los que los perros salvan la vida de las personas dejando fuera de combate a un atacante peligroso. La mayoría de los canes de casa son unos mantas que se pasan el día tumbados y no tienen inconveniente en idolatrar a toda la familia y también a cualquiera que les haga una carantoña en el súper. Los perros entrenados en la detección de explosivos aman a sus entrenadores, aunque al hablar de «amor» ya estamos otra vez atribuyéndoles cualidades humanas. Ellos obedecen al entrenador, responden con presteza a sus órdenes y dan señales de que estar en su compañía les encanta. Si hay amor, imagino que lo ponen los entrenadores, que hablan de los perros con mucho afecto y se hinchan de orgullo ante cualquier elogio que les hagas del animal.
Las perreras de la base aérea de Aviano están situadas a cierta distancia de la autopista que va de Pordenone a Aviano. Es un enorme edificio prefabricado con habitáculos para una treintena de perros, aunque en la actualidad no hay más que seis animales. Su misión consiste en descubrir drogas o bombas, además de vigilar y atacar. Por lo que me dijeron los soldados, parece que lo único que un perro necesita para cumplir con su cometido es olfato y entrenamiento: en realidad, los servicios de seguridad de los aeropuertos civiles utilizan cada vez más labradores, collies y hasta beagles, a los que los entrenadores militares califican en tono condescendiente de perros «pasivos». Los militares, por su parte, requieren perros capaces de desempeñar la doble función de detectar y atacar."

Donna Leon
Sin Brunetti



"Un amigo me explicó lo que a veces pasa en este mundo de las fundaciones hasta el punto que me confesó que tenía que dejarlo, que no podía más. “No sabes lo que se mueve ahí”, me dijo. Y yo le respondí: “Para, no me cuentes más; no quiero que nada de lo que escriba pueda relacionarse contigo y porque quiero inventar una trama muy malévola”. En ese mundo, las mentiras vuelan. Cuando tengo la idea, y eso puede sonar pretencioso y no debería decirlo, me puedo ir a casa y estar dos meses sin escribir."

Donna Leon


"Yo no soy creyente pero sí opino que Dios cumple un papel en la sociedad. Dios muestra una dirección, unas instrucciones, nos dice qué hacer o no. A muchas personas tener esa guía les ayuda les va bien."

Donna Leon








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