Gad Saad La mente parasitaria


El 6 de abril de 2019 publiqué el siguiente mensaje en mis redes sociales: Algunas personas están verdaderamente despistadas. Publican comentarios donde me atacan por criticar la mentalidad de los guerreros de la justicia social y no ocuparme de los asuntos «importantes». Sí, porque un conjunto de ideas patógenas que se hacen con el control absoluto de las mentes y las almas de millones de personas en la academia, el Gobierno, las empresas, los medios de comunicación y la sociedad en general, de forma parecida a un dogma religioso y supersticioso, no es «importante»; que en las escuelas de primaria les enseñen a los niños bobadas contrarias a la ciencia y la razón no es «importante»; que los Gobiernos y las universidades apliquen políticas antitéticas a la dignidad y al espíritu meritocrático no es «importante». No hay NADA más importante que luchar por la libertad de expresión y de conciencia y el compromiso con la ciencia, la razón y la lógica frente a un dogma cuasi religioso. Quienes son incapaces de ver el contexto general son cómplices en la perpetuación del actual zeitgeist de locura. Que a veces yo utilice la sátira, el sarcasmo y el humor para dar la batalla contra los enemigos de la razón no debería impediros entender lo seria que es.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 7
 
 
A menudo me preguntan por qué soy un académico tan lenguaraz, dispuesto a tratar cuestiones espinosas y complejas muy alejadas de mis áreas de interés científico. Dada la asfixiante corrección política que gobierna la academia, lo aconsejable desde la perspectiva de alguien al que sólo le preocupe su carrera profesional es hacer como esos profesores que no se salen de su carril. Entonces, ¿por qué me la juego una y otra vez? Como ocurre con la mayoría de los fenómenos humanos, la respuesta se halla en la mezcla única de mi persona (mis genes) y mi historia personal (mi entorno). En el ámbito personal, soy un librepensador alérgico al pensamiento de grupo, que dicta que hay que seguir la corriente y llevarse bien con todos. Los ideales motrices de mi vida son la libertad y la verdad, y cualquier ataque hacia ellos representa una amenaza existencial a lo que más aprecio. También soy el producto de mi singular trayectoria vital, moldeada por dos guerras. Son pocas las personas que experimentarán jamás los horrores de la guerra, pero yo me he enfrentado a dos en mi vida: la guerra civil libanesa y la guerra contra la razón, la ciencia y la lógica que se ha desatado en Occidente, y en especial en los campus universitarios estadounidenses. La guerra libanesa me enseñó muy pronto la fealdad del tribalismo y el dogma religioso. Es probable que eso inspirara mi posterior desdén por la política identitaria, ya que crecí en un ecosistema donde el grupo al que pertenecías importaba más que tu individualidad. Teniendo esto en cuenta, volvamos a Oriente Próximo, a mi tierra natal.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 7
 
 
Soy un parasitólogo de la mente humana que quiere vacunar a la gente contra una clase de ideas que pueden destruir nuestra capacidad para la razón.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 10
 
 
La búsqueda de la verdad siempre debería prevalecer sobre el deseo defensivo del ego de tener la razón. Esto no es fácil, porque a la mayoría de la gente le resulta difícil admitir que se equivoca. Y es precisamente por esto por lo que la ciencia resulta tan liberadora. Provee un marco de trabajo para la autocorrección, porque el conocimiento científico siempre es provisional. Un hecho científico aceptado hoy puede ser refutado mañana. Por tanto, el método científico engendra humildad epistemológica.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 22
 
 
Entre los virus parasitarios de la mente que trato aquí figuran el posmodernismo, el feminismo radical y el constructivismo social, que prosperan sobre todo dentro de un ecosistema infectado: la universidad. Aunque cada virus de la mente constituye una cepa distinta de locura, todos se rigen por el rechazo total de la realidad y el sentido común: el posmodernismo niega la existencia de verdades objetivas; el feminismo radical se burla de la idea de las diferencias innatas de los sexos basadas en la biología, y el constructivismo social postula que la mente humana es en su origen una tabula rasa sin improntas biológicas. Esta clase general de virus de la mente, al que he llamado síndrome parasitario del avestruz (SPA), provoca diversas formas de pensamiento desordenado que llevan a los individuos afectados a rechazar verdades y realidades fundamentales que son tan evidentes como la fuerza de la gravedad. De forma parecida a como los diversos tipos de cáncer comparten un mecanismo de división celular descontrolada, todos estos virus de la mente rechazan la verdad para defender su ideología preferida. La tribu ideológica a la que uno pertenece varía según el virus de la mente, pero el compromiso es siempre la defensa del dogma de uno, y al diablo con la verdad y la ciencia. Aunque no está todo perdido. El SPA no tiene por qué ser una enfermedad terminal de la mente humana. Recordemos que se han derrotado muchos patógenos biológicos mediante estrategias de intervención específicas (como la vacuna contra la polio). Y lo mismo sucede con los afectados de SPA y otros virus de la mente relacionados. La vacunación contra esas mentalidades cancerosas consta de dos pasos: (1) proveer a los pacientes de SPA de información veraz y (2) asegurar que aprendan a procesar dicha información según las reglas probatorias de la ciencia y la lógica.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 30
 
 
La búsqueda del conocimiento no siempre encaja a la perfección en dicotomías claras.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 35
 
 
He acuñado el término dicotomanía epistemológica para referirme a la tendencia de muchos investigadores a establecer una correspondencia entre fenómenos y realidades binarias. 18 Surge del deseo de crear una cosmovisión viable, manejable y susceptible de la comprobación científica.
 
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La mente parasitaria, página 36
 
 
El deseo de dividir el mundo en formas binarias radica en la dicotomía entre pensamiento y sentimiento, lo que da lugar a una mentalidad basada en falsos dilemas. Somos animales que piensan y sienten. La dificultad estriba en saber cuándo activar el sistema cognitivo (pensamiento) y cuándo el afectivo (sentimientos).
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 36
 
 
En agosto de 2017, intervine por quinta vez en The Joe Rogan Experience . Para quienes no conozcan el pódcast, se trata de una conversación maratoniana que suele durar un poco menos de tres horas. En nuestra charla, Joe me preguntó acerca de la investigación científica de temas potencialmente delicados. Éste es el extracto en cuestión:
 
Yo: Cuando estuve en el programa de Sam Harris, que ya conoces, hace unos seis o siete meses, me preguntó: «¿Hay alguna cuestión investigable que no abordarías en tu trabajo científico, que sea demasiado tabú?». Y mi respuesta es que no. Mientras abordes esa cuestión con honradez y objetividad, nada debería estar vetado. Porque entonces se vuelve muy fácil decir: «¿Las diferencias sexuales? No deberíamos estudiar eso, porque se podría marginar a un sexo o al otro. ¿Las diferencias raciales? No deberíamos estudiar eso, por las mismas razones», etcétera. Y que se convierta en conocimiento prohibido. No. El más alto ideal al que debería aspirar cualquier persona honrada es la búsqueda de la verdad […], de modo que no dejes que te estorbe la corrección política: sólo persigue la verdad. Y creo que una de las razones por las que el mensaje de Jordan Peterson y el mío han calado entre mucha gente es que, al menos, ven que nos ceñimos a ese ideal como mejor podemos.
Rogan: Y si esa verdad hiere tus sentimientos…
Yo: Que les jodan a tus sentimientos.
Rogan [Asombrado]: ¡Ooooh!
 
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La mente parasitaria, página 41
 
 
¿Qué es lo que explica esa histeria irracional, en especial cuando es promulgada por académicos supuestamente sofisticados? He sostenido que Donald Trump representa una profunda herida estética y visceral en las sensibilidades de los que viven en pretenciosas torres de marfil. Trump es la antítesis del diplomático comedido que transmite mensajes pulidos y aparentemente elocuentes llenos de banalidades sobre la esperanza. ¿Se te ocurre algún presidente reciente de Estados Unidos que fuese el campeón mundial a la hora de transmitir ese tipo de mensajes, reverenciado por la intelectualidad como el último y definitivo mesías? Quizá te sirva una pista: este presidente ganó el premio Nobel de la Paz, en gran parte por haber enriquecido al mundo con sus mensajes de amor, paz y esperanza. El plazo de las candidaturas al premio terminaba once días después de su investidura, por tanto, el Nobel le fue concedido por sus «logros» antes de ser presidente. Algunas personas ganan el Nobel por estar presas durante veintisiete años debido a su lucha contra el apartheid (Nelson Mandela); otras lo ganan por lucir una radiante y triunfadora sonrisa de esperanza soleada. Los dos son dignos ganadores en igual medida, y si piensas lo contrario eres un racista. El estilo personal de Barack Obama es majestuoso. Obama es alto, delgado y elegante. Su elocución y cadencia son melodiosas. Su refinamiento es del tipo que embelesa a los que se emborrachan con sólo oler el tapón de corcho de una botella de vino (una expresión árabe). En cambio, Donald Trump es un cascarrabias peleón y descarado. A los desquiciados «progresistas» —con el ejemplo perfecto de un Robert De Niro completamente trastornado— les produce una irrevocable y perpetua indignación. Sienten una repulsión visceral. No disponen de ninguna teoría de la mente que les permita ponerse en la piel de los casi 63 millones de estadounidenses que votaron a Trump.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 44
 
 
La sincera y justificable consternación de Kavanaugh no fue atribuida a su situación, sino que se culpó de forma errónea a su carácter innato. Esto es precisamente lo que los psicólogos llaman el «error fundamental de atribución», es decir, exagerar la medida en que los rasgos internos de un individuo (su personalidad) son responsables de una realidad observada sin tener en cuenta las circunstancias.
 
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La mente parasitaria, página 47
 
 
Me he enfrentado a un error de atribución similar siempre que me he arremangado y he perseguido a alguien con contundencia en las redes sociales (normalmente en Twitter). Me suelto y, por tanto, me enzarzo en un combate retórico que a veces puede ser bastante picante, aunque siempre con ánimo de diversión. Y me sorprendo cada vez que algún payaso me escribe para expresarme su extrañeza por mi actitud «beligerante» después de haber visto lo comedido, educado y cordial que parezco en muchos otros contextos. En fin: la forma en que podría reaccionar si me asaltan varios atracadores violentos en un callejón oscuro es radicalmente distinta a cómo me comporto cuando arropo con cariño a mis hijos al acostarlos. Mi personalidad no cambia por arte de magia entre un contexto y otro: lo hace la situación.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 47
 
 
Si la verdad duele, hay que suprimirla por el bien de la diversidad, la inclusión y la equidad y, por supuesto, la cohesión de la comunidad.
 
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La mente parasitaria, página 50
 
 
Hoy, en la academia científica, la ideología progresista prevalece sobre los hechos científicos.
 
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La mente parasitaria, página 7
 
 
Es probable que las airadas feministas que estaban dispuestas a arruinar la carrera de un talentoso científico por su estúpida elección de camisa también sean las que afirman que la mirada masculina es una forma de «violación visual». Son las que sostienen que el patriarcado promulga un ideal de belleza que obliga a las mujeres a ajustarse a él. Cuando el bikini es parasitado por una mentalidad tan conspiradora y delirante, se convierte en un instrumento sexista del patriarcado, mientras que el burka es liberador, ya que evita la mirada masculina. Para satirizar este impresionante desvío de la razón empecé a usar el hashtag #FreedomVeils [Velos de la libertad] en referencia a dicho atuendo. La vestimenta religiosa —como el hiyab, el niqab y el burka—, que proviene de sociedades profundamente patriarcales y que se les impone a millones de mujeres, es liberadora según muchas feministas occidentales. El bikini, que con el feminismo de la segunda ola podía interpretarse como una forma de empoderamiento en la búsqueda de la liberación sexual, es, al parecer, una señal de la misoginia patriarcal de Occidente. Por recapitular: los bikinis, los cosméticos y las minifaldas son malos; las camisas con dibujos caprichosos de mujeres con poca ropa son un delito capital. El burka, el niqab y el hiyab representan la liberación femenina de la mirada masculina. Ninguna sátira puede competir con las payasadas progresistas.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 54
 
 
La gente con claridad de pensamiento sabe que caben las emociones y el intelecto y el humor y la seriedad, y su modo de conducirse por la vida es saber cuándo activar su sistema emocional en vez del cognitivo. Pero las personas que han caído presas de las ideas patógenas han perdido el control de su mente y sus emociones, y esos patógenos se están propagando rápidamente y amenazando nuestra libertad.
 
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La mente parasitaria, página 56
 
 
Muchos occidentales tienen un concepto equivocado de la libertad de expresión. Siempre que silencio o bloqueo a alguien en las redes sociales, una barahúnda de idiotas me acusa de ser un hipócrita sobre la libertad de expresión por «silenciar su voz». No comprenden que tengo derecho a alejarme de sus burlas, insultos e idioteces en la red. Eso no es «restringir» su discurso, sino ejercer mi derecho a evitar escucharlo. Esto es evidente, pero a mucha gente le resulta confuso. Un segundo error es insistir a la ligera en que «las empresas propietarias de las redes sociales no son el Gobierno y tienen derecho a elegir qué contenido circula en sus plataformas». En un mundo cuerdo, ésta sería una postura ridícula y, sin embargo, se repite infinitamente sin ninguna reflexión sobre sus nefastas consecuencias. Google, YouTube, Facebook y Twitter poseen más control global sobre nosotros que todas las demás empresas juntas. No es exagerado decir que tienen más poder colectivo —en términos de la información que controlan— que todos los gobernantes, sacerdotes y políticos de la historia. Si el conocimiento es poder, entonces estos gigantes son casi todopoderosos, ya que deciden qué información podemos tener y si somos admitidos o no en una red social. Las grandes compañías tecnológicas vetan por sistema a los comentaristas de derechas, pero, por supuesto, es todo una desafortunada «casualidad algorítmica». ¿Puede haber algo más siniestro?
 
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La mente parasitaria, página 57
 
 
En Estados Unidos y Canadá las universidades no son ni mucho menos baluartes de la libertad de expresión, sino cámaras de eco para la izquierda. Si te alejas del rebaño, lo haces por tu cuenta y riesgo.
 
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La mente parasitaria, página 64
 
 
Ahora es parte del zeitgeist de Occidente que no debemos pronunciar nada que pueda ofender, enfadar o insultar a nadie que pertenezca a una «minoría» o sea «progresista».
 
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La mente parasitaria, página 64
 
 
 
 
El montón de «yo creo en la libertad de expresión, pero…» vulnera el espíritu fundacional de lo que significa tener libertad de expresión. Normalmente, lo que viene después del «pero» es una llamada a que nos abstengamos de herir las sensibilidades y sentimientos de la gente. La idea general es que debemos sopesar nuestra libertad de expresión frente al derecho de los demás a no ser ofendidos. ¡No! El sentido de la libertad de expresión es precisamente proteger los discursos más desagradables, ofensivos y repulsivos; no existe sólo para asegurar que me hagas cumplidos bonitos. Que te ofendan de vez en cuando es el precio que uno paga por vivir en una auténtica sociedad libre. Puede que tus sentimientos sean heridos; échale un par y sigue adelante. Ni que decir tiene que ser un absolutista de la libertad de expresión incluye las habituales salvedades, como gritar «fuego» en un teatro, incitar a la violencia contra los demás y los discursos difamatorios y calumniosos. Éstos no son discursos protegidos, pero los detractores de la libertad de expresión están intentando distorsionar estas restricciones de sentido común para adecuarlas a sus propósitos. Una de las formas en que Occidente está perdiendo su voluntad de luchar por la libertad de expresión es promulgar leyes sobre el discurso de odio.
 
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La mente parasitaria, página 67
 
 
La sátira como el bisturí de un cirujano Donde hay verdad objetiva, hay sátira.
 
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La mente parasitaria, página 69
 
 
Una vez que delimitamos qué puede ser satirizado, ya no vivimos en una sociedad libre.
 
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La mente parasitaria, página 73
 
 
 
El reconocimiento de la excelencia científica debería estar motivado por ideales meritocráticos y, sin embargo, está cada vez más contaminado por las políticas identitarias.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 74
 
 
Por definición, la ciencia es, o debería ser, un proceso apolítico. Las verdades científicas y las leyes naturales existen con independencia de las identidades de los científicos. La distribución de los números primos no cambia si el matemático es un varón blanco heterosexual cristiano o una persona «de tamaño diferente» (obesa), musulmana y transgénero. La tabla periódica de los elementos no depende de si un químico es latinx queer o judío jasídico cisnormativo. ¡Ah!, ¿eres un químico bisexual no binario? Bueno, entonces esto cambia completamente los números atómicos del carbono, el paladio y el uranio. Sátiras aparte, la ciencia es liberadora precisamente porque no le importa tu identidad. Es el medio epistemológico a través del cual tratamos de entender el mundo, con reglas probatorias imparciales. Esto es lo que hay: no tenemos otras formas de saber, lo cual me lleva a otro patógeno virulento de la mente que se ha extendido en el ecosistema universitario: la idea de que la ciencia es una forma de conocimiento colonial blanca. En otoño de 2016, los estudiantes sudafricanos de la Universidad de Ciudad del Cabo, conocidos como «caidistas» [fallists] —quien crea en la ciencia debe caer—, recibieron la atención mundial cuando afirmaron que era imperativo descolonizar la mente de los grilletes de la ciencia colonial blanca. Lo siento, Albert Einstein, Charles Darwin, Isaac Newton y Galileo Galilei: no sois personas de color. No se puede confiar plenamente en vuestro trabajo. Volved a las mesas de dibujo. Quizá los lectores sientan la tentación de pensar que esto no es preocupante. Al fin y al cabo, esos charlatanes sudafricanos son sin duda una anomalía. Seguramente, esta forma de idiotez anticientífica no podría extenderse. ¿O sí? Existe un impulso creciente en las universidades canadienses para indigenizar los planes de estudio. Esto pretende ser una respuesta conciliadora a los agravios históricos del pasado contra los pueblos indígenas. Según ese punto de vista, el método científico es sólo una de las muchas formas de conocimiento, y se ofrecen otras —por ejemplo, las que podrían pertenecer al folclore y la mitología de los pueblos indígenas— como si fueran igualmente válidas. Aquí estoy para decirte que no, que no lo son. Por supuesto, los pueblos indígenas tienen una visión singular sobre la flora y la fauna de las tierras en que han vivido durante generaciones. Y es perfectamente razonable suponer que ese conocimiento autóctono y específico es muy valioso y digno de aprender y transmitir. Sin embargo, el modo en que se codifica la información científica en el panteón del conocimiento humano no es específico de una cultura.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 75
 
 
 
El método científico es el marco epistemológico universal para entender el mundo que nos rodea. A la ciencia no le importa la posición privilegiada de la «sabiduría ancestral», del «conocimiento tribal» y de los «métodos de los ancianos». En la ciencia no hay verdades reveladas. No existe una forma judeolibanesa de saber más, como no existe una forma indígena de saber más. Todas las afirmaciones sobre el mundo natural deben pasar por el filtro probatorio del método científico.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 77
 
 
El método científico nos libera para perseguir la verdad, sin importar quiénes seamos. Asimismo, la psicología evolutiva —una disciplina por la que muchos progresistas sienten un desprecio visceral— es expresamente antirracista, porque reconoce que, debajo de nuestras muchas diferencias superficiales, la mente humana nació de las mismas fuerzas evolutivas, con independencia de nuestros antecedentes raciales o étnicos. Las fuerzas ambientales (o cultura) afectan a nuestra forma de pensar, razonar y tomar decisiones, pero sus efectos no son elementos inmutables de nuestra raza o etnia. No hay una «mente negra» o una «mente blanca»; no hay una «forma de saber blanca» o una «forma de saber indígena»: sólo hay una verdad, y la hallamos a través del método científico.
 
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La mente parasitaria, página 80
 
 
Las ideas patógenas en los campus universitarios se dividen en cuatro grandes categorías. El posmodernismo postula que todo el conocimiento es relativo —que no existen las verdades objetivas— mientras genera una prosa abstrusa e impenetrable que viene a ser un arbitrario galimatías. Estas payasadas anticientíficas dan lugar a posturas como la del movimiento Science Must Fall [La Ciencia Debe Caer], que exige que las personas «descolonicen» su mente de la ciencia occidental «racista». El constructivismo social mantiene que la gran mayoría de las conductas, los deseos y las preferencias humanas no los forman la naturaleza humana o la herencia biológica, sino la sociedad, lo que significa, entre otras cosas, que no hay diferencias sexuales de base biológica, sino sólo «roles de género» impuestos mediante la cultura. El feminismo radical afirma que estos roles de género se deben a las nebulosas y nefastas fuerzas del patriarcado. El activismo transgénero sostiene que el sexo biológico y el «género» son constructos dinámicos no binarios. Desde el punto de vista científico, el posmodernismo, el constructivismo social, el feminismo radical y el activismo transgénero se basan todos en falsedades demostrables. Sin embargo, cuando lo primordial son los compromisos ideológicos de uno, el rechazo de los hechos científicos se convierte en un necesario daño colateral.
 
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La mente parasitaria, página 91
 
 
Muchas ideas patógenas comparten un hilo conductor: el profundo deseo de liberar a las personas de los grilletes de la realidad.
 
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La mente parasitaria, página 92
 
 
Las desviaciones delirantes de la realidad pueden ser, en efecto, muy confusas.
 
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La mente parasitaria, página 98
 
 
Hace poco interactué con la oscarizada actriz Charlize Theron en Twitter. En mi opinión, Theron y muchos otros padres de niños que ahora se identifican como trans presentan un síntoma clásico del síndrome de Munchausen por poderes (SMP), a través del contagio. Pueden recibir las recompensas del progresismo vigilante [woke ]. Theron ha anunciado que uno de sus dos hijos adoptados (un varón biológico) es transgénero después de que éste le dijera, con tres años, que es una niña. En consecuencia, Theron está educando a su hijo como una niña; al parecer, no le corresponde a ella —o a la ciencia de la biología— decidir la identidad de género de su hijo. Algunos de mis tuits fueron: «Qué valiente, qué impresionante, qué progresista. Bien hecho, @CharlizeAfrica. Yo crie a mis hijos como agentes no arbóreos pluricelulares con base de carbono. No les he impuesto una especie. Les corresponde a ellos decidir si desean formar parte del Homo sapiens o no». Continué así: «Estoy siguiendo el ejemplo del heroísmo materno de @CharlizeAfrica. He avisado a mis agentes no arbóreos pluricelulares con base de carbono (mis hijos) de que no tienen que llamarnos a mí y a mi mujer “mamá” y “papá”. Somos cuidadores de género neutro no binarios 1 y 2». Terminé con la introducción de un nuevo concepto, la fluidez de la tabla periódica: «No quiero que mis hijos estén limitados a considerarse con base de carbono. Por eso los estoy sumergiendo en la fluidez de la tabla periódica. Les he pedido que miren todos los elementos y decidan con cuáles se identifican (respecto a su composición básica)». Con mi sátira no pretendo denigrar el problema, muy real y muy infrecuente, de la disforia de género. Sin embargo, sí señalo la improbabilidad estadística del número de personas que ahora salen del armario como padres de hijos trans. A los niños se los debe querer y proteger en la intimidad familiar. No son figuritas al servicio del exhibicionismo de la virtud de la justicia social para impresionar a los amigos progresistas. El progresismo es en sí mismo un sistema de creencias incoherente en términos cognitivos y axiomáticamente irracional. Analicemos cómo la edad se ha convertido en un marcador variable de las capacidades cognitivas de uno en función de la conveniencia ideológica. Si una persona comete un abominable asesinato premeditado a la edad de 17 años y 364 días, los progresistas serán los primeros en proclamar que debería ser juzgado en un tribunal de menores. Al fin y al cabo, es un «niño» que no puede comprender plenamente las consecuencias de sus actos. Al parecer, es demasiado impulsivo para emitir juicios acertados, ya que su corteza prefrontal aún no se ha desarrollado del todo. El cerebro de los adolescentes sigue desarrollándose hasta bien entrada la veintena y, por tanto, castigar a un asesino adolescente es «cruel» y poco progresista. Por otro lado, cuando se trata de la edad a la que se debería permitir a las personas votar en las elecciones nacionales, muchos demócratas progresistas, como la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, abogan por reducir la edad a los dieciséis años. Si se trata de alistarse al Ejército de Estados Unidos y que te envíen a territorios extranjeros a matar a los malos, parece que la corteza prefrontal ya está lo suficientemente desarrollada a los diecisiete años. Sin embargo, para muchos padres progresistas —incluida Charlize Theron—, un niño de tres años posee la necesaria madurez cognitiva y emocional para hacer una afirmación definitiva sobre la identidad de género.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 109
 
 
En la tierra de la progresista Unicornia, la ciencia sólo es útil si está en consonancia con el dogma ideológico. En caso contrario, no son más que datos de odio e intolerancia.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 111
 
 
La especie humana se reproduce sexualmente, y uno de los impulsos humanos más básicos es buscar una pareja y formar una unión significativa con un miembro del sexo opuesto. Sin embargo, según el ISA, un hombre que admita dicho impulso estará sucumbiendo al sexismo benevolente. No hace falta ser un sofisticado psicólogo evolutivo para ver la completa majadería de dicha postura. 151 Nótese también que cualquier hombre que aspire a proteger y querer a una mujer es un vil sexista. Quizá no sea extraño que un reciente estudio descubriera que las personas son menos propensas a realizar maniobras de reanimación cardiopulmonar a las mujeres. 152 Parece que cuatro décadas de lavado de cerebro y caza de brujas feminista han aleccionado demasiado bien a los hombres. Es mejor ser un cobarde espectador «no sexista» que un héroe «sexista». Alguien debería aconsejar a las mujeres que dejen de fantasear con valientes bomberos y heroicos soldados de uniforme. Hay un nuevo sheriff que personifica la definición progresista de la masculinidad: el espectador apático y cobarde. Por cierto, aquí hay una extraordinaria incoherencia cognitiva intrínseca. A los hombres se les enseña repetidas veces que deben ofrecerse como aliados de las mujeres en el lugar de trabajo, pero, si lo hacen, practicarán sexismo benevolente. Todos los caminos conducen al sexismo.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 113
 
 
De las muchas y terribles ideas patógenas anticientíficas surgidas del delirante mundo de los estudios de género, pocas son tan corrosivas como el absurdo concepto de «masculinidad tóxica».
 
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La mente parasitaria, página 114
 
 
¿Qué es la masculinidad tóxica? Bueno, al parecer son los elementos indeseables de ser hombre. Éstos podrían incluir ser hipercompetitivo en los deportes, exhibir poderío social o físico o evitar mostrarse demasiado emocional en público. Se culpa a la masculinidad tóxica de innumerables males de la sociedad, como la violencia, la guerra y las agresiones sexuales. Si pudiésemos desintoxicar a los hombres, pero conservar los elementos buenos de su masculinidad —como la empresa Gillette imploró hace poco a todos los hombres tóxicos en un anuncio increíblemente condescendiente e insultante—, entonces el mundo sería un lugar mejor. Sin embargo, se debe señalar que la masculinidad tóxica no se limita al estereotipo de los fortachones hipermasculinos. Hay que tener cuidado con la masculinidad tóxica geek , como ejemplifican los personajes masculinos de la serie de televisión The Big Bang Theory . Tanto los Navy SEAL hipermasculinos como los geeks beta del club Los Logaritmos Molan son una muestra de la masculinidad tóxica. Todos los caminos conducen a la masculinidad tóxica, incluida tu dieta preferida. El veganismo promueve la «masculinidad blanca», pero comer carne es un ejemplo de masculinidad potencialmente tóxica y hegemónica. 160 Para no equivocarse de lado, recomiendo a los hombres limitar sus dietas a la ingesta de huevos y queso. El único problema, no obstante, es que la mayoría de las cáscaras de huevo y los quesos son blancos, así que esta dieta podría ser una señal de la interiorización del supremacismo blanco. En realidad, yo sólo veo aquí una solución posible: que los hombres hagan ayuno colectivo hasta que los visite la muerte, lo que ayudaría directamente a reducir la masculinidad tóxica. Queridos hombres: si de verdad queréis servir de aliados a las mujeres, deberíais considerar en serio el suicidio colectivo o quizá la castración colectiva.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 115
 
 
Dado que son tan equivocadas, ¿cómo defienden los ideólogos sus ideas patógenas? En los regímenes totalitarios, la solución es muy directa: criminalizas o suprimes violentamente (matas) a cualquier voz disidente. En Occidente, el adoctrinamiento ideológico es más sutil. Se consigue mediante un ethos de corrección política y se hace cumplir con la creación de campus universitarios sin diversidad intelectual. La corrección política es como la picadura de la avispa de las arañas. Recordarás que la araña afectada es arrastrada a la madriguera de la avispa en un estado de zombi, donde después la devoran sus crías. La corrección política consigue el mismo y macabro objetivo: permite que las ideas nefastas nos consuman poco a poco mientras permanecemos sentados en silencio, como zombis, demasiado asustados para decir nada.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 121
 
 
Asimismo, los terroristas intelectuales ordenan a generaciones de crédulos estudiantes que permanezcan callados y sentados en las aulas mientras les inculcan disparates anticientíficos. Por favor, absteneos de hacer preguntas. Por favor, no utilicéis vuestra facultad de pensar críticamente. La resistencia intelectual es inútil. Memorizad el contenido de mi adoctrinamiento y guardad silencio. Las universidades son el campo de entrenamiento de la policía del pensamiento políticamente correcto y sus guerreros de la justicia social.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 112
 
 
Los estudiantes-activistas y guerreros de la justicia social quizá estén en inferioridad numérica en los campus, pero mandan mediante la tiranía de la minoría, con el respaldo de los profesores «progresistas» y los administradores. Juntos imponen un sofocante clima de corrección política que asociamos con cosas como «alertas de detonante», «espacios seguros», «microagresiones» y códigos de lenguaje en los campus, todos los cuales refuerzan a los perpetuamente ofendidos y encolerizados. Para los progresistas, los sentimientos prevalecen sobre la verdad; las afirmaciones empíricas ya no son juzgadas por su veracidad, sino por su potencial «intolerancia», en cuyo caso deben ser suprimidas en nombre de la inclusión. Dado que los sentimientos son el motor que valida la existencia de uno, se ha formado una cultura de la ofensa donde sale a cuenta ser miembro de los eternamente agraviados. Esto genera un impulso competitivo por posicionarse de forma ventajosa en la jerarquía del victimato. Las Olimpiadas de la Opresión (también conocidas como el póker de la victimología) son el escenario donde se lleva a cabo esta competición de victimismo mediante las políticas de identidad e interseccionalidad —«Soy una feminista queer gorda musulmana discapacitada transgénero negra»— para determinar los «ganadores» de este grotesco teatro del absurdo. Sostengo que los guerreros de la justicia social presentan una forma de síndrome de Munchausen colectivo (un trastorno psiquiátrico que hace que la persona finja una enfermedad para provocar la compasión de los demás). Básicamente, el ethos es: soy una víctima, luego existo. A esta fetichización de la condición de víctima se refirió hace mucho tiempo el eminente filósofo británico Bertrand Russell en su ensayo acertadamente titulado La superior virtud de los oprimidos.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 123
 
 
El neuropsiquiatra Steve Stankevicius ha señalado los riesgos que corren los niños al crecer en entornos con escasez de alérgenos (estériles). Estos niños son más propensos a desarrollar enfermedades respiratorias, ya que el cuerpo humano requiere el contacto con alérgenos para activar sus defensas inmunológicas. Se está produciendo un proceso análogo en la actual generación de estudiantes universitarios que se están educando en entornos intelectualmente estériles. No desarrollan el pensamiento crítico, y menos aún la madurez emocional para gestionar los desacuerdos.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 125
 
 
Los seres humanos son antifrágiles. Dicho con otras palabras, las personas deben exponerse a la parte desagradable de las interacciones sociales. No pueden protegerse en una burbuja desinfectada y esperar que todas las interacciones sean amables, edificantes y enriquecedoras. Al igual que en la inmunoterapia contra las alergias alimentarias se expone a los niños a muestras minúsculas de alérgenos, de modo que, con un aumento gradual de la dosis, el cuerpo desarrolle la inmunidad contra ese alérgeno en concreto, las personas también necesitan estar expuestas al repertorio completo de interacciones humanas para poder desarrollarse con buena salud intelectual y emocional. Sin embargo, hoy estamos creando una generación de jóvenes demasiado frágiles para manejar opiniones contrarias, y que adoptan la posición fetal de victimismo fingido cuando se enfrentan a las llamadas microagresiones , un concepto que carece de validez científica.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 127
 
 
Yo abandoné el Líbano hace mucho, pero el Líbano nunca me abandonó a mí.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 128
 
 
Sin duda, la razón de ser de las universidades era crear y difundir nuevos conocimientos. Ya no es así. Hoy, al menos en algunas disciplinas, es más importante minimizar los sentimientos heridos entre los grupos preferidos que buscar la verdad. La creación de espacios seguros prevalece sobre la libertad de expresión y el enriquecimiento intelectual, y el activismo por la justicia social sobre la búsqueda de la verdad. Por decirlo con el lenguaje de la investigación de operaciones, la función objetivo de una universidad fue históricamente maximizar el crecimiento intelectual de los estudiantes y profesores con la única limitación de los presupuestos universitarios. Hoy, muchas universidades se rigen por un problema de optimización de objetivos múltiples: maximizar el crecimiento intelectual y minimizar los sentimientos heridos; o maximizar el crecimiento intelectual y el activismo por la justicia social y minimizar los sentimientos heridos.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 132
 
 
John M. Fletcher trazó un paralelismo entre la homeostasis fisiológica y la psicológica: «El aumento de la irascibilidad contra un insulto no es en esencia distinto del aumento de la temperatura contra una infección. Ambos son intentos del organismo de mantener su estado: en un caso es un estado corporal; en el otro, un estado social».
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 134
 
 
En resumen, sugiero que ésta es una forma de homeostasis, es decir: las personas sienten el impulso de mantener la frecuencia de un estímulo en un nivel establecido, aunque eso requiera distorsiones perceptivas. Esto es precisamente lo que ha generado un aumento de los relatos victimistas exagerados, cuando no directamente los bulos de odio y el acoso. Así, el relato de que vivimos en una sociedad llena de odio, donde los grupos marginados temen por su vida, debe ser protegido a toda costa.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 136
 
 
La homeostasis también influye en lo que los investigadores llaman el efecto del «cambio de concepto inducido por la prevalencia». Supongamos que te piden que identifiques si un punto es azul. Esto no debería depender de la cantidad de puntos azules que hayas visto antes, pero así es: cuando hay menos puntos azules, la gente codificará los de color púrpura como azules. Los investigadores reprodujeron este hallazgo empleando imágenes de rostros amenazantes. Cuando a los participantes en el estudio se les mostraron rostros menos amenazantes, juzgaron los neutros como amenazantes. En resumen, sugiero que ésta es una forma de homeostasis, es decir: las personas sienten el impulso de mantener la frecuencia de un estímulo en un nivel establecido, aunque eso requiera distorsiones perceptivas. Esto es precisamente lo que ha generado un aumento de los relatos victimistas exagerados, cuando no directamente los bulos de odio y el acoso. Así, el relato de que vivimos en una sociedad llena de odio, donde los grupos marginados temen por su vida, debe ser protegido a toda costa.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 136
 
 
La idea del psicólogo Nick Haslam del «deslizamiento de conceptos» es muy pertinente para mi argumento sobre la homeostasis. 205 Él sostiene que lo que constituye un daño y una patología se ha expandido enormemente, y usa seis ejemplos para demostrarlo (maltrato, intimidación, trauma, trastorno mental, adicción y prejuicio). En el resumen de su excelente artículo, Haslam advierte: «Aunque el cambio conceptual es inevitable y, a menudo, por buenos motivos, se corre el riesgo de patologizar la experiencia cotidiana y fomentar una victimización virtuosa, pero impotente». Aunque él aporta algunas explicaciones especulativas para esta tendencia, diría que la mía, la de la homeostasis de la victimología, es la más simple. Se debe alcanzar un nivel establecido de victimización. Si existe un número insuficiente de casos, modificas la definición de víctima y conviertes las interacciones cotidianas banales en datos interesantes que respaldan la falsa condición de víctima.
 
La homeostasis de la victimología, el deslizamiento de conceptos y la corrección política pueden conducir a veces a una hipocresía moral muy desconcertante
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 136
 
 
Por supuesto, todos los caminos conducen a la intolerancia. Si eres un hombre blanco que no siente atracción sexual por las mujeres negras, eres culpable de racismo sexual —sí, el término existe—. Si eres un hombre blanco que siente atracción por las mujeres negras, eres un racista intolerante porque estereotipas su voracidad sexual y cosificas su cuerpo. Si se introduce cualquier grupo de víctimas en esta ecuación, el resultado es el mismo. Todos sabemos que la segregación racial institucional es constitutiva de intolerancia, pero ahora también lo es querer sumergirse en las prácticas culturales de los demás, ya que es intolerancia basada en la «apropiación cultural». La homeostasis de la victimología asegura que todos los caminos conduzcan a la intolerancia, lo que incumple el principio de falsación del filósofo de la ciencia Karl Popper: ningún dato podría falsar el relato del victimismo.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 143
 
 
La lista de pseudoindignaciones derivadas de la apropiación cultural es larga. A la actriz Lena Dunham le preocupaba que su alma mater, el Oberlin College, sirviera sushi en la cafetería, un claro caso de apropiación cultural. A la chef Mithalee Rawat, que se define como una mujer de color y queer, le horrorizaba que los blancos hubiesen violado su herencia india al utilizar caldo de huesos, que ella consideraba un robo colonialista. Como dice el inolvidable «nazi de la sopa» en Seinfeld: «¡No hay sopa para usted!». La apropiación gastronómica no es ni mucho menos el único camino a la intolerancia. La intolerancia indumentaria puede asomar su fea cabeza en cualquier momento, como lo demuestra la cantante Katy Perry, que tuvo que disculparse por haberse vestido de geisha para su actuación en los American Music Awards en 2013. Keziah Daum, una estudiante blanca de secundaria, llevó un qipao , un vestido chino, a su fiesta de graduación, y esto provocó a la brigada de la pseudoindignación. Ten cuidado con el peinado que eliges, en especial si eres blanco, porque esto también podría ser una señal de que eres un nazi intolerante. Katy Perry cometió ese error por hacerse trenzas y luego se disculpó por ello. Kendall Jenner desató la polémica al lucir un peinado afro en una sesión de fotos para Vogue. Y a un estudiante blanco de la Universidad Estatal de San Francisco se le acercó una negra airada, indignada porque llevaba rastas. Otros ejemplos de falso ultraje por la apropiación cultural proceden de la tierra de los locos (los campus universitarios): la cancelación de una clase de yoga en la Universidad de Ottawa; un auxiliar residente en el Pitzer College se enfadó con los blancos porque llevaban pendientes de aro, y Lynne Bunch, una alumna de la Universidad Estatal de Luisiana, escribió un artículo de opinión en The Daily Reveille (el periódico estudiantil de la universidad) donde afirmaba que el engrosamiento de las cejas es una forma de apropiación cultural.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 143
 
 
Hace varios años, Tal Nitzan, entonces estudiante de doctorado en la Universidad Hebrea, escribió un premiado artículo en el que analizó la incidencia de las violaciones perpetradas por las Fuerzas de Defensa de Israel contra las mujeres palestinas. Sin lugar a dudas, el objetivo era descubrir una epidemia de violaciones para demostrar cuán diabólicos eran en realidad esos malvados judíos. Al no encontrar dicha realidad empírica, su conclusión fue —aquí será mejor que te sientes— que esto era la prueba de hasta qué punto los israelíes deshumanizaban a los palestinos. ¡Eran tan odiosos que ni siquiera consideraban a las palestinas dignas de ser violadas! Se descubran violaciones o no se descubra ninguna, la conclusión es la misma: los israelíes son diabólicos. Todos los caminos conducen a la autoflagelación y el desprecio hacia uno mismo. Ése es el sello distintivo de un verdadero «progresista».
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 147
 
 
Sostengo que numerosos machos guerreros de la justicia social son similares a la sepia gigante. Se ponen los accesorios de un hombre sensible y no amenazante mediante su compromiso ideológico, rebosante de empatía progresista. En cierto sentido, es parecido al tipo sensible que se hace amigo de las mujeres y les brinda su infinito apoyo emocional con la esperanza de que al final tenga su debida oportunidad de un romance.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 151
 
 
El progresismo se ha vuelto enemigo de la razón.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 157
 
 
La capacidad humana para el engaño —y el autoengaño— es enorme. De hecho, algunos científicos sospechan que una de las razones por las que nuestra inteligencia evolucionó como lo hizo fue la de poder manipular a los demás. Al servicio de tal intención manipuladora, hemos desarrollado una tendencia paralela al autoengaño que nos protege de delatar nuestra falsedad. 261 El primer paso para ser un buen mentiroso es creerte la mentira.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 160
 
 
Acuñé el término «síndrome parasitario del avestruz» (SPA). Así es como definí este ataque a la razón: Este trastorno hace que una persona rechace realidades que por lo demás son tan claras como la existencia de la gravedad. Las víctimas de SPA no creen a sus ojos mentirosos. Construyen una realidad alternativa conocida como Unicornia. En ese mundo se rechazan la ciencia, la razón, las reglas de la causalidad, los umbrales probatorios, una cantidad casi infinita de datos, las reglas de la lógica, los patrones históricos y diarios y el sentido común. En cambio, las divagaciones delirantes de una víctima de SPA radican en correlaciones ilusorias, vínculos causales inexistentes y tópicos progresistas para sentirse bien. La lógica del avestruz siempre se transmite a través de un aire de altiva superioridad moral.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 161
 
 
El altruismo recíproco es un mecanismo evolutivo —Occidente concede la entrada a un número manejable de refugiados con la plena esperanza de que éstos corresponderán a nuestra generosidad adoptando nuestros valores laicos, liberales y modernos—; la empatía suicida no lo es. Nunca deberíamos poner en peligro el tejido de nuestras sociedades modernas para llevar a cabo un ejercicio piadoso de autoflagelación civilizatoria. Y lo digo como orgulloso inmigrante canadiense. Los que tachan constantemente de «racistas» a cualquiera que quiera hablar de políticas migratorias racionales padecen una forma insidiosa del síndrome parasitario del avestruz.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 168
 
 
En mi primer semestre como doctorando en la Universidad Cornell, leí Homicide , un libro escrito por dos de las principales figuras de la psicología evolutiva, que influyó mucho en mi posterior trayectoria científica. En él, los autores utilizan el enfoque evolutivo para analizar una amplia variedad de comportamientos delictivos, incluidos el maltrato infantil y la violencia doméstica. Dos de las asombrosas conclusiones de su análisis son: 1) el mejor predictor de si un niño será maltratado (por un factor de 100) es si crece con un padrastro o madrastra (lo que se conoce como el efecto Cenicienta); y 2) la persona más peligrosa en la vida de una mujer es su pareja masculina. En concreto, los hombres sienten el impulso de actuar con violencia cuando sospechan o descubren una infidelidad. Éstos son hechos universales que trascienden las culturas y las épocas precisamente porque radican en un cálculo evolutivo que da forma a los elementos más oscuros de nuestra común naturaleza humana. No es de extrañar, pues, que cuando la policía investiga el asesinato de una mujer, la primera persona a la que considera sospechosa sea su pareja masculina. Saben perfectamente que la mayoría de los hombres jamás cometerán tales actos, pero también que las probabilidades —al menos por experiencia— justifican la actuación policial. Asimismo, el efecto Cenicienta es real, a pesar de la existencia obvia de padrastros y madrastras cariñosos. Las anécdotas personales no invalidan las realidades estadísticas. Nuestro cerebro ha evolucionado para detectar irregularidades estadísticas en nuestro entorno. Actuar basándonos en este conocimiento no es intolerante, racista u odioso: está en la raíz de la cognición humana. Discriminar —en el sentido de hacer una distinción arraigada en una probabilidad estadística— es ser humano. Elaborar perfiles es ser humano. Los infectados con SPA rechazan esta lógica. En su lugar, el deseo de adherirse a los principios progresistas que dictan que «la realidad es racista» los lleva a negarse a elaborar perfiles porque eso sería discriminatorio, en el sentido prejuicioso de la palabra. Pertenecen a lo que el humorista Evan Sayet llamó «el culto a la indiscriminación». Por esta precisa razón, cuando viajé al sur de California en 2011, mi hija de dos años fue elegida al azar en un control de seguridad más exhaustivo en el aeropuerto de Montreal. Es precisamente por esto por lo que un grupo de monjas ancianas tendría las mismas probabilidades de ser elegidas para un control de seguridad más exhaustivo que un grupo de hombres jóvenes procedentes de Pakistán, el Yemen y Siria y que viajan juntos. En Unicornia, todas las personas tienen la misma probabilidad de ser terroristas. Pensar de otro modo es ser un odioso intolerante. El SPA es una terrible aflicción de la mente humana.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 180
 
 
Los datos tienen una forma molesta de destruir los sueños utópicos de los ideólogos delirantes.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 193
 
 
Para construir una red nomológica de indicios acumulados irrefutable, uno debe intentar anticiparse y prepararse para todos los contraargumentos que los detractores probablemente querrán imponer. Recordemos que los constructivistas sociales afirman que los hombres y las mujeres son socializados hacia roles de género arbitrarios, y que las preferencias de juguetes son una muestra temprana de ese aprendizaje «sexista». ¿Cómo se podría asestar un golpe mortal a esa absurda premisa? La respuesta está en Suecia. El psicólogo transcultural Geert Hofstede ha clasificado Suecia como el país más femenino y con la mayor paridad de género entre cincuenta países dispares. Este oasis escandinavo de tópicos progresistas ha estado llevando a cabo lo que equivale a un experimento de ingeniería social longitudinal durante las últimas cuatro décadas, con la intención de crear la sociedad utópica, perfecta y neutral en lo relativo al género. Por tanto, si alguna vez hubo un caso de estudio perfecto para determinar si un país con más igualdad de género produce preferencias de juguetes indistintas entre los sexos, Suecia es ese país. En fin: los datos tienen una forma molesta de destruir los sueños utópicos de los ideólogos delirantes. Un amplio estudio de las preferencias de juguetes entre los niños suecos reveló que éstas no son tan maleables como los constructivistas sociales quieren que creas: resulta que los niños serán niños y las niñas serán niñas. Los constructivistas sociales aún podrían plantear dos objeciones: que los estudios relevantes provienen de las culturas occidentales y que tienen su origen en la época actual. Pues bien: el antropólogo Jean-Pierre Rossie llevó a cabo un análisis detallado de las muñecas y de cómo se juega con ellas en varias tribus del Sáhara y el norte de África. Estas poblaciones incluían a los belbalas, los chambas, los shauías, los ghribs, los cabiles, los moros, los erguibats, los saharauis, los tedas, los tuaregs, los habitantes del valle de Saoura, las poblaciones rurales de Marruecos y las poblaciones urbanas de Argelia, Marruecos y Túnez. No es precisamente un repositorio de culturas occidentales. Rossie documentó dos resultados clave de interés para el tema que estamos tratando: 1) es mucho más probable que las niñas jueguen con muñecas que los niños; 2) las muñecas son mucho más frecuentes que los muñecos. Descubrí un estudio que analizaba ilustraciones de niños en monumentos funerarios de la Grecia antigua. Surgió el mismo patrón: se representaba a los niños jugando con ruedas y a las niñas con muñecas. Desde que hablé por primera vez de esta red nomológica en 2017, una exhaustiva revisión y un metaanálisis han revelado que las preferencias de juguetes por sexos están presentes en todas las edades, épocas y contextos culturales. Es difícil imaginar un mayor tsunami de indicios contra la premisa de que las preferencias de juguetes de los niños se deben a un constructo social. Las redes nomológicas de indicios acumulados son un antídoto crucial para los afectados de SPA.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 192
 
 
 
La conversión es común a innumerables religiones, pero sólo una parece motivar a algunos de sus conversos a cometer actos terroristas en todo el mundo. ¿Por qué los recién convertidos al jainismo, al judaísmo ortodoxo o al budismo nunca parecen «malinterpretar» sus religiones pacíficas ni se convierten en terroristas? Sólo una religión produce conversos que interpretan, traducen y entienden mal su fe, por lo demás «pacífica».
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 209
 
 
Hay muchas fuentes de datos globales que llevan un seguimiento de la actitud de las personas hacia los valores de las sociedades liberales modernas e ilustradas. Por ejemplo, el Pew Research Center, una organización imparcial y no partidista, realiza exhaustivas encuestas mundiales sobre temas muy diversos. En 2010 una encuesta del Pew reveló el grado de opinión desfavorable sobre los judíos entre los habitantes de los países islámicos. 346 El odio a los judíos es el proverbial canario en la mina cuando se trata de medir los prejuicios de odio de una sociedad. En el Líbano, el 98 por ciento de los encuestados admitió tener opiniones desfavorables sobre los judíos; en Jordania y en los territorios palestinos, el 97 por ciento; en Egipto, el 95 por ciento; en Pakistán, el 78 por ciento; en Indonesia, el 74 por ciento; en Turquía, el 73 por ciento; en Nigeria, al 60 por ciento de los musulmanes no les agradan los judíos, mientras que a un relativamente insignificante 28 por ciento de cristianos sí les agradan; y entre los árabes israelíes, el porcentaje es del 35 por ciento. La Liga Antidifamación publicó un informe mundial sobre el odio a los judíos basándose en entrevistas realizadas a 53.100 personas entre julio de 2013 y febrero de 2014 en 101 países y los territorios palestinos (Cisjordania y Gaza). 347 He aquí la lista de los dieciséis países más antisemitas por orden decreciente: Cisjordania y Gaza, Irak, el Yemen, Argelia, Libia, Túnez, Kuwait, Bahréin, Jordania, Marruecos, Qatar, Emiratos Árabes Unidos, el Líbano, Omán, Egipto y Arabia Saudí. Si hubiera alguna manera de descubrir una categoría unificadora para estos bastiones del amor, la paz y la tolerancia…
 
El análisis de las actitudes hacia los homosexuales de una sociedad es otro útil indicador de la tolerancia. El Pew realizó una encuesta mundial en 2013 donde se les preguntó a los encuestados si la sociedad debería rechazar la homosexualidad. Los países islámicos despuntaron en la intolerancia hacia los homosexuales. Éstos son algunos de los datos relevantes: Senegal, 98 por ciento; Jordania, 97 por ciento; Egipto, 95 por ciento; Túnez, 94 por ciento; territorios palestinos, 93 por ciento; Indonesia, 93 por ciento; Pakistán, 87 por ciento; Malasia, 86 por ciento; el Líbano, 80 por ciento; Turquía, 78 por ciento. A los activistas LGBTQ occidentales que pertenecen o apoyan a Queers for Palestine quizá les interese saber que Israel —incluso contando a su población musulmana— es más del doble de tolerante con los homosexuales que Palestina. Por cierto, la homosexualidad puede conllevar la pena de muerte en diez países: Yemen, Irán, Mauritania, Nigeria, Qatar, Arabia Saudí, Afganistán, Somalia, Sudán y Emiratos Árabes Unidos.
 
¿Cuál es la situación de las mujeres en todo el mundo? En 2018, el Foro Económico Mundial publicó el Informe global sobre la brecha de género , donde se clasificaban los países en función de las brechas de género en cuatro ámbitos: salud, educación, economía y política. De los 149 países, éstos son los veinte peores para las mujeres en orden decreciente: Turquía, Costa de Marfil, Bahréin, Nigeria, Togo, Egipto, Mauritania, Marruecos, Jordania, Omán, el Líbano, Arabia Saudí, Irán, Malí, República Democrática del Congo, Chad, Siria, Irak, Palestina y Yemen.
 
En 2018, la Fundación para el Avance de la Libertad, un laboratorio de ideas libertario español, publicó su Índice Mundial de Libertad Moral, donde se puntuó a 160 países en función de cinco indicadores sobre su libertad. Éstos son los catorce peores países en orden decreciente: Libia, Omán, Argelia, Brunéi, Pakistán, Irán, Egipto, Afganistán, Kuwait, Qatar, Irak, Emiratos Árabes Unidos, Yemen y Arabia Saudí. Estos países varían en términos de etnia, raza, lengua, economía y sociopolítica, pero tienen una cosa en común.
 
Occidente cree en la libertad de conciencia religiosa, pero no todos los países del mundo comparten ese parecer. Éstos son los países que en la actualidad castigan el ateísmo con la pena de muerte: Afganistán, Irán, Malasia, Maldivas, Mauritania, Nigeria, Pakistán, Qatar, Arabia Saudí, Somalia, Sudán, Emiratos Árabes Unidos y el Yemen. Además, el Pew Research Center averiguó cuáles son los países con las mayores restricciones gubernamentales sobre la religión. 353 Uniendo los datos de las encuestas de 2013 y 2014, los peores veinte países son China, Indonesia, Uzbekistán, Irán, Egipto, Afganistán, Arabia Saudí, Malasia, Myanmar (Birmania), Rusia, Siria, Turquía, Azerbaiyán, Sudán, Brunéi, Eritrea, Kazajistán, Turkmenistán, Laos y Maldivas. El 75 por ciento de los peores países son de mayoría musulmana.
 
La construcción de esta red nomológica, compuesta por indicios acumulados confirmatorios y heterogéneos no es, por supuesto, un ataque personal a los musulmanes. Es la aplicación de un enfoque epistemológico desapasionado para escudriñar una ideología y determinar si promueve la paz, el pluralismo y la libertad. La conclusión de este análisis es verídica, a pesar de que la gran mayoría de los musulmanes son indudablemente personas amables y decentes. En una sociedad libre, la gente debería poder analizar esos datos sin que la acusen de intolerancia. Así es como llegamos a la verdad.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 216
 
 
Las redes nomológicas de indicios acumulados nos vacunan contra las arenas movedizas de los lugares comunes y las apelaciones emocionales reconfortantes. Deja que tu intelecto, y no unas emociones fuera de lugar o unas ideologías tribales, informe tus opiniones. Para ser una persona verdaderamente sabia, es necesario identificar en qué ámbitos es más útil nuestro intelecto y en cuáles es mejor guiarnos por nuestras emociones. Mantente fiel a la Tribu de la Verdad utilizando la eficaz herramienta epistemológica explicada en este capítulo para formarte una opinión. Pregúntate: ¿cuáles serían los indicios acumulados que he de seleccionar para respaldar mi postura? Las redes nomológicas de indicios acumulados constituyen un medio eficaz para sintetizar la información compleja y tomar decisiones racionales.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 220
 
 
La mayoría de la gente reconoce el gigantesco valor que requiere decir lo que uno piensa, como hago yo —sobre todo siendo una figura académica y pública—. No existe ninguna creencia sagrada que yo no esté dispuesto a criticar y, en cambio, cada vez que le ruego a la gente que se comprometa, me dicen con frivolidad: «Pero, profesor, usted está protegido por la titularidad». La titularidad no es un escudo mágico que lo abarque todo y repela todas las amenazas y consecuencias dañinas que puedan surgir de ser un lenguaraz defensor de la razón. La titularidad no me protegió de tener que tomar medidas de seguridad en el otoño de 2017 cada vez que iba a dar clase a mi universidad. La titularidad no me protegió de las innumerables amenazas de muerte que he recibido, por lo que tuve que presentar una denuncia ante la policía de Montreal acompañado de una persona del departamento de recursos humanos de mi universidad. La titularidad no me protegió de perder las numerosas cátedras que habría conseguido en otras instituciones de no ser por mi actividad pública —incluida una cátedra muy lucrativa en mi lugar soñado—. La titularidad no me protegió de ser excluido de muchos de los círculos académicos que actúan como aduanas para el progreso de mi carrera profesional. Mi pureza de espíritu —según las palabras que recuerdo de mi madre— no me permite anteponer ninguna consideración arribista a mi defensa de la verdad. No podría dormir por las noches si supiera que he sacrificado un milímetro de verdad o un gramo de libertad por razones egoístas. El mejor consejo que te puedo dar es que si vas a luchar contra estas ideas patógenas, te entregues, y hagas que tu compromiso cuente.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 233
 
 
Cualquier sistema que se base en un falso concepto de la naturaleza humana está condenado al fracaso. Construir una sociedad donde el objetivo principal sea proteger la frágil autoestima de los peligros de la competencia sólo conducirá a una sociedad de debilidad, subsidios y apatía. La vida es necesariamente competitiva; la sociedad es necesariamente jerárquica. No le hace ningún favor a nadie perseguir una visión utópica de la sociedad donde no se hieren los sentimientos de nadie.
 
Gad Saad
La mente parasitaria, página 244
 
 

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