Norman Manea

"Cuando me exilié era tarde, en mi vida y en la de Rumanía."

Norman Manea


"Desde luego la gente sueña con algo mejor, siempre tienen esa ilusión, ese proyecto del futuro, pero cuando se empieza a construirlo en la realidad no funciona. Porque los seres humanos no son perfectos. Y el comunismo parte de la premisa de que será una sociedad perfecta con seres humanos perfectos. Y eso no es posible sobre la faz de la Tierra. Quizás en otro lugar, quizás en el paraíso, cuando lleguemos, habrá esa utopía, quizás sea mejor, pero mi vida no alcanzará para estar aquí y allí a la vez; ahora estoy aquí y cuando esté allí, ya no estaré aquí."

Norman Manea




"Dominic levantó nervioso uno de los magníficos guantes de piel fina que había caído junto a la cama turca. Marcu Vancea callaba. No contestaba, estaba callado como un muerto. Su hijo se volvió irritado hacia el armario que chirriaba pero no levantó la mirada. Permaneció mirando al sitio donde había cogido el elegante guante del elegante visitante. Esperaba encontrar el otro, señal de que podría irse. Pero la espera duraba mucho, se volvió al armario, avanzó hacia la puerta siempre chirriando. Sabía que el fantasma se hallaba a sus espaldas, vestido igual que él hasta en los menores detalles, presto para salir.
-¿Pues cómo? Estoy más sano que el diablo, mesié. Sólo trato de acudir a la cita. Por eso llamé a los clientes de Bomboncito. La verdad es que me tiene sin cuidado. Ése es mi secreto: la indiferencia. Indiferencia, eso es lo que necesitamos. La indiferencia me protege, eso lo tengo más que sabido. No preocuparme por mí, éste es mi secreto, la indiferencia.
Tolea parecía asqueado por lo que decía, escupía las palabras, contento de que sólo fueran unas cuantas palabras, de no tener más que decir. Se quedó con la mirada clavada en el armario, pero la mano enguantada hurgaba en los bolsillos del elegante abrigo buscando las pastillas.
Acto seguido se palpó con el guante la crecida barba. Llevaba unos días sin afeitarse y sin salir de su cuarto. Había estado preparándose para el momento decisivo. Por fin había llegado el momento de ponerse en camino. Pero no podía arrancarse de allí. Esperaba que su visitante saliera el primero para que fuera abriéndose paso.
-Mira, está anocheciendo, anochece a ojos vistas. Ni siquiera he conseguido convocarlos a todos, pero la noche nos reunirá, estoy seguro. La noche es creadora, ¿a que sí? Durante la noche es cuando fraguamos los engaños y la venganza.
Marcu Vancea se había alejado, ya había traspasado el umbral de la puerta, había salido, ya no lo oía. Sin embargo, se paró antes de salir. Percibió algo y se paró. Aunque Tolea estaba vuelto de espaldas para no verlo, notó que el visitante había tenido un último titubeo y se había parado. Ya no crujían las puertas, todo se había detenido. Las puertas volvieron a crujir, se había quedado encendida la lucecita del radiocasete, los pasos solemnes del extraño se acercaban de nuevo.
Sí, la sombra había llegado otra vez detrás de él, estaba pegada a sus espaldas. Duró mucho o poco; difícil de decir. Estaba pálido como un muerto y así se quedó esperando, petrificado, hasta convencerse de que ya no había nadie a su lado. En la habitación no se hallaba más que él, Tolea, embutido en el raglán inglés color café del filósofo. Fular de seda azul al cuello. Guantes largos, larguísimos, de pelusilla. Ese raglán de pelusilla, con bolsillo en el pecho, a la izquierda, debajo de la solapa, para el pañuelo. Efectivamente, llevaba en el bolsillo del pecho la carta almidonada, como correspondía. Y, además, hasta sonreía el estúpido de Tolea con su ristra de grandes dientes perfectos y blancos.
En las calles, desolación. En el puentecillo de madera de los lindes de la aldea, se detuvo. Increíble. Para ajustarse el sombrero. La luna era dorada y lisa, don Dominic pálido y anguloso, la misión era demasiado ardua para sus fuerzas. Columnas de delgadas antorchas, quizá sólo fueran unas velas larguitas. Alineadas a lo largo del talud, encima del colector de canalización de la ciudad, junto al río, justo donde las alcantarillas vierten en el río."

Norman Manea
El sobre negro


"El antisemitismo no está muerto ni morirá nunca. Sobrevivirá a todos: porque es necesario. Lo que es necesario sobrevive."

Norman Manea



"El ritual se repetía casi todas las tardes. Oficiado con severidad, pero también con humor, por aquel anciano de barba salvaje con rodales todavía negros. Estaba seguro de que volvería y había conservado, como testimonio del mundo de antes y para el de después, el pedacito sucio de azúcar. Tras verter el agua caliente en las tazas, a nadie le estaba permitido mirar nada salvo su taza y debían esperar hasta oír el borboteo del agua cayendo en la jícara vecina y que, una tras otra, se llenasen todas. Luego levantaban la mirada hacia la lámpara de la que colgaba, sujeto de un hilo, un pequeño paralelepípedo, casi blanco, de azúcar. Había que mirarlo con paciencia, mucho rato, y sorber el té despacio, después de que cada uno sintiese los labios, la lengua, la boca y todo su ser vivificados y suavizados por el recuerdo de un mundo al que no teníamos que renunciar porque, suponía el abuelo, aquél no había renunciado a nosotros y no podría prescindir de nosotros. El té humeaba en las tazas, ellos guardaban silencio, concentrados, como se les había pedido, en un terroncito sucio de azúcar que el abuelo había tenido la idea de guardar y colgarlo todos los días delante de ellos.
En lo alto, por encima del tumulto donde los desdichados trataban infructuosamente de volver a la vida de antaño, en lo alto, en un espacio libre y aislado de la enorme sala, el abuelo, que tanta fe había tenido en un regreso que no alcanzó a ver, habría podido confirmar que, en efecto, el maravilloso bebedizo era la prueba de que el mundo los recibía de nuevo."

Norman Manea
El té de Proust



"Escribes o haces arte porque la vida cotidiana no te basta."

Norman Manea



"Fue en el campo de concentración de Transnistria, en Ucrania, donde me deportaron con mis padres cuando yo tenía cinco años. Yo lo ignoraba todo del judaismo y del mundo. Y de repente me sacaron a patadas del refugio. Nos trasladaron en un vagón de animales durante dos días y dos noches. Y cuando se abrieron las puertas, los soldados rumanos empezaron a pegarnos y a coger todo lo que llevábamos de valor. No entendía de qué se nos acusaba. Esa experiencia educó mi sensibilidad para estar más atento al sufrimiento, porque en ella se encierra toda la complejidad del bien y del mal en los seres humanos. Siempre he procurado conservar esa visión."

Norman Manea



"Hay que aprender a no tener esperanzas."

Norman Manea



“He vivido en un trauma privilegiado.”

Norman Manea



"La utopía tiene una inmensa fuerza para los jóvenes, pero acaba convirtiéndose en terror.  Y además tiene la capacidad de renovarse, de cambiar de forma. Pienso en esos jóvenes fundamentalistas islámicos que también están buscando su propio paraíso. Yo personalmente, me salvé, sustituí la utopía comunista por esta literatura loca que es otra quimera, ese otro gran sueño que por lo menos nunca matará a nadie."

Norman Manea



"¿Le interesaría acaso al señor Portofino mi miedo a volver a la patria? Sí, Culianu, al igual que yo, parecía asustado por el regreso al país que había sido su patria desde hacía doscientos cincuenta años, cuando sus antepasados griegos se refugiaron allí de las persecuciones del Imperio otomano. La Rumania que él había amado y en cuya lengua se había formado se había convertido para él, poco a poco, en Jormania. La describió en dos narraciones de corte cuasi fantástico, con una difusa influencia borgiana.
En la primera, el Imperio Maculista de la Unión Soviética colaboraba con los espías de Jormania para matar al dictador local y a su mujer, la camarada Mortu, e instauraban la «democracia» bananera de la pornografía y de los pelotones de ejecución.
La segunda narración leía la realidad posrevolucionaria mediante una imaginaria reseña de un imaginario libro de memorias de un imaginario memorialista que describía la falsa revolución, seguida de una falsa transición hacia la falsa democracia, el rápido enriquecimiento de los antiguos securistas, turbios crímenes, la corrupción, la demagogia y la alianza de los ex comunistas con la Guardia de Madera, la nueva extrema derecha. Las imaginarias memorias del imaginario testigo evocaban también el falso proceso y la rápida ejecución del «Conducan» tirano y de «Madame Mortu», el golpe de Estado, los funerales de los falsos mártires, el pueblo manipulado. El nuevo conducator, el Señor Presidente, el asesino del camarada presidente, comentaba la situación con el tradicional humor local: «¿Acaso no es esta la función esencial del pueblo?» O sea, ser engañado.
¡Así pues, ésta es Jormania, señor Portofino! Tenía usted razón, no fueron fuerzas sobrenaturales sino la Jormania de los Balcanes o de Chicago la que le impidió a Culianu volver a ver su país. Pero los amigos, los libros, el amor, los chistes, el canto, ¿dónde entraba todo eso y quién lo podría ignorar? ¿Y la madre que nos dio la vida, nuestra verdadera patria? ¿Cuándo se convierte todo eso, sencillamente, en la Jormania legionaria o comunista? ¿Ocurrirá en todas partes, en todo tiempo, será así, Jimmy? Al igual que Culianu, me había cansado de preguntarme sobre las contradicciones de la patria. Tenía un pasado diferente del suyo y no era la pistola de Bucarest lo que me daba miedo. Más bien, el conglomerado de vínculos de los que todavía no me había soltado. Ninguno de los transeúntes que pasaban por delante del restaurante Ottomanelli Bros se parecía a mi ángel custodio del FBI y eso no me defraudaba. En realidad, no era al oficial Portofino, sino a otra persona, a quien yo estaba esperando en el banco donde me había quedado inmóvil largo rato. Mi interlocutora sabía más de mí que yo mismo; no habría habido necesidad de explicaciones.
¿Se acordaría de aquel librito de la librería del abuelo, hace sesenta y dos años?
Su primo Ariel, el bohemio rebelde, con el pelo teñido de rojo y ojos negrísimos leía a los que se reunían alrededor del mostrador un librito de tapas delgadas color rosa titulado Cum am devenit huligan [Cómo me convertí en húligan], como si fuese una guía de drogas e hipnosis. Su prima, la hija del librero, hojeaba febril las páginas. El comentario de Ariel retomaba siempre la misma palabra: «¡Vámonos!». Repetida con vehemencia y con la misma y decidida escansión, como si hubiese pronunciado «revolución», «salvación» o «renacimiento». «Ahora, inmediatamente, que todavía estamos a tiempo: «¡Vámonos!». De vez en cuando, Ariel giraba el libro y miraba burlón con los ojos bien abiertos el nombre de la tapa. «Sebastian, ¿oís? ¡El señor Hechter, llamado Sebastian!»
No era Culianu, sino otro muerto el que se hallaba en las premisas de mi viaje. Otro amigo de Mircea Eliade, de otro periodo: Mihail Sebastian, el escritor que yo había mencionado en el desayuno del Barney Greengrass y cuyo diario, escrito hacía más de medio siglo, acababa de aparecer publicado en Bucarest. Pero ese libro póstumo no podía colocarse en los estantes de aquellos tiempos. La librería ya no existía, ni el abuelo, y tampoco el sobrino Ariel. Mi madre, que tampoco existía, ¡ella sí se acordaría del escándalo Sebastian! Tenía una excelente memoria mi madre, la tiene todavía ahora, no lo dudo.
El irritante y sempiterno antisemitismo, para el que también la Jormania prefascista ofrecía una buena base de investigación, le parecía a Sebastian en «la periferia del sufrimiento». Consignaba con benevolencia las adversidades externas como algo rudimentario y menor, comparado con la ardiente «adversidad interna» que asedia el alma del judío. «Ningún pueblo ha confesado con mayor crueldad sus pecados, reales o imaginarios, nadie se ha escrutado con mayor dureza ni se ha castigado con mayor rigor. Los profetas bíblicos son las voces más tremendas que jamás han resonado en el mundo.» Son líneas de 1935, cuando las adversidades externas anunciaban la catástrofe que se avecinaba."

Norman Manea
El regreso del húligan



“Me sería difícil olvidar el día de 19 de julio de 1945, cuando cumplía la solemne edad de nueve años y recibí como regalo un libro de cuentos del gran cuentista rumano Ion Creanga. Fui hechizado al instante por la lengua de la ficción, tan diferente de la de la calle o de la ruidosa retórica política del momento y desee con desesperación ser aceptado por la familia de hacedores de libros y evasiones librescas.”

Norman Manea



“Necesitamos más que nunca lucidez y coraje, solidaridad y sabiduría. Y me atrevo a decir, el consejo de la página escrita que inspiró en tiempos difíciles a nuestros antepasados.”

Norman Manea



"¿Por qué continuas predicando si sabes que no puedes cambiar a los malvados?, le preguntaron a un rabino. "Para no cambiar yo", fue su respuesta."

Norman Manea



"Viernes, después de comer. La prisa que precede al descanso. Los empleados apresurados por llegar a la tabla de salvación de la semana. Han vuelto a esfumarse, quién sabe cuándo y cómo, siete días con sus siete noches. El cielo incierto de la primavera: el médico está allí. ¡El pequeño Koch-Avicena! El espejo, ¡ya ves! El paciente ahuyenta la imagen. El trío de titiriteros del parque maneja, con sus dedos finos y negros, en pleno bombardeo musical, burlescas marionetas. Brincan, enloquecen. El médico entre ellas. Veredas, a mano derecha e izquierda. Paseantes de todas las edades y razas. El médico entre ellos. El caleidoscopio de la ciudadela va girando, con el pequeño Koch en medio.
El río viaja, despaciosamente, a la izquierda del tren. Uno nunca se baña dos veces en el agua primordial. Esto es lo que el viajero ve, por la ventana del vagón, a lo largo de las vías del tren: el agua que no envejece y que nunca es la misma. Como tampoco lo es el aire. Ni el terapéutico y fluido horizonte.
Pasado, presente, futuro, el tiempo igual a sí mismo, ¿es éste el horizonte? Aguas mansas, instantes envejeciendo, podredumbre y deyecciones. El agua sube lenta y serenamente por encima del pasajero que duerme. El revisor le da unos suaves golpecitos en el hombro. El tren se ha quedado clavado en la estación.
Recoge rápidamente la bolsa y la gabardina. Baja, ya ha bajado, aquí está, aturdido, en la estación, mirando el río ancho y apacible que tiene ante sí.
¡Vaya, ha llegado! El andén vacío, las montañas en el horizonte, el río a un paso. Tarde serena, fría. El comienzo del mundo. No sospecha lo cerca que está el fin. El fin de su mundo.
El cronómetro devora los segundos de la tregua.
Peter había aparecido de repente, como en un sueño o en una pesadilla. —Peter. Gaspar. Mynheer. Al teléfono Mynheer Peter Gaspar. Voz surgida de la nada. El profesor Gora ya no estaba seguro de dónde se encontraba. Escrutaba las paredes forradas de libros. Guardaba silencio. No tenía ningunas ganas de contestar, la sorpresa era una agresión. ¡Peter! ¿Era Mynheer Pieter Peeperkorn, el famoso personaje de un libro leído hace décadas? ¿O Peter Gaspar, apodado Mynheer en el café literario balcánico y socialista? Ya nada era seguro, sólo las estanterías que tenía delante y las de su mente. El único texto que había publicado el joven Gaspar en los años de «felicidad legislada», como acostumbraba a llamar al paraíso en el que había vivido, se titulaba Mynheer. La historia del apodo era inconsistente y extraña, el azar se había hecho cómplice de la biblioteca. ¿Cómo había encontrado Peter Gaspar el número del profesor Augustin Gora, desaparecido en el gran Estados Unidos?
—¿Dónde estás? ¿Has llegado aquí, al otro mundo?
El espectro lo confirma: sí, había llegado tiempo atrás a la Universidad de Nueva York, con una beca de doctorado.
—¿Doctorado? ¿En arquitectura? ¿Pero no eras...?
—No, no era arquitecto. Sólo aparejador. En tercero de carrera, cuando volvieron a detener a mi padre, me expulsaron. Tres años en la universidad equivalían a una escuela técnica de arquitectura."

Norman Manea
La guarida



"Yo creo que Grecia, con su iglesia ortodoxa, siempre ha formado parte de la Europa del Este, aunque no se la haya percibido así. Será un gran fracaso si deja de formar parte de la Unión Europea porque es el corazón de su civilización. A mí me gustan mucho esos países como Grecia, España, Italia y Portugal porque aunque no están en una magnífica situación financiera todavía saben divertirse. Yo he visto en Atenas cómo por la mañana vibraban las manifestaciones con sus banderas rojas y por la noche, los restaurantes se llenaban de vida y de alegría."

Norman Manea



"Yo no soy un político. Soy solo un observador. Hollande, Merkel y  Obama son los que tienen que encontrar la solución porque el potencial para que se produzca el desastre es enorme. Puede convertirse en el mayor conflicto europeo después de la segunda guerra mundial. Hay que tener mucho cuidado con Putin, un hombre muy inteligente y astuto, que cuenta con  la  experiencia de ser un exagente de la KGB."

Norman Manea



"Yo ya no soy rumano. Soy estadounidense… Me fui con cincuenta años, viví dos años en Berlín occidental y luego llegué a mi país de exilio, el paraíso americano, que no es mi país. Siempre comparo Estados Unidos con un hotel, y eso me gusta: nadie te pregunta por quién eres, qué piensas, por qué vistes tan moderno, a nadie le importa. Puedes salir a la calle desnudo y a nadie le importa. Todo el mundo tiene su vida y ya. Eso es sano. También tiene sus desventajas. Creo que Estados Unidos tiene 40 premios Nobel, una ciencia avanzada, etcétera. Nadie les pide que vayan a la televisión para opinar sobre lo que está pasando sobre el futuro… No. Lo que hay son las estrellas de cine. Son lo que más importa, están en todas partes. No tengo nada contra ellos, es más, las actrices son bastante guapas…"

Norman Manea










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