Paul Léautaud

"6 de mayo (1903).— No soy nada brillante, en literatura. Primero, no consigo involucrarme del todo. Lo que se hace en torno a mí no me interesa lo suficiente. Lo noto cada vez más: solo me interesa una cosa: yo, y lo que me pasa, lo que he sido, en lo que me he convertido, mis ideas, mis recuerdos, mis proyectos, mis temores, toda mi vida. Tras esto, pierdo fuelle. Lo demás solo me interesa si tiene relación conmigo."

Paul Léautaud


“A veces me entretengo contemplando lo que habrá sido de mi vida. ¿Mi infancia? Todo lo que debía ser la continuación, en más pequeño. ¿Mi literatura? Una serie de victorias considerables sobre mí mismo, de tanto como me ha faltado siempre la ilusión en mí mismo, la ambición, cualquier ideal. ¿Mi hogar? Estoy en mi casa, en mis habitaciones casi vacías como un hombre que acaba de mudarse esa misma mañana. ¿Mis amores? Me habría gustado la belleza, la ligereza, la elegancia, la aventura: he tenido siempre una especie de guiso ilegítimo. ¿El dinero? Siempre he tenido que trabajar. Aún sigo trabajando para ganarme la vida, pasando mis jornadas enteras entre las cuatro paredes de un despacho. ¿Los placeres de la mesa, los buenos platos, los buenos vinos, con alegres comensales, todo lo que dicen que despereza todo el ser? Bebo agua, como yo qué sé qué cosas en una esquina de la mesa, como una tarea que hay que cumplir. ¿Los amigos? No sé demasiado…. si los tengo, y si lo soy para alguno, a no ser para Rouveyre, un gracioso espécimen como yo. La verdad es, más bien, que el mundo entero podría desaparecer sin que me afecte. Veo encantado a este, al otro, pero si no los viera, sería lo mismo. Lo que me gusta, lo que me place, lo que habría deseado, lo que lamento, lo que anhelo, lo que me apasiona, creo que a todo eso puedo responder: nada.”

Paul Léautaud



“Comprendo todo, disculpo todo, me rindo ante todo. No ante la estupidez.”

Paul Léautaud



“Cuando se es escritor, el temperamento está por encima de la emoción.”

Paul Léautaud



"El amor es el físico, es la atracción carnal, es el placer recibido y dado, es el disfrute mutuo, es el encuentro de dos seres hechos el uno para el otro."

Paul Léautaud



“En el fondo, sólo he querido, verdaderamente, a estos seres [sus perros y gatos]. El amor a una mujer nunca ha sido muy profundo en mí. Mis cartas de amor sólo expresan deseo físico.”

Paul Léautaud



“En literatura, hay […] dos formas de alcanzar la originalidad. Están los escritores que examinan primero lo que se hace alrededor de ellos, y que, hecho esto y planteado, cogen el ámbito no explorado, no utilizado, o el menos utilizado. Es la mala forma, la que equivale a nada. Está también la que consiste en examinar todo lo que se hace y, al examinarlo, relacionarlo con uno, para medir lo que contiene de uno mismo, en qué medida se adhiere a uno, y en rechazarlo, naturalmente, pues ya se ha hecho, para agotar todo lo conocido, lo ya hecho. Se procede así a una especie de eliminación de todo lo que no es estrictamente uno mismo, […] que hace que uno triunfe al fin […] puesto que, en realidad, es su yo, en tanto que pudiendo ser expresado, lo que se ha encontrado. Para decirlo todo, la originalidad es un cálculo, el resultado de una operación, y una operación en la que uno se repliega sin cesar, lo que supone una gran cultura, una gran adquisición, y una clarividencia, y una posesión de sí extremas.”

Paul Léautaud



“Esa diferencia que a menudo se ve en un mismo autor, entre el estilo de sus cartas, el estilo de su Diario, si es que tiene uno, y el estilo de sus artículos, de sus libros, es no obstante algo curioso. No se puede negar que el primero es superior al segundo, con todo el interés de lo natural, de lo verdadero y de la espontaneidad. No se puede negar que desde el momento en que escribimos un artículo, un libro, para el público, en una palabra, todos utilizamos más o menos la retórica, tenemos todos algo de afectado, incluso aquellos de nosotros que somos más sencillos. Lo he pensado esta mañana por mi experiencia personal: el estilo de mi Journal, y el estilo de mis crónicas.”

Paul Léautaud



“Escribir tiene que ser como hablar y no una mera construcción de frases.”

Paul Léautaud




“Esta mañana, al levantarme, he lamentado bastante haberme dejado atrapar por este asunto de la ayuda. Y es incluso decir poco: siento una especie de fastidio. Me he levantado cada mañana con la idea de escribir (al ministro) que estoy muy sorprendido, que he pasado por un momento difícil, que unos amigos lo han sabido, que me hablaron de la posibilidad de una ayuda, que ya se ha solucionado todo, que se lo agradezco infinitamente, y que no necesito nada. La dificultad de darle la vuelta, aun cuando Saltas, intérprete de Laubreaux, me habló de una subvención, es lo que me desconcierta. Digo hoy lo que siempre he dicho: cualquier dinero que no me permita cambiar de vida -e, incluso, ¿la cambiaría?, estoy muy instalado en la rutina- no me interesa. Esto es también la verdad, que es lo que cuenta. Sólo tengo que trabajar, escribir, en vez de sumirme en el marasmo, en mi desencanto de espíritu, de soñar con lo que tengo que hacer en lugar de hacerlo, y el dinero vendrá.”

Paul Léautaud



“Hoy, tengo cincuenta años, estoy enfermo, tengo menos entusiasmo, sólo deseo la soledad y el silencio. Las cosas que me ofrecen no tienen atractivo para mí. Me río de todas esas bellas palabras que me dicen por todos lados, y si lo agradezco, dando la impresión de aceptar todas las ofertas que se me hacen y prometer una respuesta, es sabiendo bien que no sucederá nada por mi parte.”

Paul Léautaud



“La fortaleza reside en no admirar nada.”

Paul Léautaud




“La influencia de las gentes que frecuentas. Schwob, acostado, débil, de vida tan fina, encontrándolo todo vano, sin interés, viviendo dentro de una débil luz, obligado a pedir ayuda para moverse, con unos “¿para qué?”, acerca de todo. Uno sale de allí diciéndose: “¿Para qué?” Así como, por el contrario, el espectáculo, la proximidad, la frecuentación de un hombre activo, alerta, de humor vivo, ardiente, te anima e incita al trabajo. Hay sin duda una higiene en lo social como la hay en la lectura -esos libros que hay que guardarse mucho de leer, por muy admirables que sean, o que digan que son-.”

Paul Léautaud



"La pobreza no es vicio. Es un gran problema. Un vicio es agradable."

Paul Léautaud



"Las cosas tristes, dolorosas, son más hermosas para la mente, pues ahí encuentran más prolongaciones que las cosas alegres, felices. La palabra tarde más hermosa que la palabra mañana, la palabra noche más hermosa que la palabra día, la palabra otoño que la palabra verano, el adiós más que el buenos días, la desgracia más hermosa que la felicidad, la soledad más hermosa que la familia, la sociedad, el grupo, la melancolía más hermosa que la alegría, la muerte que el nacimiento. A igual talento, el fracaso más hermoso que el éxito. El enorme talento ignorado más hermoso que el autor de grandes tiradas, adorado por el público y festejado a diario. Un escritor de gran talento que muere en la miseria más hermoso que el escritor moribundo entre millones. El hombre, la mujer, que han amado, que han sido amados, acabando sus vidas en un cuartucho del desván, con la única fortuna y compañía de sus recuerdos, más hermosos que el abuelo rodeado de sus nietos y que la viuda enriquecida todavía cortejada por su fortuna. ¿De dónde procede todo ello y el por qué se encuentra en el interior de todos nosotros en grados diferentes? En nuestro fondo hay, en mayor o menor medida, un desencanto, una melancolía que ahí se regodean, y que hay que aborrecer y rechazar como un veneno."

Paul Léautaud
La brevedad de las palabras



“Las mujeres son unos seres viles, sin sentido moral, capaces de las peores invenciones en sus momentos de celos o de maldad, capaces de no retroceder ante nada para hacer daño al hombre que les importa, aunque vengan luego y cuenten que estaban locas y pidan que se olvide.”

Paul Léautaud




"Los moralistas son siempre bufones, y a menudo cómicos cuando miras lo que son ellos mismos."

Paul Léautaud



"Lunes, 11 de noviembre [de 1918].- Cuando llegué esta mañana al Mercure, Vallette me da a conocer la muerte de Apollinaire, ocurrida el sábado, anteayer, a las seis de la tarde, después de una semana de enfermedad. Gripe intestinal complicada con una congestión pulmonar. Me he quedado aterrorizado. Pierdo a un amigo al que adoraba, como hombre y como escritor. Estaba destinado a ser alguien importante. Yo vi pronto en él al verdadero poeta, extremadamente singular, evocador, con La canción del mal amado, que hice aceptar en el Mercure sin la lectura habitual, hace algunos años. [...] Le pregunté por qué no enviaba algo al Mercure. Me respondió que había enviado unos versos hacía bastante tiempo, pero no tenía noticias. Al día siguiente por la mañana tuve el placer de dárselas. Debí de anotarlo en su momento. Hace cinco o seis días lo hablábamos y él me reconocía que yo no había esperado a que él tuviese una pequeña reputación para reconocer su talento."

Paul Léautaud



"Lunes, 20 de enero (1908).— A este respecto, yo me pregunto cuál es exactamente mi tipo de espíritu. ¿El espíritu de las palabras?¿O un cierto don para contar divirtiendo, con naturalidad y franqueza? Un poco, el primero. Más bien, y sobre todo, el segundo. Gourmont, por citarlo solo a él de las gentes con quienes charlo libremente, me muestra a menudo que se divierte cuando yo le cuento alguna cosa."

Paul Léautaud



“Mi patria es la lengua francesa.”

Paul Léautaud



"Naturalmente, como mi padre no se ocupaba de estas cosas, yo me dirigía a su amable compañera, pero lo único que ésta sabía contestarme, ¡y en qué términos más selectos!, era que si había algo que no me gustara ya podía mudarme, y todos contentos, mi padre el primero. De haber algo que no me gustara, había bastante, sin duda, pero en cuanto a marcharme, mucho ojo. Las cosas que me decía la futura madrastra, o nada, era lo mismo, y yo no se lo ocultaba. En casa, ni que fuera ella, y hasta antes que ella —le había oído a mi padre, un día de lío a mi costa, utilizar esa expresión imponente—, si alguien tenía derecho a decir que me fuera, no era ella, y en cuanto a mi padre, el día que me lo dijera, ya sabría yo arreglármelas solo. Ese día llegó, o mejor dicho esa noche. Mi padre no tenía que ir al teatro, y cenábamos juntos. Eran, por otra parte, las únicas noches en que yo cenaba de verdad. Las demás, cuando él cenaba a las seis y luego se iba a la Comédie, llegaba y ya habían quitado la mesa, con mi futura madrastra conversando en el vecindario entre comadres, así que cenaba como podía. Bueno, pues esa excelente persona se hallaba presente, al igual que el pan moreno, que me sirvieron una vez más. Tanto tiempo llevaba yo reclamando que ya no pude aguantarme más y me encalabriné abiertamente, sin ocultar mi admiración por semejante terquedad. Sea que estuviera de mal humor o que su querida lo hubiera exacerbado, mi proceder puso a mi padre fuera de sí, y ver a aquel hombre fuera de sí valía la pena. «¡Si no te gusta, me dijo, puedes ir a comértelo a otro sitio y largarte!». ¡El mismo discurso que la otra! Decididamente, estas dos almas se comprendían. En seguida resolví que se quedaran con su felicidad, una vez acabada la cena, me dejaron solo, para irse a pasear por Courbevoie. Tenía que sacrificarme, o ahora o nunca. Subí al desván y cogí un baúl pequeño y viejo que antaño había usado mi padre cuando iba a actuar por provincias. Metí mis cosas dentro, y, tras cerrar la puerta, sin preocuparme de los vecinos, fui a coger el tren de París. ¡Con diez francos en el bolsillo, justamente! Llegado a París, subí en un coche y mandé que me llevaran a la rue Monsieur-le-Prince, donde cogí una habitación en un hotel al azar, en el número 45, entonces hotel de la Lozére y hoy hotel des Chaventes, pues esa gente no repara en menudencias. ¡Ah, aquel cuartito, junto al retrete, en ese Terminus de estudiante sin dinero, y aquella primera velada de homé rule! Como recuerdo, no es de los buenos. Vivir en sitios semejantes, y pensar que hay gente que se acostumbra. Salí en seguida, y fui a entregarme a mis ensueños, y sin mucha alegría, el resto de la velada, en la terraza de una bodega que aún está en la esquina de la mue Monsieur-le-Prince y del boulevard Saint-Michel, precisamente en ese sitio donde hay que bajar unos peldaños, y sólo volví para acostarme, tal como hice las demás noches que viví allí. Tan pronto llegué a mi oficina al día siguiente, informé a Friedman de mi cambio de domicilio y de su prólogo. De inmediato merecí su aprobación, apoyada con un adelanto de fondos para que me las arreglara. Viví en paz dos o tres días, y luego mi padre comenzó a moverse. Empezó escribiéndome, él que nunca escribía, para ordenarme que volviera. Ordenar era lo suyo. Comprender, menos. Luego se quejó a Friedmann de mi partida. Este supo acogerle. «Amigo, le dijo el afable alsaciano, estoy a favor de tu hijo, y no soy el único. De todos modos acepto inmiscuirme para que vuelva. Pero con una condición. Me vas a dar tu palabra de no decirle ni palabra de su partida ni del dinero gastado». Estaba escrito que yo no podría aún vivir en paz. En un arrebato de amor por mí, mi padre dio su palabra, Friedmann desplegó todas sus gracias y, al cabo de ocho días, reaparecí en el seno de mi deliciosa familia, que se hizo la simpática. Pero ya estaba roto el encanto, y aquello no era más que una tregua.
Por otra parte, tampoco la existencia en la rue de la Station en la casita de mis amores, andaba mucho mejor. La tía, una mujercita oscura, de poco atractivo, sentía grandes celos de Jeanne, y como al parecer había terminado por advertir nuestros amores, se había producido el estallido en una escena bastante movida. La señora Ambert, de buena fe, había querido arreglarlo todo y, naturalmente, no había hecho más que aumentar la discordia, recibiendo los calificativos de tuerta y ciega. Todo eso me lo contaron una tarde, mientras dábamos una vuelta, Jeanne, Ambert, su madre y yo, con la indicación de que me dejara ver menos, en espera de tiempos mejores. Ambert aprovechó, incluso, para explicarnos el verdadero sentido del furor de su tía, para quien mis intimidades con Jeanne no habían sido más que un pretexto. La verdad es que esa mujer andaba loca por él, estaba clarísimo, ¡y si él hubiese querido acostarse con ella! Pero ya podía ir insistiendo esa mujer, ¡un chico como él! La señora Ambert le miraba entonces con ternura, aprobándole con expresión que intentaba ser lo más ladina posible. No tardó en acentuarse el desacuerdo, pues todos echaban leña al fuego, desde la tía furiosa hasta Ambert y Jeanne, a quienes no desagradaba la idea de lograr más libertad, pasando por el hijo del tío que se divertía mucho con todo eso. La casa se volvió un infierno, la vida familiar un recuerdo, y la señora Ambert tuvo que resignarse y separarse de su notable hermano para irse a vivir a París con sus hijos."

Paul Léautaud
Amores



“No escribo para los lectores. Escribo para mí.”

Paul Léautaud



"No hay frases, máximas, aforismos, de los cuales no se puede escribir la contraparte."

Paul Léautaud



“No me siento apegado a nada, a no ser algunos animales que tengo, a los que tanto me cuesta en este momento alimentar, dándoles mi carne, compartiendo mi pan, mis pastas, mi mantequilla, y Dios sabe al precio al que la pago. No espero nada de agradable, ni siquiera en el terreno espiritual, aún menos en el terreno social, de la sociedad que se anuncia. He llegado al límite del asco y del desprecio.”

Paul Léautaud





“No soy nada brillante, en literatura. Primero, no consigo involucrarme del todo. Lo que se hace en torno a mí no me interesa lo suficiente. Lo noto cada vez más: sólo me interesa una cosa: yo, y lo que me pasa, lo que he sido, en lo que me he convertido, mis ideas, mi recuerdo, mis proyectos, mis temores, toda mi vida. Tras esto, pierdo fuelle. Lo demás sólo me interesa si tiene relación conmigo.”

Paul Léautaud




"Noche del 2 al 3 de enero (1952).— Habiéndome levantado esta noche, a las cinco y media, para volver a encender el fuego, he aquí lo que he pensado: ¿qué es un hombre que lleva un diario? Un charlatán, un coleccionista de palabras, de anécdotas. No requiere ningún talento. Nada de un creador. Es como decir cero. Prueba de la decadencia actual, que se extiende hasta la literatura, es la cantidad de gente que escribe hoy su diario. Podría añadir esto a los prejuicios literarios del viejo Edmond de Goncourt, con su Academia y su Premio. En mi caso puedo considerarme al margen. El primer texto de mi Journal es del año 1893. Tenía veinte años."

Paul Léautaud



"Nunca he sido capaz de tener grandes sentimientos: me hacen reír."

Paul Léautaud



Once consejos para escribir

1- Hay que escribir sobre lo que se vio, sobre lo que se comprendió, sobre lo que se sintió y sobre lo que se vivió.

2 – No me gusta la gran literatura, prefiero la conversación escrita.

3 – Me releo a menudo. De allí que escriba poco.

4 – Para escribir bien, sin pedantería ni malas artes, el instinto de la lengua es mucho mejor que el más sabio de los conocimientos.

5 – Nada mejor, para volverse modesto, que corregir las pruebas de un libro que se va a publicar.

6 – El verdadero escritor es aquel que sólo toma de la vida la matería de sus escritos.

7 – La literatura debe ser física, en un punto eso es todo.

8 – Cuando uno se lee impreso, se dice: ¿era esto nada más? Si se fuera sabio, no se retomaría jamás.

9 – El primer problema que debe sortear un escritor: no aburrir demasiado al que se arriesga y lo lee.

10 – Hablar de aquello que se conoce y callarse sobre lo que ignora es al menos la característica que demuestra un poco de espíritu.

11 – Todo libro que alguien más habría podido escribir es mejor dejarlo en el cajón.

Paul Léautaud




“¿Qué es la literatura” ¿Qué es escribir, se trate de verso, de prosa? Una enfermedad, una locura, una divagación, un delirio -¡¡¡sin contar con la pretensión!!!-. Un hombre sano, de espíritu sano, firmemente asentado, firme en la vida, no escribe, ni siquiera pensaría en escribir. Contemplándolo más de cerca, la literatura, escribir, son puros infantilismos.”

Paul Léautaud



“¡Que sinvergüenza! ¡Qué no habré visto, en estos quince años! ¡Por qué momentos no me habrá hecho pasar! Pensaba esta tarde en ciertos momentos, en Pornic. ¡Dios! ¡Los momentos de espantosa tristeza que me habrá hecho sentir! Momentos en los que uno sólo puede poner la cabeza entre las manos, asqueado de todo. Y aún sigo aquí, hoy, sin tener el valor de coger mi sombrero y adiós muy buenas. ¡Que el diablo se lleve el día en que la conocí! En el fondo, no me perdona haber conservado siempre mi juicio sobre ella. Prueba de que en cuestión de amor, para ser feliz, hay que ser un imbécil.”

Paul Léautaud



“Se emplean demasiadas palabras para todo, incluso para la amistad. Billy pasa por ser amigo mío. Está a cien leguas de mis gustos sobre muchas cosas. ¿Vallette?, ¿Dumur? Me separan de ellos las opiniones políticas y no tengo relación con ellos fuera del Mercure. Solo Rouveyre estaría lo bastante cerca de mí, pero apenas lo veo, y Auriant, con quien comparto muchas ideas literarias, si no tuviese tantos aspectos que me chocan, que me disgustan, como su falta de tacto, de discreción. En el fondo, y lo descubrí hace mucho tiempo, uno está solo, e incluso en el amor. Eso no tiene, por lo demás, nada de malo. Uno se acostumbra. Se encuentran disfrutes.”

Paul Léautaud




"Solo me interesa una cosa: yo, y lo que me pasa, lo que he sido, en lo que me he convertido, mis ideas, mis recuerdos, mis proyectos, mis temores, toda mi vida. Tras esto, pierdo fuelle. Lo demás solo me interesa si tiene relación conmigo."

Paul Léautaud



“Todo es mediocre, pasajero, poco importante, sobrevalorado.”

Paul Léautaud



“Y hay gentes que se toman un trabajo del demonio para establecer relaciones, hacer amigos, hacer hablar de ellos, de lo que escriben, que frecuentan a unos y a otros, con zalemas y que prodigan cumplidos. Yo nunca hice nada de todo eso, he permanecido apartado, sin ir a ningún sitio ni pedirle nada a nadie, y poco adulador más bien hacia mi persona, como en mis escritos, y resulta que soy conocido, que se me aprecia, que despierto simpatías, y que incluso la gente a quien he fustigado se interesa por mí, y eso siendo además un escritor sin volúmenes, un escritor que sigue siendo un escritor de revista.”

Paul Léautaud






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