Penelope Lively

"Cogió la bicicleta, traspasó la puerta y se dirigió a la plaza. El coronel Bogey flotaba otra vez en el aire de aquel atardecer tranquilo, al ritmo de los golpes que la bolsa de herramientas producía contra el parachoques. James lo observó mientras se alejaba y se dispuso a volver a casa caminando por un atajo a través del claustro y saltando la pared que daba a la calle del lago.
Era la noche más perfecta que podía recordar. El cielo claro sobre Ledsham, de un color violeta suave, con la luna emergiendo sobre los árboles prácticamente desnudos. Las delicadas ramas se destacaban, cargadas de espesos nidos de grallas. Los pájaros daban vueltas y planeaban por encima suyo, subiendo y bajando por medio de invisibles corrientes de aire. James caminaba siguiendo los troncos grises que se elevaban formando una marquesina de ramas parecidas a las vueltas de una catedral, y de aquél techo caían, trazando espirales, hojas caducas. Miró las ramas y observó que ya comenzaban a surgir nuevos brotes en forma de pequeñas puntas de haya, castaño y olmo.
Continuó caminando con Arnold y explicándole como despuntaba la primavera. El tiempo camina hacia delante y hacia atrás. Atrás hacia el caballero de la cruzada y Thomas Kempe, la tía Fanny y Arnold. Hacia delante otra gente dejaría sus nombres en aquél lugar y miraría con diferentes ojos las mismas calles, techos y árboles. Y en algún lugar intermedio estaría James, que volvía a casa a tomar el té con la cabeza llena de confusos pero agradables pensamientos. Tenía hambre y estaba un poco cansado, pero se sentía contento."

Penelope Lively
El fantasma de Thomas Kempe



"Dos franceses ataviados a la inglesa hasta el último detalle se encontraban plantados donde arrancaba el sendero, mirando colina arriba. Diana dijo: «Disculpen» y los sorteó. Se dio la vuelta; Mark iba justo detrás de ella, con aire taciturno. Carrie se había detenido y miraba atentamente algo en la hierba. Se había quitado la cazadora vaquera que Diana la había convencido para que se comprara en la boutique de Dorchester y la había dejado en el coche; su camiseta tenía el cuello deshilachado y el color desentonaba con sus pantalones de peto. Bueno, pensó Diana, yo lo he intentado. Esa chaqueta mejoraba mucho su aspecto. Uno de estos días me la llevo, por las buenas o por las malas, a una peluquería.
El sendero estaba recubierto de una fina capa de barro húmedo. Caminaba midiendo sus pasos, avanzando de parche seco en parche seco. Este campamento o fortaleza o lo que fuera consistía en una serie concatenada de laderas de tierra blanda cubierta de hierba. Diana empezó a ascender la primera colina con determinación. Desde lo alto, se podía ver la siguiente, y luego una planicie salpicada de personas. Prosiguió. Cuando llegó a la cima de la segunda loma, observó que Mark se había sentado y contemplaba el paisaje. Carrie lo alcanzó y se detuvo. Había costado lo suyo convencerla para que no se resistiera a acompañarlos; seguro que por vergüenza o falta de seguridad o por tener la sensación de que sobraba. Y ahora los seguía medio a rastras, como una cría: dócil, pero sin poner demasiado de su parte. No obstante, pensó Diana, esto es lo que necesita: una compañía un pelín más estimulante que el coleguita gay, al que encanto no le falta, pero que tampoco es que sea el tipo más brillante sobre la faz de la tierra; y, ya de paso, mira que es raro el apaño que tienen montado; si no fueran como son, resultaría descaradamente liberal. Consultó su reloj y les hizo señas con la mano. Si tenían que hacer todo lo que se suponía que Mark quería hacer, había que darse prisa. Mark se había puesto de pie. Señaló hacia el interior del campamento o fortaleza o lo que fuera; Carrie respondió mirando en la misma dirección. Diana, ligeramente desconcertada, pensó: qué curioso, ella no lo irrita como de costumbre lo haría una chica así. Que es lo normal en él."

Penelope Lively
El mundo según Mark


"El jardín silvestre es de todo menos igualitario, claro. Los paseos de hierba de Robinson, bordeados de franjas de bulbos de primavera, sus praderas con árboles singulares y plantas naturalizadas, sus fastuosos bordes de plantas herbáceas y arbustos requerían muchísimo mantenimiento. Pero no lo parecía; en conjunto, era la antítesis del carácter remilgado de la jardinería victoriana, en la que todo estaba planeado y formalizado. Robinson buscaba obtener un aspecto natural: «el mejor jardín debería surgir de su emplazamiento y condiciones climáticas con la misma alegría con que lo hace una prímula en un rincón fresco y húmedo». Sus ilustraciones ensalzan los encantos de los informales jardines rurales (el lector que poseyera un jardín de postín debía sacar ideas de los jardines menos pudientes, pero con un estilo natural) y describe hasta el último detalle qué hacer para conseguir el efecto Robinson. Introdujo con gran eficacia el borde mixto o herbáceo que, desde entonces, viene siendo un elemento básico de todos los jardines, grandes y pequeños: esa mezcla de arbustos y flores herbáceas perennes o semiperennes, plantados en macizos compactos y que dan lugar a largas ondulaciones de color y textura sin esas líneas y dibujos tan definidos que él detestaba.
Robinson era un gran defensor del jardín de rocalla, un elemento bastante menos afortunado, como bien sabrá todo aquel que haya intentado mantener uno. En la actualidad, el jardín de rocalla ha desaparecido prácticamente del mapa, menos en los jardines botánicos, donde se dispone de la técnica y de la mano de obra necesaria para lidiar con este tipo de cosas, pero allá por la década de 1970 seguían muy de moda y yo misma intenté hacer uno. Lo que pasa en la práctica es que, después de haber creado tu pequeño montículo de rocas grandes y tierra, procedes a plantar tus tesoros alpinos y, luego, te das cuenta de que todas las malas hierbas habidas y por haber han conseguido colarse y echar raíces triunfalmente debajo de las rocas, de donde es imposible sacarlas. Las especies alpinas languidecen, el jardín de rocalla se convierte en un jardín de malas hierbas."

Penelope Lively
Vida en el jardín













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