Fernando Marías

"Cierro ahora los ojos, fantaseo... Si en este instante ese mismo hechizo me concediese la oportunidad de ver mis próximos libros, con sus portadas y títulos... ¿me atrevería a mirar? La pregunta, que no me animo a responder, me regala, tal vez por eso, una revelación. De pronto, interpreto de otra manera la escena que transcurre ahora, justo mientras tecleo las palabras mientras tecleo: Fernando, a los cincuenta y seis, escribe sobre la mesa en la que escribía a los quince. Pero solo importa que soy el último habitante de esta casa en la que, desde 1912, cuando la alquilaron mis abuelos, ha vivido nuestra familia. Cuatro generaciones han habitado entre estas paredes, cada uno de esos espectros ha recorrido el largo pasillo central muchas, incontables veces, todos ellos, todos nosotros, hemos girado los pomos de las puertas o apoyado los codos sobre la barandilla de la gran terraza asomada sobre la ciudad. Todos hemos temido o anhelado el futuro mirando hacia los montes lejanos. Mis padres fueron los últimos habitantes de la casa. Cuando mi padre murió se dio un paso hacia el fundido a negro; cuando mi madre se trasladó a casa de mi hermana se dio el siguiente, más denso y terminal. La casa está vacía desde entonces. Y me ha llamado, ya solitaria, para que escriba aquí. Es ella la que me ha conducido por el pasillo hasta la mesa del pasado donde escribo. Es ella la que ahora me hace ver que soy la última persona que la habitará. Pero solo mientras escriba. Luego, apenas termine este libro, la casa morirá. Cuando cierre por última vez la mesa abatible del secreter cerraré otras muchas puertas. Todas las puertas. La llave que giró una vez girará en sentido contrario para cerrar, ciento dos años después.
Contar es cerrar.
Aunque, quién podría evitarlo, es también vivir."

Fernando Marías
La isla del padre



“Cuanto más oscuro es un personaje más fascinación sentimos por él.”

Fernando Marías


"Durante ese instante especial, preciso, en que comienza a amanecer y las partículas de luz sustituyen a las de oscuridad con una cadencia que es a la vez velocidad vertiginosa y extraordinaria lentitud, nos encontramos ante ella: la luz prodigiosa, dispuesta a obsequiarnos con su maravillosa virtud de permitir que nuestra imaginación se abra en libertad, viendo y sintiendo cosas para las que normalmente no está entrenada."

Fernando Marías



“Escribo contra el olvido de los que amo.”

Fernando Marías


"Ese era mi trabajo en julio de 1936. Mucho tiempo después oí que en otras partes el principio de la guerra se notó menos, que fue más suave. Pero aquí, en Granada, sí se notó, y mucho. Todo el mundo andaba como loco, con miedo. Me quedé a dormir los primeros días en casa de Claudio, por lo que pudiera pasar. Y durante el día, en el trabajo, iba con mil ojos. Esas carreteras pequeñas y casi siempre desiertas no resultaban el sitio más seguro. En el momento más inesperado podías encontrarte con cualquier sorpresa. Pero como siempre he sido un poco irresponsable y la paga diaria me hacía falta para comer, seguía trabajando. Además, después de los primeros días la cosa pareció tranquilizarse. No sé si es que se había calmado de verdad o es que los hombres nos acostumbramos a todo lo que nos echen, por malo que sea. Y también hay que tener en cuenta que Claudio, que tenía un cuñado teniente de la Guardia Civil y no quería renunciar al negocio, no sólo me libró de ir a filas inventando no sé qué cosa de una invalidez, sino que me agenció un pase que me permitía ir más o menos tranquilo. Aunque es un decir, porque, a pesar de que sabía que a mí no iba a pasarme nada, andaba con el corazón en un puño. Y se terminó lo de disfrutar en la carretera de las primeras luces del día. Ahora era normal ver a las patrullas del amanecer con los detenidos camino del último paseo. No era raro que, al poco de cruzarme con ellos, se oyesen los tiros. El eco los repetía unas cuantas veces, cada vez más apagadas y lejanas... Luego se volvía a hacer el silencio, pero era un silencio distinto. Hasta unos días antes suponía tranquilidad y paz. Ahora sobrecogía.
Llevaría la guerra un mes cuando un día se cruzó un cadáver en mi camino.
Era muy primera hora de la mañana. El sol empezaba a salir por el horizonte, empezaban a brillar los colores del campo. Vi el cadáver al enfilar un tramo recto tras salir de una curva cerrada. Estaba a unos doscientos metros. Al principio sólo distinguí un bulto raro con manchas de color blanco, rojo y negro junto al camino, pero a medida que iba acercándome se reconocía la figura de un hombre en el suelo y cobraban sentido las manchas de color. Su ropa era blanca, pero estaba teñida de sangre en el pecho y en el hombro izquierdo.
¿Y eso qué importa?"

Fernando Marías
La luz prodigiosa



"¡Hay que yacer así, quebrado el cuerpo y devastada el alma, para conocer la verdadera soledad y el verdadero miedo!"

Fernando Marías


“Las relaciones que no tienen conversación se desangran.”

Fernando Marías



"Le increpan en tono jocoso, pero él sólo es capaz de sentir terror. Corre, sale a la calle, la cruza y huye del restaurante a toda prisa, con la cabeza baja como un delincuente que temiera ser reconocido o supiera de repente que toda su vida minuciosamente erigida en los últimos años con ladrillos de mentira acaba de desmoronarse, aunque aún no sepa con exactitud cómo, ni debido a qué. Sólo corre, sólo puede correr. Sólo huye, sólo puede huir como hace cuatro años.
Está ciega. Humberto. El alfiler.
Y por encima de la ira siempre en llaga hacia Vera, más allá de su traición, más allá del odio que no pudo exterminar al deseo, mucho más allá de la pena, el dolor y la melancolía destructora, surge ante sus ojos una imagen jamás entrevista que lo desmorona todo y convierte en trizas la nada... Vera, cuatro años atrás, encadenada tras sufrir quién sabe cuántas atrocidades, Vera torturada hasta la extenuación o la locura mientras ve venir sin prisas hacia ella, hacia sus ojos, el puntiagudo alfiler tras el que sonríe Humberto.
¡La capturaron! ¡Por eso no vino a por mí!
Un vómito repentino le obliga a agacharse doblado entre dos coches, y esa reacción física le sirve de aval para esta nueva versión de su vida que, a pesar de todos los derrumbamientos que implica, ansía creer.
¡No pudo venir porque la atraparon!
Bastian comprende que todo fue distinto a como siempre lo imaginó. Pero ¿distinto de qué manera? Las preguntas se disuelven ante una urgencia mayor contra la que choca de frente.
No puedo perderla por segunda vez. ¿Cómo he podido irme del bar?
Podría extraviarse entre estas calles nunca recorridas antes, y se lanza a una enloquecida carrera de retorno. Si pierde a la ciega, después de haberla tenido literalmente al alcance de la mano, se volverá loco, podría matarlo la cólera contra sí mismo. Acelera sin dejar de buscar en cada escaparate y en cada esquina, al borde del colapso, detalles reconocibles del recorrido anterior, y cuando surge desbocado desde una bocacalle y se topa con el restaurante, casi llora de felicidad, como si constituyera una victoria titánica sobre el destino haber sabido regresar al local. Cruza, abre la puerta y sí, la ciega continúa allí donde la dejó, removiendo su café mientras guarda en el bolso el dinero de la vuelta. Al comprobarlo expulsa un bufido eufórico, y recuperada en parte la capacidad de pensar con frialdad, decide salir de nuevo para apostarse frente a la puerta.
Apenas un par de minutos después, la ciega sale a la calle y se detiene un instante para abrocharse un chaquetón de cuero que acaba de ponerse sobre el traje. Alza el cuello para protegerse la nuca, y este detalle nimio de desvalidez ante el aire frío desencadena en Bastian una inesperada oleada de ternura que es incapaz de explicar o controlar. Capturaron a Vera tras el ataque a Amir o Amin, está cada vez más seguro de que lo hicieron otros sicarios con los que nadie contó, cuando corría a reunirse con él para escapar juntos con el botín.
Me amaba. Todo era cierto. Y ahora voy a comprobarlo.
La estatura de la ciega es más o menos la misma que recuerda de Vera, pero la entidad física de los amantes también se desdibuja con el paso del tiempo. Por la altura podría ser Vera y también no serlo, y Bastian aguarda impaciente que se eche a andar para tener más datos. La ciega, como si buscara subrayar visualmente su condición de invidente, extrae del bolso un bastón blanco que despliega antes de enfilar la acera hacia la izquierda, pegada a la fachada con toda cautela. Bastian cruza a toda prisa, e instantes después se encuentra siguiéndola, dos metros por detrás de ella. ¿Qué leía en el restaurante?, se pregunta de pronto. Un texto en braille, obviamente. Pero ¿sobre qué tema?"

Fernando Marías
Todo del amor y casi toda la muerte



“Más que terapia, los libros son salvadores en el sentido en que te miras a ti mismo y siempre observar a tus oscuridades es algo bueno.”

Fernando Marías



"No comprendo cómo pudimos llegar hasta este punto. La decadencia que te arrastra en el pasado se vuelve inverosímil cuando la contemplas desde la perspectiva del tiempo transcurrido."

Fernando Marías
Prisioneros de Zenda



“Nos educamos a través del dolor. El dolor es necesario.”

Fernando Marías




"¿Por qué no haces el mismo circo, tú y tus amigos de esa tele sensacionalista, poniendo también motes a los hombres que asesinan a sus parejas cada semana? No sé... El caso del fontanero loco, El caso del abogado letal, El caso del ca,arero iracundo, El caso del camionero del amanecer..."

Fernando Marías


"Yo creo que, en realidad, nadie conoce a nadie al cien por cien, ni hondamente. Y considero que lo que se ha atado es la sensación de que era un hombre apacible, sereno, bueno… y que las oscuridades que imagino que tendría, como todo el mundo, no afectaron nada ni a mi vida, ni a mi bienestar, ni a mi buena relación con él. Lo que me gustaría es poder hacer un milagro. Que volviera a la vida veinticuatro horas para decirle: Lee el libro durante cuatro horas y las otras veinte vamos a hablar; ya que es imposible saber por qué tomó una decisión u otra en ciertos momentos de su vida."

Fernando Marías


















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