John Meade Falkner

“Allí estaba Ratsey, el sacristán, ocupado en labrar un escrito sobre una lápida. Antes de convertirse en pescador, Ratsey había sido albañil, conservaba su habilidad con el martillo y el cincel y cuando alguien quería colocar una lápida en el cementerio acudía a él para que le hiciera la labor.” […] Ratsey se mostraba siempre amable conmigo, y muchas veces me había prestado algún cincel para que yo me hiciera botes, así que entré en el hangar y sostuve la lámpara en alto mirando cómo su cincel de grabar se abría camino en la piedra Portland pensando en el enorme diamante que, a buen seguro, me esperaba al final del trayecto; y en la cantidad de cosas que me sería dado hacer con semejante riqueza. Le compraría un jamelgo al párroco Glennie y un barco nuevo al sacristán Ratsey.”

John Meade Falkner
El diamante de Moonfleet



"El sonido brotaba de él con un volumen de tal profundidad y pureza que le daba la impresión de que los pasajes eran en acorde, o que incluso había otro violín tocando al mismo tiempo. Por supuesto, no había tenido ocasión de practicar durante su enfermedad, de manera que esperaba encontrar su habilidad con el arco algo disminuida; pero percibió, por el contrario, que su interpretación había mejorado mucho, y que estaba tocando con una maestría y un sentimiento de los que nunca había tenido conciencia. Aunque atribuía esta mejoría en gran medida a las bondades del instrumento con el cual tocaba, no podía dejar de creer que debido a su enfermedad, o por alguna otra razón inexplicada, había adquirido en realidad una mayor libertad en la muñeca y una fluidez en la expresión, con la cual se sentía no poco regocijado. Hizo poner un cerrojo en la alacena en la que había encontrado el violín, y allí lo depositaba cuidadosamente cada vez que terminaba de tocar, antes de abrir la puerta exterior de su habitación.
Así pasó el trimestre de verano. Los exámenes habían llegado a su debido tiempo, y ahora ya habían concluido. Los dos jóvenes se habían sometido a la prueba, y aunque por supuesto ninguno de los dos lo habría admitido ante nadie, ambos sentían en su interior que no tenían razones para sentirse insatisfechos con su actuación. Los resultados no se harían públicos hasta varias semanas más tarde. Había llegado la última noche del trimestre, la última noche también de la carrera de John en Oxford. Eran cerca de las nueve en punto, pero todavía había bastante luz, y el intenso resplandor naranja del ocaso todavía no había abandonado el cielo. El aire era cálido y sofocante, como en aquella noche funesta de un año antes en que había visto por vez primera la estampa o la ilusión de la estampa de Adrian Temple. Desde aquella vez había tocado la «Areopagita» muchas, muchas veces; pero nunca se había producido una reaparición de aquella figura, ni siquiera se había oído el antaño familiar crujido de la silla de mimbre. Mientras estaba sentado en su habitación, pensando con la lógica melancolía que había visto ponerse el sol por última vez en su vida estudiantil, y reflexionando sobre las posibilidades del futuro y tal vez sobre las oportunidades desperdiciadas en el pasado, el recuerdo de aquella noche del junio anterior volvió con fuerza a su imaginación, y sintió el impulso irresistible de tocar una vez más la «Areopagita». Abrió la ahora familiar alacena y sacó el violín, y nunca le habían parecido más hermosas las exquisitas graduaciones del color de su barniz que bajo la suave luz del día moribundo. Cuando empezó la Gagliarda miró hacia la silla de mimbre, casi esperando ver la figura que bien sabía se sentaba en ella; pero nada de eso ocurrió, y terminó la «Areopagita» sin que sucediera ningún fenómeno extraordinario."

John Meade Falkner
El Stradivarius perdido



"La voracidad lectora alimenta inevitablemente a un escritor en las sombras. Soy lector voraz, y era natural que un día decidiera sentarme a escribir. Por desgracia mi profesión y los continuos viajes a los que me vi obligado imposibilitaron la tranquilidad necesaria para gestar una obra extensa. Escribí en total cuatro novelas, aunque solo publiqué tres, pues la cuarta la perdí en un tren y nunca quise reiniciarla; me sentía demasiado mayor para ello. Pero esa es otra historia."

John Meade Falkner


"Los de la Milicia tardarán aún un rato en volver, y cuando lo hagan, no creo que se dediquen a buscarnos detenidamente por esta zona. Pero es mejor no correr riesgos, así que nos quitaremos de en medio, y cuanto antes mejor. Esta pierna tuya nos tendrá maniatados durante semanas, debemos buscar un lugar donde escondernos mientras te recuperas. Vamos a ver, yo sé de uno en Purbeck, le llaman «la mina de Joseph», y ahora mismo vamos a ir para allá. Pero está a unas siete millas y tardaremos un día entero en llegar; yo ya no soy joven como antes, y tú, muchacho, pesas lo tuyo y no resulta tan fácil llevarte a cuestas.
Yo ignoraba de qué mina me estaba hablando, pero me alegró saber que existía un lugar, no importa cuán lejos estuviera, en el que podría permanecer echado y aliviar los tormentos que padecía. Y de este modo me volvió a tomar en brazos e iniciamos nuestra jornada campo a través.
No hace falta que me explaye sobre el viaje, fue sencillamente agotador y la verdad es que, aunque quisiera, tampoco podría hacerlo, pues el dolor se me subió a la cabeza y tuve un ataque de angustia que me paralizó. No recuerdo nada, excepto momentos aislados en los que algún movimiento inesperado fue causa de un suplicio lacerante y me hizo chillar de dolor. Elzevir anduvo primero a paso vivo, pero conforme avanzó el día se fue ralentizando, y más de una vez tuvo que detenerse y depositarme en el suelo para poder descansar un poco. Hacia el final del trayecto ya solo era capaz de cargarme seguido durante trechos de cien yardas como mucho.
Pasó el mediodía, el sol cruzó su meridiano y, aunque no correspondiera por la época del año, el calor empezó a apretar. El paisaje ya no era el mismo, en campo abierto habíamos caminado por un suelo cubierto de matorrales bajos, salpicado de minúsculas conchas blancas de caracoles. Ahora, en cambio, estábamos en una extensión de piedras planas alternadas con tierras de labranza. Era un paisaje muy melancólico, debía ser muy difícil arrancarle algo a la tierra en semejante lugar; allí no había setos verdes y frescos, solo muros inhóspitos de piedra seca, sin mortero.
Elzevir se detuvo y me bajó al suelo, colocándome tras uno de estos muros. La pared había cedido por varios lugares, pero se mantenía aún en pie gracias a unos cuantos arbustos espinosos que le servían de contrafuerte y a una hiedra suelta que se aferraba a las piedras y las mantenía unidas."

John Meade Falkner
El diamante de Moonfleet


"No fui buen estudiante, la verdad. La escuela me parecía insoportablemente aburrida. La primera etapa, siendo niño, comenzó en la Hardye’s School, en Dorchester, cuyo director  dejó una profunda huella en mí. Se llamaba, cómo olvidarlo, Ratsey Maskew. Tenía una preciosa hija un poco mayor que yo, Katie. Ella fue mi primer amor."

John Meade Falkner



"Nunca me sentí satisfecho dentro de la vida académica."

John Meade Falkner


"Si un lector no se deja engañar deliberadamente por la magia de la literatura es que no es un verdadero lector."

John Meade Falkner























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