Juan Marsé Carbó​

"A la derecha de la instantánea parpadean las hermanas Monteys, sentadas en el césped con sus vestidos estampados, Soledad haciendo con ganchillo —madeja rosa o celeste— una labor recatada, Mariana a punto de llorar y entreteniendo en el regazo al pequeño Rodrigo, de apenas un año. Sobre la mesa, botellas de champaña y de vino, copas, el porrón de mi padre... Yo acabo de abandonar la mecedora, estoy en cuclillas detrás de mi otro hijo, Xavier, de tres años, los ojos fijos en el siniestro bulto del pantalón de Chema (¿Estás seguro, tío, resabiado mirón? Las descripciones de escenas inmóviles resultan engañosas, estéticamente hablando) y el brazo extendido hacia el suelo, esta vez no para alcanzar el cestillo de la labor de Solé y dejarlo fuera del alcance del niño, atraído por las madejas de colores —sé que entre ellas está el tubo de Bellergal, un sedante que toma mi mujer y del que imprudentemente no se separa nunca— sino para frotármelo con el aceite bronceador, frivolidad que exaspera a Tey. A mi lado, de pie, el primo Ramón Monteys, ya muy enfermo, y su mujer, se cogen de la cintura apoyados en el respaldo del banco de madera y sonríen anhe­lantes al futuro, pero de perfil, como en una moneda desde la que escrutasen la nada que les aguarda, más allá del borde de la fotografía y de mi tosco pulgar que ahora la sostiene. Deliciosa pareja, feliz hasta la insensatez y la autodestrucción: todavía en este remoto fin de semana él cumple no sé qué misión superflua en alguna empresa fa­miliar, todavía los Monteys protegen a sus cachorros, pero yo le había ya suplido como consejero delegado de la Sociedad y no tardaría en convertirse en subordinado mío, maltrecho por el asma y la ensoña­ción."

Juan Marsé
La muchacha de las bragas de oro



"Bueno, ya que estoy aquí, se dijo, y se asomó a la escalera y miró. En el rellano había un joven de barba rubia y gorro de marinero que tocaba el acordeón y hacía bailar a una perrita con peluca roja y faldita blanca de tul. Al lado tenía una caja de habanos con algunas monedas. Ni rastro del señor Raciocinio. Descansó un rato apoyado en la barandilla y sacó el bocadillo de la bolsa, pero no lo mordió. Miraba la perrita que giraba erguida sobre sus patas traseras. Enseguida envolvió de nuevo el bocadillo y lo guardó. Que no se me olvide: que no es que no me guste esta mermelada, mamá, de veras, es que estoy desganado.
Decidido a seguir buscando, aunque ahora ya lo hacía obedeciendo a un doble y confuso objetivo, zigzagueaba en diagonal hacia la papelera situada frente al Café de la Ópera cuando, surgida de no sabía dónde, una sombra apresurada se cruzó en su camino y le adelantó pretendiendo lo mismo que él, según iba a comprobar enseguida, y se quedó parado, zarandeado por el trasiego de la gente en medio del paseo y sin capacidad de reacción. La sombra dejaba tras de sí un hálito vagamente dulzón, un soplo o una exudación corporal que a Bruno le resultaba familiar, abusiva e insidiosa, pero no había nada que ayudara a reconocerle, salvo la pequeña mochila de color caqui con el rótulo feng shui escrito a mano. Llevaba gafas de sol y un gorro de visera prominente y vestía téjanos y camisa a cuadros con los faldones fuera del pantalón. Absorto, indiferente al bullicioso entorno, iba escuchando música con un pequeño transistor pegado a la oreja y con un palo hurgaba afanosamente en la papelera. Lo hacía con la mayor atención, revolviendo concienzudamente papeles y desechos, el rostro volcado sobre el recipiente como si husmeara la presa. Bruno tardó apenas unos segundos en identificar el palo: era, tenía que ser, el palillo extraviado de su tambor."

Juan Marsé
Noticias felices en aviones de papel



"Cuando uno era todavía un mozalbete presumido, ir al cine era algo que formaba parte de la cultura popular, un rito semanal en el que participaba toda al familia, toda la comunidad."

Juan Marsé



"Don Quijote es "el valedor de lo más noble, bello y justo que alienta en el corazón humano, el que vela por el espíritu, la vigencia y el esplendor de los sueños"."

Juan Marsé



 "Durante el franquismo me jodieron los padres y en la democracia me jodieron los hijos, pero siempre me jodieron los mismos."

Juan Marsé



"El enorme bulldog, de un lustroso color avellana, abandonó la alfombra donde yacía y salió del estudio sin dignarse mirar a su amo. Poco después, cuando Luys Ros introduce la primera falacia en la redacción de sus memorias, apenas considera el hecho como una simple licencia poética, un personal ajuste de cuentas con el pasado que no cesa de importunar. Pero ese detalle trivial, la alteración de la fecha en que dejó de usar el fino y bien recortado bigote (1957, que tachó con la pluma para anotar 1942) provocaría en el texto una reacción en cadena de imprevisibles consecuencias. Encerrado en su retiro de la playa, en esta casa donde aprendía a aceptar con indiferencia su soledad, la muerte repentina de su mujer y el desprecio de sus hijos, empezó a torturar los folios mecanografiados mediante tachaduras y notas al margen. Arrepentirse de algo es modificar el pasado, pensó. Podría encabezar el capítulo sexto como epígrafe."

Juan Marsé
Parabellum




"Eso fue lo que declaró entonces y repetía ahora. Palabras que sonaban sinceras, pero que me tenían con la mosca en la oreja. ¿Cómo podía alguien recordar los pormenores de algo tan espantoso, nada menos que un crimen por estrangulamiento, y no recordar por qué lo había hecho? ¿Existía realmente una terapia capaz de enterrar en el olvido la causa que le llevó a cometer el asesinato, la razón o la sinrazón que le indujo a semejante horror, y al mismo tiempo conservar una memoria muy precisa de cómo cometió ese horror?
Por otro lado no podía dejar de pensar en la confusión que propició su pitillera. Fue solo un instante, pero durante ese breve instante Sicart creyó de veras que la pitillera era mía. ¿Cómo se explicaba ese desvarío? ¿Se debía acaso a la demencia senil que empezaría a aquejarle y que me estaría ocultando para no perder la paga, o quizá a aquello que treinta años atrás podrían haberle inoculado en Ciempozuelos, fuera lo que fuese? Por lo demás, tenía yo muy presente que recordar es interpretar, es ver las cosas pasadas de una determinada manera. Así que habría que estar atento.
En cualquier caso, se me ocurrió que Roldán quizá no andaba tan desencaminado con su idea de las pompas de jabón tóxicas que había que reventar, pues a ratos mi interlocutor parecía mentalmente instalado en una burbuja tan irisada, tan reflectante y tan engañosa como errática y versátil."

Juan Marsé
Esa puta tan distinguida



"Hay quien piensa que ser un catalán que escribe en lengua castellana. Yo nunca vi en ello nada anormal. Y aunque creo que la inmensa mayoría comparte mi opinión, hay sin embargo quien piensa se trata de una anomalía."

Juan Marsé



"Hay una memoria compartida, que no debería arrogarse nadie, una memoria que fue durante años sojuzgada, esquilmada y manipulada."

Juan Marsé




“Hoy mi lema es: la puñetera verdad te enseñará a dudar de todo.”

Juan Marsé
Rabos de lagartija, 2000



"La dualidad cultural y lingüística de Cataluña que tanto preocupa, y que en mi opinión nos enriquece a todos, yo la he vivido desde que tengo uso de razón."

Juan Marsé



"La juventud muere cuando muere su voluntad de seducción."

Juan Marsé



"Las famosas armas de destrucción masiva (...) que no hace mucho tiempo algunos casi juraban haber visto, al final resultaron ser un par de zapatos."

Juan Marsé



"Los premios tienen muy poco que ver con la literatura."

Juan Marsé



"No me considero un intelectual, solamente un narrador."

Juan Marsé


"No me siento a gusto manejando teorías acerca de la naturaleza o la finalidad de la ficción."

Juan Marsé



"Procura tener una buena historia que contar, y procura contarla bien, es decir, esmerándote en el lenguaje."

Juan Marsé


"„¿Qué otra cosa podía esperarse de los jóvenes universitarios en aquel entonces si hasta los que decían servir a la verdadera causa cultural y democrática del país eran hombres que arrastrarían su adolescencia mítica hasta los cuarenta años? Con el tiempo, unos quedarían como farsantes y otros como víctimas, la mayoría como imbéciles o como niños, alguno como sensato, generoso y hasta premiado con futuro político, y todos como lo que eran: señoritos de mierda."

Juan Marsé
Últimas tardes con Teresa




"Sabemos que el olvido y la desmemoria forman parte de la estrategia del vivir."

Juan Marsé


"Será el buen uso de la lengua, no solamente la singularidad, bondad u oportunidad del tema, lo que va a preservar la obra del moho del tiempo."

Juan Marsé



"Si te conviertes en otro sin dejar de ser tú, ya nunca te sentirás solo."

Juan Marsé



"Son muchas, y todas vigentes, las lecciones que ofrece la obra de Cervantes."

Juan Marsé



"Soy del parecer que más de la mitad de lo que hoy entendemos por cultura popular proviene y se nutre de lo que no merece ser visto ni oído en la televisión."

Juan Marsé


"Soy un catalán que escribe en lengua castellana. Yo nunca vi en ello nada anormal. Y aunque creo que la inmensa mayoría comparte mi opinión, hay sin embargo quien piensa se trata de una anomalía."

Juan Marsé



"Susana deseaba un buen mapa para seguir el rumbo del Nantucket y un día los Chacón se presentaron en la torre con un atlas nuevo de trinca, que no supieron explicar de dónde procedía. Ella me pidió que trazara con lápiz rojo la derrota del buque sobre el azul intenso del mar, desde Marsella hasta Shanghai, a lo ancho de dos láminas y recalando en los puertos más importantes del Mediterráneo, del índico y de los mares de China. Luego supimos que Finito había robado el atlas a un escolar que le dio a guardar la cartera mientras buscaba a su madre en el Mercadillo, y Susana obligó a Finito a devolver el atlas; pero antes de hacerlo él dijo que era una lástima y propuso arrancar las láminas con la ruta del Nantucket. Susana reflexionó sobre el asunto y finalmente dijo que no, que el chaval se daría cuenta que faltaban hojas, y entonces sugirió que yo copiara la ruta en un papel de barba, con las costas, las ciudades y las islas utilizando colores distintos. Lo hice y Susana guardó el mapa en el cajón de su mesilla de noche junto con sus programas de cine y sus recortes, el cepillo del pelo, el espejo de mano y el esmalte nacarado para las uñas.
Cuando le enseñamos el mapa a Forcat, éste me hizo ver un error señalando ante mis narices la costa occidental de la India con su largo dedo manchado: el Nantucket no había recalado en Bombay. La proximidad del dedo y su olor tan peculiar me sumió de nuevo en el desconcierto: esta vez me hizo pensar en la áspera fragancia de las hojas de la higuera."

Juan Marsé Carbó​
El embrujo de Shangai



"Todos tus recuerdos de Montse Claramunt están hechos de una materia compleja donde es difícil deslindar las especies de las variedades o de las simples mezclas: semejantes a ciertos minerales sometidos a largas estancias marinas, el paso del tiempo, el esplendor y muerte de ocultas primaveras les ha ido pegando musgos, arenillas y costras de remota y olvidada procedencia, extrañas simpatías y antipatías que los años han ido superponiendo caprichosamente. Como en esas conchas de hermoso fulgor irisado, distingues sobre todo en los recuerdos —que no acuden a la mente sujetos al hilo sin roturas del tiempo, sino al de los sentimientos, tan embrollado y quebradizo— adherencias y fulgores particularmente dorados, cuyo origen te es bien conocido: provienen de Nuria, del sol que Nuria irradiaba entonces para ti.
Tenías a la prima Montse en el tibio acuario de tus ocios domingueros, estrecho recipiente de agua sucia y estancada al que de vez en cuando te asomabas para mirarla con curiosidad, con cierto estupor y hasta a veces con lástima, pero sin tratar de comprenderla jamás, sin asociarla al destino de los mortales, realmente como si tu prima fuese un ejemplar raro cuya vida y costumbres ofreciera cierto interés biológico, pero no humano. Y es ahora cuando sientes el paso de aquel tiempo corriendo en la sangre, golpeando el pulso y las venas con urgencia, y tratas de recordar aquella muchacha ambigua e inquietante de finales del verano, cuando ya su confianza en ti la empujaba a buscarte para hablar de sus conflictos con la familia y con la parroquia y consigo misma. Solía ir a verte a la pensión desde una vez que estuviste enfermo, y sentándose al borde de la cama iba al asunto sin rodeos. Te hablaba de que a veces se sentía tan mal, de que tenía pesadillas o creía que iba a desmayarse, te hablaba de tía Isabel y sus «Comprensibles» —eso decía— temores, de la rubia patrona de la pensión Gloria, y de su soledad y su necesidad de intimar con Manuel; del empleo que éste necesitaba como el aire que respiramos, de la urgencia que tenía de verse integrado en la sociedad o del color de una corbata que pensaba comprarle. Era su vida y no tenía otra más vibrante y auténtica que ésta, y tú no te dabas cuenta. Te hablaba de sueños que nunca supiste si los vivía dormida o despierta. En cierta ocasión te contó que había soñado que ella y Manuel se habían refugiado en un viejo caserón deshabitado, de paredes descascaradas y muebles rotos que aún conservaban algo de su antiguo esplendor, y que allí reorganizaban su vida sobre la extraña convicción de hallarse solos en el mundo, como náufragos, como supervivientes de una guerra que más allá de las ventanas sólo había dejado ruinas, hasta que un día ella descubre que este caserón es la torre de sus padres, amables personajes sin rostro y ya perdidos en la memoria de los tiempos… Era una extraña Montse aquella, de fugaces presentimientos y terribles convicciones, hablando se fatigaba y era feliz, algunas veces te aceptaba una copa de coñac y entonces se animaba a fumar un cigarrillo y a sentarse en la alfombra, se quitaba los zapatos y alegremente se daba aire con los faldones sueltos de la blusa, siempre parecía descubrir el calor de pronto, sorprenderse del verano. Otras veces, repentinas oleadas de afecto y de gratitud la lanzaban a colgarse de tu cuello y a cubrirte las mejillas de besos. Tu único mérito consistía en escucharla: allí estás, con una de tus baratas y sudadas camisetas azules, de pie, apoyado de espaldas en la ventana y a contraluz, el vaso en la mano y una sonrisa entretenida bailando en los ojos, en lo alto de una superficial y turbia curiosidad. ¿Qué queda de tus palabras, de tus consejos, si los hubo? Ella lo es todo, su presencia física: una blusita rosa muy holgada sobre unos pechos armoniosamente caídos y un poco abiertos hacia los costados, un tintineo de brazaletes, un nervioso manoteo frente a tu cara, sus ropas caras, su aire de señorita del género ricatólica. Este verano su cuerpo reventaba de un extraño esfuerzo inútil, un querer empujar la nada o abrazar el vacío. Y esa fuerza que no hallaba cauce te lleva a otro recuerdo: ese día que, repentinamente, mientras bromeaba acerca de los rizos negros de tu pecho que asomaban por la camiseta, se dejó caer de espaldas en la cama con los brazos en cruz y allí se quedó largo rato, riéndose, hasta que se calló y poco a poco fue poniéndose rígida, pálida, los ojos cerrados, y nunca supiste si se durmió o se desmayó porque al sacudirla, asustado, reaccionó y te dijo que no era nada y que la disculparas, que no era nada."

Juan Marsé
Los misterios de colores


"Un escritor no es nada sin imaginación, pero tampoco sin memoria, sea ésta personal o colectiva. No hay literatura sin memoria."

Juan Marsé



"Yo podía quizás haber sido, lo digo sin un ápice de sarcasmo, el 'escritor obrero' que al parecer faltaba en el prestigioso catálogo de la editorial."

Juan Marsé



"Yo soy ante todo un lector de ficciones, un amante incondicional de la fabulación."

Juan Marsé
















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