Leonard Michaels

"—Cierto —-confirmé, con el deje típico de Los Ángeles que sugiere comprensión empática y no sorpresa. Kramer captó el matiz y me miró como a un posible colega.

Mantenía su espeso pelo negro bajo control, con la raya al medio y modelado para que le tapara las orejas de un modo similar al de las niñas de otra época. Contrastaba con la oscura fuerza de su mirada, con su forma de dar la mano, parecida a un mordisco, y con los tatuajes en sus antebrazos. Una serpiente alada de color azul. Una daga azul rodeada de rosas. Hablaban de una vida anterior, supuse, pero Kramer iba arremangado hasta los hombros. Costaba relacionarlo con la alfombra, que al fin percibí que era mullida y naranja. Noté el tacto al vadearla y brincar por ella mientras Kramer me conducía hacia los hombres.

Dar la mano, saludar con la cabeza, decir mi nombre, cada hombre era como un complejo fogonazo —ojos, mano, nombre—, pero uno tenía nitidez. Era explícito; de inmediato más cercano a mí que los demás. Solly Berliner. Alto, delgado, de traje. Pelo canoso y un destello verde en los ojos. La cara de un niño sorprendido por la vejez. Su traje era de poliéster gris, discreto y desalíñado. Kramer me dejó con Berliner junto a la maceta, con una cerveza en la mano."

Leonard Michaels
El Club


"Volví a pensar en las mujeres. Ira, identidad, política, derechos, injusticias. Las envidiaba. Parecía interesante formar paro de un colectivo en desventaja de nuestra sociedad. Las desventajas te dan algo por lo que luchar, te hacen moralmente superior, te dan seriedad. ¿Qué nos quedaba a los hombres hoy día Ya lo tenían todo. ¿Necesitaban clubes? La mera visión de dos hombres juntos sugiere un club."

Leonard Michaels
El Club


"Yo tenía dieciocho años y trabajaba de ayudante de Larry. Era mi primer trabajo en un buen complejo turístico. Los tres veranos anteriores había trabajado en un hotel cutre donde, aparte de comidas pesadas y un estanque con un bote de remos, había pocas distracciones, y los miembros del personal del restaurante dormíamos dos en una cama. Los maridos llegaban los fines de semana, montaban una mesa de cartas en el césped y jugaban al pinacle, sin hacer caso a las mujeres y a los niños que habían ido a ver. Mi familia solía pasar todos los veranos en un lugar así y mi padre era uno de esos hombres que jugaban al pinacle. Nunca me llevó a pescar ni a cazar como un padre norteamericano, pero él tampoco iba a pescar ni a cazar. El único lugar al que me llevó fue al cantero, un domingo por la tarde, para encargar su lápida."

Leonard Michaels
Luna de miel












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