Michele Mari

"Perdónenme pero debo intervenir inmediatamente. Soy el marido de Rosemary, y también el cuñado de Syd. Lo quise mucho a Syd, pero a diferencia de mi mujer no estoy obnubilado por el cariño. Según Rose los cuadros de Syd eran muy bellos. Aunque no entiendo mucho de pintura, puedo asegurarles que eran unos mamarrachos horribles hechos en pocos minutos. Pero la cuestión es otra: es que apenas terminaba su obra Syd la destruía con una trincheta, con un furor que contrastaba con la aparente tranquilidad con la que había pintado. Lo sé porque lo he visto con mis propios ojos más de una vez. Y hay más. Sabiendo que los fans de Syd habrían dado la vida por esos cuadros, durante un tiempo su madre trató de sacárselos antes de que los destruyera: y entonces Syd se convertía en una verdadera furia, tanto es así que luego de varios intentos la madre renunció. Desde entonces la vieja empezó a tenerle miedo, esta es otra de las cosas que Rose les ocultó. Por eso en el ’82 se vino a vivir con nosotros, ¡no por motivos de salud! ¡Si estaba lo más bien! Pero algo tiene que haber pasado, después de la historia de los cuadros, para que tuviese aquel miedo terrible, nunca quiso decir a qué se debía, yo solo sé que una mañana la llamó a Rose para anunciarle que no dormiría una sola noche más con aquel, lo dijo tal cual, “con aquel”, lo recuerdo bien porque enseguida Rose vino a contármelo llorando… Más tarde oí que Rose le decía por teléfono que no podía abandonarlo, pero no hubo caso: esa misma noche la vieja se presentó en nuestra casa con una valija, y unos días después me mandó a buscar el resto. Así que la casa de St. Margaret Square estuvo inútilmente amueblada durante veinticinco años, ya que Syd siguió viviendo en su sótano.
Winifred Flack Barrett murió en 1991. Syd fue a su funeral con un impecable traje negro: me atrevería a decir que era el más elegante de todos. No lloró, pero cuando lo llevamos a su casa descubrimos que en el jardín había erigido un catafalco sobre el que había prendido fuego seis guitarras: era su modo de llorar a la madre, aunque dudo de que en el más allá la vieja pueda hacer algo con esos tizones de Fender."

Michele Mari
Rojo Floyd


"Por cautela me propuse ampliar la comparación a toda la primera página, un deber al que dediqué la mañana siguiente; luego, ya convencido, dejé la edición Madella en la biblioteca y leí solo la edición Del Árbol. Leí como si fuera la primera vez, con el ansia de quien espera un adjetivo y no sabe cuál será, con el enajenamiento de quien se tropieza de noche con un adverbio emplumado, con la ventaja de quien reconoce los escudos heráldicos de un punto y coma, la armadura de una cursiva, la librea de un condicional. Y adentrándome en la novela, sentía que estaba enviando a mi padre embajadas de afecto, como aquel caballero que al término de cada día de viaje, enviaba un mensajero a su rey, y tantas jornadas se alejaba cuanto aumentaba el número de mensajeros. Pocas páginas antes de llegar al final pensé en llamarlo, con un pretexto cualquiera, para decirle que el libro me había gustado cada vez más, que quizá de momento no se lo había agradecido bastante, que tenía incluso una no-hora, que la Mota era un castillo, que quería saber si él lo había leído también y por eso lo escogió... Hubiera querido decirle todas estas cosas y muchas otras, pero no le dije nada."

Michele Mari
La flecha negra












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